Category: GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


Por Iñaki Urdanibia.

Cincuenta años de la publicación de « Cien años de soledad».

Fue un 5 de junio de hace ahora cincuenta años cuando por primera vez asomó con fuerza  las páginas de la literatura el pueblo virtual de Macondo; seguro es que llevaba ya tiempo en la mente de su creador, cierto es que ya e su primera novela corta La hojarasca, publicada en 1955, aparecía tímidamente la localidad, más es en la fecha que señalo, y conmemoro, cuando el colombiano Gabriel García Márquez, con su «Cien años de soledad» se convertía en un escritor celebrado convirtiéndose su novela en uno de los más grandes éxitos editoriales de la literatura en castellano. El libro supuso a su vez la explosión del boom de la narrativa latinoamericana y carta de naturaleza al denominado realismo mágico. Reflejo especular, a nivel micro, de la comedia humana, con unos tonos inequívocamente pesimistas y una atmósfera cargada de la existencia humana, en un vaivén de circularidad y determinismo en el que se mecen, a pesar de su voluntad, los humanos en medio de la soledad, la violencia y la impronta de la marginación en que viven condenados algunos; en este caso, la familia Buendía; el propio autor dijo: «la soledad es lo contrario de la solidaridad, y esa es la esencia del libro». Como pasa siempre en la vida, hay diferentes interpretaciones, y, cierto es, que a lo dicho no estaría de más añadir los aspectos propiamente de denuncia en lo referente a la situación de Latinoamérica, esquilmada por el imperialismo y con amplias franjas de la población sumidas en la más absoluta de las miserias; no cabe duda de que el ejemplo del episodio de la masacre de trabajadores de la Compañía Bananera, muestra a las claras una situación vivida en el país, suceso sobre el que el gobierno de turno guardó el más absoluto de los silencios para que la brutalidad no trascendiese más allá de sus fronteras.

Más allá de la interpretaciones, el éxito se ha de buscar en la propia prosa de la novela y en los hechos y relaciones que retrata, que hace que el lector flipe ante las ramificaciones del variopinto árbol genealógico de la familia Buendía , desde la originaria pareja formada por Ursula y José Arcadio, que son quienes fundan Macondo, hasta el último miembro de la familia que nace con una cola de cerdo…situaciones en las que el lector se ve arrastrado por unas algodonosas nubes de la imaginación desbocada, en un océano de fantasía que no deja descansar a quien pase las páginas de la novela que ofrece cada dos por tres sorpresas. Su estructura tampoco es barro y la sombra de diferentes episodios bíblicos planea en la narración desde los orígenes (Génesis), hasta el viento que deja patas arriba Macondo (Apocalipsis) quedando por medio la maldición que persigue a los Buendía (Éxodo). Si estas diferentes escenas – a las que podrían añadirse algunas más concretas – hilvanan las historias, tampoco está ausente el peso de los modelos del cristianismo en algunos personajes y en lo que representan: así Fernanda del Carpio, prototipo de mujer educada a machamartillo en los principios de la tradición cristiana; Amaranta que representa el modelo de virginidad o el asenso a los cielos de María Remedios pueden traerse a colación como algunos de los ejemplos más transparentes.

La novela, reitero, es una impresionante explosión de fantasía, en las que irrumpen mitos, peregrinaciones, guerras, amores, fundaciones y destrucciones, ensoñaciones, odios y venganzas , narradas en un estilo envolvente y directo que nos aprehende cual Sherezade, llevada por ciertas dosis de incontinencia, que nos relata los avatares de los Buendía a lo largo de un siglo, y de ese escenario de nombre Macondo del que se da cuenta del principio, su implantación y su fin en medio del polvo de las ruinas; localidad que juega la función de un cedazo (o tal vez de un imán) por el que van a pasar todas, o al menos no pocas, historias míticas y legendarias.

Después de lo ya dicho no resulta necesario decir que quien sea venerador de la claridad y distinción cartesianas y conciba que la razón es la que ha de conducir las historias narradas, puede tomarse vacaciones, ya que estamos en medio de lo aleatorio, lo mágico, lo inesperado, que alcanza, en más de una ocasión, los bordes de la obsesión, y… la habilidad narrativa de García Márquez hace que la magia y el milagro consistan precisamente y a pesar de la diseminación de la que hablo, en que al final, todas las piezas encajan como en un puzzle de bastantes fichas… Y la sombra de los Dickens, Proust y Faulkner, mucho Faulkner, y no lo digo por la creación de un paisaje de fantasía, el condado de Yoknapatawpha, enclavado en el sur del norte americano, con sus negros, sino igualmente por el carácter desbordante en deriva libre que se da en su prosa; sería injusto, no obstante, dejar ahí la cosa como si el colombiano fuese un copiador, ya que el lo lleva a su país, con sus colores y sabores, transformando lo recibido en local / universal (acéptese el oxímoron).

