Category: NOVELA


Por Iñaki Urdanibia

Hay novelas, no sé si ésta, a pesar de las notas editoriales, la calificaría de negra, que obtiene un sonado éxito al poco de ser publicadas. Si hacemos caso a la faja que acompaña al libro y las noticias de la editorial estamos ante el autor de novela negra que arrasa en Europa… no lo discutiré y tras leerla sí que puede pronunciarme acerca de la lectura ágil a que se prestan las historias que se van anudando y que van insinuando pistas acerca del posible culpable de la desaparición de una joven perteneciente a una familia adinerada de Suecia.

Andres de la Motte (Suecia, 1971) trabajó como policía una temporada y posteriormente se dedicó a responsabilidades en el campo de la seguridad, hasta que decidió dedicarse a la escritura, no cabe duda que con el bagaje propio de quien saber que terreno pisa. Planeta publica su «El asesino de la montaña», primera entrega, según se anuncia, de una serie que lleva el título de Unidad de Casos Perdidos. Varios son los personajes centrales del libro, que se van turnando en la toma de la palabra: el rey de la montaña, que narra sus andanzas y sus planes, sin obviar los recuerdos de sus años de juventud, Leonore Asker y su amigo Martin Hill… otros personajes hay que van interfiriendo en el nudo que se ha de desentrañar en la resolución del extraño caso. Dos escenarios van cobrando especial relevancia e intringulis: el interior de la montaña que es desde donde habla el asesino, túneles y pasadizos que había servido en su momento a modo de búnker; coincide, por otra parte, que hay una asociación de maquetistas de ferrocarriles. Si ambos lugares no parecen de entrada que tengan alguna relación entre ellos, al paso del tiempo se puede observar que en la maqueta ferrovaria se dan algunas desapariciones que coincide con lo personajes a los que representan, que luego desaparecen en la realidad.

Entre los personajes nombrados destaca la brillante inspectora de policía, Asker, que parece estar llamada a ascender a altas cotas de la jerarquía policial, más en concreto en el Departamento de Delitos Violentos, mas la desaparición a la que antes he aludido va a suponer, sorpresivamente, que sea destinada a la Unidad de Casos Perdidos, lo cual a todas luces es tomado por ella, y por seres cercanos como un inexplicable castigo…sin motivo, por cierto. La unidad que acabo de nombrar está compuesta por policías de pasado sospechoso y de dudosa reputación (Rosita, Virgilsson,…); las descripciones y las labores que desempeñan resultan realmente chirenes, lo que hace que para una policía como Leo que usa la razón y la deducción como instrumentos de su trabajo, aquello es incomprensible para ella, que ve que no se atienden sus peticiones de materiales de archivo y otros, o se hacen con desgana y fuera de tiempo. Ante la complejidad de caso Asker va a recurrir a un profesor de arquitectura y experto en exploración urbana, Martin Hill, que le va a tratar de ayudar, hasta llegar a jugarse el tipo y pasarlas canutas en el laberinto que explora en donde parece ser que el asesino encierra a sus víctimas, ya que a la primera va a sumarse otra en breve, la amiga de Leonor, Smilla, y…

Los cabos comienzan a ser atados hallándose relaciones inesperadas entre un comercio en donde está instalada la maqueta señalada y los artífices de las réplicas que son una exacta copia de los trenes, estaciones, paisajes y viajeros habituales. En la medida en que se van estableciendo lazos y la verdad parece acercarse, los peligros aumentan y los riesgos también… en un ritmo trepidante que va in crescendo regular al igual que la regularidad del tren reproducido, hasta los desvíos en lo que hace a los sospechosos y el encadenamiento de sorpresas.

Por Iñaki Urdanibia

Dos novelas potentes, dos escritores – uno letón, el otro serbio -, dos, o más, historias inquietantes, y… la misma editorial: Automática. Vamos por partes.

Entre rejas

«La jaula» de Alberts Bels

Un afamado arquitecto, Edmuns Berzs, desaparece, sin que nada se sepa de su paradero ni del motivo de tal desaparición. Volvía a su casa en Riga, después de visitar la casa rural de sus padres. Los interrogantes se acumulan acerca de si el hombre se ha fugado o ha sido víctima de algún secuestro o similar. Su esposa, Edite, se apresura para que comiencen las investigaciones sobre el desaparecido. El el encargado del caso es el inspector Valdis Struga, quien trata de atar cabos, siendo los únicos que ata, o que provoca el caso, cierta simpatía (syn pathos) con respecto al arquitecto, al coincidir entre ellos alguna enfermedad y algunos otros rasgos de carácter.

