Por Iñaki Urdanibia

Si el libro que era objeto del anterior artículo contenía un árbol genealógico de la familia presentada, el que ocupa éste, también contiene tal árbol que bien sirve para orientarse en los orígenes y ramificaciones que son estudiadas, como si de un plano orientativo se tratara.

El que avisa no es traidor, y así desde el principio Ivan Jablonka (París, 1973), historiador de profesión, que ejerce en la Universidad Paris XIII, anuncia al comienzo de su «Historia de los abuelos que no tuve», publicada por Anagrama, que va a escribir un libro de historia sobre ellos, basándose en archivos, entrevistas, lecturas que contextualizan los hechos narrados… « partí como historiador, tras las huellas de los abuelos que no tuve. Sus vidas se terminaron mucho antes de que comenzase la mía: Matès e Idesa Jablonka [de soltera Korembaun-Feder] me resultan tan familiares como absolutamente desconocidos. No son famosos. Se los llevaron las tragedias del siglo XX: el estalinismo, la Segunda Guerra Mundial, la destrucción del judaísmo europeo: la Shoá […]. Concibo mi investigación como una biografía familiar, una obra de justicia y una prolongación de mi trabajo de historiador. Es un acto creador, lo contrario que un sumario criminal, y me conduce con suma naturalidad al lugar del nacimiento de mis personajes». Para el nieto, ellos se convirtieron en dioses tutelares, y si a su padre le avergonzaba no haber prestado ninguna atención a las historias que se contaban en el seno familiar, no interesándose por tal cuestión hasta cumplidos los ochenta momento en que visitó el pueblo de sus padres, su hijo, Ivan, se preocupa por rescatar la historia de sus abuelos y las circunstancias que rodearon su vil final, en los cámaras de gas del nacionalsocialismo, en el siniestro campo de Auschwitz-Birkeneau en 1943. Y ni corto ni perezoso se trasladó al pueblito que vio nacer a sus abuelos, y allá habló con algunos que les conocieron y emprende una visita que le lleva al antiguo cementerio judío, a la abandonada sinagoga y a conocer al hijo, Marek Golecki, del único “justo” de Parczew, población en la que en lo años treinta del siglo pasado, habitaban unos cinco mil mujeres y hombres judíos, que constituían, lo que en yidis, se conoce como shtelt. Su interés le conduce a interesarse por el significado de su apellido: pequeño manzano, y por otras circunstancias del lugar y del rastro de sus antepasados.

El libro resulta conmovedor hasta las entretelas no decayendo a lo largo de sus cuatrocientas páginas en las que se sigue la pista de esas víctimas, que obviamente fue la nefasta suerte que corrieron muchas más, en aquel panorama en que se vieron envueltos en lo político, lo ideológico y lo racial, cuando la creencia religiosa devino, por siniestro abracadabra, en raza; chirriante división que marcaba a los individuos por los orígenes o la procedencia religiosa, aunque ellos, es el caso, no practicaran religión alguna; los abuelos eran comunistas. Y el historiador nos entrega la visión de una diáspora familiar puesta en acto, con algunos miembros instalándose en Argentina, otros en el país de los soviets, los de más allá en Israel y los de acullá en Francia, durante y después de la segunda guerra mundial.

Cuando nacieron los abuelos, la zona en que vivían era zona rusificada hasta que se puso en pie la República independiente en el período entre las dos guerras. El ambiente familiar de Matès era de un estricto rigorismo judío que hacía que su padre se negase a escribir en cualquier otra lengua que no fuese el hebreo. La joven pareja, se casó a los veinte años, no podían aguantar aquella atmósfera en que se daba un balanceo entre un notorio antisemitismo de la Polonia nacionalista y la radicalidad judía y patriarcal en el ámbito familiar, lo que les empujó a ca,biar de aires, con el fin de desmarcarse de aquel ambiente asfixiante; y la puerta de la revuelta contra lo establecido la hallaron en la adhesión a las ideas comunistas; los aires de la revolución de Octubre contagian una inversión del mesianismo de sus casas, por la promesa de emancipación de todos los humanos, encabezados por el proletariado.

