Por Iñaki Urdanibia.

El pasado 10 de marzo se cumplieron ochenta años del fallecimiento del precursor y pionero escritor soviético.

Hay escritores a los que prácticamente se les conoce por una única obra, aunque su producción haya sido más amplia. Esto es lo que sucede con Zamiatin que es conocido como el autor de esa pionera novela del género distópico: «Nosotros», si bien su producción total contó con casi una cuarentena de entregas entre novelas y nouvelles. Dos cosas pueden decirse, de entrada, al respecto: su traducción al castellano han sido realmente escasa, si no me equivoco solamente dos publicadas: la recién nombrada, editada por Tusquets (1991), y posteriormente «La inundación» (Alfabia, 2010), y cierto es que aunque solamente hubiese escrito la célebre obra distópica que tituló con la primera persona del plural hubiese bastado para pasar a la historia de la literatura.

Recientemente se ha vuelto a publicar, en francés, una novela corta suya, La caverne (Interférences, 2017), que ya anteriormente había sido publicada en la colección Folio (de la editorial Gallimard) junto a otras novelas cortas (de entre 1913 y 1924), que bien servían para ver la trayectoria de este intelectual que comenzó su compromiso en las filas del bolchevismo contra el zarismo y siguió con la crítica de la deriva burocrática que iba tomando la revolución.

Los fenómenos atmosféricos juegan en algunos de sus textos un papel alegórico destacado: así, en La Caverne somos ubicados en Petrogrado en 1920, y el hielo, los mamuts y las rocas ennegrecidas que se asemejan a sombríos inmuebles, constituyen el escenario en el que se mueve una pareja dispuesta a quemar todo lo que pillen con tal de hallar calor con el que defenderse del gélido frío. El hecho no gusta a los vecinos lo que les va a originar una serie de sinsabores. La transparencia del texto no deja lugar a dudas; en él se refleja un mundo en el que lo humano lleva camino de esfumarse a causa de la glaciación política que se iba imponiendo a marchas forzadas y que suponía que las cuestiones de índole ética o individuales quedasen sometidas a la necesidad de construcción de la nueva sociedad con sus hombres nuevos. Si las escenas referidas por el autor son claras en su denuncia, el carácter profético – y más sabiendo lo que luego pasó – adquiere indudable relevancia ante el desastre que comenzaba a tomar carta de naturaleza.

Igualmente son los fenómenos atmosféricos los que toman el eje , desde el título en La inundación, que deja ver cómo el cristal se iba viendo empañado por las grises nubes que iban adquiriendo amenazantes tonalidades negras; unas nubes que parecían mantenerse con firmeza, lo que hace que Sofía sienta que tales nubes se iban amontonado como piedras pesadas que no pertenecían al cielo sino a la mismísima tierra que ella, y toda la sociedad, pisaba. Esta novela corta fue la última que escribió antes de abandonar su país. En la brevedad de sesenta páginas se entrecruzan los problemas de una familia y, a nivel metafórico: la naturaleza (el río, el aire, la tierra, los olores, la sangre…), los animales , los objetos domésticos y la maquinaria de la sala de máquinas en la que trabaja Tom, siendo puestos en relación, todos ellos, con la tormenta familiar que constituye la historia, haciendo que parezca que existe entre los diferentes niveles unos hilos que relacionan directamente a unos con los otros; no faltan algunos guiños a la situación política en la que se desenvuelven los personajes, reflejada hasta en los juegos infantiles. Sofia y su marido, Trofim Ivánich, sienten que entre ellos hay un vacío, que al final descubren cuál es: tienen problemas para tener descendencia, a falta de ella optan por hacerse cargo de una jovencita huérfana de nombre Ganka; lo que en principio pudiera hacer pensar en una solución al vacío nombrado va a devenir en un cariño de la chiquilla, en exclusiva para el varón, la presencia de Ganka viene a estimular las pasiones del éste; la tensión entre ambas mujeres va a crecer y como sucede en estos casos con frecuencia, las cosas no van a quedarse así sino que se van a hinchar…hasta el desastre, como el provocado por el desbordamiento del río Nevá. Mas sabido es que no hay mal que dure cien años, ni bien tampoco.

