Por Iñaki Urdanibia

Vaya por delante que el alegato del escritor norteamericano, Paul Auster (Newark, New Jersey, 1947) va acompañado por las fotografías de Spencer Ostrander (Seattle, 1964) en las que se presentan algunos de los lugares en los que se produjeron matanzas provocadas por armas de fuego. Estoy hablando de «Un país bañado en sangre», editado por Seix Barral.

En el libro, repleto de historias relacionadas con las armas, su venta indiscriminada y al por mayor, y las consiguientes matanzas, el escritor hace aparecer su yo, en la medida en que lo narrado tenga alguna relación suya, personal, con las armas, o la de lo contado por algunos amigos o compañeros de navegación, al cumplir la mili. Auster se plantea preguntas que desde luego no resultan nada retóricas al conocer las tajantes respuestas que no son deudoras de la imaginación del escritor sino que responden a su postura con respecto a la cruda realidad de los tozudos hechos. ¿Cómo no oponerse a tal irracionalidad? ¿Cómo defenderla?

Una fecha inaugural, la de la muerte de su abuelo, cuyas circunstancias eran secreto familiar, hasta que se desvelaron para el joven escritor al comprobar que su abuela había matado a su marido, y abuelo, de varios disparos el 22 de enero de 1919. La sangre y la violencia entraban así en el seno de la propia familia. La señora fue juzgada, considerándose su comportamiento como fruto de una insania profunda; quedando la educación del padre del escritor, que a la sazón tenía tres años, en manos de esa desbarajustada dama.

Abundan al paso de las páginas lo casos y las cifras de muertos y heridos, que sirven al escritor para reflexionar e invitar a hacerlo a los lectores y a los ciudadanos de su país en general. Nos es dado a conocer así que en los USA hay 393 millones de armas de fuego, lo que supone que hay más de una por cada, hombre, mujer y niño de todo el país; nos enteramos igualmente de que cada año unos 40.000 norteamericanos mueren por heridas de armas de fuego, lo que equivale a los fallecimientos debidos a accidentes de tráfico; de esas muertes, más de la mitad son suicidios, la mitad de todos los suicidios del año, si se añaden las muertes debidas a reyertas accidentales, al día mueren a balazos, más de cien norteamericanos.

Las consecuencias que extrae Auster son claras: en su país hay 25 más posibilidades de recibir un balazo que en otros países ricos, y con menos de la mitad de población de esas dos decenas de países juntos; así pues, el 82% de las muertes por armas de fuego suceden allí.

Los número cantan y claman sobre la necesidad de adoptar medidas, al igual que se hace en las cuestiones de tráfico y otras; en el caso de las armas la ley es plenamente permisiva y laxa, dándose la circunstancia de que, como señala el autor del libro, «las armas llevan más tiempo con nosotros que los coches», siendo ambos dos de los pilares de la mitología nacional, con una notable diferencia: que los coches son una necesidad, y las armas no. Pues nada, las cifras de muertos por armas de fuego van en aumento y así, en 2020, el número de muertos, por dicha causa, fue un 30% mayor que el año anterior, y a mediados de 1921, las cifras eran todavía más funestas, apuntando más alto.

El enfrentamiento de las posturas en presencia, acerca del uso y/o prohibición, siempre está que arde, ya que para unos son fetiches y símbolo de la libertad, mientras que cada vez hay más gente que se aleja de la gloria de las armas, rechazando su posesión y uso.

Paul Auster echa la vista hacia atrás y también hacia su experiencia personal: sobre esta última, nombra a un compañero de la Luisiana rural con quien coincidió cumpliendo el servicio militar, para quien la caza era la cosa más normal del mundo, y recuerda los años de su propia niñez en la que novelas baratas y películas alimentaban su mente con elogios sobre el uso de las armas, a pesar de lo cual señala como en algunas poblaciones se prohibía la entrada armado, debiéndose dejar las armas en la oficina del sheriff. A dicha edad, el niño jugaba con armas de juguete emulando las heroicidades de los protagonistas de los visto o leído, apuntando, por otra parte, que su puntería no era mala de ninguna de las maneras.

