Category: BORIS VIAN


Por Iñaki Urdanibia

« Cronista de sueños y desgracias

 No cedas viejo perro »

 Humberto Quino )

La elección del título de aires vianianos (de Boris Vian, al que por cierto Miguel Sánchez-Ostiz recuerda en sus páginas) de este comentario, exige algunas precisiones que me apresuro a realizar de inmediato. Hablando de espuma puede darse la imagen de mansedumbre y placidez, nada que ver con los flashes que entrega el escritor navarro, sino que en este caso habría que mantener que frente a cualquier tendencia a mantener las cosas quietas, Ssnchez-Ortiz agita la espuma haciéndola bullir hasta las cercanías de la ola, a la riada, no dejando que pierda presión y gas; conste que la realidad del presente se presta a interpretarse como situación agitada, encrespada y crispada, hasta los bordes, lo que no quita para que frente a ella puedan mantenerse diferentes ópticas: algunas complacientes, solapadas o explícitas, y otras críticas, de estas segundas es ejemplo la del escritor , que traigo a esta página, a cuyo quehacer en alguna ocasión he relacionado con la piqueta (MS-O, escribir con la piqueta – Kaos en la red) del mismo modo que he recurrido para calificar su empresa a los dardos (Dardos de Miguel Sánchez-Ostiz – Kaos en la red). La actual entrega del escritor da muestras claras de que se mantiene firme, erre que erre, en la denuncia de algunos males que reinan en la sociedad; esta coherencia le hizo hurgar, por cierto, en el pasado en el que hunden sus raíces el presente (El escarmiento y La sombra del escarmiento ), y…no seguiré; «el mito patriótico ligado al alzamiento militar de 1936 me temo que es incurable…se hereda poco menos que como una distinción de clase».

El caso es que como digo, en su última entrega, «Breves del desconcierto. Soliloquios, apostillas y boteprontos 2018-2020», editado por Pamiela, el escritor sigue estando en plena forma y avanza, dando estocadas, con un escepticismo activo y fogoso (a lo Cioran), por la senda abierta, en su tiempo, por Quevedo. Puede decirse que la dirección de Sánchez-Ostiz en única, en la medida que se tome ésta como la que se deja llevar por la parresía de los griegos, ese coraje de decir la verdad responsabilizándose de ello y de las consecuencias que esto pueda suponer. No teme la soledad y la dirección contraria que es por la que opta y la que de hecho supone la perdición en algunos centros de poder, al menos en el de las capillas dominantes, sabedor de que no se puede escribir a gustos de todos – coincidiendo en ello con siguiendo a Debord – y él toma partido (es un decir) por quienes sufren las injusticias de las injustas sentencias – que aplica dos varas – ya sea con respecto a la bronca de Altsasu como a los desahucios, ordenados por los bancos y llevados a cabo por los matones de turno. Se posiciona, sin ambages, del lado de quienes padecen los desmanes de quienes pertenecen a la tribu de quienes ordenan y mandan y de aquellos que usan el botafumeiro para alabar a los anteriores obteniendo pingües beneficios, y que no tienen empacho a la hora de insultar, vilipendiar y marginar en la medida de lo posible de la circulación a quienes osen abrir el pico, que sería encasillado de inmediato entre quienes escriben en algún periódico del Norte, como un traidor, un vendepatrias y, por supuesto, dispuesto a usar la violencia, más que nada por molestar; y sus acerados proyectiles son lanzados contra los lamesuelas, los opusdeístas, los comecuras meapilas y quienes hacen de su bandera, la suya, la garantía del orden de los bien nacidos frente a los deslices constantes de los tocapelotas, que no comulgan con la patria identificada con el cuartel y el convento (Volverán banderas victoriosas). La verdad les importa a esta parroquia de satisfechos un guano, ya que lo que buscan es el aplauso, y las ventajas que de ellos se obtengan, «no se trata de ser veraz, sino de tener parroquia que te aplauda y te ría las gracias». A la cohorte de la versión oficial se van sumando los conversos de todo pelajes, los fascistas que se reclaman demócratas de toda la vida, los descarados reaccionarios, de derecha extrema que lucen banderas, rojigualdas que son las que valen, en los balcones y hasta en las bragas o los calzoncillos; pues «todas las identidades están proscritas, menos la suya: hay que ser español y muy español, y a poder ser de esa derecha que da caché». Le repatean a Sánchez-Ostiz, los neo-liberales, los neo-demócratas, los neo-reaccionarios, los “cumplidores de la ley”(léase policías acusados de torturas, que no son juzgados o si los son serán ascendidos por haber servido a la patria, la de verdad), la Cayetana y las cayetanas, los propagandistas que se dicen historiadores y hacen sino ensalzar a quienes mandan, los poderosos de turno… la lista es larga y las coincidencias entre ellos en lo que hace a su denominador común es igualmente amplia: corruptos de toda laya, quienes usan máscaras (¡cuidado no mascarillas!)según rote el viento, los que se proclaman liberales, etiqueta que no hace sino velar su autoritarismo, o los izquierdistas que en cuanto pillan sillón o cercanía con el calorcillo del poder, se derriten dejando de lado sus proclamas indignadas. No se oculta Sánchez-Ostiz: «tengo fobia a la gente uniformada, a la que va armada, a la que lleva la bandera rojigualda decorando las esposas o la porra o el nabo ( ya puestos), y eso tiene mal arreglo. En Madrid hay mucha… »… y los corruptos que se comportan en los negocios como los tahúres…Todos ellos poniendo zancadillas, en forma de ley y concertina (que suena a marcha fúnebre en el cementerio mediterráneo) a «los sin techo, refugiados, inmigrantes, desplazados [que] se agolpan, a modo de belenes vivientes, a las puertas cerradas de las instituciones que deberían acogerlos» y aullando ante tales que todo es un montaje del izquierdismo, demagogia… populimmoboliviarimmoetarrimmo… mientras se sirven otro trago y solicitan más ostias para los catalanes.