No obstante, y como ya quedaba señalado líneas arriba fue «Nosotros » (1920) su novela más célebre y la que le hizo pasar a la historia de la literatura y, más en concreto, al género distópico …como verdadero pionero. Tras muchos vericuetos debidos a la férrea censura que no podía admitir bajo ningún concepto un texto en el que asomaba el espíritu crítico con respecto a la desviación que podía seguir el poder surgido de la revolución en su intento por racionalizar hasta el más mínimo detalle la vida de los ciudadanos hasta en la esfera privada. La novela se publicó primero en Inglaterra bajo el título de We (1921) en versión reducida y sin poder ser revisada por el propio autor. Sólo años después se publicó en su país, si bien mucho antes ya había circulado, bajo cuerda , una versión en ruso.

Retrato de una sociedad transparente que adopta las funciones de un perfecto panóptico en manos de los vigilantes, del que nada se escapa, al servicio éstos del Benefactor. Profecía del Estado totalitario que influyó en las distopías posteriores de Aldous Huxley y de George Orwell, entre otros. La deshumanización retratada, al privarse a los humanos de la libertad, de la pasión, etc. y verse sometidos al dictado de la ciencia y la máquina, va a reflejarse igualmente en la mutilación del uso de la lengua, domesticada hasta límites de esclerosis total.

Los ciudadanos – por calificarlos así – son sometidos a la Gran Operación lo que les hace convertirse en seres dóciles, obedientes engranajes de la maquinaria social – aunque más bien podría decirse casi estatal, ya que es el estado dirigido por el Benefactor – que se está instalando con milimétrico detalle. A partir de ahí – liberado del alma enferma según supone el protagonista, D-503 – devenir chivato para hacer saber al máximo dirigente quienes son los componentes de la disidencia no resulta problemático. Todo ha de ser encaminado a lograr la Armonía, impuesta, que ha de ser exportada e impuesta igualmente a nivel interplanetario. [Más tarde llegarían los tiempos en los que la disidencia sería tratada con haloperidol o con monstruosos juicios-farsa].

Son de destacar igualmente las contradicciones, en las que se debate el propio protagonista, D-503, entre oponerse al poder del proyecto de Estado científico futuro y usar en cierta medida sus mismos criterios racionalizadores como paradigma único fuera del cual no hay salvación posible.

Dejo de lado otras cuestiones de orden reglamentario de tal Estado, del mismo modo que las costumbres alimentarias. Igualmente especial atención merece la oposición, de los mefi dirigidos por una mujer… y es que donde hay opresión hay resistencia.

El texto no se resiste para nada a la interpretación pues tiende a la misma transparencia que retrata.

En la brevedad de sus escritos, y muy en concreto en este, su buque-insignia, Zamiatin tiene la indudable habilidad de entregarnos veloces historias magistralmente compuestas, con la precisión milimétrica de un geómetra o con la pericia de un jugador de billar, que consigue mantener la atención lectora desde la primera hasta la última línea.

No lo pasó muy bien que digamos Zamiatin por su tendencia a escribir libremente, sin dejarse domesticar por los estrechos criterios impuestos por la nomenklatura, como tampoco lo pasaron bien sus colegas Boris Pasternak, Vassili Grosmann, Marina Tsvetaieva, Anna Ajmatova, o Mijaíl Bulgakov; «todo artista más o menos importante-decía el último de los nombrados- es siempre un hereje »; y él fue a despedir al autor de «Nosotros» a la estación cuando al fin le fue concedido, por medio de los buenos oficios de Maxím Gorki, el permiso para irse al extranjero; al autor de «Maestro y Margarita» no se le concedió a pesar de sus repetidas peticiones al secretario general del PCUS, el camarada Stalin [pueden leerse la angustiadas cartas en las que se solicitaba que se les dejase escribir y/o marcharse al extranjero en Mijaíl Bulgákov y Evgeni Zamiatin, «Cartas a Stalin». Veintisieteletras, 2010]:. No cabe duda de que no eran buenos tiempos para la lírica.

