Por Iñaki Urdanibia.

Acercamiento a la lectura de la obra de la escritora italiana, y a su figura.

1) La tribu en la historia italiana

« Nuestros ayeres » (1952)

La novela considerada por no pocos críticos como la más representativa de su escritura, Tutti i nostri ieri , cuenta la historia de un par de familias (una y la de la casa de enfrente) que se cruzan en el transcurso de sus vidas a lo largo de varios años, en los tiempos del fascismo, de la invasión alemana, de la resistencia y de la liberación. El título original del libro deja ver el pasado de las distintas generaciones y sus padecimientos pasados: tanto por quienes vivieron la primera guerra mundial y su posguerra como con los que fueron contemporáneos de la segunda contienda, con invasión del país incluido, dando a entender los “ayeres” que se trata del pasado. Indicaré, de pasada, que varios nombres asoman en el texto (Eugenio Montale, Emmanuel Kant, Baruch Spìnoza, Karl Marx, David Ricardo, Sören Kierkegaard, …) que dan cuenta de los autores que constituían las lecturas por aquellos tiempos de la escritora.

Dos novelas, en especial una (la otra era corta en exceso y la escribió a sus dieciséis añitos), habían sido escritas antes que esta; la escritora señalaba su maduración y su cambio de óptica al escribirla: «en el 52 escribí Nuestros ayeres, novela más bien larga…Diré sólo que en ella mis personajes habían perdido la facultad de hablarse. Mejor dicho hablaban, pero no ya de forma directa, los diálogos en forma directa se me habían vuelto odiosos. Aquí se desarrollan de forma indirecta, entremetidos estrechamente en el tejido de la historia; y el tejido conectivo de la historia era apretado, como una labor de punto apretada y compacta que no deja filtrar el aire» (Pequeño apunte autobiográfico, 1964).

Está claro que para cuando escribió su novela, la escritora sabía bien, lo había experimentado en propia carne, que la vida iba en serio, y no únicamente para ella, viuda y con tres hijos a su cargo , sino que para su país todo. Habían vivido la primera guerra, la posguerra y ahora se entraba en la segunda…y el ambiente con que se inicia esta novela es precisamente el tiempo de espera, cuando se comienza a mascar el sabor de la tragedia, aunque en un principio no parece que la cosa vaya a pasar a mayores (hasta dudan de que Italia se una a los alemanes…); todo ello visto a través de una familia, relacionada con sus vecinos de la casa del otro lado de la calle. La situación de inseguridad va creciendo y las direcciones que toman la vida de los componentes de ambos núcleos familiares parecen guiadas por la incertidumbre y el azar, deudoras de la inseguridad provocada por las inciertas noticias de la guerra que hace que algunos miembros, masculinos, sean llamados a filas, mientras que las mujeres permanecen en sus hogares.

Los seres que deambulan por la obra son una galería de personajes diversos: los unos tendentes a resistir y a cambiar la marcha de las cosas, otros absolutamente desinteresados de lo que sucede ante sus narices. Los cambios de residencia con el fin de ponerse a salvo comienzan a darse, y la protagonista, Anna, ha de hacer frente a su maternidad en un aislado pueblo, al que ha llegado de la mano de un señor, Cenzo Rena, con el que contrae matrimonio – azares de la existencia – al hacerse cargo de la hija que está al llegar , es un señor que tiene peso en el pueblito; no sólo debido a sus supuestas posesiones, sino a que juega el papel de consejero – comportándose como un entregado filántropo – para con la población que recurre a él ante cualquier problema que surja tanto a nivel colectivo como individual; más adelante, debido a su dominio de la lengua alemana, se convertirá en poco menos que mediador con las autoridades ocupantes. No son fáciles, de entrada, para la recién llegada, las relaciones con los habitantes del lugar, el sur pobre que nada tiene que ver con las costumbres y hábitos de la ciudad del norte de la que ella procede. Anna tiene relaciones lo que no quita para que se halle desubicada y sola, acostumbrada como estaba al calor de su familia allá en las cercanías de Turín. La madre había muerto al poco de nacer ella, su padre – que permanecía a su bola, y que marcaba los gustos de sus hijos al milímetro – siguió el camino de la madre cuando los hijos todavía estaban en edad de cursar los estudios. En la casa viven con una señora, María, que había sido dama de compañía de la abuela y que con ella había vivido viajando y acompañándola en sus traslados, compras, etc. En la actual casa cayó como en herencia, y en cierto sentido sentía que su estatus había sido rebajado, lo cual no quita para que se desviviera por los habitantes de la casa. A la señora , ya a solas con los hijos huérfanos (Ippolito, Concettina, Giustino y Anna), la situación le desborda, pues se halla en medio de unos jóvenes sin la vida encaminada…y en esta situación de desbrujule ella se siente impotente e incapaz de poner orden en aquel ambiente atorbellinado, más si cabe porque su modo de ver la vida está anclado en los valores tradicionales.

