Por Iñaki Urdanibia.

El pasado día 22, fallecía en Manhattan el escritor norteamericano.

Acabo de enterarme del fallecimiento, ayer día 22, del escritor norteamericano (Newark, Nueva Jersey, 1933), eterno candidato al Nobel de literatura, galardón que no consiguió a pesar de que méritos no le faltaban comparándolo con otros de los premiados; una vez más se confirma aquello de que las comparaciones son odiosas (sobre todo para el que sale perdiendo, añado a continuación). Una escritura tejida con retazos autobiográficos, con énfasis especial en los ambientes judíos del barrio en el que nació, retratos que le valieron sus más y sus menos con los dirigentes de la comunidad, teniendo en cuenta su mirada un tanto distanciada, irónica y descreída; en tal asunto no está de más recordar los orígenes judíos, de la Europa del Este, de sus antepasados que llegaron al Nuevo Continente a principios del sigo pasado. Esta faceta ha hecho que se le haya incluido en el conjunto de escritores judíos americanos junto a los Bernard Malamud o Saul Bellow.

Finalizados sus estudios se convirtió en profesor de letras en varias universidades para al filo de los sesenta trasladarse a Nueva York en donde fijó su residencia y también su dedicación plena al oficio de escribir. Desde el principio alcanzó notoriedad en el mundo de las letras, muy en especial con sus novelas del ciclo Zuckerman, su alter-ego, escritor de las sombras – título de la primera entrega de l serie – que al cabo de los años se vio proyectado bruscamente al sol de la popularidad (como el propio Roth), teniendo que someterse al duro aprendizaje de la celebridad (Zuckerman delivré. Gallimard, 1982), más tarde vendrían sus dolores de nuca y otros (rodeado de mujeres y en tenaz búsqueda de un remedio a sus dolores y su sequía creativa..), a lo que añade la muerte de su madre, y la vuelta a su anterior trabajo de profesor en Chiago (La leçon d´anatomie. Gallimard, 1985); andanzas a las que seguirían otros ciclos; más tarde comenzaría sus incursiones en el relato irónico del progresismo de su país, y algunas derivas por los campos de la re-escritura, ficcionada, de algunos de los episodios esenciales del país de las barras y estrellas.

Realmente uno de los escritores más destacados del panorama actual de los USA, junto a los Thomas Pynchon, Don DeLillo, Paul Auster, Toni Morrison o Siri Hustvedt por citar algunos de los que me resultan más cercanos e interesantes. Tal consideración va avalada por los numerosos premios que consiguió con sus obras… entre las cuales, amén de algunas de las nombradas y reseñadas, no quisiera dejar en el tintero aquella jugosa recopilación de entrevistas que mantuvo con Milan Kundera, Aaron Appelfeld, Ivan Klima, Isaac Bashevis Singer, Primo Levi, y Edna O´Brien [a lo que ha de añadirse el intercambio epistolar con su colega Mary MacCarthy, y el retrato de dos amigos desaparecidos: Bernard Malamud y el pintor Philip Guston que había ilustrado alguno de sus libros]… Parlons travail (Gallimard, 2004), en los tiempos en que Roth se acercaba a mostrar su apoyo a los escritores checos y otros, él que era un ferviente admirador de Franz Kafka.

Teniendo en cuenta la rapidez con la que escribo estas líneas recordatorias y de homenaje, por si pueden publicarse hoy mismo [acabo de ver publicado otro artículo que había enviado… de modo que mi gozo en un pozo, en unos días irá], me limito a transcribir algunos de los artículos que escribí sobre algunas de sus obras, sobre todo las últimas,… aquellas que, en cierto sentido, pueden tomarse como empapadas de tintes testamentarios, y que, sin lugar a dudas, muestran el buen oficio del autor de Pastoral americana… [mi desorden proverbial en lo que hace a papeles, y la escritura de los tiempos de la olivetti, hacen que otros comentarios se hayan esfumado en las nieblas de la pérdida y la confusión]. Él lo había dicho en repetidas ocasiones, que Némesis sería su última obra… (así lo anunciaba, en 2012, a la revista francesa Les Inrockuptiles: «Se acabó. Nemésis ha sido mi último libro»), como quien anuncia que alcanzado el objetivo abandona la carrera, como lo hicieron en diferentes terrenos y momentos el explorador del vacío Jorge de Oteiza (ya soy escultor, ergo…) o el gran poeta César Vallejo (ser poeta hasta el punto de dejar de serlo).

