Por Iñaki Urdanibia.

Este pasado día 4 ha fallecido en su ciudad natal este historiador de la literatura y teórico literario.

«Jean Starobinski es un escritor, ejemplo de objetividad preocupada por la verdad que hace al escritor de verdad»

(Yves Bonnefoy)

«Starobinski es ejemplo de visibilidad, de ligereza, de sorprendentes exactitudes, mostrando una polivalencia deslumbrante»

(Ítalo Calvino)

«La crítica es lo que, admitiendo la fascinación que el texto le impone, manteniendo sin embargo el derecho de la mirada»

(Jean Starobinski)

Cualquiera que se haya preocupado, por devoción o por obligación de la estética, del pensamiento del siglo XVIII y sus figuras señeras se habrá tropezado, es un decir, con este estudioso nacido en 1920 en Ginebra, que cual Diógenes armado de su linterna ha iluminado la esfera de los temas nombrados, desvelando aspectos que permanecían enmascarados..

Sin afán de señalar, puede verse que por el apellido sus orígenes eran polacos: sus padres se había instalado en Suiza en 1913, y él comenzó los estudios de medicina( para lo que hubo de sortear no pocos obstáculos por ser hijo de judío) en la universidad de sus ciudad natal, profesión que, concluidos sus estudios, ejerció como médico interno: primero como asistente en medicina interna y posteriormente en psiquiatría. Sus orígenes le trajeron cierto estado inestable al ser considerado extranjero, hasta que, con el apoyo de dios y ayuda, logró la nacionalidad suiza en 1948.

Diez años después la publicación de su inevitable Jean-Jacques Rousseau: la tranquilité et l´obstacle (1), le fue confiada la enseñanza de historia de las ideas y de la literatura francesa en la universidad de Ginebra. A partir de ahí su carrera y sus publicaciones se lanzaron a velocidad de crucero, dedicando su escrutadora mirada a las Luces y a algunos de sus personajes, además del ya nombrado anteriormente a Montesquieu, Diderot, para más adelante ampliar el foco a la literaturas y el arte, siempre sin abandonar el peso de su mirada psiquiátrica a la hora de acercarse a sus objetos de estudio. Sus estudios supusieron un vuelco en la visión de dicho temas, erigiéndose en una lectura inexcusable para moverse en tales pagos. Las máscaras, la melancolía, su sagaz estudio sobre Montaigne… sin obviar sus incursiones en el campo de la historia de psiquiatría y del psicoanálisis; toda esta frenética actividad abierta en amplio abanico le supusieron no pocos honores y distinciones tanto en su país como en Europa y en América, cuestión en la que no me extenderé por no abusar.

Tenía 98 años y su muerte se anunció el día 6 de este mes, el mismo día en que fue enterrado en la intimidad familiar, noticia que se dio a conocer dos días después de que se extinguiese esa vida entregada al estudio, a la enseñanza de la literatura (tanto en su Ginebra natal como en algunas universidades del otro lado del charco: John Hopkins Baltimore y Bâle) [Staro le llamaban sus alumnos], y a la educación de la mirada siempre con un estilo cuidado y límpido, que acompañaba a la celebración de la literatura, volcando su mirada a pensadores que ya no pudieron ser leídos como antes de sus análisis, con el valor añadido de que su prosa hacía que su lectura resultase sin complicaciones, arrastrándonos en sus ensayos desde los tempos de la Grecia clásica hasta el umbral de la modernidad, tiñendo sus estudios de interpretaciones deudoras de su formación psi. Mestizaje que le hizo no detenerse en su época privilegiada, las Luces, sino que alargó su abordaje a autores más tardíos como Balzac, Poe, Kafka, sin evitar meter en el juego la física de Newton y otros aspectos que introducían los estudios de la ciencia en el análisis de las corrientes literarias y sus variaciones; salvando las distancias y el enfoque puede recordarse los soberbios estudios de Michel Serres sobre Zola o Julio Verne, relacionándolos con el desarrollo de la sociedad industrial con sus innovaciones técnicas. Se daba en su quehacer el cruce entre las dos culturas que al fin a la postre no son más que una, la humana, huyendo de los sabres compartimentados, en aplicación de la certera metáfora utilizada por el nombrado Serres: el paso del Noroeste (tal paso «comunica el océano Atlántico y el Pacífico, por los parajes fríos del Gran Norte canadiense. Se abre, se cierra, se tuerce, a través del inmenso archipiélago ártico fractal, a lo largo de un dédalo locamente complicado de golfos y canales, de calas y estrechos, y bahías, entre el territorio de Baffin y la tierra de Banks. Distribución aleatoria e imposiciones regulares y fuertes, el desorden y las leyes… El laberinto global del recorrido se reproduce, cada mañana, bajo la proa del navío…»).

Esta tendencia a abarcar la totalidad y los inevitables cruces que se dan entre diferentes esferas de la actividad humana hacía que pudiese aplicarse a su obra aquel terenciano nada de lo humano me es ajeno (homo sum, humani nihil a me alienum puto) mas siempre bajo la guía de la arzón literaria, capaz de dirigir, o expresar interfiriendo, al resto de razones, haciendo que las complejidad y las jergas especializadas cayesen ante la llana narración del estado de cosas que lograba poner el conocimiento al alcance de los humanos, más allá de las especializaciones; postura en que nos resulta exagerado hallar ciertos resabios nostálgicos de los tiempos de la Enciclopedia como ese compendio de saberes, en círculo, puestos en circulación para ilustración de los ciudadanos (2), manteniéndose en la senda de lo que él llamaba la «crítica de la relación».