El hermano mayor, un ser sin garra y ensimismado, Ippolito, solo parece estar preocupado por sus afanes antifascistas, para lo cual se reúne con uno de los vecinos de enfrente, Emmanuel, y algún otro sujeto que andaba merodeando junto a la verja de la casa, Danilo; también otro de los hermanos, Giustino, participa en la conjura antifascista. Anna comienza a salir con uno de los vecinos de enfrente, un muchacho de su edad que responde al nombre de Giuma; sus visiones de las cosas son diametralmente opuestas: mientras que ella se cansa de repetir, como un sagrado mantra, la palabra y el deseo de revolución – que es lo que ha oído en casa – , al otro le preocupa únicamente vivir del modo más alegre y placentero posible, sin compromisos mayores, ni menores.

Por la casa de enfrente – cuyo dueños son propietarios de una fábrica de jabón – asoma de vez en cuando un enigmático personaje, Franz, que resulta que es judío y, en consecuencia, teme el cariz que están tomando las cosas en el país; allá viven también la madre, mammina, y su hija Amalia que parecen uña y carne y que hacen buenas migas con el nombrado. Más tarde Amalia se casará con Emilio un hombre que todo hace sospechar que se mueve en la órbita fascista y que pertenece a una adinerada familia.

En un momento determinado aparece un señor que había sido amigo del padre, si bien las relaciones se habían enfriado hasta el punto de que la padre le despreciaba y evitaba recibirle; en cierto sentido, en algunos momentos da la impresión de que el señor Cenzo Rena – que tal era su nombre – pretende asumir el papel del padre ausente, lo cual se traduce en conversaciones en las que se muestra – digamos que – meticón con los hijos.

Con una precisión milimétrica la escritora hace aparecer y desaparecer a sus personajes sin que ello suponga que se pierda, ni ella, por supuesto, ni los lectores que retoman el hilo de las vidas pintadas con absoluta continuidad…allá en donde las habíamos dejado; los que sí que parecen perdidos e impermeables entre ellos son los personajes que en muchas ocasiones se relacionan de manera superficial sin llegar, no digo ya que a conocerse, sino a intimar y conocer los sentimientos y las verdaderas cuitas de cada cual. Y la autora se encarga de acercarnos el foco a cada uno de ellos con la cercanía que no lo hacen ellos, desvelándonos detalles y comportamientos que van dando cuenta cabal de cada uno de ellos y sus modos de encarar las cosas .