El sueño americano

+ Philip Roth

«Pastoral americana»

Alfaguara, 1999.

Tras una trilogía autobiográfica, el gran novelista americano emprendió una trilogía histórica que diese cuenta de los sobresaltos de su país, desde la segunda guerra mundial hasta los años ochenta. Por aquí, se tradujo hace un pare de años la primera entrega de ella: El teatro de Sabbath, ahora se publica la segunda, Pastoral americana, y queda pendiente la tercera, Yo me he casado con un comunista. La segunda entrega, el libro del que ahora hablo, le ha valido el Premio Pulitzer 1998.

La historia que aquí se narra es la del Sueco, Seymour Levov, un hombre que todo parece indicar que es un triunfador neto. En el instituto en el que cursaba sus estudios, destacaba por sus impresionantes condiciones atléticas, un verdadero ser llamado a convertirse en un ídolo. Su vida continúa después, siguiendo las pautas del correcto pensamiento y modo de vida americanos, con un matrimonio blanco y judeo-irlandés con una sobresaliente personalidad local, de familia bien, que ha cosechado tenazmente a lo largo de los años unas considerables propiedades. Todo resulta al modo del sueño americano: triunfo, dinero, comodidades en el seno de una familia de clase media (o alta) americana; completamente wasp. No obstante, de pronto el brillo y la tranquilidad se ven empañados, al ser turnados por la hija del matrimonio, Merry. Esta, influenciada por los aires de los tiempos (la guerra de Vietnam, el affaire Watergate…), convierte su precoz rebeldía, en terrorismo puro y duro / (de su acción y como daño colateral, resulta muerta una persona) y se ve obligada a huir. Su comportamiento factura la monolítica, y satisfecha, vida familiar, a la vez que, por otro lado, atenta contra los sacrosantos principios de la bienpensante y feliz sociedad. El modélico sueño americano que parece empezar a materializarse se va al traste, yéndose el guano igualmente la relación entre padres e hija.

Las preguntas surgen inevitablemente, ¿cómo es posible que de tan ejemplar familia surja tal monstruo? ¿De unos padres de tan acendradas creencias, patriotas y bien situados, cómo es posible que salga una hija así? ¿Tal vez el problema esté en el matrimonio entre una judía y un protestante, y los problemas edípicos que a lo largo de la educación hayan podido sufrir? Y las posibles respuestas al fracaso acontecido son enfocadas con maestría por Roth, quien nos entrega una rica novela que se presta a múltiples lecturas y a un sinfín de interrogantes acerca de la vida americana, y de los todopoderosos, en su solidez, pilares que la sustentan.

De este modo el sueño americano de los años sesenta, basado en la felicidad apacible y placentera de la vida familiar y un cierto bucolismo, nos es enfocado desde la óptica de su fracaso, por este escritor lúcido e intransigente. Un sueño fracasado, la inocencia perdida, nos son puestos antes nuestros lectores de una elegante y hábil forma con el propósito que el mismo escritor señalaba en una reciente entrevista: «quiero ver dónde se sitúa el punto de ruptura de un hombre fuerte, ambicioso, resuelto, cuando es destruido emocionalmente». La vida es más dura que los sueños, ya demás los sueños, sueños son y encima crean monstruos.

Vidas de escritores

+ J.G. Ballard

«Milagros de vida. Una autobiografía»

Mondadori, 2008.

240 págs. / 19, 90€.

+ Philip Roth

«Los hechos. Autobiografía de un novelista»

Seix Barral, 2008.

254 págs. / 19,50€.

Aparte del espíritu cotilla que puede anidar en todo lector por conocer la vida de los escritores a los que se acerca, cuando éstas están escritas por ellos mismos tienen el interés añadido de ser una más entre las obras literarias del propio autor.

Escritor del apocalipsis

Cuando no plasma en sus obras el desastre del mundo por exceso de agua («El mundo sumergido»), con un Londres cubierto por ella, dibuja una tierra cuarteada y con la sequía dominando hasta las piscinas de más postín («La sequía»); la invasión de las ciudades, por los automóviles que acaba con éstas y sus pobladores asoma también, y el derrumbe, en una confluencia entre sexo y accidentes de tráfico, se muestra en su rupturista «Crash». La ciencia-ficción de Ballard no se mueve en el futuro sino en el presente, y sus latentes amenazas, tratadas con ciertos tonos surrealistas, escenas desarrolladas en bucles distorsionados, y funcionando como gritos de alarma ante la posibilidad del inminente final entrópico. No es de extrañar así que en la lengua inglesa actual esté inscrito el término ballardiano, formado en claro paralelismo al de “kafkiano”.

