Por Iñaki Urdanibia

Una novela que se mueve por los lares de los aires mesiánicos y apocalíticos en los USA.

Pronunciar el nombre de Nick Cave y relacionarlo con la música con el rock, es lo propio. El cantante nacido en Australia (1957) y expatriado a Alemania afincándose más tarde en Brasil e Inglaterra, debe su fama a sus actuaciones con la furia de The Birthday Party y más tarde con The Bad Seeds; canciones post-punk, góticas, con incursiones jazzísticas (me suenan las variaciones free del saxo de Gato Barbieri) y de blues, en las que no faltaban, al menos en sus primeros tiempos, los sonidos estridentes y las contorsiones aceleradas en las actuaciones… hasta su último disco, Ghosteen, en los que parece que la vida le ha conducido a notas más sosegadas. Se ha de añadir a su currículum la realización de bandas sonoras que han servido a sonoras películas, de campanillas, del mismo modo que ha cantado en compañía de destacadas luminarias del mundo musical como Johnny Cash, Marianne Faithfull, P.J. Harvey, Tom Waits, etc.

La estridencia nombrada se contagiaba igualmente a las letras de sus canciones que en más de una ocasión levantaban polvareda debido a su violencia, y su temática erótica, que interpretaba con soltura y aires provocadores.

En 1989 se estrenaba como narrador con su primera novela, y si digo primera es debido a que tiempo más tarde le siguió otra( La muerte de Bunny Munro, editada por Global Rhythm en 2009), cuyo bíblico título fue «Y el asno vio al ángel», publicada por Pre-Textos en 1991 y ahora vuelta a editar. No es por señalar pero leyendo esta novela, las dudas surgen acerca de si las adicciones del personaje ya habían sido superadas, y conste que no lo digo con ningún tono de reproche, sino refiriéndome a los aires de delirios y alucinaciones que ventilan las historias de la novela en su disloque; disloque atractivo que al menos a servidor le ha hecho estallar más de una vez en sonoras carcajadas.

Nadie se lleve a engaño que lo último no significa, de ninguna de las maneras, que estamos ante alguna historia humorística, ya que al contrario la novela es dura y los personajes son víctimas de distintas marginaciones, adicciones, minusvalías, manías, etc., etc., etc. Algunas de ellas y de los capítulos correspondientes, a los que acompaña la brevedad, se relacionan de manera directa con algunas de sus canciones de la época.

La novela, dedicada a su primera mujer, la también cantante Anita Lane, nos sitúa en el sur de los USA, en le valle de Ukulore, y puede incluirse por sus tonalidades en la literatura gótica del sur norteamericano con sus William Faulkner, Flannery O´Connor o Truman Capote. El libro se inicia con una extensa historia del libro de los Números de la Biblia, que narra la historia del burro de Balaam con la aparición del ángel enviado por Yavé [significativo y en onda con la novela se ha de subrayar que el que capta el mensaje angelical no es el humano sino el asno], referencias bíblicas que se abrirán paso a los largo de la obra: el Levítico, los Salmos, y los profetas… que están muy presentes en la población en que se desarrolla la acción y que invaden la mente del protagonista que oye las voces de Dios y que se considera llamado a cumplir una misión redentora. Euchrid Eucrow nació al mismo tiempo que su hermano que falleció a los pocos días, debido a un parto desarrollado en unas ínfimas condiciones de higiene y de todo lo demás; la parturienta, la madre, es una borracha de tomo y lomo, no se separa jamás de la botella, mejor de las botellas cuyos brutales contenidos alcohólicos ella misma fábrica. Desde niño el niño tuvo importante mermas: perdió un ojo en el accidentado parto y no fue capaz de pronunciar palabra a lo largo de su vida, y no por falta de ganas sino porque era mudo. Eso no quita para que desde las primeras páginas le veamos ofreciendo explicaciones sobre lo que ve a su alrededor.

Desde que asomó al mundo no lo tuvo fácil ya que nadie le trataba con cariño, ni sin él… una desatención abrumadora: la madre siempre montando escándalos y usando la mano, o lo que tuviese en ella, para atizar al muchacho; el padre, dedicado a la creación de ingenios, en especial trampas que con forma y mecanismo de afilada dentadura, las situaba por el bosque en busca de presas: perros salvajes a los que encerraba y cuidaba después en su mutilación, en sus afanes sádicos. El niño nos cuenta la historia del árbol genealógico de sus progenitores que están plagados de delincuentes, borrachos, de tarados y de relaciones incestuosas por doquier; y nos desvela las historias de su madre y sus imposiciones matrimoniales, que hacía que algún esposo llegase al altar a punta de escopeta, para posteriormente desaparecer y… si te he visto no me acuerdo.