Y si por no teníamos bastante peste, en esas llega la plaga y se convierte en la reina del lugar, asunto al que es dedicada la parte final del libro, y que coincide con la rebelión de las cacerolas en barrios de élite de la capital del reino Bobón (que diga Borbón), siempre con el cerebro reptiliano en el puesto de mando (dios, patria, rey frente a la anti-España); capítulo, el penúltimo que lleva por título, Y de pronto llegó la plaga, en la que deriva en tormo a diferentes opiniones, rumores, profetas que anuncian perspectivas de cara a la denominada nueva normalidad, y una marcada desesperanza acerca de los cambios del personal tras esta sacudida… perspectiva de cambios, que no quedan más que en buenos deseos y pías intenciones, rastreo que culmina con Guerogo guerosin obviar las tentaciones de misantropía y a la resistencia («No cedas, no te entregues, hazte uno con tu máscara de piedra, resiste, no te dejes; haz lo que puedas para que el trozo de bosque que te ha tocado en suerte sea lo más habitable posible y si vienen muy mal dadas acuérdate, por si acaso, de Arquíloco cuando arrojó su escudo y echó a correr, pensando que más adelante encontraría otros mejor, pero no cedas».

Es claro que Miguel Sánchez-Ostiz no pega puntada sin hilo y para tal tarea busca buenas, y no tan buenas, compañías: Aldous Huxley, Valle Inclán, William Shakespeare, Laurence Sterne, George Grosz, Marguerite Yourcenar, Marco Aurelio, Louis Ferdinand Céline, Michel Houellebecq, Byung-Chul Han, John Donne, Michel de Montaigne, Herta Müller, Stefan Zweig, Philippe Lançon, Edgar Allan Poe, Rafael Sánchez Ferlosio, César Renduelles, Ramón Lobo, Antonio López, Antonio Maestre, Guillaumme Apollinaire, Lewis Mumford, Herman Melville, Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Michel Serres, Antonio Tabucchi, Samuel Beckett , Rafael Alberti, Maeztu, Galdós, Tom Waits, Max Aub, José Lezama Lima, Defoe, Camus, Aragon, Massimo Cacciari, Thomas Bernhard, Emilio Lledó, Susan George…

Una lectura de estas píldoras (apostillas, enojos y boteprontos), que se rebela contra tirios y troyanos, contra las mentiras, las proclamas rancias, el odio de los cainitas de turno, los relatos tergiversados, frente a los que acumulan libros que nunca han leído, ni leerán… y que provocan un regusto tan amargo como el tamaño de la verdad que contienen.

 

Por Iñaki Urdanibia

Este día 23 se cumplen sesenta años de la muerte de este ser refractario.

El 11 de junio fue la última fiesta a la que asistió el polifacético Vian; en la terraza de su casa se había organizado la gran fiesta de los tres Sátrapas, allí se reunieron sus colegas: Raymond Queneau, Henri Salvador, Simon Watson-Taylon, Siné, Eugène Ionesco, Noël Arnaud, René Clair, y por supuesto su segunda mujer Ursula; fueron sus últimos momentos de alegría. El día 23 es invitado a asistir a la primera proyección privada del film inspirado en Escupiré sobre vuestra tumba. Tras dudarlo, acude ese martes por la mañana al cine Le Petit Marbeuf, contrariado pues había pedido que hicieran desaparecer su nombre de esa lamentable adaptación que, según su opinión, no respetaba el tono irreverente de la novela. Al cabo de diez minutos de proyección. Vian se ve sacudido por un síncope, víctima de un edema pulmonar. Llevado urgentemente al hospital Laennec, muere a mediodía; había cumplido treinta y nueve años el 10 de marzo.

Hay vidas breves que dan para mucho; es el caso de este perejil de todas las salsas, o al menos de muchas, de las que se cocían en aquellos años: músico y crítico de jazz, además de dinamizador de lascaves de Saint Germain-des-Près, autor de canciones de éxito (en francés tubes, término inventado por él) y creador de variopintos instrumentos (alguno de ellos ideado por él mismo, como la guidouille ), escritor de novelas, autor de alguna ópera… hombre de muchos amigos (Raymond Queneau, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, Miles Davis, Duke Ellington, Louis Amstrong…) y de mucho escándalo; patafísico, tendencias dadaístas, fugaz existencialista y opción por algunos de los géneros literarios menos transitados del momento: el polar (novela policíaca) y la ciencia ficción.