La celebridad del autor de todos modos, a no ser en círculos reducidos de aficionados del género mentado, le vino por una novela suya llevada al cine por Steven Spielberg, «El imperio del sol». Un niño encerrado en un campo japonés, durante dos años y medio (1943-1945), padeciendo bombarderos, tal es el escenario de la película, y de la novela que la inspira y de la vida del propio escritor, quien en esta autobiografía nos habla de ese periodo de tiempo en el campo de Lunghua. Previamente nos describe el ambiente de la enorme ciudad que le vio nacer, Sanghai (1930), verdadera exposición de paneles de publicidad, de burdeles, de seres famélicos y enfermos muriendo en la misma calle y los bordes de las carreteras repletos de cadáveres y ataúdes que el niño contaba mientras iba al rígido colegio al que asistía. Mendigos, carteristas, estafadores, moribundos, y ese mundo cruel y morboso iba a animar al muchacho a hallar lo real en medio de todo aquel ensueño que a él le resultaba absolutamente surrealista. Después vendrán los tiempos de encierro, y posteriormente al finalizar la guerra mundial fue la primera vez que pisó la Inglaterra natal de sus progenitores. Y el muchacho hiperactivo se va a hallar más perdido que un pulpo en un garaje ante las estrictas costumbres. Acumulación de lecturas (mucho Freud y mucho surrealismo: cuadros, cine…). Comenzará estudios de medicina (más cadáveres), que abandonará, tras preocuparse durante un tiempo por la especialidad en psiquiatría siguiendo aquello de cúrate a ti mismo; luego iniciaría, por indicación de su padre, estudios de literatura inglesa (lo menos indicado para convertirse en escritor, según él), y se dedicará a escribir para emanciparse, luego verá llegar el éxito y nos suministrará algunas pinceladas acerca de sus más destacadas obras… hasta finalizar en el último capítulo con su declaración de la enfermedad recién diagnosticada: cáncer de próstata.

El humor no lo va a abandonar desde la primera página con algunas coñas sobre su nacimiento y la descripción del parto por su propia madre, o el descubrimiento de los canapés de queso que le llevaron a pensar en el descubrimiento de una nueva enfermedad del asco que le provocaron, o cuando señala el cemento de las sociedades (bridge, adulterio y alcohol), y… mil más, todo lo cual hace que la lectura del libro resulte ameno a más no poder.

Cinco episodios

Precisamente en su anterior novela, «Sale el espectro», el escritor de Nueva Jersey (1933) presentaba a Nathan Zuckermann – protagonista de varios de sus libros, y alter ego no disimulado de él mismo – cuando le acababan de extirpar la próstata cancerosa.

Philip Roth escribe habitualmente en sus novelas con la sombra de su vida siempre presente, y dentro de ellas asoman varios puntos fijos: su relación problemática con su condición de judío y con la comunidad de fieles de dicha religión, sus más y sus menos amorosos, la atención al telón de fondo de la vida americana en los años que a él le han tocado vivir, y – como no podía ser de otro modo – las relaciones del arte y la literatura con la vida; todo ello con una visión crítica que no elude la crítica sobre sí mismo, como caso paradigmático en la presente ocasión la voz prestada a Nathan Zuckermann se vuelve contra las propias dotes de Roth a la hora de escribir textos autobiográficos.

La presente autobiografía – así se presenta sin pretensiones de venderla como novela – es de una sinceridad apabullante (alejado del «exhibicionismo maileriano y del salingerismo secuestrado») basándose en hechos, y dirigida – según cuenta en su inicial carta a Zuckermann – a sí mismo, pivota sobre cinco etapas de su existencia: la niñez y adolescencia durante las décadas de los treinta y cuarenta, los estudios en los cincuenta que coinciden con un amor problemático y tenso con la mujer – según él – más colérica y difícil que encontrase pueda; más tarde presta atención a los problemas que como escritor halló frente a la rígida comunidad judía (para ver sus relaciones extremamente cordiales y de afinidad con otros escritores de origen judío puede verse un libro de entrevistas/conversaciones que mantuvo con Primo Levi y compañía. «Hablemos de trabajo»; o sus posicionamientos netos y claros contra el antisemitismo nazi en su novela histórico-hipotética premiada «La conjura contra América»); por último, deja ver ciertas inspiraciones literarias que le surgieron durante la libertaria década de los sesenta.