La amplitud de su mirada le valió la calificación de sabio, clásico, erudito, obviando su melomanía y su habilidad a la hora de ponerse ante el piano, y las vivencias de sus padres, y la sombra de ellas en su propia vida le llevaron a dedicar atentas miradas a Kafka (muy en especial a La colonia penitenciaria) o a Stendhal, pues en ellos hallaba un antídoto contra los ardores guerreros.

Una mirada desde las alturas, de águila que diría Nietzsche, realizada con puntería y humor, sin evitar el recurso de anécdotas que resultan significativas facilitando al tiempo la lectura (enseñar deleitando), abriendo su actividad a la edición de los anagramas de Ferdinand de Saussure, y dedicando luminosos estudios a filólogos como Leo Spitzer…

«Si yo pudiera cambiar la naturaleza de mi ser y convertirme en un ojo vivo, de buena gana lo haría» decía Jean-Jacques Rousseau y utilizaba Starobinski para titular una de sus más significativas obras (El ojo vivo. Cuatro Ediciones), e intentar ir más allá de lo visible, empeño que impulsó toda la actividad de este hombre que se interesaba por situarse en la tensión n que se establece entre el ser y el parecer, hurgando en los vericuetos laberínticos de las diferentes máscaras, del comportamiento, que nos despistan del quid con su alharaca.

Somos lo que vemos decía el otro; el atinado ojo (los dos, claro) de Jean Starobinski se ha cerrado, nos quedan sus obras que pueden ser usadas como lentes para ver y analizar la literatura y las historia de las ideas de manera más certera, más cabal.

Notas

(1) Hay traducción de Santiago González Noriega en Taurus, 1983; la obra no es una biografía aunque respete la evolución de las ideas del ginebrino siguiendo la cronología. Más centrada en los problemas esenciales de su filosofía, que en el caso de Rousseau siempre ha unido a la vida, por voluntad del propio pensador; «aventurero, soñador, filósofo, antifilósofo, teórico político, músico, perseguido: Jean-Jacques ha sido todo esto». El estudio no da cabida a condenas o absoluciones, sin evitar sacar a relucir los deseos obsesivos y nostalgias que dominan la conducta de Jean-Jacques… « Rousseau desea la comunicación y la transparencia de los corazones; pero su espera se ve frustrada, y, eligiendo el camino contrario, acepta – y suscita – el obstáculo, que le permite replegarse en la resignación pasiva y en la certeza de su inocencia». La esperanza en la eliminación del obstáculo es nula en opinión de Rousseau, y los males padecidos no son su culpa sino siempre la de los otros, para ello el ginebrino siempre «quiso permanecer víctima, para fundar el buen derecho que le liga a la situación de víctima: su condición desfavorecida era para él una gracia»-señala Starobinski, añadiendo que «el individuo olvida su diferencia en la exaltación colectiva, se libra de su existencia separada y de su orgullo solitario. Para ofrecer a las miradas de todos la transparencia de una perfecta de igualdad». Starobinski sigue el camino que Rousseau fue trazando en lo que hace a la transformación de la bondad natural a la maldad social, y constata la postura del pensador al que estudia, señalando como momento clave el descubrimiento de la alteridad, que conduce a los individuos a separarse no solo de la naturaleza sino de sí mismos, jugando un papel la consagración, que se arrastra desde la Biblia, del trabajo que separa a los humanos de la naturaleza, y los males vienen de la pretensión que esto juega a la hora de impulsar las tendencias a dejarse llevar por «la pasión del afuera», y al entrar en la historia acaba pasando del amor de sí al amor propio, siendo lo primero algo positivo, mientras que lo segundo entra en el conjunto del obstáculo, ya que «las necesidades nos aproximan mientras que nuestras pasiones nos dividen , haciéndonos más enemigos de nuestros semejantes, sin poder, sin embargo, pasar sin ellos; tales son los primeros lazos de la sociedad». Así las cosas, habiendo perdido los hombres la integridad del ser quieren desde entonces compensarlo con el tener (resuenan la diferencia establecida por Erich Fromm entre el ser y el tener)… concluyendo este proceso de alejamiento (alienación podría decirse) estableciendo unos campos que simbolizan el progreso realizado en el orden de la desnaturalización. [He aprovechado algunos trozos de un artículo que publiqué sobre el libro nombrado de Starobinski sobre Rousseau: Jean-Jacques Rousseau. La transparencia y el obstáculo.]

(2) Puede verse en su Remedio en el mal (La balsa de la Medusa, 2000), en donde relaciona las mismas causas que han llevado a la corrupción de los pueblos que sirven en cierta medida para prevenir males mayores, con el recurso por parte de algunos al uso poco juicioso de la medicina que acaba conduciéndoles a una dependencia constante con respecto a los galenos, ejemplos que pueden ser extensibles a otros aspectos de la actividad humana… proponiendo como vía de salida el mantenimiento y extensión de centros educativos, bibliotecas y otros modos de diversión con el fin de alejar la maldad de los hombres. Con tal perspectiva analiza algunos escritos y conceptos del siglo XVIII (debidos a Montesquieu, Voltaire, Rousseau y a otras fuentes diversas) que han dejado su impronta en la modernidad, y Starobinski nos convierte a nosotros, los lectores, en una especie de persas que Montesquieu crea y que el ginebrino, ahora fallecido, explica, arrastrándonos a leer, y a comprender, de otro modo, mejor.