No gozó en vida de gran éxito en lo que hace a su obra escrita, si bien alguna de ellas, escrita bajo seudónimo, Vernon Sullivan, provocó un sonado escándalo y la desesperada búsqueda del autor real de la irreverente novela negra en la que no se dejaba títere con cabeza (patria, burguesía, gansterismo y las redes del poder, aliñado todo ello con ciertas escenas entre lo escabroso y lo erótico desatado), investigación y denuncia por un comité de las buenas costumbres del que era cabeza visible un tal Parker que luego fue descubierto en sus hábitos pedófilos (tiens, double mesure!); tampoco pasó desapercibida su canción llamando a la deserción, que hizo que en sus giras fuese perseguido por una banda de matones, paramilitares y legionarios ellos – y que se me perdone el oxímoron -, que trataban de boicotear la andanada antipatriótica del cantante, quien por cierto no tuvo que desertar ya que se libró de la mili por problemas de salud. Eran los tiempos del fin de la guerra de Indochina y ya estaba en puertas la de Argelia.

Desde su infancia respiró un ambiente de gran libertad y lució un espíritu festivo y rigolo hasta las entretelas; era lo que las mentes bien pensantes dirían un cabeza loca que tomaba a broma hasta lo más sagrado… esta espíritu bromista y de tomar las cosas a la ligera (o demasiado en serio, según se mire) le acompañaría de por vida al igual que la mala compañía de sus dolencias cardíacas que le acosaron desde su adolescencia. Tal postura refractaria, fruto en gran parte de la educación libertaria recibida en la propiedad familiar, se oponía a todas las convenciones y normas de la sociedad bienpensante hacían que junto a él siempre avanzase el escándalo, lo que hacía, por otra parte, que no fuese bien acogido – excepciones célebres aparte: Queneau o Sartre en especial – en el mundillo de las letras y que, en cierta medida, permaneciese, y haya permanecido, en los bordes de tal ámbito a pesar de su consagración: ser publicado en la Pléiade.

Su primera novela, Vercoquin et le plancton resultaba rara donde las hubiese y no fue bien recibida; gustó, no obstante, a Raymond Queneau que logró que su autor firmase un contrato con la editorial Gallimard, de la que el escritor, autor de Zazie dans le métro, era director de colección. Fue al año siguiente cuando finalizó su obra, tal vez más conseguida y celebrada por el público, en especial por los jóvenes: La espuma de los días, una muy particular novela de amor, escrita a la carrera y con un estilo muy personal; en ella se caricaturiza a Sartre y a su compañera, los aludidos no se mosquean (todo hay que decirlo: sus retratos no son sangrientos para nada, si se exceptúa el cambio de sus nombres) y al contrario le abren las puertas de su revista Les Temps modernes y Sartre le promete interceder para que el premio de La Pléiade le sea concedido. El premio suponía un pastizal y Vian estaba alborozado pensando que iba a poder abandonar su empleo en la Oficina de papel en donde trabajaba como ingeniero. En medio de turbios manejos en la sombra al galardón le es otorgado a otro contrincante, a Jean Grosjean, con una recopilación de poemas religiosos. Boris Vian encolerizado se presenta, vociferando, en las oficinas de la editorial , reclamando ser recibido por el patrón, Gaston… ante la bulla, y mediando el apoyo de Queneau, el jefe acepta otorgar tanta publicidad a la novela de Vian como a la obra galardonada, llegando a firmar un nuevo contrato: el tercero en un año.

Fue a raíz de la siguiente incursión novelesca cuando se armó la de dios, como ha quedado señalado anteriormente. Una editorial en horas bajas, si es que alguna vez había tenido horas altas, Scorpion, necesitaba alguna obra que le sacase a flote; un amigo de Vian, que conocía los gustos de éste por la literatura norteamericana, se puso en contacto con éste para trasladarle la propuesta de escribir algo que obtuviera éxito. Boris Vian se puso a la obra convencido de que iba a escribir algo sonado, resarciéndose de paso de los desprecios que habían acompañado a sus anteriores obras, todavía no publicadas por cierto. En el retiro de Saint-Tropez acompañado de su mujer Michèle y de su hijo Patrick, escribe la novela en quince días, novela en la que irrumpe con fuerza la cuestión de la segregación racial, tema al que Vian era sumamente sensible, al haber conocido de primera mano las experiencias de Duke Ellington, de Louis Amstrong o de Miles Davis; el libro es firmado por Vernon Sullivan e inspirándose en una novela prácticamente desconocida de James Hadley Chase, opta por Escupiré sobre vuestra tumba, obra que aparecerá con una introducción del propio Vian, presentándose como traductor. El libro es publicado, al final, por Gallimard y algunos pasajes aparece en algunas revistas, de manera que el libro está lanzado desde antes de su aparición; algunos críticos se preguntan acerca de la identidad del autor desconocido, mas la cosa funciona y Vian y sus editores disfrutan del engaño. El descontento de los sectores puritanos, liderados por el Comité de acción social y moral, no hace sino promocionar la novela; el jefe de tal organización, Daniel Parker, que ya había llevado a los tribunales a Gallimard por haber publicado a Henry Miller, intenta frenar la distribución de la irreverente novela, considerada por el caballero y sus epígonos de pornográfica. Vian es llamado, como traductor, a arrojar luz sobre el misterio, y las idas y venidas se repiten mientras que Vian se dedica a la escritura de otra novela del mismo género de la anterior, Les morts ont tous la même peau, a cuyo protagonista, ni corto ni perezoso, le pone el casi trasparente nombre de Dan Parker. Tiens!