Dentro de este panorama, Anna que, en cierto sentido, es la protagonista esencial (y digo que “en cierto sentido” ya que se dan páginas enteras en las que se ausenta, amén de que no nos topamos en ningún momento ante una señora – digamos que – de armas tomar, sino más bien ante un ser dependiente – en general de algún hombre – y que en cierta medida ha asumido el rol que la sociedad asigna a las mujeres: pasivas y dispuestas a sufrir sin chistar). Anna no pudo aprender de su madre ya que no la llegó prácticamente a conocer, con sus hermanos se comportaba sin entrometerse para nada con los que ellos hicieran o dijeran, con respecto a su novio pasajero y su relación con otras mujeres no toma desde luego una postura radical, ni siquiera crítica…con su protector, el que devendrá su marido, muestra una conformidad de principio a fin: primero aceptando convertirse en esposa de, y acto seguido marcharse con él al pueblo perdido, callando, por otra parte, ante las decisiones que éste toma…a lo más algún pequeño quejido. Tampoco la maternidad le saca de su inseguridad, convirtiendo su vida, eso sí, en protectora de su hija Silvana, ante los peligros de la guerra. Al marido siempre le había preocupado que « en el fondo nunca le había ayudado [a Anna] a convertirse en una persona, ella en el fondo seguía siendo un insecto, un insecto pequeño, perezoso y triste encima de una hoja, él no había sido más que una hoja grande para ella…».

En el nuevo destino, San Constanzo, Anna se siente fuera de su ambiente, no solo familiar, sino que las costumbres, las tradiciones y las creencias que allí se estilan están en las antípodas de las que ella acostumbraba; así, a pesar de que el trato con su marido es correcto y sus relaciones con Maschiona son buenas, la presencia de animales por las callejuelas y los correspondiente parásitos se convierten en un verdadero infierno para ella. Al malestar de la vida en el pobre sur se han de añadir las noticias, nada esperanzadoras, que llegan con respecto al desarrollo de la guerra, que trae como consecuencia sobrevenida la creciente presencia de judíos que escapan de las garras, en especial, alemanas y de las leyes racistas que había promulgado el fascio italiano; cuestión que hace aumentar los tiras y aflojas entre el marido de Anna y el sargento de carabineros, fiel cumplidor del orden y la ley, y vil maniobrero que se dedica hasta a escribir anónimos con infundios. Entre medio vamos conociendo algunas noticias del frente ruso, las luchas que contra el invasor se dan en la montaña del norte piamontés del país, heridos y muertos en los combates, entre los que hallamos algunos conocidos y familiares.

En el seno del propio pueblo, en el que vive Anna, se dan intentos de organizar la resistencia y se dan a conocer distintas propuestas entre quienes se oponen al fascismo y al nazismo (representadas por el posibilismo de Rena y la rebeldía resistente del sindicalista Giuseppe); al final las cosas no acaban como podía esperarse ya que la brutalidad de las autoridades germanas no deja lugar para veleidades, y la venganza es una moneda corriente en su comportamiento. Más tarde finalizada la guerra asistimos, como sucede en estos casos, a algunos cambios de camisa, a ciertos intentos por depurar responsabilidades, a ciertas muestras del desencanto y a la aparición de algunas formas embrionarias de reconstrucción del país; «se sentían felices de estar juntos, acordándose de sus difuntos y de la guerra interminable y del dolor y el clamor y pensando en la difícil y larga vida que les quedaba por recorrer y que estaba llena de cosas que aún no habían aprendido»

