Por Iñaki Urdanibia.

A mediados del siglo XVII se produjo una escisión en el seno de la Iglesia rusa. Los motivos no podían reducirse a cuestiones de índole doctrinal, teológicas y litúrgicas, sino que la cosa iba más allá: por una parte, la cada vez mayor influencia de la iglesia moscovita en los ámbitos del poder del Estado, los intentos por parte de quien a la sazón era el jefe supremo, el patriarca Nikon, que pretendía jugar un papel similar al papa de Roma con respecto a la Iglesia católica, al tiempo que deseaba unificar diferentes corrientes de la ortodoxia, como la griega, erigiéndose él en el jefe de tal unión; unión que conllevaba la elección del latín como lengua de uso oficial a lo que se sumaba sus tendencias a la ostentación y el lujo lo que desembocaba en la necesidad de extraer fondos, con el consiguiente aumento de carga para los fieles y los eclesiásticos, al tiempo que se daba una creciente separación entre el aparato y los creyentes.

Entre quienes se opusieron a tales innovaciones, manteniéndose en la pureza de la tradición evangélica, destacaba el protopope o arcipreste Avvákum Petrovich (Grigórovo, 1620 o 1621 – Pistoziorsk, 1682 ), que siguió la senda de algunos otros rebeldes de diferentes creencias como el checo Jan Hus, el aragonés Miguel Servet o el italiano Giordano Bruno, por nombrar algunos de los más célebres, entre quienes finalizaron en la hoguera.

El protopope Avvakum encabezaba una corriente cismática conocida como los «viejos creyentes» o raskólniki, que se opuso frontalmente a las decisiones de la jerarquía, motivo por el que fueron perseguidos sin descanso y sin piedad tanto por las autoridades religiosas como civiles, lo que les llevó a huir a las zonas desérticas de Siberia o a las lejanas estepas meridionales.

El arcipreste del que hablamos escribió, entre 1672 y 1675, una obra autobiográfica: «Vida del protopope Avkum, escrita por él mismo», ahora publicada por Automática Editorial, en una traducción que no se priva de unas notas a pie de página que aclaran tanto los términos como algunas otras cuestiones de índole histórica y doctrinal. El uso de la primera persona de la confesión, que más bien podría calificarse de autohagiografía, abría el campo al individualismo moderno, al tiempo que inauguraba una forma de narrativa que era el camino que facilitaba la expresión de la ideología recién mentada. En la obra, que no da descanso, se relatan las vicisitudes del personaje, de su familia y de sus fieles. Una vida de huida y de castigo que supone un auténtico y permanente calvario: persecuciones, castigos, torturas, detenciones, muertes de alguno de sus hijos y de sus fieles, alguno de ellos pasto de las llamas. Con verbo raudo y sin adornos avanza la narración de ese tenaz ser que a pesar de las amenazas y los continuos intentos por hacerle aceptar las normas que impone la jerarquía, por medio del hambre, la sed y el encierro, y también tratando de comprarle con bienes materiales, él se mantuvo firme en su rebeldía. Viaje por campos halados de un lado para otro con la siempre vigilante custodia de la autoridad y sus agentes, cosacos y de más, que forzaban a la marcha de aquellos perseguidos a arrastrar los carros, las barcazas o lo que fuese menester con el fin de alcanzar el destino al que se les arrojaba, que cada vez se asemejaba más a una peregrinación hacia la muerte; dificultades que eran acrecentadas por la presencia de los pobladores de las zonas por las que pasaban que se sumaban al castigo y al engaño con respecto a ellos. A mismo tiempo que las condenas de los sínodos recaían sobre él, el hombre gozaba de un indudable prestigio, lo que hacía que a él se acercara gente en busca de curación, tanto seguidores como enemigos que no obstante, estos últimos, valoraban los dones de este ser; aspecto que se deja ver hasta en ciertas relaciones con los zares, a pesar de que tales acabasen como el rosario de la aurora: Avvákum convertido en yunque frente a los siempre violentos martillos . A lo largo de la narración las citas bíblicas, tanto del Antiguo como del Nuevo testamento, abundan , del mismo modo que la postura de Avvákum rezuma el espíritu cristiano del perdón hacia los enemigos, al igual que una fe inquebrantable en la acción divina a la hora de salvarle de diferentes situaciones de peligro, o de entorpecer la acción represivas de sus perseguidores; se excusa, una y otra vez, por sus peticiones a Cristo, al considerar que ello demuestra su carácter impaciente y desconfiado, lo que supone que – según su visión – él es uno más entre los pecadores sino el mayor, de modo y manera que los castigos que recibe son en cierta medida merecidos y ordenados por el mismo dios, sin desdeñan la presencia malévola del diablo; alguien ha comparado, por su lucha tenaz y alucinada, a Avvákum con el Quijote “a lo divino”, sin negar cierta pertinencia a la comparación, en el caso del que hablamos como tragedia en la que no cabe ni una gota de humor como en el segundo caso, lo que me resulta más cabal es la comparación con el espíritu de Job, que a pesar de las innumerables penalidades y pruebas que sobre él recaen, sigue fiel a su Dios. No falta, por supuesto, los ataques a las imposiciones de la jerarquía y la explicaciones acerca de la conveniencia de santiguarse de uno u otro modo… Y en medio del continuo movimiento de fuga, el paso por un «País salvaje y habitantes enemigos. No osamos seguir detrás de los caballos, ni podemos alcanzarlos, porque los dos nos hallamos hambrientos y extenuados. Mi pobre mujer va caminando, pero, de repente, cae. El terreno es demasiado llano. La pobrecita exclama: – ¿Durará todavía mucho este sufrimiento? -. Yo respondo: – Markovna, hasta la muerte -. Y ella suspira y dice: – Está bien, Petrovich, sigamos adelante».

La obra más que por sus aspectos doctrinales, alcanzó notorio éxito por su valor literario, al ser considerada como la primera gran obra rusa moderna , siendo una de las más destacadas expresiones de la literatura rusa anterior a Pushkin, lo que supuso que fuera admirada por Dostoievski, Tolstói, Turgueniev o Gorki…Piotr Kropotkin afirmaba: «por su sencillez, su seriedad y carencia de toda clase de hechos sensacionales, siguen siendo [estas memorias] el prototipo de las memorias rusas hasta hoy en día»