Las pesquisas judiciales y periodísticas se suceden en un intento descarado de atribuir la autoría de la escandalosa novela a Boris Vian; una complicación viene a sumarse al asunto, cuando un caballero, es un decir, mata a su compañera infiel en un hotel de Montparnasse: Horreur! En la mesilla de la habitación había un ejemplar de la novela de Vernon Sullivan, que se iniciaba con la escena de un crimen sádico, para más inri el asesino se cuelga días después en el bosque de Saint-Germain, lo que hace que el alboroto siga vivito y coleando. La prensa llega a culpar a Boris Vian como inspirador/provocador de tales muertes, mientras que él sigue negando ser Vernon Sullivan… Vian es expulsado, debido a la trifulca, de su trabajo en la Oficina de papel. Los ataques influyen en el comité de lectura de Gallimard que se niega a publicar la siguiente novela: El otoño en Pekín, decisión ante la que Vian enfurecido opta por publicarla en Scorpion, la edición pasa inadvertida; unos años más tarde Alain Robbe-Grillet publicará la novela en las prestigiosas Éditions de Minuit, editorial en la que el nombrado era consejero literario, quien juzga que la obra de Vian era un claro antecedente del nouveau roman, que él encabezara junto a Sarraute, Duras, Simon, etc. Las siguiente novelas también serán rechazadas por Gallimard, siendo publicadas por una editorial marginal, que acabó tragándose las tiradas enteras de Hierba roja y Los arrancacorazones; la significativa guillotina fue el destino de tales obras y, en cierto sentido, el del propio Boris Vian en el mundo literario. Con o sin careta su falta de éxito le repatea y como azaroso síntoma fatal, su muerte le llegó con ocasión de la representación de una obra suya, cuya versión abominaba; su figura brillaba, no obstante, con luz propia en los ambientes germanoprantines, debido a su labor dinamizadora en el campo del jazz, amén de trompetista de éxito, osado crítico musical y noctámbulo paradigmático.

Un hombre excesivo cuyas excesivas ocupaciones resultaban un exceso difícilmente asimilable, mas si en cuenta se tiene su espíritu festivo y descarado en su comportamiento público… su obra y su vocación de escritor fue reivindicada por él, no obstante, hasta el momento de su desaparición: «he tratado de contar a la gente historias que no habían leído jamás. Chorrada pura, doble chorrada, no aman más que lo que ya conocen… en fin, he contado mis amores en una primera novela, mi educación en la segunda, mi gonorrea en una tercera, mi vida militar en la cuarta; he hablado de temas de los que ignoro absolutamente todo. En eso reside la verdadera honestidad intelectual. No se puede traicionar un tema cuando no hay tema, o cuando éste no es real».

P.S.: hace un par de años publiqué en esta misma red un artículo sobre el poliédrico personaje que puede servir de complemento al actual, con ciertos aires repes como no podía ser de otra manera: https://kaosenlared.net/1947-annus-mirabilis-del-novelista-boris-vian/

Por Iñaki Urdanibia.

Recuerdo de las novelas más destacadas y de la figura del poliédrico Boris Vian.

Boris Vian fue todo un personaje de los ambientes germanoprantines; perejil de las más variadas salsas (música- compositor, animador e intérprete además de inventor de un singular instrumento -, animador de fiestas, variopinto charlista, traductor, dramaturgo, actor… y escritor, con éxito tras su repentino fallecimiento), obviando su profesión de ingeniero; colaborador de varias de las revistas punteras de la época: Combat, Les temps modernes, Hot Jazz… miembro de todos los movimientos de vanguardia que por aquella época abundaban por las orillas, en especial la izquierda, del río Sena (patafísicos, OuLiPo, dadá, surrealismo…) e inspirador e introductor del jazz en las caves del sexto arrondisement. La provocación y el escándalo le acompañaron en no pocas ocasiones, situaciones que no le hacían achantarse sino que al contrario parecía encantarle y le llevaban a crecerse… eso sí, jamás dio un paso atrás. Un zazou auténtico, en estado puro.

Acabada su carrera de ingeniería y tentado de siempre por la música – a los doce años ya organizó una banda de jazz con su hermano y sus primos -; más tarde compaginó sus jam-sessions con el oficio de escribir.

Tres en uno

El año 1947 fue un año decisivo y fructífero en los que hace a la producción escrita de Vian, hasta tal punto que su dedicación a la escritura pasó a ser una de sus dedicaciones fundamentales, abandonando su profesión de ingeniero. En tal fecha vieron la luz quizá sus tres novelas más célebres y significativas de su quehacer: «La espuma de los días», «El otoño en Pekín» y «Escupiré sobre vuestra tumba» firmada esta última con el seudónimo de Vernos Sullivan.

La primera, «La espuma de los días» era resumida por el propio escritor: «Un hombre ama a una mujer, ella cae enferma, ella muere» o de manera algo más explícita, en la nota que hizo insertar en la edición de tal libro: «Colin encuentra a Chloé. Se aman. Se casan. Chloé ca enferma. Colin se arruina para curarla. El médico no puede salvarla. Chloé muere. Colin no vivirá ya durante mucho tiempo». La novela es sin lugar a dudas una de las más, sino la más, significativas de su producción, si bien ésta no fue celebrada más que tras el fallecimiento de su autor.

