Por Iñaki Urdanibia

«El genio más grande de su época»

                                T.S.Eliot

«Uno de los mejores libros del siglo XX»

William S.Burroughs

«Las ironías en El bosque de la noche, aunque feroces, nunca son frías. Son apasionadas. La novela es un canto a la gente que el mundo desecha: los desposeídos, los descarriados, los herejes y los rebeldes»

                             Siri Hustvedt

La escritora norteamericana (Nueva York, era muy celosa de preservar su intimidad, manteniendo tal esfera de su persona lejos de los focos del mundillo literario, lo que no quita para que ampliase el círculo de sus amistades a muchas de las luminarias de su tiempo (Charles Chaplin, Ezra Pound, Gertrude Stein, Marcel Duchamp, Samuel Beckett, Ernest Hemingway, entre otros), tal vez fue ese celo por su privacidad señalado lo que hizo que su obra no alcanzase el relieve que merecía, añádase la habitual marginación de las mujeres, y que fue alabada por sus pares como James Joyce, Dylan Thomas, William Faulkner, Malcom Löwry, Anaïs Nin, Graham Greene, Lawrence Durrell, y, de manera especial, por T.S.Eliot que apostó por ella abriéndole las puertas a la publicación de su «El bosque de la noche» – que vio inicialmente la luz en 1936 en Londres, editada por Faber&Faber, y al año siguiente, 1937, en los Estados Unidos por Brace -, que hora vuelve a editar Seix Barral, con una nueva traducción; antes había publicada la novela hace ahora treinta y cinco años. No fue autora de una sola obra ya que publicó otra novela, Ryder, alguna obra de teatro, destacando Antiphon y numerosos relatos (recopilados en Vértigo, Humo, etc.); no obstante su obra más celebrada es la que ahora acaba de ser presentada. Con respecto al papel de Eliot se ha solido hablar de su labor para tratar de esquivar la censura, censurando algunos crudos pasajes relacionados con la sexualidad y la religión; Djuna Barnes lo negó lo que, sin embargo, le pareció algo arbitraria y poco generosa la actitud de los editores, Faber&Faber, que no dieron la debida publicidad a la novela, para que la censura no reparase en ella.

En el periodo de entreguerras se instaló en París, frecuentando los ambientes de la bohemia y prodigando sus viajes a otros países europeos y también al norte africano; diferentes ciudades del Viejo Continente son el escenario de los episodios narrados: Viena, Berlín, París, con el dominante ambiente de cafés berlineses y parisinos … La novela está alimentada por cierto espíritu de ajuste de cuentas, ya que su elaboración se disparó a partir del abandono de la escritora por su compañera Thelma Wood con quien convivió durante un tiempo; en el libro es Robin Vote (ha de tenerse en cuenta que en la vida real llamaba Robin, pájaro, a Thelma); esta mujer atraída por el abismo va a hacer su aparición cuando la novela ha avanzado una cuarta parte y ya no va a abandonar las historias, al erigirse en centro de atención del deseo de diferentes personajes: Félix Volkbein. Nora Flood y Jenny Petherbridge. El primero de los nombrados siguiendo el ejemplo de su padre, Guido, que falleció a los seis meses del nacimiento de su hijo, se hace llamar barón, sin serlo, y trata por todos los medios de disimular su condición de judío; se casa con Robin y la lleva a Viena para dársela a conocer. A lo largo de sus andanzas por la comédie humaine, el autodenominado barón,va a ir a dar con excéntricos; la segunda encargada de la publicidad del circo y servil donde las haya, mientras que la tercera destaca por su extravagancia. Entre los excéntricos con los que topa el nombrado barón Volkbein, está el doctor irlandés Matthew O´Connor- que ejerce sin estar en posesión del debido título – que es un charlatán de tomo y lomo que con su logorrea pontifica sin parar acerca de lo humano y lo divino, sobre los irlandeses y sus diferencias con los vieneses, entre los judíos y los católicos, y las diferencias de éstos con los protestantes, sobre los pobres y los poderosos, etc., etc., etc., convirtiéndose en el centro de atención de quienes con él coinciden; en el caso concreto de Félix, éste se siente escandalizado por no pocas de las ideas del nombrado doctor, que resultan las más de las veces intempestivas. Los referentes de los personajes resultan identificables con las personas con las que se relacionó en su vida, lo que hace que la novela pueda considerarse autobiográficas en cierta medida, si bien la pretensión de la escritora se amplía, en su negativa visión, a la totalidad de la sociedad humana, al haber perdido la inocencia propia de la animalidad, y sus límites para lograr sus aspiraciones a la trascendencia.