Sin entrar en mayores desacuerdos y discrepancias, creo que se ha de puntualizar la opinión de Ítalo Calvino cuando señalaba que esta novela era la continuación, en forma narrativa, del Léxico familiar (curiosamente en francés se tituló Les mots de la tribu), y no lo digo por las fechas de publicación que hacen que la primera no pueda ser copia de la otra, sino porque la nombrada es una obra inequívocamente autobiográfica, en la que se habla de la familia, sus dichos y costumbres, sus frases hechas, y los hábitos paternos y maternos con respecto a la vida doméstica y al comportamiento con respecto a los hijos….sin que esto suponga, que en Nuestros ayeres, en algunos de los personajes y en sus modos de actuar se puedan adivinar sin esfuerzo algunos de los rasgos de los miembros retratados en el libro familiar: así desde el principio, en la novela leída, vemos a un padre ilustrado y posicionado claramente con el antifascismo, a través de la escritura de sus siempre inacabadas memorias, La verdad y nada más que la verdad, que en casa, en especial con sus hijos hace reinar una verdadera dictadura, retrato que corresponde a la vida familiar reflejada en el otro; también es cierto que algunos rasgos del carácter de los hijos, coinciden en ambas obras…así pues, sí que se dan ciertos aires de familia. Podría decirse en este orden de cosas y enlazando ambas obras – a mi modo de ver quizá las más logradas de su producción novelística – que en la que hemos leído se describe la presencia de la familia (la tribu) en la historia, mientras que en la otra nombrada, lo descrito era el ámbito meramente familiar si bien ésta se desenvuelve en un contexto bien determinado.

Sea como sea, Natalia Ginzburg observa desde el microcosmos familiar, en este caso un par de familias entrecruzadas, la historia italiana que se desarrolló en aquellos años de fascismo y de guerra mundial y civil…fusión entre lo privado y lo público es el eje sobre el que rota la narrativa de la italiana.

2) Otras obras… escribir las pequeñas cosas

+ «El camino que va a la ciudad» (1942 / Bassarai, 1997)

Primera novela de fuste, en extensión y estructuración, de la autora. La novela la escribió en 1941 mientras estaba, acompañando a su marido, confinado en Pizzoli, pequeño pueblo campesino de los Abruzzo; la novela fue editada un años después, siendo presentada bajo el seudónimo de Alessandra Tomimparte.

En las páginas salen a la palestra las relaciones de amor y odio que le unían con aquel pueblo y con sus habitantes, a los que da la palabra intercalándola con la de sus amigos y parientes. El nombre de la población es mantenido en el más estricto anonimato, lo que invita a pensar que la intención de la escritora era mostrar el caso como un ejemplo aplicable a otros casos similares, con lo cual trataba de tomar el pulso que entonces dominaba el tejido social de las provincias encerradas en sí mismas con sus miserias, sus prejuicios y frustraciones. Se confronta tal situación con la de la ciudad, como supuesto contraejemplo, ya que se supone, al menos así lo hacen algunos de los personajes de la novela – Giovanni y Nini, hermano y primo segundo de la protagonista – que luego comprueban que no es oro todo lo que reluce, lo que les empuja al desengaño. La protagonista, Delia, en la ciudad, queda embarazada de un novio de buen ver y buena situación, es médico, y aunque las cosas parece que se van a embrollar…la cosa no acaba en drama. ..La escritora deja claro, en el sabroso apéndice que acompaña esta edición – Pequeño apunte autobiográfico– que su pretensión era que «cada frase fuese un latigazo», cosa que logra sin lugar a dudas.

+ «Las pequeñas virtudes» (1962 / Acantilado, 2002)

Once textos componen esta hibridación de géneros, entre ensayo y autobiografía, en la que la escritora da sobrada muestra de que nada de lo humano le era ajeno. Así pues, hallamos textos sobre el pueblo antes mentado en el que estuvo desterrada; nos habla de la guerra, de la pobreza y el miedo que tal situación bélica provoca, y, como no podía ser de otro modo, nos planta ante sus oficio de escribir y su condición femenina. Se acuerda también de su amigo Cesare Pavese y de su triste existencia y fin…y entrega unas variopintas valoraciones del que fue país de acogida por un tiempo: Inglaterra. Una prosa bien escrita, y una sagacidad que le hace expresar afiladas críticas teñidas de un ligero humor.

+ «Léxico familiar» (1963 / Lumen, 2016)

La escritora cuenta su juventud en Turín, el antifascismo, la guerra y la deportación, tomando como eje – desde el mimo título – su familia, y qué familia.