Struga recorre el camino en el que había desaparecido Bersz, y su coche, modelo nuevo recién comprado, para ver si halla algún vestigio del desaparecido, mas nada: ni él ni su coche. Otros policías son puestos en danza, con los cuales, por cierto, la relación de Struga es un tanto singular, y en algún caso, áspera. Organismos relacionados con los automóviles y con las fronteras son puestos en aviso para ver si se pueden conocer los movimientos del vehículo, pero nada de nada. En la medida que la investigación avanza, más bien permanece estancada, varios son los supuestos sospechosos de la desaparición: algún compañero de trabajo del arquitecto que se comentaba que no se llevaba nada bien con Berzs, se baraja también la hipótesis del robo, o tal vez de un secuestro a manos de alguna banda de delincuentes, y muy en concreto uno, con antecedentes; en este último orden de cosas se dirige el foco hacia un taller en el que parece juntarse los más granado de diversos tráficos ilegales; tampoco se deja de reparar en las relaciones que mantenía el arquitecto con una mujer de nombre Mare con la que iba a nadar al estanque… ¿y si su novio había sospechado que entre ellos había algo más que brazadas? Tampoco se descarta que se haya fugado con alguna mujer, como deja entrever el inspector al escritor Nupats, compañero de algunas jornadas de esquí con Brezs… Ni rastro.

Me detendré en lo que hace a las averiguaciones y a la continuación de las pesquisas, del mismo modo que no entraré en mayores detalles, acerca de la continuación con el fin de no destripar el misterio que contiene el desarrollo de la historia a través del que, obviamente, conoceremos el culpable de la desaparición del arquitecto y de la situación de éste. Sí que, no obstante, resulta destacable la jaula, resto de tiempos guerreros, oculta en el bosque, y las sabrosas reflexiones que acerca de ella y su función se deslizan, tanto de quien se ve encerrado entre las rejas, sus vecinos, los animales que se disputan la comida que cae de los árboles, y las meditaciones desde dentro, como desde la misma mirada animal(«las ardillas y los pájaros se comen otras [se refiere a las nueces] y solo unas pocas logran echar raíces en la tierra fértil») y hasta de la propia jaula, en un ejercicio de animismo… Cruce de interrogaciones acerca de la libertad interior y exterior, el miedo, la esperanza y su contraria, la salida de la asunción, deudora de cierto estoicismo, del estado o la rebeldía ante él… que puede traer a la mente aquel camusiano Sísifo, castigado pero feliz.

Si estas meditaciones de /entre /acerca de las rejas dan pie a unas sagaces derivas acerca, como digo, de la libertad y los obstáculos que la impiden con sus constricciones, merecen un elogio, la novela en general, su desarrollo, las entregas intercaladas de información sobre los hechos y sus protagonistas bien dosificadas hace que el interés no decaiga y la curiosidad por lo que depare la hoja siguiente tampoco.

El ruido del tren

«La casa del recuerdo y del olvido» de Filip David

Desde los primeros compases del libro, el protagonista confiesa sentirse invadido por un persistente y monótono ruido: el de un tren en movimiento, chucu-chucu-chucu-chucu… El símbolismo es claro: el progreso y su utilización para industrializar el mal como quedaba demostrado tanto en lo que hace al transporte de tropas a la guerra como los convoys de deportados que iban enviados, en vagones para ganado, a la muerte en los lager de Auschwitz, Treblinka o Sobibor… aquella locura geométrica, de la que en claro oxímoron, hablase Primo Levi. Por asociación me viene a la mente aquella afirmación de Walter Benjamin en sus Tesis sobre la historia de que todo documento de cultura es al tiempo un documento de barbarie, y los aires de familia con aquello que exclamaba Nietzsche: «¡Cuánta sangre y horror hay en el fondo de todas las “cosas buenas“!».