Por los años abarcados en este libro quedan sin tratar los años en los que Philp Roth ya era respetado como escritor consagrado y premiado con todos los premios de su país habidos y por haber. Hasta se está publicando su obra completa por la Library of America, cosa inaudita para un escritor vivo.

Un padre y su hijo

+ Philip Roth

«Indignación»

Mondadori, 2009.

175 págs. / €.

En el escritor norteamericano hay unas constantes autobiográficas que constituyen la materia prima de sus novelas. No sería justo, no obstante, dejar la cosa en el reducido ámbito individual, pues las constantes personales a las que me refiero van incrustadas totalmente en el ambiente que se vivía en su país en los años de los que habla, en los años de aprendizaje, de formación – y conformación – del escritor Philip Roth.

En la presente ocasión se nos sitúa en los años de la guerra de Corea, 1951, en la que EEUU se implicó en su lucha contra el comunismo. Marc es hijo de un carnicero kosher cuyos únicos afanes son trabajar, complaciendo a sus clientes, y cuidar del futuro de su hijo, por lo que ha de encauzar el presente para que su vástago no se salga de las sendas debidas.

Son los temores a que su hijo se pierda los que hacen que éste se sienta agobiado y a la hora de comenzar sus estudios universitarios se aleje del hogar familiar, optando por una universidad que se halle lejos del domicilio de sus padres. En el segundo de los campus en los que se apunta, en el medio oeste, compagina unas calificaciones sobresalientes con el trabajo en un hostal para costearse sus estudios y evitar así suponer una carga excesiva al bolsillo de sus progenitores.

Sus relaciones con diferentes compañeros de habitación en la residencia universitaria van a resulta problemáticas y así cambia de compañeros y de habitación en repetidas ocasiones. En este ambiente conoce a una joven con la que va a flipar por sus iniciativas sexuales – para él desconocidas hasta entonces – que la joven domina con soltura. Si hay algo que le rebota a este judío de procedencia – si bien él se declara ateo sin tapujos – es la obligación de asistir a un número determinado de oficios religiosos si uno quiere obtener el título, en su caso, de derecho. Aquellas soflamas evangélicas impuestas le van a sublevar, le van a indignar y le van a llamar a alzarse frente a semejante estado de cosas. También le agobia la persecución que organizan las distintas asociaciones estudiantiles por tratar de captar afiliados para su grupo. Él pretende mantenerse al margen y lograr su objetivo: conseguir una titulación brillante y mientras evitar ser enviado a la guerra que su país libra en Asia.

Será el primero de los aspectos nombrados – el repetido cambio de residencia – lo que escamará al director del establecimiento que le va a llamar a su despacho. El tête à tête resulta sabroso para el lector que va a asistir a un enfrentamiento entre el orden – por el orden – y la rebeldía del alumno que, sincero a tope, va dejar las cosas claritas al santón que ejerce de director: su ateísmo (Bertrand Russell al apoyo), su empeño por mantenerse al margen de banderías, de equipos deportivos, la cerrada defensa de su intimidad, etc.

Coincide que tras la dichosa entrevista siente unos dolores terribles y ha de ser hospitalizado y operado de apendicitis, recibiendo allí la visita de la muchacha que tras el gozoso encuentro parecía regirle, y también la de su angustiada madre que le hace saber el desastre en que se está convirtiendo su padre con sus paranoias y sus temores con respecto a él (las posibles malas compañías, la posible frecuentación de casas de citas, posibles accidentes), y con respecto a todo lo demás (al tráfico, las dificultades del negocio debido a la competencia de otros negociantes sin escrúpulos…). La inseguridad creciente y enfermiza del padre va a hacer que su madre se replantee su matrimonio, y piense en divorciarse, cosa increíble en el ambiente judío en el que se movían y en el que habían sido educados. Después, el azar y la locura, «¡Locura nuestra que estás en el cielo! »… sexo, desorden y su contrario en forma de patriotismo, religión, etc.