Si Zamiatin se afilió tempranamente al partido bolchevique y hasta fue apresado, un par de veces, por las autoridades zaristas debido a sus escritos críticos que no ahorraban dardos dirigidos contra el poder, más tarde también tuvo serias dificultades, cuando ya los bolcheviques habían tomado el Palacio de invierno, para que sus escritos pudieran ver la luz. Tras su estancia en Inglaterra dirigiendo la fabricación de buques, publicó varias obras en las que criticaba el sistema capitalista en el que había vivido; entonces fue considerado como un héroe en la patria de los soviets, mas pronto cambiaron las tornas cuando sus dardos se dirigieron contra la burocratización del poder soviético, y vio como su retrato distópico, antes nombrado, era prohibido y publicado en el extranjero; sólo años después de su muerte vio la luz en la URSS su «Nosotros» del mismo modo que pasó con «Doctor Zhivago », con «Vida y Destino» o con «Maestro y Margarita», allá por los ochenta.

Yevgueni Zamiatin ( 1884- 1937)

Nacido en Lebedyan, Tambov, estudió y más tarde enseñó, ingeniería naval. Debido a ambas dedicaciones viajó por toda Rusia, y por el extranjero, visitando distintas ciudades: Beirut, Constantinopla, Esmirna, Jerusalén, Port Said…Perteneció, en su juventud, al partido bolchevique – afiliándose en los tiempos de la revolución de 1905 -, y debido a ello fue detenido en un par de ocasiones y también desterrado por el poder zarista. Su primer relato data de 1902 si bien fue en 1913 cuando se dio a conocer como escritor con unos cuentos en los que retrataba el estancamiento de la vida provinciana, y reflejaba las miserias de las clases trabajadoras, escritos que fueron prohibidos por sus abiertas críticas al ejército zarista. En 1916 se trasladó a Inglaterra, donde había recibido el encargo de construir un buque rompehielos – más tarde en su país diseñó algunos más -. Su experiencia inglesa la relataría en distintos textos en los que criticaba la hipocresía y la monotonía conformista de la vida inglesa.

Después de la revolución, 1917, su actitud independiente y crítica ante el nuevo régimen impidió que obtuviera ningún cargo oficial de importancia en el campo literario, ni en ningún otro. Eso no quita para que desempeñara un importante papel en el desarrollo de las letras soviéticas de inicios del siglo XX, al formar un grupo dinamizador de nombre los «Hermanos Serapion » (1921), que contó con ocho prosistas y tres poetas (Elisaveta Polónskaia, Nikolái Tíjonov y Vladimir Pozner, que después emigró y se acreditó como crítico genial) y el crítico Ilyá Gruzdev. Tal grupo tuvo la osadía en aquellos trágicos años de afirmar la primacía del arte y su independencia de la política, postura en las antípodas del oficial: el realismo socialista, no digamos de las exigencias de su posterior teorizador Zhanov (o aun , de los escritos, en el foro de Yenan, de Mao Ze Dong). Durante estos años elaboró lo fundamental de su obra y más en concreto su My (Nosotros). Tanto ésta como alguna otra novela dejaba ver cierto, bastante, pesimismo con respecto al futuro, postura que el poder no era capaz de admitir. En 1929, ya en tiempos de Stalin, cayó en desgracia – más todavía – debido a la publicación de la obra mentada en el extranjero. La vida se le iba convirtiendo en insoportable (prohibiciones, amenazas y agresiones) y el manto protector de Máximo Gorki no era todopoderoso. Éste le sugirió que escribiese directamente una carta a Stalin contándole su situación. Así lo hizo: «…un hombre condenado a la pena capital se dirige a usted con la petición de conmutar esta pena. Usted conoce probablemente mi nombre. Para mí, en tanto que escritor, estar privado de la posibilidad de escribir equivale a una condena a muerte. Las cosas han llegado a un punto en el que me resulta imposible ejercer mi oficio, ya que la actividad de creación es impensable si uno se encuentra obligado a trabajar en una atmósfera de persecución sistemática que cada año se vuelve más grave…». La respuesta tardó pero al fin llegó, recibiendo un permiso para irse al extranjero con su familia. A París se fue, en 1932, y allí vivió integrado en los ambientes intelectuales, escribió algunos textos y comenzó una novela que quedó inacabada, en ellos mostraba su decepción tanto con la vida del Este, supuestamente revitalizado, como del decadente Oeste. Vamos que no se casaba ni con tirios ni con troyanos.

Murió en la más absoluta de las pobrezas en París, el 10 de marzo de 1937, de un ataque al corazón.