Albert Weis sobrevivió, y fue testigo de la muerte al por mayor, dándose en él una culpabilidad doble: la propia de quienes sobrevivieron que lo sentían como un privilegio frente a los que allá dejaron su vida, y en su caso y más en concreto, el haber perdido a su hermano cuando junto a él fueron arrojados del tren, por su padre, con el fin se salvarlos. Este sentimiento de culpa va acompañado por las constantes interrogantes sobre el mal, su origen y su omnipresencia… El escritor serbio, nacido en una familia judía coincide con la visión del escapado: «El mal es esquivo, intocable, escapa a explicaciones simples. Es omnipresente y se  encuentra en los cimientos mismos de la civilización, representando el elemento negativo y destructivo. No hay una sola generación que no haya sentido y experimentado ese lado oscuro de la historia».

La explicación de Hannah Arendt recurriendo a banalidad del mal, no es que le satisfaga sino que le rebota a Weis y al escritor del libro, y no es que les resulte insuficiente sino que desvían malamente el origen y la presencia, cósmica, irracional e imparable, del mal. Diré al pasar, que la propuesta de Arendt fue malentendida (obviando lo que ocultaba la obediencia ciega que iba acompañado de un abandono absoluto de cualquier criterio moral relacionado con el sentimiento de humanidad)y hasta le supuso la ruptura de algunas amistades como las de Gershom Scholem o Hans Jonas, mas por ahí no seguiré, como tampoco entraré en las distinciones entre al mal absoluto, el mal metafísico, del que tratase Kant, y discutiese Semprún en alguno de sus novelas concentracionarias [mucho trabajo ha dado el asunto a teólogos, filósofos, antropólogos, psicoanalistas…]… Weis confiesa al narrador su convicción de que a un señor que afirmaba que existía un daimón responsable de los desaguisados que en el mundo se dan no le faltaba razón y que era una hipótesis a tener en cuenta.

A partir de los primeros pasos la historia se despliega en primer lugar hacia sus antepasados y, más en concreto, a los orígenes y visiones proféticas y apocalípticas de un mundo que era una amenaza y se desmoronaba a ojos vista, lo que hacía que su empeño era proteger a su familia, tratando de evitar que fuesen devorados por la aterradora normalidad del mal de la que hablase Freud. Después seremos puestos al corriente del viaje en el tren hacia la muerte, y su confianza en que su padre les liberaría de aquella situación y así fue al conseguir hacer un hueco en las paredes del vagón por el que hizo escapar a Albert y a su hermano pequeño Elijah, al que perdió en la huida. Él, por su parte, fue acogido por una pareja, un guardabosques y su atormentada esposa, que había perdido accidentalmente un hijo, allá duró poco tiempo Albert Weis. Y… una veintena de capítulos se suceden dando cuenta de las peripecias del protagonista, y tomando el pulso a la persecución de los judíos, de los rituales y hábitos de éstos, hurgando en el paradero de su desaparecido hermano y en el destino de sus padres… sus cavilaciones e intentos explicativos acerca del mal no cesan, compartiendo con algún amigo que responde al nombre de Solomon Levi la creencia en la existencia de una posible partícula divina del mal. En las páginas se da cabida igualmente a algunos episodios singulares de la crónica negra, periodística, acerca de seres endemoniados o similares, al tiempo que él y sus amigos buscan, con el apoyo de los textos dichos sagrados, explicaciones al mundo, tanteando por la demonología y otras fuerzas externas en el comportamiento humano, concluyendo que aunque el mal no sea el origen está siempre presente desde los orígenes, constituyendo así una parte ineludible de la esencia humana, y hasta se vierte la hipótesis de que pudiera haber sido contagiado a la divinidad en su intento de poner freno al malvado. Suicidios, consultas a la neurología y a la cábala, y el Mesías tratando de apoderase del mal para apaciguarlo, siguiendo diferentes leyendas…y somos llevados a aquellos tiempos de los que dijese Stefan Zweig: «No había protección ni defensa alguna ante el hecho de que se nos informara constantemente y de que mostrásemos interés por estas informaciones. No había país al que poder huir ni tranquilidad que se pudiese comprar; siempre y en todas partes, la mano del destino nos atrapaba y volvía a meternos en su insaciable juego».

Mirando para atrás y hacia adelante de aquellos años oscuros, aunque en el libro todos lo son, en un entrecruzamiento de historias con el fondo de los creyentes judíos y sus leyendas, sus padecimientos, y… el mal, la fragilidad del bien, la vida y la muerte.