Por Iñaki Urdanibia

Wang Xiaobo (1952 – 1997) fue un novelista, ensayista e intelectual respetado en algunos ambientes de su país, y digo en algunos ya que en otros, los del poder, los obstáculos eran numerosos con el fin de que sus obras no vieran la luz. No cabe duda de que el escritor iba a u bola y lo hacía en diferentes registros y temas, lo que hacía que el interés por sus textos fuese, y sea, amplia. En los tiempos de la llamada Revolución Cultural fue enviado, como muchos estudiantes, a trabajar al campo, en concreto a la provincia de Yunnan, precisamente el lugar en el que se sitúa la que es considerada su novela más importante «La edad de oro» (黄金时代, Huangjin Shidai), publicada ahora por Galaxia Gutenberg. La novela breve, lo bueno si breve…, hubo de esperar hasta 1992 para ser publicada, se inspira en los tiempos pasados en el lugar mentado.

Nadie dejará la lectura de la novela, ni podrá resistir la risa o la sonrisa ante la sorna con que se narra las experiencias vividas. Vemos en encuentro de dos personajes principales que tras los primeros momentos de titubeo, establecen una relación de gran amistad entre ellos. Ella es médica, Chen Qingyang, veintitrés años; él, Wang Er, veintiún años, es destinado a una brigada de trabajo a la provincia fronteriza, allá ejercerá de pastor de búfalos y de cuidador de cerdos entre otras tareas. La relación entre ambos se va estrechando y el deseo también, mas el rígido ambiente impuesto por los responsables militares, los comisarios y por los miembros del Grupo de Seguridad Popular, se convierte en irrespirable para ellos y para el desarrollo de su pasión lo que les impulsa a huir a las montañas. Allá tratarán con diferentes minorías étnicas y se buscarán la vida cultivando tierras que en su tiempo habían sido fructíferas pero que en la actualidad estaban abandonando; no obstante, lo fundamental de sus existencias va a ser la entrega de sus cuerpos, actos que nos son narrados con detalles, haciéndonos ver los diferentes modos y maneras en que llevan a cabo el acto amoroso… realmente desfogado, más si en cuenta se tiene que él tiene tendencia, aún sin estar afectado por priapismo alguno, a estar empalmado cada dos por tres, no yéndole a la zaga la mujer que comete adulterio ya que su marido está destinado en otro lugar en tareas militares; en el campo del que era médica le llamaban la guarra, cosa que a ella le repateaba… «tiene la piel realmente blanca, no me extraña que sea un golfa».

Cansados de su vida errante deciden volver a la brigada y allá son requeridos a escribir una confesión de los delitos cometidos; los responsables que no es que les traten con mimo pretenden que confiesen haber huido más allá de la frontera, al extranjero y, ya de paso, que declaren haberse convertido en agentes y espías del enemigo. Ellos se niegan estando dispuestos a confesar la verdad únicamente, y la verdad es que se han amado. Las confesiones ordenadas comienzan a ser escritas, más los que las exigen siempre quieren más pues opinan que no dicen toda la verdad sino que ocultan o dejan en la oscuridad; esta incitación permanente a ir más allá en el relato de la verdad hace que los que se confiesan se muestren sinceros hasta en los más mínimos detalles de sus relaciones…tetas, coño, pene, penetraciones por delante y por detrás, etc., etc., etc., confesiones cargadas de sexo que parecen provocar la satisfacción y la morbosa curiosidad de los responsables, y que provocan de manera irremediable la risa de quien lea las historias. No parará ahí la cosa, ya que las exigencias que van en aumento harán que la pareja sea sometida a sesiones de exposición pública en la que son ridiculizados, insultados, humillados; subidos al escenario, junto a otros acusados, y rodeados de miles de personas de la granja y de las brigadas cercanas, oyeron al llegar su turno: «caso de los criminales Wang y Chen: pensamiento libidinoso, comportamiento degenerado, huida para evitar la reeducación ideológica y, gracias a la inspiración política del Partido, entrega y arrepentimiento»; tras la condenatoria soflama, los gritos suyos coreados por el enardecido público: «¡Abajo Wang Er! ¡Abajo Chen Qingyang!», y nada más finalizar el espectáculo…a seguir escribiendo, pues los dirigentes estaban ansiosos por seguir leyendo las sabrosas confesiones, y él en concreto, Wang Er, cogiendo el gusto a la escritura y la norma que se imponía de que todo lo que escribiese fuese real: «Todo lo que escribía era real, y la realidad posee un indescriptible poder de atracción».

Finalizada la estancia en Yunnan ambos son enviados a sus lugares de origen, cada uno al suyo, hasta que casualmente veinte años después se encuentra en un parque de Pekín; ambos habían sido, tras concluir la llamada Revolución Cultural en 1976, rehabilitados, viendo restituido su honor, ya que los hechos por los que habían sido maltratados no eran tan graves como se pintó. Ambos se cuentan cómo han vivido los tiempos posteriores a cuando estuvieron juntos, y celebran en encuentro acudiendo a un hotel, en donde rememoran los tiempos pasados, lo que completa la descripción del maltrato padecido (tirones de pelo, insultos, empujones, siendo atados a sillas y expuestos ante los demás como escarmiento, transportados en un tractor junto a contrarrevolucionarios, contrabandistas, ladrones y otros adúlteros) y los actos, al tiempo que tratan de ordenar su historia de amor, tras el paso del tiempos transcurrido y los cambios sufridos desde aquella juventud perdida en que se amaron.