Colin tiene dos amigos, Chick y Nicolas, este último le sirve como cocinero; Chick sigue la filosofía de Jean-Sol Partre – inspirado en el filósofo Jean-Paul Sartre – y allá coincide con una joven, Alise. Nicolas que no se empareja sino que disfruta de las oportunidades que le salen. En una fiesta convocada por una tal Isis, Colin se encuentra con Chloé, y ambos flipan, casándose en unos días. La boda es lo más alegre de toda la historia narrada.

Al poco de comenzar la relación matrimonial se detecta una curiosa enfermedad en la mujer: le crece un nenúfar en el pulmón; a pesar de ser operada la flor alcanza el otro pulmón. El médico que la trata recomienda que la vida de la mujer se desarrolle entre flores pero esto no detiene el mal para nada. Colin que vivía de su fortuna ha de ponerse a trabajar para costear los gastos originados por la enfermedad de su mujer. Las desgracias nunca vienen solas y así la otra pareja, la de Chick y Alise se va a pique a raíz de ciertos desacuerdos filosóficos acerca de Jean-Sol Partre. Él tiene tal pasión por el filósofo que no paga los impuestos para poder comprarse más libros suyos…

A lo largo de la lectura esta es atravesada por el espíritu de aquellos versos de Louis Aragon, cantados por George Brassens de que il n´y a pas d´amour heureux. Viéndose las páginas invadidas por cierto pesimismo, que hace hincapié en las dificultades de acceder a la madurez, de poder ser creativo y de poder librarse del trabajo alienante. La obra, representando la óptica del escritor, elogia la vida, el amor y la espontaneidad (cerca del espíritu dionisíaco) frente al discurso sabio, representado, en esta ocasión por el célebre filósofo existencialista francés; la domesticación de la razón de todas las esferas de la actividad humana le repateaba, dando prioridad a la fiesta, a la alegría y a la falta de corsé limitadores. Estas predominantes tendencias quedan netamente expresadas en la creatividad improvisada propia del jazz.

Si en la que acabo se extenderme puede observarse cierto chapoteo en el disloque, la segunda «El otoño en Pekín» lleva las cosas al paroxismo, la imaginación desbordada toma el poder de las páginas y las derivantes historias, y si la novela se presenta como una «sinfonía en tres movimientos organizada a golpes de trompeta» podría añadirse que estamos ante las estridencias de la saxofón de, por ejemplo, el primer Archie Sheep o de la euphoria de Gato Barbieri desbocado. Lectura no apta para cartesianos empedernidos, ya que pode pronto – contraviniendo la afirmación del título – no estamos ni en otoño, ni en Pekín. Somos situados en ninguna parte, y así como Alfred Jarry situaba su Ubú en Polonia « es decir en ninguna parte», Boris Vian, fiel émulo del anterior, nos lleva a Exopotamia.

Personajes singulares y variopintos hasta las cartolas, desde el inicial Amadís Dudu que se las ve y se las desea para coger el autobús que le conviene para ir a la oficina, empeño que se convierte en una dislocada odisea, con golpes, insultos, accidentes y con unos conductores y cobradores de autobús que parecen salidos de otro mundo, por no mentar los frenopáticos… para seguir con un oficinista Claude León que por circunstancias de la vida se convierte en asesino, lo que le conduce a la prisión , experiencia que nos será transmitida, como transmitida nos será igualmente la estancia en un hospital en el que caminaremos por los bordes de lo chirene. También – no podía ser de otro modo – seremos penetrados por los vaivenes amorosos entre Rochelle, Ángle – trasunto del propio Vian – y Ana que se disputan, digamos, el amor de la primera.

Ya en Exopotamia, en donde un grupo de ingenieros debe construir un ferrocarril en medio del desierto, proyecto que no parece tener excesivo sentido; excavaciones arqueológicas llevadas a cabo por Atanágoras Pórfirogeneta, los administradores del tren se instalan en el único hotel de la zona, hotel que se prevee quedará divido en dos debido a la línea ferroviaria,… imposible de narrar lo relatado, pues las historias se disparan, como los disparatados personajes(una treintena: el profesor Mscamangas, el abad Petitjean, antropólogos,… sin obviar las sillas enfermas, y otros objetos que tienen tanta vida, o más, que los seres vivos) y sus no menos disparatadas actividades y discursos… sin olvidar los diferentes tramánculos de los que se nos da cuenta: desde los lanzahostias hábilmente utilizados por los de la sotana, a otros ingenios que resultan mortíferos, más allá de los objetivos de sus creadores, como desobedientes frankesteines.

La obra, cuya pretensión según sus autor era hacer un « elogio de la perseverancia», tuvo sus más y sus menos de cara a su publicación ya que Gallimard, que había editado la anterior novela, obra que estuvo a punto de lograr ser galardonada con el premio de la Pléiade y que al final fue concedido a Jean Grosjean, no quiso publicarla ya que en ella se hablaba de un tal Petitjean que retrataba, con sorna, al escritor antes nombrado que era uno de los mimados de la factoría de don Antoine. El caso es que la novela fue editada en una pequeña editorial, Scorpion. La obra no es que obtuviese mucho éxito que digamos, y hasta el propio Raymond Queneau, padrino literario del escritor, y poco dado a conformismos y conservadurismos habló de la novela como realmente difícil de leer… si esto decían los amigos que no dijeron los enemigos, las gentes de orden de la sociedad bienpensante.

