Por Iñaki Urdanibia

Un par de mujeres como muchas otras esperan la vuelta, o al menos las noticias de sus maridos, familiares, novios que están en la línea del frente de la guerra. La novelista londinense Cicely Isabel Fairfield, que adoptó para su escritura el nombre, inspirado en homenaje a un personaje rebelde de Henrik Ibsen, de Rebecca West (1892-1983), hizo honor al espíritu de rebeldía en sus compromisos cívicos, entre otros implicándose en el apoyo al Frente Popular hispano, en el seguimiento de los juicios de Nuremberg y en la lucha contra el Apartheid, convirtiéndose al tiempo, en periodista de netas tendencias feministas, y en la escritora más brillante de su tiempo, compartiendo amistad con Virginia Woolf y Doris Lessing, otras que tal bailaban en el mundo literario, sin obviar el amor fugaz con H.G.Wells.

Pues bien, «El regreso del soldado», editada por Seix Barral, fue la primera novela, corta pero intensa, que le supuso la entrada en el mundo de las letras, novela en la que presenta la espera de una prima, Jenny, y la esposa, Kitty con la que había convivido durante diez años, de un capitán, Chris Baldry, del que desconocen el paradero. Un día les llega la noticia a través de una humilde mujer, Margaret Allington, de que el esperado está ingresado en un hospital de Boulogne; no queda ahí la cosa sino que el asunto es mucho más complicado, ya que el paciente sufre de una profunda amnesia que cubre los quince últimos años, lo que de hecho supone que recuerde y dese un amor con quien fuese su novia en aquellos tiempos, la señora que lleva la noticia a las dos mujeres que le esperan. Llegado el momento del contacto directo con Jenny y con Kitty, las trata con suma amabilidad pero no les reconoce ni como prima ni como esposa; obviamente el disgusto y malestar en especial de la esposa son de órdago. Mientras tanto la señora Allington, que en este momento está casada y es conocida por el apellido del marido, Grey, rememora aquellos tiempos a la vez que se siente incómoda ante la postura del capitán, ya que le remueve los sentimientos, a la vez que le duele la situación que padece la esposa, digamos que, despechada.

Los galenos tratan de dar solución a la complicada y molesta situación, aunque su esperanza no es grande, y los resultados tampoco, ya que el capitán sigue erre que erre fijado en el pasado. La narradora, que no es otra que la prima Jenny, va entregando los retratos de las distintas personas en escena y las tensiones que se da en sus relaciones; el que la narradora sea Jenny supone cierta distancia descriptiva, aunque también es verdad que la relación con su primo siempre ha sido cercana y afectuosa a tope. Por medio de certeras pinceladas vemos las diferencias de clase que se deja ver además de en los modales, en las vestimentas y en las respectivas viviendas. La esposa no puede comprender que su marido, la haya olvidado, y menos con una mujer avejentada y nada agraciada frente a la finura que ella exhibe, mas hay razones del corazón que la razón no controla, que decía el otro, y así son expuestas las formas que guían el enamoramiento, más allá de la belleza corporal… «en Kitty él se había apartado del tipo de mujer que hace que el cuerpo conquiste al alma […] y se había entregado a una mujer cuya funesta costumbre era defender el alma frente el cuerpo»; lejos de la conjunción, del cuerpo y el alma, como los dos caballos que emparejados en un carruaje avanzan al unísono, según declara Jenny. Precisamente los encuentros entre Chris y Margaret reflejaban «una paz a una esfera de cristal […] la mujer había recogido el alma del hombre en la suya y la mantenía caliente en el amor y la paz para que su cuerpo quisiera descansar tranquilo durante un rato».

En la medida en que la escritora nos empuja a entrar en los recovecos de las complejas y tensas relaciones, entrega una verdadera fenomenología del amor además de los efectos realmente perniciosos de la guerra y sus consecuencias nefastas tanto para el cuerpo como para la psique de los supervivientes y su seres cercanos. Una confusión de razones y sentimientos se dan cita en un cruce que supone un honda quiebra de la propia personalidad… de interés resultan precisamente las puntualizaciones que un doctor que atiende al capitán establece entre el yo profundo y el yo superficial, que hace que el segundo se pliegue a la fuerza de, primero que manda hasta el punto de que hace llegar al sujeto a un desbrujule absoluto, más allá del cogito cartesiano y su pienso luego soy, y más cercano a aquellos retoques del psicoanálisis: pienso luego soy, mas no me pienso donde soy. La escritora se muestra como una avezada cazadora de estados de ánimo, de sentimientos, con el telón de fondo de una naturaleza exuberante. El Epílogo de José María Guelbenzu muestra, además del entusiasmo del escritor hacia este libro, unas atinadas claves interpretativas de la obra.

No es rizar rizo alguno incluir esta novela entre aquellas que describieron los desastres de la conocida como Gran Guerra, la primera guerra mundial, junto a los clásicos de Erich Maria Remarque, Henri, Barbusse, Arnold Zweig, Jaroslav Hasek, Ernst Friedrich o Romain Rolland.

La novela, publicada en 1918, fue llevada a la gran pantalla, en 1982, con la interpretación de Julie Christie, Glenda Jackson y Anna-Margret, entre otros, y bajo la dirección de Alain Bridges.