Por Iñaki Urdanibia

He de reconocer que por la experiencia acumulada me suele resultar, digamos que, incómodo leer a autores, ciudadanos del estado de Israel, y ello ya que de un modo u otro siempre parece asomar una defensa a ultranza de las posturas de su país, y una ignorancia o como máximo una tibia tolerancia para con los desplazados(expulsados más bien) palestinos. Lo que digo es totalmente claro en textos de historia, de política , y quizá sobresalga menos en el campo de la literatura, al menos en lo que uno alcanza. Escritores como David Grossman, Asmos Oz (luchando algo escoradamente contra el fanatismo) o Abraham B. Yehoshua, se mueven en posiciones que tratan de lograr la paz ahora con los árabes..y son capaces de afirmar – para disgusto de muchos de sus compatriotas – «que cuando escribo soy consciente del estado de guerra en el que vivo, y en la capacidad de ser para los otros un enemigo lisa y llanamente. Me esfuerzo por no hacer oídos sordos a las reivindicaciones legítimas y a los sufrimientos de mi enemigo» (D. Grosman). Fue la lectura de algunas novelas, y otros textos, de Abraham B.Yehoshua (Jerusalem,1936-Tel Aviv, 2022) lo que me despertó de mi sueño dogmático, y lo digo ya que el escritor no es de los de andarse por las ramas tanto en su vida como en bastantes de sus textos. La primera obra que de él leí, «Una mujer en Jerusalem» me creó un muy buen sabor de boca [puede leerse parte de la reseña del libro que realicé con motivo de su publicación en 2008 por la editorial Anagrama].

La implicación del escritor ahora fallecido, este pasado día 14, con posiciones netamente de izquierdas y sin comulgar con los cánticos del sionismo, trabajando por que los acuerdos de paz, en los que intervino (Iniciativa de Ginebra), llegasen a buen puerto fue inequívoca, se trasladaba igualmente a su escritura, y me refiero a su narrativa, en la que fue retratando las características de los ciudadanos del estado de Israel con sus más y sus menos y, desde luego, lejos de los retratos maravillosos vendidos desde las esferas del poder y de los partidos que a pesar de sus pretendidas diferencias comulgan con una serie de dogmas centrados en la identidad judía, sin tener en cuenta la presencia de árabes y palestinos; de importancia en este orden de cosas es su neta embestida contra la brutalidad de la colonización y sobre los nefastos efectos de ella, a lo que dedicó una novela no traducida de Pirineos abajo: Le tunnel, Grasset, 2019. No se privaba tampoco de hablar abiertamente de que en su país se aplicaba el apartheid de una manera descarada, discriminación que que en sus artículos ampliaba al fundamentalismo religioso que tomaba pie en las posturas identitarias cerriles. Puede adivinarse, tal vez, esta mirada abierta en sus orígenes, ya que sus antepasados procedían de Salónica, y del sefardismo: su padre mostraba tendencias arabizantes y su madre venía de Marruecos; su asfixia ante la atmósfera uniformizadora que reinaba en Jerusalem le hicieron trasladarse en los últimos años a Haifa ya que pensaba que allá, en Galilea, se podían respirar aires más libres y plurales, al tiempo que en la zona se daba una convivencia sin problemas entre árabes y judíos (la confusión entre cultura/geografía y religión no es debida al que esto escribe, sino que es cosa del escritor y del hábito que considera judío – más allá de la religión – la pertenencia a un país, cuando en tal país solamente residen un tercio de los seguidores de dicho credo)…Tras años defendiendo la existencia de dos Estados, en los últimos tiempos varió su postura para defender un Estado binacional que tratase en pie de igualdad a los diferentes ciudadanos sin discriminarlos por su origen étnico o por su religión, luchando por espantar los temores imperantes entre muchos de sus conciudadanos de que dicha mezcla pudiese suponer la pérdida de la sagrada identidad judía. La suya era una apuesta por la convivencia, quizá un tanto angelical teniendo en cuenta la realidad y las posiciones an permanente litigio.