Gabriel García Márquez con su fértil placer de contar se convierte en un hombre al que habitan muchas voces, en un hechicero infalible que dijese su entonces amigo Mario Vargas Llosa.

P.S.: me permito añadir un enlace de una entrevista radiofónica que me hicieron con motivo del fallecimiento de Gabo: http://info.info7.eus/2014/04/22/a-457/

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Cuando por los setenta y pico leí ese arranque de los 100 años más llenos de gente y soledad de la literatura tuve, forzosamente, que acordarme de mi propio padre en aquel remoto día de finales de los cuarenta en que, aún de pantalón corto y tirantes, me mandó a buscar el hielo a la fábrica de gasesosas que Olsen tenía en la calle Herradores de aquel Macondo que era La Laguna de entonces. Mi madre había padecido años antes un principio de tuberculosis, enfermedad reina en la Canarias hambrienta y miserable de la postguerra española, y le recetaron penicilina, droga milagrosa y casi desconocida en Canarias. La “picilina” se le compraba a los cambuyoneros que la cambiaban por ron y tabacos a los chonis de los barcos ingleses. El milagroso polvo blanquecino venía en pequeños frasquitos de tapas de goma y se disolvía con agua destilada que se inyectaba al frasco con jeringuilla y se extraía luego en varias dosis. Ese intervalo entre dosis era el que necesitaba el hielo para guardarse y, que yo supiera, en toda aquella Aguere/Macondo aún no habían llegado las neveras a los hogares aunque, por ejemplo, el Hotel Aguere tenía una General Electrical –también del cambullón- para sus acomodados huéspedes. Por eso fui aquella mañana, y las siguientes, a buscar las barras de hielo que fabricaba Olsen, que traía en un saco a través del cual quemaba al ratito de tener la barra cogida y que luego, en casa, se guardaba dentro de paños en una bañera de cinc para conservar los frasquitos y para disfrute mío y de algún vecino, como José Manuel y Antoñito Barreto, que alcanzábamos a chupar pedazos de aquella maravilla gélida y quemona.

Hoy es Gabo la noticia. Hay empeñados en decir que Gabriel García Márquez ha muerto. No es verdad. Las personas como él no mueren, como no mueren sus personajes aunque se haya visto obligado a matar al coronel Aureliano Buendía mientras meaba y Prudencio Aguilar venga, jodelón, a cada rato después de morir. Gabo, una vez más ha cambiado de residencia como confirma un telegrama llegado desde Aracataca con sello de urgencia. Una vez más, y sin que hayan mediado esta vez gringos altaneros o gusaneras afincadas en el latino Niuyor, Gabo se ha marchado de México ayudado de algún misterioso invento suministrado por Melquiades, pero no se ha ido a Barcelona ni a Cartagena de Indias. Se ha ido a las estrellas, a esas estrellas que desde Canarias se ven siempre verdes. En una de ellas andan, juntos y revueltos, una pléyade de interesantes criaturas que se acercan a saludar al nuevo habitante. Allí, por un gran mar que ocupa un pico entero de la estrella, cerca de la costa, navega Ulises, disputando el mando del barco a Simbad y a Akab, mientras que Vasco intenta arranchar en esa agua a su propio barco para navegar proa a Os Lusiadas, sorteando la Atlántida canario-catalana soñada por Mossen Cinto. Navegando mar adentro va el capitán Nemo, llevando a Jhon Silver el Largo de cocinero, en su Nautilus en busca de unas islas descubiertas por Gulliver en que se cree que moran Robinson  y Viernes, mientras Santiago –cubano sí, pero de padre mahorero- arrastra hacia su poblado isleño, luchando con feroces tiburones, el gran pez espada atado al estribor de su barca.

En la orilla de la otra punta de la estrella charlan, en griego antiguo por supuesto, Edipo y Antígona, al tiempo que en una cochambrosa escalera de un antiguo chalet cercano a la playa donde están varados los Argonautas, Carlos Argentino Danieri, cansado ya de Beatriz Elena Viterbo y de oír las fementidas interpretaciones sobre el poder que comparten Tirano Banderas y El Señor Presidente, se dedica a observar las averiguaciones de Sherlock Holmes sobre el asesino Rodrión Romanóvich Raskólnikov, entreverando esos descubrimientos con la fascinación que le produce ver las transformaciones sutiles que va experimentando Gregorio Samsa.  Como nuevo huésped de honor salen a recibirlo el príncipe de Dinamarca de mano de  Desdémona, el moro de Venecia, D. Quijote con Sancho y Amadís de Gaula y una cohorte de mujeres encabezadas por Fortunata y Jacinta abrazadas con Ursula Iguarán. Cerrando la comitiva, bailando pausadamente al son de la zarabanda que tocan Diez Negritos, caminan unas pocas putas tristes.

¿Quién es capaz de aseverar que Gabo ha muerto? Los moradores de esa estrella verde no mueren nuca. ¿Cómo, pues, van a morir sus creadores?

Francisco Javier González

Gomera a 19 de abril de 2014