Un padre, judío de Triestre, profesor universitario de anatomía; un hombre solidario y siempre dispuesto a ayudar a quienes luchaban contra el fascismo, que de puertas adentro era un ser autoritario que imponía – sin evitar los desprecios e insultos hacia sus hijos – sus gustos y disgustos.. La madre era de Milán, protestante y quejica. Una de sus hermanas casada con uno de los Olivetti, los de las célebres máquinas de escribir; los hermanos eran de genio vivo. También conocemos a su marido-del que tomó el apellido al contraer matrimonio- Leone Ginzburg, judío procedente de Ordessa que se había nacionalizado italiano, destacado intelectual que combinaba su compromiso anti-fascista con el ejercicio de la crítica literaria. Detenido y asesinado por la Gestapo, tras ser brutalmente torturado. No podía faltar sus amigos, del mundo de las letras: el editor Giulio Einaudi, los escritores Cesare Pavese, Carlo Levi, etc.

Recorriendo las páginas unos recuerdos de su juventud , en constante disputa con sus progenitores, y de las desgracias de las que fue testigo y víctima. La risa no puede evitarse el conocer las coletillas y frases archirepetidas que componían el modo de expresarse familiar ante los diferentes acontecimientos y comportamientos que vivían, ellos o sus paisanos y amigos; frases que la escritora consideraba como el latín, el vocabulario jeroglífico que les llevaba a conocerse como perteneciendo a la misma tribu..

+ «Querido Miguel» (1999 / Acantilado, 2000)

Novela epistolar de la que su traductora, Carmen Martín Gaite, dijese que era «el libro que más me ha emocionado traducir». Lo que sí que es cierto es que la lectura de esta novela epistolar conmueve al lector al hallarse ante la historia de un hijo perdido, Miguel, que abandonó el hogar familiar para trasladarse a tierras lejanas en donde llevó una vida nada ejemplar que le condujo a una oscura muerte en consonancia con su turbia existencia. La madre llora la trayectoria del hijo sin llegar a comprender su modo de vida, y de ausencia. Cuarenta y dos misivas intercambiadas en las que la honda soledad y el vacío se adueñan de la prosa, y en las que no se da un lenguaje común, abismo que refleja las concepciones de diferentes generaciones…con un marcado acento, que sirve a modo de centro de gravedad, en las diferencias políticas y en algunos aspectos de la sexualidad.

+ «A propósito de las mujeres» (2016 / Lumen, 2017)

Ocho relatos componen este volumen que toma el título del texto clarificador que les precede, en el que la escritora se explaya en unas rumias acerca de la carga que conlleva el hecho de ser mujer. Expone la singularidad de las mujeres que «tienen la mala costumbre de caer en un pozo de vez en cuando, de dejarse embargar por una terrible melancolía, ahogarse en ella y bracear para mantenerse a flote: ese es su verdadero problema. Las mujeres se avergüenzan a menudo de ello, y fingen que no tienen problemas…». La escritora mantiene como hipótesis que tal vez tal peligro provenga del temperamento femenino, al tiempo que sostiene que es muy probable que tal estado anímico esté provocado por los siglos de sometimiento y esclavitud en los que han estado sometidas. La posición que ante tal problema se mantenga hace que una mujer sea mujer canguro o mujer no canguro – siendo más en su opinión – las que pertenecen al primer conjunto. Tal análisis no quita para que, por supuesto, ella llame a la lucha, proponiendo a las mujeres que se defiendan «con uñas y dientes de su malsana costumbre de caer en el pozo …»; su propuesta es que las mujeres han de luchar por su libertad, ya que « de lo contrario seguro que nunca podrán hacer nada serio y el mundo no progresará mientras esté poblado por una legión de seres que no se sienten libres.»

Los relatos recogidos están escritos, en su mayoría, tras el final de la guerra, y ello se observa en la tonalidad que acompaña a estos cuentos en los que las relaciones entre hombres y mujeres, nos presentan a las segundas como seres infelices, si bien en la lectura se llega al convencimiento de que tampoco es que los primeros, los hombres, sean felices y seres realizados, pues es el desengaño, las frustraciones, las traiciones y las infidelidades las que pueblan las historias y dominan a los seres – femeninos y masculinos- que las protagonizan.

