Por Iñaki Urdanibia.

Un brillante ensayo del joven filósofo y novelista francés.

Conste que con la calificación referida a la intensidad no me refiero al joven filósofo y novelista francés (Toulouse, 1981), prácticamente desconocido de Pirineos abajo, y presente en el panorama cultural del Hexágono. Cualquiera que esté familiarizado con publicaciones culturales, filosóficas y literarias, francesas habrá tenido ocasión de conocer al hombre, cuya obra ya es suficientemente amplia en los dos terrenos mentados como para sonar con amplio eco.

El hoy en día profesor de la universidad Jean Moulin de Lyon, hijo de profesores, pasó su niñez en Argelia y posteriormente cursó sus estudios en prestigiosas instituciones: l´École Normale Supérieure de la rue d´Ulm y en la Sorbona, dirigiendo sus trabajos académicos y – digamos que – profanos hacia los terrenos del arte, el cine, la fotografía, y… la vida en general. Su nombre saltó a la fama, en 2008, con su primera novela, rechazada por cinco editores, antes de ser publicada por Gallimard: La mejor parte de los hombres (traducida por Anagrama en 2011). El libro obtuvo una cálida acogida siéndole concedido el Prix de la Flore el mismo año de su publicación, y se acerca, a través de tres personajes, a la irrupción del sida en el medio homosexual en los años ochenta, además de suministrar un vivo retrato del ambiente cultural de la Francia de la época con sus izquierdistas conversos y arribistas. Más tarde vendrían otras novelas, más premios y la publicación de obras filosóficas, encuadradas dentro de la corriente del realismo especulativo. Ya que… añadiré que este mismo año acaba de ver la luz la primera novela de la que se anuncia como trilogía: Âmes. Histoire de la souffrance. I (Gallimard, 2019).

Es digno de aplauso el que se comiencen a editar obras de este, reitero, casi desconocido escritor por acá; si antes fue la novela mencionada, ahora Herder publica «La vida intensa. Una obsesión moderna» en la que el joven ensayista pone el acento en aquella máxima deportiva que guía el comportamiento, o al menos intenta hacerlo, de los humanos de nuestro hoy: citius, altius, fortius, que conduce al personal a tratar de competir consigo mismo y con los demás en la obtención de cotas más altas de récords profesionales, existenciales… Es como si dominase, al menos en la apariencia o la superficie, la aventura, el riesgo, aquello que cantasen los otros de vivir intensamente y dejar un bello, y joven, cadáver (obviando la segunda parte de la copla, claro), hasta convertirse en una obsesión que convierte a cada cual en empresario, y coaching, de sí mismo, en una carrera sin fin. Invitación constante de la publicidad que bombardea a los individuos por tierra, mar y aire, en el cuadro de la pantalla, propia de los tiempos telecráticos que diría Bernard Stiegler. El que no se divierte es porque no quiere o porque es un cenizo o las dos cosas a la vez, y en tal cosa que se atenga a las consecuencias; es como aquella culpabilización de algunas enfermedades, que se reflejaba en la literatura, y de la que hablase con pluma sagaz Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas. Y este esfuerzo permanente por guardar el tipo, en diferentes registros, desde el corporal al de la imagen, o de las relaciones sociales, agota… creando una sociedad del agotamiento que diría Byung-Chul Han.

García realiza la genealogía partiendo del nacimiento del ferrocarril, el desarrollo de la electricidad, la industria, la medicina, las comodidades domésticas que en in crescendo sin pausa ni limites alcanza los mismos bordes de la robotización… lo que hace que tal impulso atraviese los objetos, y a los seres vivos, incluidos obviamente la sociedad y a sus ciudadanos. Tal fluido no es cuestión de voluntad sino que ha llegado a invadir las vidas hasta convertir sus rasgos y pretensiones en una especie de segunda piel, que constituyen nuestros yoes. Queda traducido este espíritu en diferentes esferas del pensamiento, ya en el siglo XVIII y las teorías newtonianas y los descubrimientos de la galaxia eléctrica de la mano de Mathias Georg Bose y el influjo que tales innovaciones supusieron para los artistas románticos,… «electricidad en el nombre de esta corriente natural – una imagen de la fantasía tanto como una realidad -, que al mismo tiempo explicaba el magnetismo, la vida sensible y el funcionamiento concreto de la mente por el flujo de un fluido o de un fuego natural», y García explora el trasvase de tales principios de las ciencias a las tempestades del alma, a las tensiones nerviosas, presentes en las figuras de los libertinos o en los furores adolescentes, que vienen a ser guiados por la búsqueda frenética de intensidades, y señala la reciprocidad que se establece, al modo de vasos comunicantes, que relacional el pensamiento con la fuerzas de la que habla y viceversa. La huella va desde Galvani a Volta, desde la voluntad de potencia de Nietzsche hasta el impulso vital de Bergson, desde Frankenstein a la economía libidinal, y a sus pensadores deseantes, con especial mención a Gilles Deleuze; abarcando igualmente otros terrenos como la música y los imposibles guitarreos de un Jimmy Hendrix, etc. Mas, como ya señalaba líneas arriba, esta permanente intensidad agota, y una de las manifestaciones del tal cansancio es la depresión, al igual que puede manifestarse en la ingesta de diferentes sustancias con el fin de alcanzar supuestos, y soñados, paraísos artificiales.