La que sí que fue la bomba, la tercera de las nombradas: «Escupiré sobre vuestra tumba» obtuvo un éxito inmediato tanto por parte de la crítica, que pensó en primera instancia estar ante un nuevo novelista negro americano de novela negra, como de los lectores: inapelable muestra de ello son los más de doscientos mil (cien mil el año de su publicación) ejemplares que se vendieron de la novela firmada por un tal Vernon Sullivan, en ella el escritor se centra en el tema de la aberrante discriminación que padecen los negros en los USA; hay cosas que un negro no puede ni debe hacer: así enamorarse de una blanca , el menor de los Anderson no lo tuvo en cuenta y ahora yace bajo tierra. Su hermano Lee, su piel blanca domina a la negra, jura venganza… y teniendo en cuenta que la venganza se sirve fría, no cesa en su empeño de vengar a su hermano y de se modo hacer que se sienta contenta en la frialdad de su inhóspita tumba. Una novela en la que el sexo y la violencia abundan. Cierto es que también llovieron los ataques de lo sectores conservadores que veían en la novela el colmo de la irreverencia y del mal gusto; es llevado a juicio por «ultraje a las buenas costumbres por vía del libro» (al final él y su editor tuvieron que pagar una suculenta multa), siendo comparado con el escandaloso Henry Miller; hasta se llega a hablar de el autor como «asesino por procuración». Vian tratando de burlar a la injusta justicia presenta una obra inglesa, I Shall Spit on Your Graves, de la que dice que la novela publicada no es más que una traducción, versión que ya había dejado caer, de manera menos detallada, el prefacio de la novela…

La escritura – de «escritura dichosa» hablaba su compañera Michelle -, y la vida toda, de Boris Vian es una muestra de rebeldía, de innovación, de subversión, un descarado elogio de la inmadurez (coincidencia con el posterior Ferdydurke de Gombrowicz) y hasta de la locura (podría adivinarse ciertos aires de familia con el art brut). Estos aires dadás, surrealistas, patafísicos, cercanos a algunas expresiones oulipianas, y hasta letristas – antecedente de la Internacional Situacionista – (en El otoño…un personaje es castigado, precisamente, a la ardua tarea de traducir al griego una poema letrista), alejan a Boris Vian del ambiente existencialista que dominaban en la época, y que él frecuentó. Boris Vian era un ser de los que hay que dar de comer aparte, era un rebelde, tentado por el absurdo, que no abstenía de frivolizar con lo más sagrado y que no evitaba recurrir a escenas propias del cómic o de los dibujos animados. Dicho esto, tampoco debería caerse en una visión meramente escorada hacia este lado, ya que en su humor, su irreverencia y sus bromas delirantes no pocos problemas perennes de los humanos son apuntados, en un balanceo permanente entre realismo y absurdo, con tonos de tragedia, sobre los problemas del amor, las maldades de la alienación, del trabajo asalariado como cortapisa a la creatividad, a la libertad del individuo y a su inclusión conformista en los cánones de la sociedad. La religión y sus funcionarios, la ciencia y los suyos, la policía, los militares… no acaban, ni empiezan, bien parados; tonos; esos tonos anarquizantes resultan más cercanos al Único y su propiedad sterneriano que al de la ayuda mutua kropotkiniana, si bien sus llamamientos a la deserción – en tiempos guerreros – cubren indudablemente un carácter colectivo… Así es la espuma imaginativa, creativa del poliédrico personaje que no dejaba indiferente a nadie, y que tal vez, tenga razón su admirador y traductor Juan García Hortelano, resultó un adelantado a su tiempo; esa intempestividad es lo que tal vez hizo que fuese incomprendido, y hasta odiado, por muchos de sus contemporáneos…lo que no quitaba para que su presencia ocupase la escena sin remedio.

Notas biográficas.

Nace el 10 de marzo de 1920 en Ville-d´Avray, el más pequeño de una familia burguesa y cultivada. Pasa una niñez dichosa hasta que dos acontecimientos vienen a variar las cosas: la crisis de 1929 que hace que el tren de vida de los Vian haya de bajar, y que la detección de una enfermedad cardiaca del pequeño. Se aficiona desde joven al jazz y comienza a mostrar su virtuosismo con la trompeta. Su enfermedad hace que no se le movilice con motivo de la segunda guerra mundial.

Durante la ocupación, Boris forma parte del grupo de jóvenes “pasotas” (zazous) que no se posicionan ni con la colaboración, ni con la resistencia sino que disfrutan de la literatura y la música, ajenos al merdier ambiente.

En 1942 empieza a desatender su empleo de ingeniero por los mismos años en que su quinteto jazzístico anima las animadas veladas de los garitos de Saint-Germain-des-Près. En 1947 abandona su dedicación a la ingeniería para dedicarse a hacer de cronista jazz en algunas revistas especializadas. Escribe poemas y cuatro novelas: L´Écume des jours y L´Automme à Pékin (1947), L´Herbe rouge (1950) y L´Arrache-coeur (1953). En esos años entra en contacto con Sartre uniéndose a la revista Les Temps Modernes. La revista no tarda en deshacerse de él, pues sus opiniones resultan provocadoras en exceso. La amistad con Raymond Queneau – uno de los promotores del OuLiPo – es más profunda, sin embargo su éxito como escritor no llega, decepcionándole, en especial, que su novela L´Écume des jours – de la que se había hablado como segura candidata – no obtuviera el Prix de la Pléiade 1947.

