Por Iñaki Urdanibia

No peco de exactitud al titular este comentario como se verá, pero bueno. El confinamiento supuso una prueba para que cada cual se enfrentase consigo mismo y con los demás, sin obviar que ha habido diferentes confinamientos ya que, todavía hay clases, no es lo mismo vivir encerrado en una vivienda de escasos metros cuadrados que en un chalet con jardín y piscina, y todo el resto de variables que se quieran.

Si el otro, Jean-Paul Sartre, decía que el infierno son los otros, algo de esto hay en la nueva novela de Isabel Alba: «La ventana», publicada en Acantilado, editorial que ya había publicado su novela anterior (Isabel Alba nos invita al Hotel Solymar – Kaos en la red ).

Si en confinamiento elevó a las ventanas a ocupar un lugar destacado ya fuese como puesto de vigilancia, como fuente de aire para evitar la concentración de posibles efectos víricos, amplió tal importancia a la apertura de ventanas hacia el interior, a los recuerdos, a las añoranzas, etc., o va verse a sí mismo, con una visión distante a la habitual, como un otro yo, ya que las condiciones lo marcaban todo; en el caso que presenta Isabel Alba la ventana que da título a la novela y que es objeto de abierta discordia, es la que se sitúa en el rellano entre dos viviendas: la de la protagonista, una ilustradora que roza los cuarenta años, que padece la precariedad de su trabajo (la petición a algunas publicaciones de los derechos que se le deben, da cuenta de la miseria de su condición laboral), y una vecina que parece que no está por la labor de hacer buenas migas con ella: así si la ilustradora abre la ventana, al rato está aparece cerrada, muchas veces de manera inmediata y con brusquedad, del mismo modo que no usa la mascarilla en el espacio común, del mismo modo que impone las plantas que son de sus gusto frente a las de la otra vecina, la ilustradora. Esto hace que además del temor de la protagonista, a quien por cierto se le ha muerto su mejor amiga a causa del maldito virus, al contraer la enfermedad, lo que la lleva a extremar las medidas de seguridad, a evitar las salidas a la calle a echar la basura o cuando se aligeraron las medidas restrictivas, y se inició la desescalada, a pasear dirigiéndose a lugares alejados de la posible acumulación de personal, a esta obsesión, se viene a añadir la tensión en el propio portal, lo que la lleva a abrir, o cerrar, la puerta de su piso, evitando hacer ruido, para evitar dar el cante a la dichosa vecina, aunque a decir verdad, su presencia y su mirada a través de la mirilla era sentida por la atemorizada mujer.

Por medio de frases cortas como dardos, que otorgan inmediatez a los pensamientos de la protagonista, que fluyen veloces, entramos en la cargada atmósfera que la escritora crea, hasta el punto de contagiar el ambiente de angustia y temor que invade a la protagonista que desea ser cerebro, sin el peso del cuerpo, lo que no quita para que se dedique a bailar, ella sola, en su vivienda, moviendo el esqueleto, al ritmo de diferentes músicas. Si su mirada se dirige desde la ventana de su casa a los alrededores en los que contempla a alguna pareja de jóvenes enamorados, o a unos seres ya talluditos que se dedican a darle al botellón, observa igualmente a quienes pasan de llevar mascarilla, cosa que cuando sale a la calle le revienta, y que soporta con silencio, lo que no es el caso de cuando los paseos son con su hermana que no se priva de recriminar a quienes no cumplen con las medidas sanitarias; hablando de hermanos, le repatean los consejos, que prácticamente son órdenes, de su hermano mayor que siempre tiene razón… en lo familiar, videollamadas incluidas, su madre que se preocupa de cómo le va la vida. Con motivo del confinamiento la mujer comienza a llenar un cuaderno grande dividido en dos partes: Lo que se ha roto y Lo que queda, y allá va apuntando, a modo de collage, sus reflexiones que nos son dadas a conocer; entre ellas ocupan cierta centralidad sus ideas acerca de la importancia del espacio, relacionado con el poder que se aplica a la propia mascarilla como límite del poder del cuerpo personal, y como imposición a los otros por parte de quienes no la llevan, al igual que a los metros cuadrados en los que se desarrolla el confinamiento de cada cual, ya que el espacio es poder; nada digamos de a quienes el encierro forzoso le pilló en una escasa vivienda sin ventanas. Precisamente el poder, está presente en el descansillo de su vivienda, lo que va a empujarle a tratar de hallar una solución al enfrentamiento, recurriendo a diferentes instancias, sin que le sea ofrecida una salida ni por parte de Sanidad, del ayuntamiento o de alguna asistenta social…la vecina es un muro infranqueable.

No comulga con la cantinela que algunos esgrimen diciendo que tras la prueba de la pandemia seremos mejores personas, o zarandajas del estilo, ya que al final la posición que predomina es la propia del sálvese quien pueda. Y las ventanas del recuerdo de los tiempos pasados, de los amores, de su niñez y de las ciudades en las que ha vivido afloran, al igual que algunos sueños, no muy placenteros por cierto. Deriva en el terreno de la lucha, recordando las historias de después de la guerra civil, y las penalidades que hubo de padecer su bisabuelo por la crueldad de uno de los vecinos, y su hijo que era digno heredero del espíritu de venganza e imposición, lo que hacía que el temor de la guerra fuese ampliado por el temor al otro, a los otros; situación que, cambiando todo lo que se haya de cambiar, le resulta aplicable a su situación de tensión que vive de manera permanente.

Como buena ilustradora muestra el sentido de la combinación de ciertas formas geométricas y diferentes colores; «El mundo. Para ella. Se conforma de líneas. Formas. Movimiento. Color»… y respira, tratando de defenderse del presente, y trae a colación la soledad y el aislamiento del fugitivo Walter Benjamin… «lejos de casa. De sus amigos. A una distancia inabarcable del mundo que había conocido». Y… asoman las referencias literarias y las noticias, de actualidad, leídas en las redes, que desde luego no son las propias del mejor de los mundos posibles, del mismo modo que se contagia el estado anímico de la protagonista… de dolor, de inseguridad y de rabia.