Por Iñaki Urdanibia

Si cambio en el título el orden habitual de la expresión es debido a que lo que domina en el libro de Yú Miri (Tsuchiura, 1968), «Tokio, estación de Ueno», editado por Impedimenta, son las sombras, las tinieblas, la oscuridad que se oculta, en la sombra, tras los brillos de las celebraciones olímpicas y las pomposas visitas imperiales; también es verdad que tales zonas sombrías se dejan ver, con inquietante y llamativa presencia, en los campamentos de los sintecho del parque que se extiende junto a la estación que se nombra en el título de la novela; personas que por diferentes motivos se vean arrojados a vivir en condiciones infames: pérdida del trabajo, divorcios, y otras bancarrotas personas, laborales y familiares. Coincide que en tal parque hay varios museos, monumentos y algunos templos sintoístas y budistas, lo que hace que las visitas a ellos del emperador y su séquito, al igual que otros selectos visitantes a diferentes celebraciones y exposiciones, sea bastante habitual lo que hace que la zona haya de ser desalojada de quienes allí acampan con sus chabolas elaboradas con lonas y plásticos, con el fin de tapar la vergonzosa realidad; los allá acampados conocen tales operaciones como la caza, que es emprendida por policías de diferentes colores en los días previos a las selectas visitas, y que son anunciadas de un día para otro con algunas hojas informativas, que indican cuándo ha de ser desalojada la zona, que consta de varios barrios, y dónde serán depositados los objetos y propiedades que no se lleven los allá alojados; presencia indeseable no solo para las autoridades que pretenden vender una imagen bella del lugar, y del país, sino también para no pocos vecinos del lugar que no consideran deseable la presencia de esos menesterosos.

La vida del protagonista de la historia, Kazu, nació en Fukushima en 1933, el mismo año que lo hiciese el emperador japonés parece transcurrir en paralelo a la de tan insigne personaje; la vida de tan destacado personaje nipón se cruza en singulares coincidencias con la vida de ese miloficios, que responde al nombre mentado; es más, hasta el propio nombre de su hijo va a estar marcado por algún ideograma que presenta el nombre del príncipe heredero, para resaltar la coincidencia. El hombre había trabajado con su padre en diferentes tareas, recogida de algas, y otras recolecciones, antes de contraer matrimonio con Setsuko, con quien tuvo dos hijos, Yoko y Koichi, antes de marcharse a la capital con el fin de encontrar un trabajo que le pudiese servir para sobrevivir dignamente y para ayudar a su familia. En Tokio trabajó como peón de la construcción en los tiempos preparatorios de los Juegos Olímpicos de 1964. La separación de la familia fue prácticamente total, y únicamente se comunicaba con ella en contadas ocasiones, como cuando se enteró por su esposa del fallecimiento de su hijo, muerte oscura, que le llevó a los bordes de la desesperación y la culpabilidad, al pensar que si su vida hubiese seguido por otros derroteros, tal vez… Más tarde vendría, en su vuelta al domicilio familiar, la repentina muerte de su esposa, aunque a decir verdad, ésta ya había mostrado, días antes, su cansancio mortal que no anunciaba nada bueno. A pesar de que una nieta pretende ayudarle yendo a vivir con él, Kazu se marcha sin dejar rastro, ni indicar su paradero. El parque Ueno, Parque del Obsequio Imperial-Ueno, es testigo de las chozas de las que cuelgan etiquetas similares a las matrículas de los coches, en las que malviven quienes han de buscarse la vida buscando en las basuras, los restos de comida, o recogiendo latas vacías – en el parque hay algunas máquinas expendedoras – que posteriormente venden, o revistas o publicaciones manga que igualmente son vendidas, resultando más beneficiosas aquellas que contienen contenido más picante; labores de venta con las que intentan conseguir algo de liquidez para poder sobrevivir. El peligro allá es constante, no solamente por las operaciones policiales de limpieza, sino por los ataques de algunos jóvenes desalmados que no se privan de agredir y maltratar a los pobres, llegando hasta el asesinato puro y duro como le sucedió a un amigo, podía decirse que guía, de nombre Shegui.

A modo de un avezado flâneur, Kazu, como alma en pena, revisa su vida, y nos la va contando, al igual que va balizando la zona como un guía que señala las calles y lugares de interés que la rodean, y los avatares históricos de su construcción,… aquella tierra dejada de la mano de los dioses que nada tiene que ver con la prometida Tierra pura, que señala el budismo, del que en el libro se dan algunas lecciones, al ser relacionadas con las preces que algunos de los personajes entonan para obtener los favores de Buda, o en la celebración de algún funeral, Buda Amida. Destacables también resultan otras lecciones que se salpican a lo largo del texto, referidas a expresiones, celebraciones y hábitos nipones que son aclaradas en puntuales notas a pie de página. Y… los pájaros, los peces, el paso del tiempo expresado en los cambios estacionales de la vegetación y sus cambiantes colores, etc… son pintados en esta novela que ganó en 2020 el National Book Award de Literatura Traducida en EEUU.

Por aquellos pagos nos guía el espíritu de nuestro hombre, que no pudiendo descansar, chapotea en la soledad anteriormente vivida, que refleja su tristeza que le acompañó hasta su muerte, estado de ánimo aumentado con las noticias del tsunami de 2011 y enfurecido por el anuncio de los Juegos Olímpicos y paralímpicos de 2020, en un contraste insultante entre los fastos de las fastuosas celebraciones y la miseria que se acumula en los márgenes que, como señalase con tino Félix Guattari, son el corazón del sistema.

La escritora, de origen surcoreano y marginada por ello, se sirve de un ser en caída libre, como ejemplo de muchas caídas que se produjeron debido a las crisis y a los desastres naturales, y muestra, aspecto que queda desvelado con nitidez en las últimas páginas, que estamos ante una novela que de hecho se basa en un trabajo de campo, en el que se toma el pulso de esos seres sin voz a los que Yú Miri se la da.