Escritor, músico, ingeniero, posicionado a la izquierda pero aislado y hasta marginado entre otros motivos por su rebeldía individualista.

Bajo el seudónimo de Vernon Sullivan escribe algunas novelas negras, una de las cuales – J´irai cracher sur vos tombes(1947) – le valdrá ser llevado a los tribunales denunciado por una asociación de buenas costumbres (Cartel d´Action Sociale et Morale). Vende 120.000 ejemplares en el año de su publicación, mas dos años después es prohibida y un año más tarde Vian y su editor han de pagar una cuantiosa multa.

En 1952, pasa a formar parte del Colegio de Patafísica. Encuentro con el cantante Henry Salvador, con quien establece una estrecha amistad.

Ante su falta de éxito como escritor se dedica a hacer traducciones, a escribir artículos, participa en programas radiofónicos, trabaja en una empresa discográfica – desempeñando el puesto de director en un par de ellas – y hasta se lanza a cantar. Precisamente, en 1955, su canción Déserteur le va a valer además de ciertos problemas judiciales, la cólera de las asociaciones de excombatientes.

Su enfermedad cardiaca le va a conducir a la muerte, el 23 de junio de 1959, mientras asistía a la proyección de la película basada en su escandalosa novela, de serie negra, de la que hemos hablado, proyecto del que había quedado apartado por sus desacuerdos con el director, productor y guionista.

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Artículo publicado , en su momento, en el diario Gara.

Boris Vian, la espuma de las palabras

El 23 de junio de 1959, invitado a asistir a la primera proyección privada de la película basada en su novela Escupiré sobre vuestra tumba, acude, a regañadientes debido a los desacuerdos con el director del film, al cine Le Petit Marbeuf. A los diez minutos de proyección… un síncope le va a llevar a la tumba.

La escritura, la música, los instrumentos hábilmente tocados (trompeta, el cuerno de gidouille, instrumento patafísico par excellence), la vida… todo levantaba aire hasta la ráfaga de viento, en torno a ese ser que provocaba espuma de palabras, de notas musicales, con un destacado espíritu cercano al happening, ya sea en sus obras teatrales, cinematográficas, en sus espectáculos cabareteros germanoprantines, o todavía en sus morosos paseos en sus antiguas bagnoles (célebre su Brasier 1911, que aparece en la portada de su disco más significativo, de canciones posibles e imposibles), vehículo que conducía a un contenido ritmo que le facilitaba comunicarse con ciclistas y otros paisanos paseantes. En Boris Vian todo producía comentarios y animación, todo era panache. El nombre de la colección que Raymond Queneau creó con el fin de acoger libros provocadores, marginales, fuera de las normas al uso – La pluma al viento – le viene que ni pintado al quehacer de su joven amigo. Buscaba el autor de «Zazie en el metro» una literatura que con humor hiciese olvidar los desastres de la guerra.

Sin duda, en la obra de Boris Vian hay un descarnado humor negro, un ritmo jazz a tope (puro swing), que va desgranando críticas y carcajadas ante el espectáculo de la estupidez social, en un mundo en el que los objetos cobran vida y protagonismo, en el que los animales se convierten en testigos privilegiados de lo que sucede (los ratones de La espuma de los días), adoptan comportamientos humanos (cabras y cerdos haciendo auto-stop en El arrancacorazones…), entregando escenas propias de dibujos animados y del disloque propio de los cómics. También asoman extraños instrumentos como aquella coctelera-piano de una de sus más logradas novelas, o el arrancacorazones con el que se atenta contra el gurú existencialista Jean-Sol Partre, en la misma novela; o también la máquina del tiempo ideada por Wolf en La hierba roja, y hasta países inventados: la Exopotamia de El otoño en Pekín, en el que tanto el nombre de la ciudad como la estación meteorológica nombrados son innecesarios e irrelevantes. En Vian todo es posible ya que «la historia es completamente verdadera, porque me la he inventado de cabo a rabo».