3) Vida ( 1916-1991)

Natalia Levi (el apellido por el que pasó a ser conocida en el mundo de las letras, Ginzburg, es el de su primer marido) nació en Palermo en 1916 en el seno de una familia poco convencional e inconformista. Judía era la procedencia religiosa de su padre, siendo su madre educada en el catolicismo, creencias que no fomentaron en sus hijos a los que educaron en el más estricto ateísmo, lo que les mantuvo al margen de los demás niños. La familia se trasladó a Turín que es en donde el padre logró un puesto en la universidad como profesor de biología, convirtiéndose su domicilio en lugar de encuentro de intelectuales opuestos al fascismo.

En 1938 contrajo matrimonio con Leone Ginzburg, intelectual de origen ruso, periodista, escritor y profesor, activo en el movimiento de resistencia italiana al fascismo (militando en el grupo Giustizia e Libertá), resistencia que a lo largo de la segunda guerra mundial se extendió al nazismo que entró en las tierras italianas. A partir de la unión, la pareja se relacionó con el ambiente que rodeaba a la editorial Einaudi, de la que Ginzburg era uno de los fundadores, integrado por Cesare Pavese, Ítalo Calvino, Elsa Morante, Felice Balbo, o Carlo Levi, entre los más célebres; sin olvidar otros célebres componentes del “grupo turinés” como Vittorio Foa, Norberto Bobbio, que también formaron parte de sus amistades . Natalia llegó a trabajar en dicha editorial contándose entre sus patinazos, el haberse negado a publicar la primera obra de Primo Levi (¿ cómo no recordar la metedura de pata de André Gide con respecto a publicar a Proust, o a las faltas de olfato del exigente comité de lectura de la editorial Gallimard, con Julien Gracq, Henry Miller, William Burroughs…? ).

La mujer entró en el campo de la literatura en 1933 al ver publicada una novela corta en una revista literaria, Solaria, siendo, no obstante y como ella misma señala, su verdadero estreno, «el primer cuento de verdad», Una ausencia, que es de la misma fecha; anteriormente había escrito algunos poemas y relatos que pasaron desapercibidos y que, desde luego, no eran valorados, a posteriori, por la propia escritora.

Al inicio de la segunda guerra Leone Ginzburg fue confinado a una pequeña aldea de Pizzoli, en los Abruzzo, lugar al que le siguió su esposa, sirviendo la experiencia a ésta última para escribir su «El camino que va a la ciudad», publicada en 1942 por Einaudi. Teniendo en cuenta su condición de judía y la de su marido, al que había de añadirse su repleta ficha policial, la obra hubo de firmarse con seudónimo, Alexandra Tornimparte. Fue en esta época en la nacieron sus tres hijos: Carlo – que llegaría a ser un brillante representante de la micro-historia -, Andrea y más tarde llegaría Alexandra.

En el momento de la caída de Mussolini, en 1943, la familia logra llegar, clandestinamente, a Roma; escondiéndose tanto allá como en Florencia. En la capital italiana, su marido fue detenido por los alemanes y murió salvajemente, el 5 de febrero de 1944, asesinado en la cárcel de Regina Coeli, en donde estaba preso tras haber sido torturado por la temible Gestapo…experiencia que obviamente dejó una profunda huella en la escritora, que la dejó expresada en su poema Memoria (*), del mismo modo que honda fue la huella que le dejó la separación forzada de sus hijos al tenerse que esconder en un convento, herida que tal vez fue su inspiración para su relato La madre. Desaparecido su marido, su compromiso con la resistencia se mantuvo fiel hasta el final, al igual que su participación política y cultural, a través de la editorial ya nombrada, Einaudi , en donde ocupaba un puesto importante. Su presencia se traducía no solo en sus obras sino también en sus traducciones de obras, entre otras, de Marcel Proust o Gustave Flaubert; sin olvidar sus biografías de Chéjov y Manzzoni.