En el valle en el que vive habitan los ukulitas, una sectaria secta, cuyo rigor es de órdago. El muchacho vive aislado no a acusa de una misantropía innata, que quizá también, sino porque las relaciones sociales le resultan problemáticas ya que se convierte en el cabeza de turco, objeto de burla, de golpes por parte de sus pares, y de sus impares también, convirtiéndose en responsable de todos los males que allá sucedían. Su físico desgarbado, su incompleta mirada y su mudez hacen que la desconfianza le acompañe en el pueblo, tanto en los habitantes allá instalados como los trabajadores que vienen temporalmente para la recogida de la caña para la fábrica de azúcar.

Las descripciones que el joven hace de sus padres, muy en especial de su madre (las palabras que usa para referirse a ella son de grueso calado), son vivas y la deformidad de los personajes que deambulan por las páginas no tienen desperdicio en lo que hace a una amplia y variada galería de seres infames… gamberros, seres brutales, colonos, forajidos, una puta, Cosey Mo, que encandila al muchacho, que se convierte en mirón del Señor, en espía del mismo, en chivato de Dios, y que sirve a los hambrientos varones que acuden a ella en busca de sexo: trabajadores ocasionales, y también serios y piadosos padres de familia; como no podía faltar en este tipo de situaciones, en el seno de la secta hay algunas mujeres fieles que se comportan como exigentes inquisidoras y hacen coro alentador al gurú de turno que no es otro que un predicador que promete males al por mayor y responsabiliza de las sucesivas temporadas de lluvia que hacen que las cosechas no marchen como deberían a los pecados que la población comete. Si la población es culpable algunos son juzgados más culpables que otros y sobre ellos ha de caer el peso del castigo divino suministrado por el predicador de turno y sus epígonos, entre los cuales hay un par de matones y grandullones vengadores que responden a los nombres de Billy y Seth.

En las afueras del pueblo hay una ciénaga que representa no pocos misterios, creencias y leyendas para los parroquianos, que de vez en cuando se acercan, temerosos hasta el pavor, a tales fangos con el fin de llevar a cabo sus rituales de penitencia y redención. Si esto es así para el común de los mortales, no lo es más para nuestro mudito que convierte aquel lugar en posición de acogedor privilegio, en habitat privilegiado para su soledad y aislamiento; cerca de su casa en la que se amontona chatarra y botellas, es donde Euchrid recibe la revelación de un ángel, que representando al Altísimo como no puede ser de otro modo, que le comunica que tiene una misión redentora que cumplir, teñida siempre en el odio venido de las alturas. El muchacho se lo toma en serio y mientras cavila de cómo ha realizar su misión que de todas, todas se reviste de venganza, aunque al final ésta no culmine por la indecisión, los temores y la debilidad del muchacho… huérfano, las circunstancias de la muerte de su madre y de su padre no las revelaré pero desde luego no resultan de los más apacible, en especial la de la primera; tras la muerte de la madre, la complicidad de padre e hijo se da, con altibajos, por primera vez en la vida.

Signos, tempestades, son interpretados por el joven cuya mente es un torbellino que rebosa, casi de manera permanente, estados paranoicos y delirios que, al final se materializan en el misterioso nacimiento de una niña expósita, Beth, de la que se hace cargo Sardus Swift que andaba recluido y alejado de la comunidad desde que falleció de su esposa, animado por el doctor Morrow… aquella niña surgida del milagro parece que supone una tabla de salvación para el señor y, de paso, para todo el pueblo que adoran a la niña y le rinden culto como si de un ser celestial se tratar.

Euchrid espía a la muchacha, que espera señales divinas, pensando que el ser que es el encargado de transmitirlas es él, y no pierde ojo el mudo a las idas y venidas de los habitantes del lugar que le tienen indudables ganas…de cara a cumplir su divina misión y de salvaguardar su persona reforma su casa en verdadera fortaleza, bautizada como Cabeza de Perro, con torre de vigilancia pertrechada de un catalejos en su cúspide lo que hace que el vigilante no pierda ni ripio de los que sucede y de lo que traman los habitantes del pueblo… en aquel siniestro recinto conversa consigo mismo y también con los mutilados animales que le rodean encerrados en sucias jaulas, a los que no cesa de transmitir sus planes.

En toda la novela destaca la constante de los humanos a la hora de no respetar y no tener consideración sino todo lo contrario con respecto a los otros, a los diferentes, a quienes se ve como una amenaza a la paz y la armonía social, más especialmente cuando en la comunidad se da una relación de creencias fuertes que hacen que las mayores tropelías puedan ser cometidas, sin pestañear, siempre que éstas sean ordenadas por el jefe, en representación de Dios.

Reduciendo la novela al nivel personal de las vivencias de Nick Cave, no resulta aventurado mantener que el escritor-cantante, realizaba con su escritura un ajuste de cuentas con el cristianismo que le había sido impuesto, o si se quiere que había mamado en su niñez.