No significan, no obstante , de ninguna de las maneras, estos aires (un peu fou), o parecidos de familia con el dadá, el onirismo surrealista, o la inventiva patafísica con su imaginación desbordada hasta los acantilados del mismísimo absurdo, que el escritor se desentendiese, con una pose torredemarfilesca, de lo que en el mundo real se cocía. En Boris Vian, su espíritu festivo fue una constante desde su juventud: ahí están las célebres fiestas-sorpresa familiares ampliadas a los vecinos y amigos que eran de órdago, en las que con sus hermanos y primos interpretaban con probada maestría versiones de las estrellas del jazz americano, a quienes luego recibiría en las caves de Saint Germain de Près (Charlie Parker, Milles Davis o Duke Ellington), más tarde se convertiría en animador de célebres veladas musicales o cronista de jazz en revistas especializadas, o todavía en traductor de novelas negras – y escritor de ellas bajo el seudónimo de Vernon Sullivan – novelas venidas del otro lado del charco (Raymond Chandler, o Cheney entre otros). Y, sin embargo, también había inequívoco sitio en este espíritu lúdico y libertario – como digo – para la crítica abierta a muchas de las convenciones y usos sociales. En este orden de cosas pueden verse, sin rizar el rizo, abundantes dosis de antimilitarismo (¿cómo no recordar su interpretación de El desertor en su versión completa -y no como la primera realizada por Mouloudji – en plena guerra colonialista en Indochina), de crítica a la Iglesia y sus negocios divinos, y de embestida – disfrazada con caricaturas hasta el delirio- contra las diversas alienaciones que atrapan a los humanos: el sistema de objetos (más tarde vinieron Henri Lefebvre, Roland Barthes, Jean Baudrillard, o… George Perec), las modas culturales que se convierten en nuevas religiones con sus adorados dioses (existencialismo y psicoanálisis), el trabajo (véanse la fábrica de armas en su novela de amor y jazz La espuma de los días, y el trato recibido en su empleo de encargado de dar malas noticias, el “recoge-mierdas”, con perdón, del río de El arrancacorazones, o – en el mismo lugar – los aprendices de carpintería que trabajan como mulas y caen como moscas, o el descabellado mercado de viejos en el que se subastan descabellados/as, desdentados/as,… ancianos/as…). Todo ello con una irreverencia intempestiva de claro signo provocador, y con un punzante humor que no deja títere con cabeza, ni respeta lo más sagrado. En la misma línea está la carga antirracista que airada se transparenta en sus polares (novelas negras).

Así pues, quien se convertiría en verdadero príncipe de Saint Germain y paradigma de zazou – término empleado para designar a los jóvenes que, oponiéndose a la nefasta situación de la Francia de los años de la primera guerra y la posterior ocupación, se rebelaban por medio de la diversión, la música, el baile y la literatura llegados de más allá del Atlántico – no conoció en vida, a pesar de toda su desbocada actividad, el éxito como escritor, que él tanto añoraba. Tras su temprano fallecimiento se convirtió en verdadera leyenda por su vida y por su carácter de miloficios: ingeniero de profesión, y hombre de innúmeras devociones que le impulsaban hacia lo universal. Vian quería ser todo y lo fue a pesar de su vida breve: escritor, músico, cantante, periodista, inventor, pintor, dramaturgo, traductor, director de compañía discográfica, amigo singular de célebres amigos (Queneau, Paulhan, Jarry, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Maurice Merleau-Ponty , Rostand, …), esposo de dos influyentes mujeres (Michelle y Ursula) y padre; este hombre cuya timidez proverbial no le impidió ser un consumado erotómano, bullanguero, satírico, y disecador certero de los humanos.

Precisamente fue su escritura intempestiva, y no me refiero a sus juegos de palabras, a sus cambalaches estilísticos o a la creación de ocurrentes neologismos, sino a su carácter irreverente – cercano al cinismo de los antiguos griegos – la que le causó problemas. Algunas de sus obras le valieron sonadas denuncias y desembocaron en clamorosos, largos y sobredimensionados, procesos «por atentar contra las buenas costumbres», en especial las novelas negras firmadas por un supuesto autor americano: Escupiré sobre vuestra tumba, Con las mujeres no hay quien pueda… dejo de lado la música). No sólo le ocasionaron, como señalo, enormes perjuicios, sino también un cierto espanto de cara a ser publicado, pues las editoriales juzgaban un riesgo contar con semejante caballero en su catálogo (a pesar de la amistad y padrinazgo de Queneau, Gallimard prefería darle trabajillos en otras tareas editoriales), cierta marginación que también sufrió por parte de los serios redactores en jefe de Les Temps Modernes (Beauvoir&Sartre) por el carácter juzgado chirigotesco, hasta el exceso, de sus crónicas («En la vida, hay gente seria / Amargados, gente aburrida/ Pues tanto peor, que se queden en su casa/ Yo no amo más que el juego» que deletreaba en su C´était pour jouer, 1958).

Hoy , tras cincuenta años de su muerte, este inquieto e individualista ser nacido el 10 de marzo de 1920, es símbolo de la rebeldía juvenil en viaje hacia lo imposible en un periplo ilimitado por las nubes de la libertad en lucha contra las imposiciones y límites de la sociedad bienpensante y sus celosos comisarios de turno, que vigilan para el buen funcionamiento de la patria en las distintas esferas (moral, militar, política, educativa, religiosa, laboral, sexual, etc.). Más vivo que nunca, y como muestra ahí están las reediciones anuales de algunas de sus novelas y la entrada de su obra completa a la prestigiosísima Bibliothèque de La Pléiade (a cargo de Marc Lapprand con la colaboración de Christelle Gonzalo y François Roulmann)… y sus canciones interpretadas por lo más granado de la chanson française (Juliette Greco, Magali Noël, Hugues Aufay, Yves Montand, Mouloudji, Serge Reggiani, Henri Salvador…) y convertidas en parte de la banda sonora habitual (de tubes hablaba él para bautizar a los éxitos musicales) del panorama cultural hexagonal. «Esta vieja Bastilla / Qué bien han hecho en tomarla/ No servían para nada todas esas sucias piedras / Ah, qué buena idea arrojarlas por tierra » (Java mondaine, 1957).