Los nueve capítulos van viendo desfilar a los variopintos personajes que, debido a las circunstancias de la vida, van a cruzar sus destinos. El humor y la ironía no faltan en los retratos de los personajes que son sometidos a la escrutadora mirada de Barnes. Tras la Reverencia que da título al primer capítulo, en donde conocemos a Félix, su genealogía, y su encuentro con el locuaz doctor, se pasa al capítulo con título operístico – belliniano, La sonámbula, en el que vemos los vagabundeos nocturnos y la superficialidad de Robin, que acepta casarse con Félix. Acto seguido, en Ronda nocturna, se da el encuentro de Robin y Nora, en un circo, iniciándose entre ellas una relación amorosa, que es interrumpida por la inestable Robin que gusta cambiar de lecho, y frecuentar bares en los que consume en abundancia (Barnes hubo épocas en que el alcoholismo le afectaba sobremanera), al final, en La intrusa, vemos como Robin abandona a Nora y se marcha con Jenny Petherbridge, con cuatro matrimonios a cuestas, dejando a Nora absolutamente hundida, caída que se mantendrá a lo largo de toda la novela, sin poder deshacerse de la obsesión que le posee. En los siguientes capítulos, el doctor O´Connor se convierte en consolador de las penas y dolores amorosos que acucian a los amantes rechazados por Robin: Félix, con quien tuvo un matrimonio efímero, Nora y Jenny. Robin, no obstante, sigue ocupando el centro de gravedad, al resultar su disoluta conducta el imán que atrae a todos los que observan sus pasos de manera irremediable. El final, La posesa, confirma el tono trágico de la novela, al situarnos en una aislada granja en la que habita Nora que al oír unos ladridos ve a Robin postrada, en postura de oración, como si lo hiciese delante de un altar improvisado.

Un punto común atraviesa a todos los personajes en presencia: la de dejar de ser lo que son para convertirse en otros, lo que les conduce a no pocos comportamientos grotescos, escapando del estado de naturaleza; si antes señalaba que no se podía interpretar el libro únicamente en clave autobiográfica, es debido a esta tendencia que, más allá de los gustos o preferencias sexuales, la autora considera que afecta a la humanidad entera. Resabios schopenhauerianos, al considerar que la vida es un continuo péndulo que se mueve entre el dolor y el aburrimiento; la novela reafirma la aseveración que en ella asoma a las primeras de cambio. «ningún hombre necesita curarse de su enfermedad individual; es la dolencia universal la que ha de tratar». El deseo marca la vida de los humanos, encarnado en los personajes del libro, lo que les empuja a transformarse, a metamorfosearse en otros, guiados por un narcisismo que florece tanto en las relaciones hetero como homosexuales, estas últimas van a llevar a ciertas lecturas escoradas que consideran la novela como punta de lanza en la reivindicación del lesbianismo y hasta de la galaxia queer.

El tratamiento que Barnes hace de los personajes mueven a la compasión en unos casos por el desbordamiento del deseo, es el caso, de la vitalista y siempre insatisfecha Robin, mujer en transformación, que va sembrando el dolor en quienes la tratan, como de la candidez de Nora que piensa en los amores duraderos, sentimiento que también provoca el parlanchín doctor O´Connor que, cual Tiresias, ha vivido como hombre y como mujer lo que le hace no callar, pues lo ve todo y no puede callarlo, resguardado tras la coraza de la palabra.

La escritora emplea con habilidad destacada metáforas unidas al mundo animal, al circo, rozando el bello lirismo y un sentido de afinada musicalidad, lo que, no obstante, Eliot subrayó que sus elogios no debían interpretarse como que la novela fuese elaborada con una prosa poética, del mismo modo que no era un estudio de psicopatías varias… descubriendo «el gran logro de un estilo, la belleza expresiva, el ingenio y la caracterización brillantes y un género de horror y fatalidad my próximos a la tragedia isabelina».

Los laberintos recorridos por la escritora nos trasladan a la oscuridad del bosque… significativas resultan las palabras de Siri Hustvedt: «El bosque de la noche de Djuna Barnes ha sido para mí uno de esos libros, una novela que he leído seis veces y que cada vez he sentido bailar dentro de mí como un brutal, irónico, tierno y obsceno carnaval, lleno de insurrección; una obra que desmantela las taxonomías heredadas, esas categorías naturales y fijas que se supone que debemos dar por supuestas y que nos dicen qué y quién es cada cual»… y es que Djuna Barnes escribe más con el corazón que recurriendo a los lugares comunes, heredados e imperantes, por el uso y el abuso, de los predicadores de distintos pelajes; en una carta a una amiga decía que «en la creación artística era más importante el corazón que el cerebro». ¡ Así, Djuna Barnes!