Cinco años después de finalizada la guerra, contrajo matrimonio con Gabriele Baldini, director del Instituto italiano de la Cultura en Londres, trasladando su domicilio a tal lugar; en aquella época su productividad en el campo de la escritura creció, centrando su mirada, en especial, en el terreno de la memoria, los retratos psicológicos y la vida familiar que le ofreció, sin lugar a dudas, una importante fuente de inspiración. De entonces es su «Nuestros ayeres» a la que siguieron otras novelas, entre las cuales destaca su texto autobiográfico, «Léxico familiar», con el que consiguió el premio Strega.

En 1969 fallece su segundo marido. Su primera publicación tras el luctuoso hecho, retomó el género ensayístico, que ya había probado con éxito con su «Las pequeñas virtudes», publicado en 1962. Su dilatada práctica como articulista en los más prestigiosos periódicos (La Stampa, Il Corriere della sera, L’Unità, Il Mondo ), qué duda cabe, que le sirvieron como banco de pruebas.

Al género novelesco volverá en 1973 con la publicación de «Querido Miguel», novela epistolar, a la que seguirían dos novelas más del mismo tipo, en las que trataría de resolver el problema que le perseguía desde hacía tiempo: la duda entre el uso de la primera y la tercera persona. También escribió algunas obras de teatro que no obtuvieron, en general ningún tipo de aplauso.

En 1983 fue elegida diputada para el parlamento italiano, presentándose en las listas del PCI.

Ocho años después, falleció en Roma, tras una dura lucha contra el cáncer.

( * ) MEMORIA

Los hombres van y vienen por las calles de la ciudad.

Compran su comida y periódicos, van a sus ocupaciones diversas.

Han enrojecido sus rostros, los labios son vivos y llenos;

Ella alza el pañuelo para mirar su cara,

Se inclina para abrazarle con un gesto habitual.

Mas era la última vez. Era el rostro habitual.

Únicamente un poco envejecido. Era el traje de siempre.

Y los zapatos eran los de siempre. Y las manos eran las

Que cortaban el pan y servían el vino.

Hoy todavía, mientras que el tiempo que pasa eleva el velo

Ella vuelve a ver su cara por última vez.

Si caminas por las calles nadie no está junto a ti.

Si tienes miedo nadie toma tu mano.

Y no es ya tu calle, no es ya tu ciudad.

No es ya tu ciudad iluminada. Es la ciudad iluminada de otros.

De quienes van y vienen, comprando comida y periódicos.

Puedes mostrarte en la ventana

Y mirar el silencio del jardín en la noche.

Cuando llorabas era su voz serena.

Cuando reías era su ligera risa.

Mas la puerta de la verja que se abría de noche quedará cerrada para siempre.

Se ha ido para siempre tu juventud, el fuego se ha apagado, vacía queda la casa.

4) Su escritura

Natalia Ginzburg tuvo una importante presencia en el mundo de las letras tanto en su faceta de escritora como debido a sus labores editoriales; su nombre ha engrosado el conjunto de destacadas escritoras italianas (Rosetta Loy, Dacia Maraini, Elsa Morante, Anna Maria Ortese, Elisabetta Rasy, etc.). Cierto es que con el paso del tiempo su presencia ha decrecido, y hasta la capacidad de enganche de su prosa me atrevería a decir que también, especialmente tras su fallecimiento. Mientras vivió su fuerte personalidad, sus intervenciones teñidas de tonos impulsivos y comprometidos, unidas a su estilo directo, y casi oral en muchas ocasiones, hicieron que su figura luciese, al contagiar su estilo directo y afectivo a los lectores.

