Por Iñaki Urdanibia

«Aun vencida, quiero ser yo misma, / abeja furiosa de su miel»

Hay escritores, y obviamente escritoras, a las que a veces de manera parcial e injusta se les conoce únicamente por una obra, como si no hubiesen escrito ninguna otra. Es, casi, el caso de la escritora catalana Mercè Rodoreda conocida por su La plaza del Diamante, y más desde la teleserie que se basó en su novela.

Mercè Ibarz (Saidí, 1954) hace justicia al entregar una verdadera guía de la autora y su obra: «Abeja furiosa de su miel. Retrato de Mercè Rodoreda», editado en la colección Biblioteca de la memoria de la barcelonesa Anagrama. Ibarz se acerca, y nos acerca, a la agitada existencia de la peregrina escritora que le llevó de una parte a otra, exiliada, hasta el punto de sentirse, por momentos, exiliada de sí misma, en búsqueda permanente, lo que se trasladaba a sus obras, que iban conformando una especie de caleidoscopio literario, con fondo histórico.

Vemos así a Mercè Rordoreda (1909-1983) haciendo sus primeros pinitos en el campo de la escritura, entregada a la empresa de acabar con la leyenda que pintaba a las mujeres como incapaces de escribir debido a su pereza…«he querido demostrar que yo escribía un libro, y por tanto daba una prueba irrefutable de mi diligencia y de mi coraje…». Incansable se dedica a escribir en diferentes revistas, y más adelante colaboraría en empresas culturales de la Generalitat catalana, manteniendo una clara posición catalanista y de izquierdas, en la medida que colaboraba con algunas publicaciones de dicha coloración política, cuando las horas de Franco asaltaron la República, su vida corría peligro; la autora entrega algunas pinceladas de la relación de la escritora con el líder del POUM, Andreu Nin (¿dónde está Nin?). Fue precisamente escapar del peligro lo que le obligaron a abandonar el país, huyendo hacia el norte. Cuánta, cuánta guerra, se titulaba una de sus obras y ciertamente en su vida, y en la de muchas otras, y otros obviamente, ésta marcó de manera honda su vida. Para entonces ya había escrito una de sus obras más destacadas y significativas: Aloma.

En aquéllos años revueltos, ella llevaba a cabo su revolución, en paralelo, a la que estaba en marcha por tierras catalanas, y dichas transformaciones se centraban en la búsqueda de un estilo, de diferentes formas de expresión que coincidió con la huida, que suponía radicales cambios en los modos de vida, costumbres, amistades, etc. Los sueños juveniles convertidos en pesadilla y su escritura va viéndose invadida por unos tonos en los que se cruzan el yo con el nosotros: entreverándose lo histórico, lo colectivo y lo íntimo… la escritura de «una joven, perdedora de una guerra, exiliada, siempre como escritora catalana y más aún como escritora del siglo XX», que con el telón de fondo histórico entrega la voz, o las voces, desde la subjetividad de sus protagonistas. En el rastreo a su travesía vemos su amores, un tanto cambiantes, al igual que sus estrechas amistades, con Obiols o Murià, y las influencias de algunos pesos pesados de las letras catalanas como Trabal. No se nos priva tampoco de sus aficiones lectoras, ni de su dedicación a la costura… y a la par vamos siendo puestos al corriente de sus desplazamientos por diferentes localidades francesas, más tarde por Suiza,Chile… y una escritura que se empapa de vida, de sentimientos, de amor (precisamente en los medios del exilio algunos de sus amoríos le supusieron severos juicios) y de compañerismo que le catapultaban a atreverse a escribir y a innovar… constatándose que el humor esperanzador de sus años de juventud en Catalunya se va a transformar en «un manar de palabras para decir el dolor y la violencia contra el deseo a través de las guerras y el poder, y así, desde la palabra, vislumbrar a veces otros mundos». Un quehacer del que otra escritora diría: «Rodoreda no es una cronista de su tiempo, es una maga, un hada capaz de crear lo aparentemente existente».

Y de la mano de Ibarz conoceremos las variaciones de su escritura, incluidos sus momentos intempestivos, las circunstancias de elaboración, y el contenido, de sus diferentes obras como La dama de las Camelias, que podría ser clara muestra de que la Ciudad Condal ya tiene quien la escribiese con detalle aun desde la lejanía, Espejo roto, donde el collage toma cuerpo, o La muerte y la primavera, que da cabida a la cambiante rueda de los ciclos vitales, al desamor y la crueldad, y al enigma de la existencia…

Obra en la que nos es presentado un vívido retrato de una mujer que tiró hacia adelante siempre a su bola, no respetando ciertas convenciones familiares y otras, insumisión que se plasmó en su vida y también en su escritura en la que lucía una amplia libertad expresiva y de composición, desviados de los cánones al uso…plasmándose en su persona la figura de una mujer nómada que asomaba allá en donde menos se la esperaba, solitaria en sus últimos años por el bosque de Romanyà, soledad poblada por sus personajes que no la abandonaban, escritora de la que Gabriel García Márquez dijese que era una «copia viva de sus personajes». Y Mercè Ibarz nos conduce como avezada guía por el archipiélago-Rodoreda, desvelándonos algunos misterios, todos no sería posible, a través de casi trescientas páginas en las que la ágil narración y rigor se dan la mano.