La maestría del desaparecido residía en su capacidad de, por medio de escenas cotidianas, hallar la relación entre lo micro y lo macro lo que supuso que en más de una ocasión se le calificase del Balzac israelí, comedida humana la presentada por él, reitero, que queda en escenas de la vida corriente como en la ya reseñada novela o en su La novia liberada, editada igualmente en Anagrama, en la que se entreveran los asuntos personales y profesionales de un profesor con los problemas del país, y su falta de integración, entre árabes e israelís, lo que le lleva a estudiar los problemas de la Argelia poscolonial que coincide con el divorcio de su hijo… incluyendo el viaje de exploración que el profesor lleva a cabo guiada por una alumna suya por los pagos de la minoría árabe y con visitas casi clandestinas a a la Autonomía Palestina… un cruce de historias que da una visión panorámica de Israel., desde la óptica de los otros, de los árabes.

Añadiré, por último, que los resabios cosmopolitas del escritor puede verse con transparente claridad en su Crimen y castigo, en donde propone una interpretación de la obra de Fiodor Dostoievski, en donde puede verse su apertura al mundo, no en vano viví en París en los años sesenta, de este incansable torito – mote incluido en su nombre, B= Bull, que le pusieron sus progenitores para señalar su espíritu combativo, que no se ceñía al canon de los israelís de pure souce: la Tora y el Talmud.

Goian Bego, descanse en paz, repose en paix,נוח על משכבך בשלום, Abraham B, Yeshoua!

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La historia magistralmente desarrollada por el escritor hebreo, de origen sefardita, tiene estrecha relación con el dicho del muerto al hollo y el vivo al bollo, aunque en el libro no se cumpla; y me explico. En la ciudad universal de Jerusalem se produce un atentado suicida, a resultas de éste una mujer muere (Julia Ragayev), y permanece en el depósito de cadáveres sin que nadie se interese por ella. Diez días han transcurrido ya cuando un periodista, conocido como el víbora, saca a relucir que dicha mujer trabajaba en la empresa panificadora más importante del país, y que desde luego qué falta de humanidad por parte de la empresa al no interesarse por la fallecida. Cómo se puede explicar el silencio ante la falta al trabajo de una empleada suya? ¡Qué falta de sensibilidad!

Con el fin de expiar la falta el dueño del negocio, a través del responsable de recursos humanos, va a poner todos los medios por dar muestras de sobrada humanidad. E iremos descubriendo que la mujer era extranjera, que fue abandonada por su marido y su hijo en tierra extraña, como una huérfana, sin familia en una sociedad huérfana de esperanzas. Allá trabajará como señora de la limpieza a pesar de su alta titulación profesional, vivirá en una chabola, en un barrio religioso… así, desarraigada, hasta el fatídico momento de su muerte, que desencadenará distintas reacciones, acomodaciones, y un viaje final a su tierra natal – en busca de sus raíces familiares – en un accidentadísimo viaje que irá haciendo que distintas personas se vean obligadas a asumir sus responsabilidades, en la toma de decisiones, en un peregrinar que va a suponer la propia transformación de los acompañantes de la muerta, y de quienes de uno u otro modo ven pasar el cortejo.

Con un tono kafkiano hasta la carcajada, avanza la historia que se desliza entre las rumias ideológicas sobre la muerte y la vida, sobre la identidad, sobre las diferencias entre ciudadanos, sobre el amor, y la investigación propia de una novela del género buscando pistas sobre la persona de la víctima, la falta de control de la empresa sobre su trabajadora; y va quedando un retrato del tejido de una sociedad cuyos valores, su vida espiritual, sus emociones, sus amores y los destinos han sido trastocados por los años de guerra. Todo ello huyendo de cualquier tono predicador o panfletario, haciendo bueno, Abraham B. Yehoshua, aquello de de que es de mala educación señalar con el dedo.

Novela que fue adaptada a la gran pantalla.