Por Iñaki Urdanibia

Vaya por delante una aclaración sobre el neologismo que aparece en el título de este artículo; conste que no es mío sino que lo tomo de las páginas del libro, «Sobre la losa», editado por Siruela, en el que se da carta de naturaleza a tal término en referencia al extraño comportamiento del comisario creado por Fred Vargas (París, 1957). Cualquiera que se haya acercado a las investigaciones del singular comisario verá que el verbo empleado se ajusta a su actitud como guante a mano.

Hacía ya unos cinco años pasados en que el personaje y su creadora habían desaparecido del mapa de las publicaciones, lo que no quita para que la escritora se haya centrado en otros temas ajenos a la narrativa *; ahora ya está de vuelta, y además en plena forma: Adamsberg manteniéndose siempre en su ser, cada vez más sí mismo. Silencios abstraídos, como si estuviese ausente y pasmado, y ajeno a lo que intercambian sus colegas o subordinados, la ruptura de tales momentos con alguna salida que apunta a una posible pista que deja descolocado a todos al no ver la relación de lo que dice con la investigación en marcha, es marca de la casa. Las palabras empleadas a las que somete a cambios silábicos, que son corregidas de inmediato por sus acompañantes, y… en la presente ocasión el protagonismo de un dolmen, que aparece en la misma portada de la novela, al que acude para reflexionar el comisario tumbándose encima de la losa que corona la construcción de hace más de tres mil años de antigüedad, busca allá, como si de la sabiduría del tiempo se tratara, las burbujas de pensamiento que se entrelazan en su mente como algas enroscadas; si Jorge de Oteiza en su Quousque Tandem!, ponía el énfasis sobre el cromlech megalítico como lugar de la iluminación (Litchtung, de inspiración heideggeriana), nuestro comisario adopta otra construcción neolítica como lugar de inspiración en la que fluye la lucidez.

En este caso el comisario es llamado para que se traslade de Paríis a Bretaña, dejando en la comisaría de la capital del Sena al cultivado Garland, ya que allá en el pueblo en el que se sitúa el castillo de Combourg campa la muerte asesina. Es la policía de Rennes la que le reclama en busca de ayuda, al sucederse algún crimen, al que seguirán otros, que parecen relacionados con ciertas leyendas del lugar, siendo acompañadas por la presencia de algunos personajes realmente curiosos como un heredero lejano del autor de Memorias de ultratumba, François-Auguste-René de Chatebriand, Auguste-Félix de Chateaubriand, conocido como Josselin, que luce unos variopintos ropajes, y maneras de antaño, y que sirve al ayuntamiento del lugar como poco menos que atracción turística, a la vez recoge setas en el bosque aun no gustándole lo que recoge que lo reparte entre su paisanos, cual Robin Hood del champiñón, un cheposo al que tras alguna operación le ha desaparecido su extraño bulto, y el ruido de la pata de palo de un conde conocido como el Cojo, que ha vuelto tras catorce años de ausencia, a vagar no solamente por las galerías del castillo sino en las calles del pueblito también, lo que atemoriza a los pobladores de la localidad, ya que tal caminar supone malos presagios; tampoco juega un papel menor en el escenario la existencia de la leyenda de que si alguien ve su sombra pisada por otro, la desgracia es segura lo que origina la existencia de diferentes grupos, a modo de sectas, los ombrosos, los sombríos… y la figura destacada de una mujer apodada como la Serpiente con sus potingues y supuestos remedios. Así pues, es en medio de las brumas bretonas, que casan con las leyendas y los personajes nombrados es el escenario en el que se va a mover el comisario Adamsberg, y su equipo, al que se unen los policías de Rennes, y encore, los refuerzos de brigadas de intervención que toman el pueblo ante el aumento de crímenes con características similares: entre otras, los cadáveres son hallados con un huevo fecundado en la mano, a lo que se ha de sumar que los cadáveres están llenos de pulgas. Estas coincidencias hacen que se investigue sobre quiénes tienen perros y quienes tienen acceso a los huevos nombrados; coincide igualmente que el cuchillo utilizado es el mismo en todos los asesinatos (del médico, del alcalde,…), y las puñaladas que simulan ser asestadas por un zurdo que el tipo de corte demuestra que es diestro; sin obviar el hallazgo de alguna mochila con arañazos de gato, lo que hace que se haya de investigar también a quienes pueden tratar, y maltratar, a los felinos, actividad habitual en el medio escolar. Las sospechas varían y se van descartando con respecto a los habitantes de Louviec, a la vez que se moviliza a los policías hasta convertirles en verdaderos inspectores de aspectos que parecen ajenos a su labor. El policía bretón que acompaña a Adamsberg, Franck Matthieu, muestra no pocas veces su desacuerdo con las intuiciones del recién llegado, desacuerdo que también muestra, con el modo particular de investigar del recién llegado y su costumbre para moverse en contra del reglamento y de las jerarquías, ciertos celos al quitarle el protagonismo sobre su terreno. El prestigio de Adamsberg es grande a pesar de que la jefatura no esté contento con sus actitudes, pero la eficacia manda.