Más de uno ha afirmado que los grandes escritores siempre escriben sobre los mismo; pues bien, en el caso de esta mujer italiana la materia prima son los recuerdos tanto familiares como los relacionados con su agitada existencia. La mirada afilada de la autora hace que lo que en apariencia es insignificante se convierta en el objeto de su prosa y de su análisis cuando el centro de su mirada son las personas; parece como se hubiese encomendado al dios de las pequeñas cosas (con el permiso de Arundhati Roy). Los ambientes habituales en sus historias reflejan la inconsistencia , la pasividad , y la banalidad de la vida cotidiana, lo que puede hacer que surja la atmósfera de un medio inestable, desvertebrado y que parece girar en torno a un eje incierto sin fijezas inalterables que sirvan de guía.

Este entrecruzamiento entre los recuerdos y su singular capacidad de observación es lo que podría denominarse la marca de la casa, que va a distinguir sus narraciones. Su vida, el entorno, son los primeros ejes de atención, y constituyen la materia prima de sus primeros pinitos en el campo de la escritura. No obstante, pronto le invadió el temor a caer en lo meramente autobiográfico, al considerar que esto podría suponerle ser encasillada en una escritura “femenina” en exceso, a pesar de que dichas dudas no pudieron ser esquivadas en su totalidad ya que al fin y a la postre Natalia Ginzburg alimenta su pluma de la vida familiar, en primer lugar, y de los momentos de lucha que vivió y que le condujeron a la existencia clandestina, a las huidas, a los escondites y …a conocer la cercana muerte violenta: la de su primer marido y la de algunos otros camaradas; «tenía un horror sagrado a la autobiografía. Le tenía horror y terror porque la tentación de la autobiografía era en mí muy fuerte, como sabía que sucede a menudo a las mujeres, y mi vida y mi persona, proscritas y detestadas, podían irrumpir de repente en la tierra prohibida de mi escritura, y, advirtiendo en mí una fuerte inclinación al sentimentalismo, tenía un terror sagrado a ser “empalagosa y sentimental” defecto que me parecía odioso por ser femenino, mientras que yo quería escribir como un hombre». Mas el modo de expresar lo que señalo, se plasma en el uso de una primera persona, no disimulada, combinada con diálogos, presentados en forma indirecta, que dan cuenta de la pluralidad de los puntos de vista sobre lo retratado, sin olvidar cómo los hechos vividos (padecidos muchas veces) dejan su inevitable impronta en los protagonistas, muchas veces involuntarios, de las historias reflejadas en su prosa; en este último orden de cosas, cabe referirse a la frustración de no pocos de sus personajes, intelectuales ellos, y la quietud, forzada, de unas mujeres al borde de la inmovilidad y de la entrega a las tareas del hogar u otras labores subordinadas…como si un pozo fuese la esencia – forjada por los condicionamientos familiares y sociales – de su ser femenino;

La sencillez que huye de cualquier forma de abalorio estilístico, casa con la modestia del tono que responde a un nivel llano y popular; lo dicho ha de combinarse con un cierto distanciamiento que le hace comportarse como un notario que da escrupulosa cuenta de lo observado sin dejarse llevar por sentimentalismo alguno. Como ella misma señala en sus inicios todas sus lecturas, y modelos de escritura, eran extranjeros, y muy en concreto y de forma destacada Antón Chéjov de quien por cierto escribió una suculenta biografía (Acantilado, 2006).

No sería exagerado de ninguna de las maneras considerar a la escritora como cercana, si no integrante, del llamado neorrealismo italiano, pues las tonalidades y las austeras descripciones hacen recordar, por momentos, a escenas leídas en Ítalo Calvino, Cesare Pavese, Alberto Moravia, Ignacio Silone, o hasta en el terreno de la distancia y frialdad narrativa, a un Primo Levi. O , por asociación, traer a la mente escenas vistas en películas de Visconti, De Sica, Rossellini, De Santis, o…yo qué sé.