Por Iñaki Urdanibia

«Quería escribir sobre todo, sobre la vida que tenemos y las vidas que hubiéramos podido tener. Quería escribir sobre todas las formas posibles de morir.»

                                      Virginia Woolf

«Cuando no se presenta ninguna catástrofe, avanzamos sin mirar atrás, clavamos la vista en la línea del horizonte, de frente. Cuando surge un drama, damos marcha atrás, volvemos para rondar por allí, llevamos a cabo una reconstrucción. Queremos entender el origen de todos y cada uno de los gestos, de todas y cada una de las decisiones. Rebobinamos cien veces»

Brigitte Giraud (Sidi El Adès, 1960) tira de moviola, hipotética, en el libro con el que obtuvo el prestigioso premio nombrado; ahora ha visto la luz en castellano, editado por Contraseñas con impecable traducción de María Teresa Gallego Urrutia: «Vivir deprisa».

No me corto ni un pelo si señalo de entrada que la novela se desliza en unos encadenamientos hipotéticos, en los que el condicional (si… entonces) juega un papel esencial, motor diría, con los que se reconstruyen los hechos tal y como fueron, y en paralelo cómo podrían haber sido si las circunstancias hubieran sido otras, lo que habría dado diferentes resultados.

Se puede afirmar que estamos ante un conjunto de micromotivos, un haz de ellos, puestos en fila, para explicar un cúmulo de circunstancias que concluyeron con la muerte del marido de la narradora, Claude; fue el 22 de marzo de 1999 en Lyon, explica Brigitte Giraud. Claude murió aquella misma noche en el hospital al que le llevaron, tras el accidente. Cambio de casa, tanto la de un hermano como la de ellos, que todavía no pueden acceder hasta que el propietario les facilite las llaves; el cuñado mete su moto en el garaje de ellos, el marido coge la moto de su cuñado para ir a buscar a su hijo, y… ¡zas!. Un brutal accidente acaba con su vida al chocar, a las cuatro menos cuarto de la tarde, contra un 2CV,, que conducía Denis R. «El cambio de casa, las llaves de ésta, el garaje, mi madre, mi hermano, el Japón, Tadao Baba, la semana de vacaciones, mi campaña de prensa con la prensa a santo de su segunda novela, el cambio del semáforo… un follón de todos los demonios». La moto era de la casa japonesa Honda, el modelo 900 CBR Fireblade, que debido a su enorme potencia tiene prohibida su comercialización en su país de origen, no así en Francia; ¿si no se hubiesen firmado los contratos entre Japón y Francia?. Se analizan con detalle las características de la moto, se habla del ingeniero que la diseñó, Tadao Baba para competición, dándose a conocer el efecto wheeling que es el que provoca que la moto salga disparada; la narradora visita y estudia el lugar del accidente, buscando ideas para hacerse una versión cabal de lo realmente acontecido. No faltan tampoco los detalles del trabajo del desaparecido marido que trabajaba como crítico musical y la nómina de cantantes y grupos se acumulan (Alain Bashung, Dominique A, Dafk Punk, Coldplay, Death in Vegas. Placebo, Radiohead, Massive Attack,…) en esta novela que toma prestado el título de las palabras de Lou Reed: vivir deprisa, morir joven, y que supone un ejercicio de anamnesis por parte de la escritora que trata de recomponer lo sucedido con el fin de dar carpetazo al luctuoso suceso, que le había llevado a vender la casa recién comprada con su pareja, prácticamente sin llegar a estrenarla; aspectos todos ellos que responden igualmente a unas costumbres de la época, en lo que hace a las viviendas, a la falta de maneras de comunicarse (no eran tiempos todavía de smartphones y otros artilugios…).

La casualidad, mejor en plural las casualidades, resultan ser la dinamo de la historia, en una sucesión de variaciones coreográficas, coincidencias y carambolas… el flujo de la vida; puesta en escena en la que cada cual interpreta su papel que es lo que – según la narradora – se llama sociedad, y… «funciona, funciona con disfunciones, para bien y para mal»… Alrededor de veinte condicionales, SI, se van turnando que van desde los asuntos ya nombrados a otras circunstancias más alambicadas, como el suicidio de su abuelo, o el supuesto de que Stephen King hubiese muerte tras el accidente que sufrió, o todavía si la canción que escuchó Claude antes de salir a buscar a su hijo hubiese tenido diferentes duración. Veinte síes, bifurcaciones esenciales, que podrían haber cambiado el mundo, o al menos la existencia del marido de la autora, de su hijo y de la pareja, y el sentido de lo vivido después… «pueden verse todas las coincidencias posibles, todas las señales imaginables, en los hechos, las fechas, en la implicación de este o aquel elemento», dice una de los personajes del libro que responde al nombre de Astrid, y eso es lo que hace con una revisión obsesiva Brigitte Giraud, tratando que nada se le escape, entregándonos así, según sus propias palabras, una árbol genealógico de su existencia, ya que la autora también echa la mirada para atrás en sus años argelinos, el abandono de su país de origen en 1962, su independencia en 1970, su instalación por su cuenta en 1980… y la unión con Claude, convirtiéndose en padres en 1990, y el barrio lionés en el que se instalaron… y mil detalles más que aborda la imaginativa escritora.