Las historias se encabalgan y no dan respiro al lector, que ve que las sospechas se desplazan a otros tiempos del lugar, con el matonismo escolar de algunos sobre los diferentes, que son convertidos en objeto de burla, sufren agresiones, etc. Y hay cosas que perduran a lo largo del tiempo al dejar huella en las víctimas, del mismo modo que el que tuvo retuvo y así algunos de los matones de los años escolares han seguido con sus comportamientos delictivos: negocios en la localidad mediterránea de Sète y al otro lado del charco, en Los Ángeles, a lo que se suma el enriquecimiento repentino por medio del testamento horas antes de su muerte de una pretendido amigo americano. Así pues, la investigación se desplaza de Bretaña a otros lares y a otros asuntos turbios de asesinos a sueldo, etc. El prestigio mentado de Adamsberg y su habilidad a la hora de resolver los más intrincados casos, hace que las amenazas le rodeen, y en esta ocasión llega a ser herido de algún balazo a pesar de la protección que le rodea, protección que hace que hay momentos en que la acumulación de flics sea realmente cercana a la multitud, patrullando la localidad; otros personajes que acompañan al comisario tienen su miga, así el adormilado Mercadet que muestra una sagacidad y capacidad retentiva propia de récord, por no hablar de una mujer que demuestra su poder y tenacidad en perseguir y desembarazarse de los delincuentes a ostias, Retancourt, sin olvidar al posadero Johan que cuida a cuerpo de rey a los policías, preparándoles suculentas comidas y dejándoles sus locales reservados para sus reuniones…y las botellas entre corren entre los reunidos aun estando de servicio… Al entregado Johan le alcanza la desgracia cuando su hija pequeña es raptada, siendo increpado por su mujer por sus estrechas relaciones con los agentes… Tensión por todas las esquinas, las hipótesis de disparan en divergentes direcciones y la sorpresa se apodera del fin del caso.

Como decía, no hay tiempos muertos, ya que la acción, mejor las acciones, se suceden a intensa velocidad… la dispersión que se apodera de las historias, en un feroz encabalgamiento, puede provocar cierto desbrujule en el lector, sensación de desnorte que responde al propio de los investigadores, muy en especial el del jefe de orquesta, Adamsberg que tiene destellos rozando lo chirene, que resulta a la vez sagaz e intuitivo hasta las entretelas… deducciones que es incapaz de justificar, teniendo siempre en su boca un no sé, no hay un porqué… luces que brotan en su dislocada mente del mismo modo que las nubes que en el cielo se entrecruzan y que Adamsberg contempla abducido sobre la losa.

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https://carteldelasartesylasletras.wordpress.com/category/fred-vargas/

Dos artículos, uno de octubre de 2015 y el otro de junio de 2020. El segundo es de la serie de Adamsberg, mientras que el primero explora otros terrenos que nada tienen que ver con la narrativa, ni negra ni amarilla, sino más bien con el color verde en la medida en que es un grito de alarma ante el camino hacia el desastre que lleva la humanidad sin reparar en el cuidado debido a la Tierra y sus recursos. Con respecto a este primero no me resisto a subrayar el compromiso de la autora con otras causas como la relacionada con el caso del italiano Cesare Battisti, del que en su momento hablé en esta red (El fugitivo Cesare Battisti: htttps://archivo.kaosenlared.net/el-fugitivo-cesare-battisti/index.html). Si traigo esto a colación es, además de para dejar constancia del compromiso cívico de Frédérique Audoin-Rouzeau, nombre real de quien adopta el seudónimo de Fred Vargas, es para mostrar cierta sorpresa ante las declaraciones de algún personaje que alaba a la autora por su nivel de novelista, opinión que luce en la contracubierta del libro, cuando este mismo caballero ha solido afirmar que no se puede ni se debe separar la obra y el autor, ya que ella corresponde a la personalidad de éste, en esta caso ésta; será que no ha leído más que las novelas ya que en caso contrario debería despotricar de las ideas de la señora. Pero bueno, de quien zascandilea por hábito, cualquier cosa se puede esperar.