Por Iñaki Urdanibia

Dice Ignacio Gutiérrez de Terán en la nota Preliminar del libro de Alia Mamduh(Bagdag, 1944) que ha traducido: «Al-Tanki. Tras las huellas de una mujer iraquí», publicado en Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, que «No es una novela fácil de leer ni, menos aún, de traducir», con respecto a lo segundo, le creo, con respecto a lo primero aun no faltándole razón, juzgo necesario matizar, cosa que el propio traductor hace líneas más adelante al señalar los motivos de la dificultad: las frases interrumpidas, los cambios de voz narradora, y la sensación de descoloque que muestran los personajes en un Iraq cambiante que no es el que era sino que está en continua mutación; me atrevo a añadir a lo anterior que se dan saltos en lo cronológico y algunos relatos que no tienen ni base lógica ni racional, como confiesan algunos de los personajes que toman la palabra.

Un exordio que se refiere a un álbum de fotos familiar inicial, cuyos personajes son presentados, cita los nombres de los diferentes protagonistas y narradores de la historia: por supuesto Ayyub Al, su madre Makkiya, las tías Fathiya y Saniya; Ayyub, su hermano Mutjar que es el que realiza la descripción del retrato,la abuela Bibi Fáitim no está ya que se había quedado en el piso de arriba, y el narrador abre la posibilidad de incluir a Hilal, hijo de Ayyub y al doctor Samir que en cierto modo forma parte de la familia. Más adelante aparecerán más personajes como la amiga de la desaparecida Ayyub Al, Tárab, esposa del doctor nombrado, el profesor Muad, un par de doctores más, Samim y Carl Valino, y algunos amigos de la joven de paradero desconocido, Yenin y Yunis. Alguno se quedará en el tintero, recuerdo la madame Iftijar, pero los nombrados son los que juegan un papel relevante en las páginas del poliédrico libro, que se balancean entre el collage y el patchwork.

El papel central de las historias es Afaf Ayyub Al, Affu la llamaban aunque a ella no le gustase este nombre, ni tampoco el que le habían puesto ya que Afaf significa castidad, nacida en 1958, rodeada de los llantos y gritos de su madre y colectivos en tiempos de un golpe de estado, se marchó del país en 1979 y desde entonces casi nada se conoce de su paradero, lo que hace que las interrogantes se sucedan: ¿estará muerta, la habrán asesinado, secuestrado, o se habrá suicidado? ¿Tendrá pasaporte? ¿Habrá ido a la embajada a pedirlo? Con el fin de recabar pistas y explicaciones a este misterioso silencio que rodea a la joven, surge la iniciativa de convocar a los familiares y conocidos para reconstruir la historia familiar con el fin de hallar solución al enigma; de ahí, la pluralidad de visiones y voces que narran sus recuerdos y sus vivencias junto a la desaparecida, y la palabra de la propia Afaf. A través de los diferentes relatos vamos viendo además de algunas cuitas familiares, diferentes aspectos y cambios en la vida del país, amén de algunas pinceladas sobre la arquitectura de Bagdad, y muy en concreto las descripciones de la calle en la que se situaba el domicilio familiar, Al-Tanki, y sus alrededores, y, por supuesto, algunas deslavazadas informaciones sobre los pasos dados por la joven pintora desde su marcha, por tierras inglesas y, de manera especial, por la capital del Sena… quien desde joven había repetido como un mantra: ¡qué estupidez!

No se escatima revelar algunos traumas de algunos miembros de la familia, como la incontinencia urinaria, o la bizquera del tío Mutjar provocada por alguna sensación fuerte, defecto ocular que afecta igualmente a la joven pintora que lo atribuye a un rasgo hereditario, tampoco se ausentan conversaciones y relaciones íntimas de la protagonista, del mismo modo que en su seguimiento conocemos sus tiempos de estudiante, primero de Arquitectura y luego, abandonando los estudios anteriores, matriculándose en Bellas Artes. La vemos siempre con un lápiz en la mano retratando a quienes le rodean, y más tarde se nos desvelarán las exposiciones de sus cuadros en galerías parisinas, del mismo modo que se nos darán a conocer informaciones acerca de su estado mental, al borde de la locura, brotes paranoicos constantes, por parte del psiquiatra que le trató; sus amoríos que no llegaron a serlo al salir escaldada debido al carácter despectivo y dominante de alguno de ellos.

El escenario iraquí es presentado como lugar de luchas y guerras continuas («combates y bombardeos mes sí y mes también, la guerra que nos salía por las orejas, el pan, la leche y la cerveza de cada día…cuánto nos gustan por estos lares las batallas, las escaramuzas y los conflictos… somos maestros en el arte de provocar guerras…»), las guerras contra Irán y más adelante la invasión de las tropas del tío Sam, marines que eran denominados los fathers, como herederos de quienes regentaban el College de Bagdad, unos jesuitas americanos que eran conocidos con tal apelativo, hasta su expulsión en 1969. La estricta vigilancia imperaba en el país con la atosigante presencia de miembros, abiertos o solapados, del partido Baaz, que trataban de forzar a los estudiantes y otros a afiliarse a su partido ya que si no lo hacían eran considerados traidores a la patria; «esbirros del régimen, hipócritas, chivatos, informadores…» , sin obviar el peso de otras autoridades ya que «en Iraq había que estar continuamente diciendo quién eres; cualquiera podía erigirse en jeque de la tribu y pedir credenciales».

Y las figuras del exilio, de emigrante, de refugiada, de exiliada, se desenvuelven en paralelo con los viajes de Ulises y la espera de Penélope, del mismo modo que se alude a la literatura rusa como modelo para explicar el funcionamiento de las familias iraquíes… con la constante de los zapatos como metáfora del suelo pisado en la patria y en el nuevo suelo de asilo, aunque en este nuevo paisaje el recuerdo de los pagos pateados en el país de origen continúan pesando del mismo modo que los recuerdos del proyecto de el Cubo, construcción paradigmática creada por un profesor suyo, Muad al-Alusi y en el que ella colaboró con pasión, y a Yasín y su militancia comunista, y la invitación a la casa familar de camaradas rusos que alababan a Lenin, etc., y la joven pintando a Marx, Engels… y el maltrato y desprecio que Yunis dispensaba a su amiga Tárab, usando los adjetivos propios para la ocasión en lengua árabe: awwaza, rachib… que hubiese dicho su abuela. También se nos desvelan los pufos, usando el patrimonio familiar, de su cuñada Saniya… y la voz de la propia Afaf Ayyub Al se deja oír, más bien leer, narrando su existencia, sus ideas tanto personales como estéticas y su atracción hacia Guillaume Philippe, y… los zapatos que son como la patria, al tiempo que se asemejan igualmente al amor y al desamor, siendo los pies quienes le acostumbraron a tratar a Guillaume y también los que acabaron con el calzado de tanto caminar por los suelos parisinos… «echa a caminar pues, confórmate con estos zapatos – no encontrarás ninguno mejor -, sigue hablando con ellos, no dejes de hacerlo, solo ellos te prestarán atención, puede que en algunos momentos te opriman y parezcan incapaces de amoldarse a la hipérbole de tus pies, pero ahí siguen, dispuestos a acompañarte en esta carrera»… consejo que puede ser aplicado a quienes se acerquen al libro, ya que la travesía puede parecer diseminada, y con desvíos, y hasta puede provocar cierta sensación de pérdida de norte por momentos, pero al final el retrato de una mujer, de una familia y de un país es el ineludible y luminoso resultado de la paciente lectura.