Por Iñaki Urdanibia

No cabe duda de que el libro que traigo a esta página bien merece la atención, y ello por varios motivos: por la pintura que se ofrece de la vida de los exiliados hispanos que huían de la bestia franquista, por el comportamiento ejemplar de Pablo Picasso que acogía a quienes llegaban ofreciéndoles aquellos que necesitaban; del pintor se retratan los lugares en los que vivió y trabajó, del mismo modo que se da cuenta de las característica de su quehacer artístico, de sus amistades, y de esa hospitalidad que hacía coincidir la elevación al cubo con el cubismo propio de su arte, si bien hablar de –ismos en el caso del malagueño resulta un tanto inexacto ya que su mirada en contraste con la realidad y las gentes que observaba, pasadas por el filtro de la contemplación de otras obras pictóricas, daban el resultado; «en cada una de las obras Picasso se enfrenta con una realidad presente, sin que nada le obligue a continuarla en la próxima; cada pintura es lo que es [..] pinto lo que pienso, no lo que veo, decía»; el academicismo hablará de época azul rosa, cubismo y otras yerbas. Acerca del interés de la obra de la que hablo, no es baladí sino que resulta sustancial, señalar la autoría de ella: Mercedes Comaposada Guillén (Barcelona, 1900-1994), activista y escritora anarquista, que abandonando los estudios se afilió a la CNT, siendo una de las fundadoras de la organización anarcofeminista Mujeres Libres, huyendo en 1939, junto a su compañero el escultor Baltasar Lobo, tratando muy de cerca al pintor en el exilio parisino. Sobre la mujer, además de los avatares que podemos conocer en la lectura de su texto es de destacar el pormenorizado retrato que de ella hace Laura Vicente. Estoy hablando de «Picasso con los exiliados», recién editado por Muñeca Infinita.

Quienes huían de las sanguinarias huestes franquistas llegaban a un país que no les acogía con los brazos abiertos sino que les conducía a campos de internamiento, y cuando se movían en libertad eran mal mirados por la población en general, siendo tratados como sospechosos delincuentes, a lo que había de sumarse la necesidad de conseguir los dichosos papeles ya que andar sin ellos en el bolsillo automáticamente conducía a prisión. No fueron pocos quienes sintiéndose agobiados por tal atmósfera, optaron por embarcarse para el otro lado del charco, cosa que no resultaba fácil que digamos ya que además del alto importe de los pasajes era necesario contar con los visados correspondientes. En las páginas podemos tomar el pulso al hambre, la falta de trabajo y los harapos que acompañaba la vida de los exiliados; «los comienzos en París son siempre duros, difíciles: hay que adaptarse al clima, a los fríos inviernos, al idioma, a las costumbres, hay que trabajar mucho».

En aquella época de entre dos guerras, la segunda amenazaba hasta el momento en que los alemanes tomaron París, pasando de la potencia al acto; tal era el escenario de una vida siempre en situación de alerta y de temor. Algunos de los lugares de encuentro, para protegerse de la fría temperatura y de otros males, eran las estaciones del Metro, sin obviar una taberna, la conocían como El Catalán, a donde acudía frecuentemente Picasso, en bastantes ocasiones con invitados que eran, por lo general españoles en fuga y desorientados.

Mercedes que fue ingresada en un campo, al igual que su compañero, el escultor Baltasar Lobo, que lo tuvo más crudo, pues las condiciones de encierro fueron más duras y duraderas… padecieron la separación que se dio entre ellos hasta que lograron volver a reunirse tiempo después en la capital del Sena. Allá estrecharon lazos de amistad con el pintor malagueño que les abrió su casa y su taller; conocemos a su inseparable amigo, convertido en secretario y relaciones públicas, Sabartés, aclarándose los inicios y la permanencia de esa estrecha amistad que se había forjado en la Ciudad Condal. Sabartés ponía voz a algunos silencios del pintor, al igual que le servía para conseguir algunos materiales, en los mercadillos (marché aux puces) que el artista sometía a imaginativas metamorfosis, convirtiendo los desechos en obras de arte. Se retrata al pintor como un ser que detectaba la presencia de españoles con los que entablaba conversación de inmediato, interesándose por su situación, tratando de solucionar los diferentes problemas, de vivienda, trabajos, papeles, etc. Una postura que hacía que cada cual recibía de la generosidad picassiana aquello que necesitaba. Algunos de los diferentes domicilios parisinos en los que vivió el artista nos son dados a conocer, siendo algunos de ellos violentados por los ladrones de turno que estaba claro que no tenían mayores intereses artísticos ya que en vez de llevarse las cotizadas obras de arte, despojaban el domicilio de sábanas, ropa, cubiertos, manteles; vemos al artista en zapatillas, vemos el desorden de los materiales, libros y cuadernos amontonados, pêle-mêle, en las siempre repletas mesas, al igual que conocemos la vocación de disfrazarse cara al pintor, que tenía tendencia a hacer el payaso; en muchos casos hacer el payaso le parecía más serio. La generosidad del artista queda expuesta a las claras, como ya queda dicho con respecto a los exiliados en general, viéndose que no reparaba en el precio y valor de los regalos, y le vemos con sus amigos que gustaban de escucharle ya que era un hombre informado sobre el devenir de los acontecimientos, Paul Éluard y otros poetas que implicados en la Resistencia corrieron peor suerte como Robert Desnos, Jean Prévost o Max Jacob, entre otros… poemas clandestinos (el sintiente Libertad, del nombrado Élurad, se lee en las páginas) y las tristes noticias de frecuentes fusilamientos. Asistimos a la pesadilla de la caza del judío: señalados con la obligatoria estrella amarilla, las tropelías a que se les sometía y observamos la paranoia aria, y marrón, cabalgando en su reparto de etiquetas y puertas pintadas con el descalificador ¡judío!, tildando ciertas formas de arte como arte enjudiado, degenerado, fiebre que también alcanzó a Picasso que era catalogado como pincel de Israel. Tiens!

Asistimos a la Liberación y vemos la relación del pintor con no pocos poetas, muchos de ellos implicados con el antifascismo, al igual que se señala la presencia de españoles en las filas de las divisiones que liberaron la capital del Hexágono. Podemos leer la conmovedora carta que escribió un héroe, Gabriel Péri, en vísperas de ser fusilado…Las circunstancias y la cercanía con muchos luchadores del momento, llevó a Picasso a afiliarse al PCF.

Concluyendo el libro, vemos a Mercedes visitando años después, en 1965, al pintor. Y… como guinda, el texto, Comaposada, de Laura Vicente que es un cúmulo de datos acerca de la mujer, recorriendo su trayectoria, y la del movimiento que cofundó: Mujeres Libres que nació en mayo de 1936, «revista hecha por mujeres y para mujeres, con un claro contenido feminista y anarquista…».

No me resisto a transcribir las últimas palabras con que se cierra el volumen, que desde el pesado apuntan al presente y al futuro: «Este libro se terminó de imprimir en diciembre de 2022, ochenta y tres años después de que Mercedes Comaposada Guillén cruzara la frontera de Francia sin pasaporte y con una carpeta de dibujos de su pareja, Baltasar Lobo, como único equipaje (la que le enseñó a Picasso cuando lo conoció), para no volver a vivir nunca en España. Una invitación a reflexionar sobre la acogida que ofrecemos a tantos exiliados y refugiados que hoy llaman a nuestra puertas».