Todo esto no significa que entre dentro de una planificación racional sino que en ello interfieren los borrosos límites que se dan entre racionalidad e irracionalidad, y los impulsos de las pasiones alimentadas por el karaoke ambiente, sin obviar el sentimiento de vivir y la apertura a diferentes niveles, por ejemplo éticos… «la vida ética no es la vida sabia ni la vida eléctrica, ni la búsqueda de la salvación ni la búsqueda espontánea de intensidad. Es una vida capaz de no entregarse a su intensidad y de no tratar de desentenderse de ella. Es un camino estrecho que serpentea a través de todos los discursos, a lo largo del cual debemos incansablemente no dar razón ni a quienes nos digan que pensemos intensamente ni a quienes nos ordenen vivir en igualdad, sometiendo así una parte de nosotros a la otra y desperdiciando lo mejor que tiene una vida: la posibilidad de ser vivida, ya sea porque la agotan a base de afirmaciones que producen lo contrario, o porque la niegan y esperan otra cosa. Para no afirmar y para no negar la intensidad de la vida hay que aprender a probar esa intensidad en la resistencia: sentimos que vivimos realmente solo si nos enfrentamos a un pensamiento que resiste a la vida, y sentimos que realmente pensamos solo si nos enfrentamos a una vida que resiste al pensamiento», y la propuestas así consistirá – según Tristan Garcia, en surfear en la cresta de la ola, sin dejarse arrastrar por la fuerza de ésta ni negar su existencia y potencia.

Subraya igualmente el ensayista la falacia de considerar esta fuerza de la intensidad como algo ajeno, externo a nosotros mismos, como algo que se nos escapa y desborda, y ahí es en donde toma importancia la presencia del principio de responsabilidad ética del sujeto que en vez de resultar sujetado, dispone de capacidad de control y de elección de hasta dónde admitir el dominio o la pertinencia de la intensidad… ante el panorama en el que ya no funcionan – la falta de credibilidad de los meta-relatos legitimadores de los que alertase Jean-François Lyotard – los paraísos prometidos des lendemains qui chantent, ni los esperanzadores y armoniosos temps de cerises, ni la vida celestial, más allá de la muerte… inmersos en el plano de inmanencia los discuros, no obstantes, desde diferentes ópticas e ideologías siguen centrando sus mensajes en la intensidad como una vida mejor, más aprovechada, más lograda o culminada. Ante ello la propuesta no es ni la huida (pura fuite en avant) que es puro escaqueo del problema, ni la cándida propuesta de la lentitud que ponga freno al impuso estudiado, sino situándose en el corazón del problema tratar de bandearse con dignidad en esta sociedad neoliberal en la que las llamadas a la intensidad están más presentes que nunca… y Tristan Garcia tira de moviola para estudiar la gestación, ya datada en siglos anteriores, de esta invitación a la vida plena, intensa… e invita a mantenerse en los límites de una ética que se informe, que sea consciente del problema planteado, y que huya de la pretendida coherencia entre subjetividad y comportamiento (¡ay Onfray!). Siempre, eso sí, evitando por parte del ensayista el dar lecciones de coherencia o de cualquier otra cosa, o vender sus gustos o disgustos… pretensión propia de quienes tratan de erigirse en intelectuales orgánicos del poder, de la nación, del pueblo, o… de la corrección política, poniendo más el acento en aquello que cree no se debe hacer que en lo contrario: ¡haced esto!

Frente al dogma, el dominio de la reflexión, de la duda y de cierto principio de incertidumbre, de tanteo… en una estrategia que cambia con respecto a las tonalidades dominantes para despistarlas, zancadillearlas, entorpecerlas en su avance grand seigneur.