Por Iñaki Urdanibia.

María Belmonte narra su travesía por la costa vasca; desde Baiona hasta Bilbao.

«La marcha instala al paseante en los huecos mismos del paisaje»

(Fréderic Gros)

Hay paisajes que nos hablan desde su espectacularidad, reclaman nuestra atención provocando nuestra admiración y hasta, en algunos casos, nos ofrecen información sobre formaciones geológicas, que quedan al descubierto, al tiempo que dejan asomar la fauna y la flora de los lugares visitados; no faltan tampoco los cameos de eximios acompañantes como el Estagirita, Johan Wolfgang von Goethe, Víctor Hugo, Charles Darwin, Jane Austen y muchos otros escritores, pintores y artistas, que hacen que se sienta la confirmación que se escribe y se piensa con los pies, por decirlo como el autor de Ensoñaciones de un paseante solitario. El modo adecuado de deleitarse en ello es adoptar el paseo, de manera adecuada a la naturaleza del flâneur baudeleriano / benjamininiano; derivas por la geografía con espíritu contemplativo; ya le habían precedido en la marcha, desde los peripatéticos, los Baudelaire, Rousseau o Thoreau, Péguy (sin olvidar a Víctor Hugo que, por cierto, algo anduvo por estos andurriales) es lo que ha hecho María Belmonte, ponerse en marcha, única manera de conocer el camino que dijeses Henri Bergson, dando minuciosa fe de ello en su «Los senderos del mar. Un viaje pie» (Acantilado, 2017), en el que acompaña su marcha con certeras palabras que ponen voz a la propia de la naturaleza, haciendo bueno aquello que afirmase Montaigne: «mi espíritu no va, si las piernas no se agitan»; se ha de añadir que en medida en que avanza la caminata, diferentes reflexiones se disparan para la rumia. Si la regularidad del sonido de las olas marcan el ritmo como si ante un afinado metrónomo nos hallásemos, las anotaciones de la caminante, añaden información sobre arquitecturas, sobre personajes del lugar o visitantes, y no elude clamar al cielo ante algunos proyectos que con su desmedido afán por las grandes obras pueden convertir al hormigón en asesino de fauna, flora, y… de todo lo demás… pues tales desvaríos desarrollistas al afectar a la naturaleza afectan a los seres naturales que los humanos somos. Así, los lugares de esparcimiento y disfrute, los pulmones que ciertas zonas suponen para los ciudadanos pueden serles hurtados por la necesidad estratégica de las modificaciones que se anuncian.

Estamos en la costa vasca y no hace falta ni decirlo que la belleza del lugar es destacable, y la viajera parte, ligando con los recuerdos de sus años de formación (de modo similar a cómo Roland Barthes rememoraba sus años de infancia en Baiona y sus olores a chocolate), parte – digo – de la desembocadura del Adur, en Baiona, y sigue por la costa por Getari (Ghétary), Bidart, Biarritz, Donibane Lohitzune, hasta la Corniche de Lapurdi para avanzar, tras recorrer tierras gipuzkoanas, hasta la desembocadura, de la ría bilbaína, en el Abra, pasando por la reserva natural de Urdaibai; y si el otro decía aquello de cosas veredes que harán fablar a las piedras, aquí vemos espectaculares paisajes en los que las piedras, las yerbas y lo demás, nos hablan, alto y claro y las huellas de la presencia humana también.

Hay momentos en la travesía en los que los olores y los colores adoptan tonalidades bachelardianas (y sus estudios de los sueños ligados a los elementos) que irrumpen exhuberantes, en relación con los elementos: la tierra, el agua y el aire… imágenes que en sus detalles pasan inadvertidos para el caminante que atraviesa los lugares de paso sin detenerse en algunos aspectos que para ser observados exigen una carga previa, o una compañía adecuada; ambas se dan en la caminante Belmonte que nos ilustra sobre lo visto y lo desapercibido para el ojo rápido o ignorante. La travesía por el monte Jaizkibel, muy en concreto (y lo digo ya que es una zona de frecuente pateo personal), resulta una luminosa lección poliédrica de geografía, zoología, botánica, en las que se nos da a conocer ciertas singularidades, y algunos vestigios del pasado y de la conformación de las capas geológicas y otras. Una cosilla sí que quisiera señalar, se trata de ciertas ausencias: una la falta total de mención de los torreones del nombrado monte Jaizkibel, cosa comprensible si en cuenta se tiene que el trayecto se realiza por la costa y no por la cima del monte; la otra cosa que me llama la atención es que tampoco se nombre Arrokaundieta en donde se halla el fuerte de Lord Hay John, fortificación liberal situada encima de san Juan y desde donde se ve una de las vistas más espectaculares hasta lo inverosímil de la desembocadura del puerto de Pasaia con su faro de la Plata, etc. Sí que echo en falta igualmente alguna referencia a los búnkeres presentes en la zona de la Corniche, cercana a Hendaia en la zona del palacio de Abbadia,… muestra local de la abundante presencia de estos en toda la costa del oeste y norte francés, muro atlántico, como huella de la ocupación de la peste parda.

La visita es detallada y bien sirve para caminantes que deseen gozar de la naturaleza y sus secretos, y de quienes por tales lares han habitado, construido y trabajado (con mención especial a las actividades relacionadas con el mar: pesca y astilleros). Las fotos que acompañan al texto hacen más atractivo, si cabe, el viaje con esta guía de excepción.

En fin, «todo gran paisaje es una invitación a poseerlo por la marcha; el género de entusiasmo que comunica es una embriaguez del recorrido» es lo que decía Julien Gracq y lo que trasmite con fuerza el caminar de Belmonte.

P.S.: algunas precisiones sobre el nombrar:

Aun no anulando, de ninguna de las maneras, el interés y el valor de la obra, magníficamente escrita por otra parte, sí que la autora recurre a la utilización de algunos nombres de poblaciones y provincias que se atienen a criterios hoy superados y como tal en desuso: me viene a la cabeza, de manera muy especial, Deva que en su grafía actual es común y aceptado escribirlo con be, Deba, o Hendaia, Getaria, Zumaia, o Zarautz, u Oiartzun, o Mutriku, o Lekeitio, o Gernika, o Getxo (todos ellos reconocidos oficialmente tal cual)… no es cuestión de pasar lista (más que nada los cito para ejemplificar los nombres de algunas poblaciones que aun pudiéndose nombrar de otra manera, como se ha solido hacer, ésta hace tiempo que ha caído en desuso, al menos por aquí), pero del mismo modo que esta grafía cruje para quienes vivimos por este país (con independencia de ser euskaldunes o erdeldunes), hay otras más entre las que cabe incluir los nombres, hoy en día igualmente oficiales, de las distintas provincias – denominaciones aprobadas hace ya tiempo en el Senado, por recomendación de Euskaltzaindia, con los únicos votos en contra del PP – … así Araba, Bizkaia o Gipuzkoa siendo hoy moneda corriente y escribirlas de la manera antigua resulta realmente obsoleto y chocante para los ojos de por acá, reitero. Lo que digo resulta más llamativo todavía cuando no se mantiene el mismo criterio en todas las ocasiones

N.B.: Coincide que este sábado, día 10 de febrero, a las 15,30 h., se celebra una mesa redonda con la autora, Andar contando, en Tabacalera – Centro Internacional de Cultura Contemporánea.

Vieux-Boucau-les-Bains, 8 de febrero