En lo que hace a la historia, trae a colación los años y las movilizaciones contra la guerra del Vietnam y los asesinatos de Luther King, Robert Kennedy, Malcom X… y de finales de los sesenta, nos lleva a los últimos años del siglo XVII, tiempos en los que se crearon patrullas de, caza, de esclavos, y la lucha contra los indios adquirió una fuerte presencia, fue entonces cuando se inició la génesis de la normalización de las armas, dándose a mediados de XVIII una neta separación entre territorio blanco, mundo de los negocios y de explotación de los esclavos, y territorio indio como zona de reclusión de los subhumanos. También subraya la importancia de la capitulación de la República del Norte ante la República del Sur con el fin de mantener la unidad, siendo los negros quienes pagaron el sacrificio, al ser considerados como no-humanos, estado consagrado por medio de sucesivas enmiendas, y hablando de enmiendas, asoma la tan manida y reivindicada Segunda Enmienda, que decía, y dice, ya que sigue vigente que «Siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer armas…», lo que todavía hoy, hace que milicias de distinto pelaje sigan existiendo, y que el derecho a portar armas de fuego esté garantizada por la ley, consagrada por una ley de 2008 que extiende el derecho al terreno individual, con excepción de delincuentes y enfermos mentales, y con la limitación de no llevarlas en ciertos lugares como escuelas, iglesias u hospitales, lugares que por cierto se ha convertido en no pocas ocasiones en escenario de las más sonadas matanzas.

Se interroga Auster acerca de algunas anteriores prohibiciones como la del alcohol, que tuvo como resultado: más alcohol ingerido, a lo que se sumaban las redes de contrabandistas y negocios de diversa índole, y concluye que la solución no puede llegar únicamente por medio de disposiciones legales prohibitivas, sino que es esencial que se dé un cambio radical de las mentalidades… En la actualidad, en lo que hace a las armas de fuego, se da un amplio mercado negro, hasta en las mismas calles de Nueva York, y la capacidad de poder fabricarlas por medio de nuevos métodos como el 3D.

Repasa el libro los casos de algunas matanzas menores, en el seno de familias, que llenan las urgencias de los hospitales, deteniéndose en diferentes causas y modalidades (la ira, a sueldo, azar o planificación…)… y queda subrayada la importancia de los mensajes emitidos por la TV, y su unión con los negocios, y hasta en el campo del habla las metáforas hablan por si solas:… como un tiro; también pasa lista de algunas matanzas sonadas como las de 2012, 2104, 2015 o 2018, señalándose que en los diez últimos años se han dado 228 ataques mortíferos en colegios y universidades; presenta un explícito poema, Vamos a la iglesia a disparar, que acompaña al aumento en estos últimos años de las matanzas en lugares de culto.

Y así como en otros lugares se juzgaron, mal que bien, algunos hechos del pasado (como la Shoá en Alemania) a la vez que se prohibían la exhibición de símbolos al tiempo que se erigían monumentos memorialistas, en el país de la libertad, EEUU, no hay ningún monumento en recuerdo de la esclavitud u otras salvajadas, a la vez que se ondean sin recato banderas sureñas… y en ese país nacido con y en la violencia y dividido desde el comienzo, el futuro, si las cosas no cambian, no es nada halagüeño, pues se puede pensar como un lugar lleno de malhechores y gentes de bien armadas para defenderse de los primeros, en una panorama propio del lejano oeste y su habitual recurso a dirimir las diferencias a balazos. Para más inri, en las redes sociales se fomenta el odio, citando Auster varios casos de no creer, provocados por un odio racial-étnico visceral, basado en el odio hacia el Otro, hacia los diferentes. Trayendo a la página un paradigmático caso de un ex-militar, expulsado del ejército, de cuyas pasadas fechorías y maltrato a su primera mujer nadie dijo ni pamplona, al que, según narra Auster, se dio un único caso en que un hombre de bien puso fin a la matanza del ex-marine evitando así que continuará con su demencial furia asesina.

Un recomendable libro en el que se combinan los datos, la historia y la experiencia personal de Paul Auster, que facilita la lectura con su brillante y amena prosa… y planeando por todas las páginas de la obra una pregunta que preocupa a Paul Auster y a no pocos de sus compatriotas: «¿Por qué es tan diferente Estados Unidos y qué nos convierte en el país más violento del mundo occidental?»… las informaciones vertidas en el libro nos acercan una respuesta