No lo tenían fácil ya que en su país el gobierno, al igual que otros gobiernos del área, amalgamaban judaísmo y bolchevismo, y así, considerados enemigos del estado, fueron detenidos por pertenecer al KPP, partido comunista de Polonia, y condenados a pasar una temporada entre rejas. Nada más ser puestos en libertad decidieron huir, y pensaron que el lugar más adecuado era Francia, en donde por cierto estaba al frente del gobierno un socialista: Leon Blum. Con la diferencias de unos meses llegaron a tierras hexagonales sin tener los papeles en regla, lo que les supuso serias dificultades en lo que hace a encontrar trabajo, mas si en cuenta se tiene el desconocimiento de la lengua, lo que añadía más peso al estado de precariedad, siendo como eran extranjeros ilegales, debían esquivar la vigilancia de la Sûreté nationale, para evitar la inmediata expulsión. Acudían una y otra vez a organismo humanitarios y de arención a los apátridas y similares con el fin de hallar ayuda, mas el fin del gobierno del Frente Popular, hizo que fuese sustituido por el de Daladier que inició una intensa caza a los ilegales, situación que presagiaba el futuro gobierno kolaboracionista del mariscal Pétain. La vida de él es de entrega a la causa, renegando de su condición de judío de la diáspora, la de ella se ha de centrar en la atención de la hija que tuvieron en 1939, Suzanne.

Matès, como muchos judíos polacos, se alista en la Legión extranjera como voluntario mientras dure la guerra; no es que ame la patria de débil acogida sino que es la única vía para naturalizarse y conseguir seguridad para su mujer e hija. Luchando encarnizadamente, el padre del escritor Georges Perec fallecerían en combate, en el frente del este hexagonal, batallas que son narradas por el autor con la pericia propia de un avezado historiador militar. De vuelta en casa, tras la derrota, tienen un nuevo hijo, Marcel, padre del escritor. Los tiempos se oscurecen a velocidad de vértigo ya que son los tiempos de la Ocupación, y aumentan las limitaciones y el temor de las constantes redadas sacuden los barrios populares de la capital del Sena. Finalmente llegó la hora de su detención, en 1943, internados en Drancy, y de allí en el convoy 49 viaje en tren con destino a Auschwitz. En los Archivos nacionales, el historiador se conmovió hasta el llanto al ver que Idesa había declarado no tener hijos, obviamente con el fin de librarles a estos de un final inmediato. Los hijos de la pareja, Suzane y Marcel, quedaron al cuidado de un polaco exiliado que hizo pasar a los niños como si fuesen suyos, más tarde fueron entregados a unos tíos y más tarde a un orfelinato, que los dejó en manos de unos campesinos que les trataron con sumo cariño.

No me detendré en el último paso, el de los campos de la muerte, cuyas descripciones son de una crudeza de alto nivel, como la vida misma que era la presencia permanente de la muerte, por Zyklon B, que funcionó nada más llegar con Idesa, mientras que su marido, apto para el trabajo, murió seguramente de agotamiento o enfermedad; la última experiencia de Matès fue terrible al ser destinado a un Sondekommando, cuerpo de judíos utilizados por los nazis como ayudantes para la acogida y creación de confianza a los que llegaban, y la conducción a las cámaras de gas y la recogida de los cadáveres de los hornos. No hay más que ver las descripciones de algunos de los pocos supervivientes – ya que tras ser dedicados a tan infame ocupación se les liquidaba para que no quedasen testigos de la masacre -, supervivientes, digo, de tales comandos como Shlomo Venezia o Zalmen Gradowski, ambos citados por Jablonka, para ver los diabólico de la utilización, de las propias víctimas, por parte de los SS, y para leer las descripciones dantescas, de la recogida de los cuerpos gaseados, que conducen a la náusea, no solamente existencial, encarnada por el Roquentin de Jean-Paul Sartre, sino también física.

La obra de un rigor y documentación exhaustivos (basta con ver la quince páginas dedicadas a la bibliografía utilizada por Jablonka, que no dejan constancia de todos los materiales de archivo, judiciales y policiales, también rabínicos y municipales, consultados, que van salpicando las páginas), tiene el mérito de además de surfear por las mortales olas del siglo XX, el hacerlo con una prosa ágil que facilita la lectura como si de una obra narrativa se tratara, sin perder ni un ápice de exactitud. El texto de Ivan Jablonka se abre con una cita de Georges Perec quien en su W o el recuerdo de la infancia, escribía. «La escritura es el recuerdo de su muerte [se refería a la de su madre] y la afirmación de mi vida»… e Ivan Jablonka hace honor a las palabras del escritor citado, en esta historia familiar, micro a lo Carlo Ginzburg, que entronca con la Historia con mayúsculas, al ser un caso que es reflejo de otros tantos que en su fusión suponen el pulso de unos tiempos oscuros.

El libro recibió en 2012 el Premio del Senado para libros de historia, el Premio Guizot de la Academia Francesa y el Premio Augustin Thierry.