Philip Roth se muestra en su más pura esencia en esta novela que se lee con agrado y ligereza y que toma el pulso al peso de las esferas ideológicas, políticas, religiosas del pensamiento dominante yanki en la vida de los individuos pillados en las pegajosas redes que todo lo envuelven.

Pasiones de vejez

+ Philip Roth

«La humillación»

Mondadori, 2010.

160 págs. / 17, 90 €.

Hay unas constantes en la escritura del escritor americano, que se va acercando a los ochenta, centradas en su condición de judío, y en la historia de su país como telón de fondo de su existencia. Ya sea por medio de su habitual alter ego, o hablando en su propio nombre Philip Roth da rienda suelta a sus obsesiones, y en las últimas novelas se hacen un sitio nada desdeñable – que se convierte en el centro sobre el que giran las historias – las relacionadas con la salud y con el sexo en los años tardíos(nunca es tarde si la dicha es buena que diría el otro, pero bueno).

En la presente ocasión, y sin pelos en la lengua, el escritor nos planta ante una historia cuya alma es el deseo de un experimentado actor de teatro por lograr alguna relación que realmente le satisfaga; sus experiencias no es que hayan sido éxitos sino que al contrario al haberse contado como fracasos sus varios matrimonios, tal frustración le va a empujar a buscar nuevos horizontes, a lo anterior se suma el creciente pérdida de sus facultades interpretativas, lo que le hunde en una severa depresión que le lleva a ser ingresado y que le acerca a las fronteras de la muerte, al rondarle las ideas de levantar la mano contra sí mimo. Simon Axler, que tal es el nombre de este sesentón, se retira al campo y allá va a coincidir con un viejo marsupial que no está en su mejor forma y que le sirve de espejo, y compañía, a su propio deterioro. Las cosas van a variar radicalmente cuando por allá aparece la hija de unos antiguos amigos que acaba de perder a su pareja, la mujer Pegeen tiene cuarenta años y entre ellos va a surgir una perspectiva de vida en común. Simon teme que la cosa puede fracasar al tiempo que alimenta grandes esperanzas de que aquella relación le pueda resultar francamente satisfactoria y le pueda suponer a la vez un renacimiento para su abandonada dedicación artística.

Ninguno de los dos, tal como nos son presentados por Roth, acierta en lo que respecta a las posibles expectativas: él pues su mirada es la de un cándido impulsado por aquello de que quien hambre tiene con pan sueña y ella, mujer de sexualidad disparada como lo muestra su enorme muestrario de prendas y utensilios eróticos, pues espera del sexo un desmedido placer, no alcanzado, que la va a conducir a exprimir, a la postre, a quienes con ella se relacionan. Roth nos va a empujar a entrar con crudeza en las escenas de sexo de dicha pareja, a sus distintas posturas y penetraciones, que llegan a la culminación con la invitación por parte de Simon a una joven de diecinueve años para que pase la noche con ellos… la iniciativa es tomada por la indómita Pegeen, mientras él juega el papel del testigo absorto y deslumbrado ante los comportamientos desbocados de su pareja dominando a la chica.

Philip Roth penetra sin tapujos y sin recato en la pasión vivita, y coleando, de un señor de cierta edad, y las exposiciones de sus ensoñaciones y, en especial, de sus encuentros íntimos va a convertirnos en verdaderos voyeurs que queremos más, que esperamos más, y que continuamos leyendo pillados por una verdadera obsesión… por la propia humillación de Simon Axler, o por la que el propio escritor ha tratado de reflejar en esta desprejuiciada novela.

La peste marrón

+ Philip Roth

«Némesis»

Mondadori, 2011.

págs. / €.

No fueron pocos los críticos que vieron en los decadentes protagonistas de las últimas novelas del americano un reflejo de la propia decadencia de la inspiración del escritor. Pues bien, con la lectura de esta última entrega de Roth – que supone una neta continuidad con las nombradas – se desvanece la autenticidad de “isaías” de los agoreros recién nombrados, pues en esta novela el autor da muestras de su certera inspiración y de una dosificación de la narración propia de un artefacto de relojería, con sorpresa incluida, y me refiero al cambio de narrador que pasa de un muchacho afectado por la enfermedad al que a continuación nombraré.

Una epidemia de polio invade, en los años de la Segunda Guerra Mundial, la población de Newark, sus efectos son más nefastos que en ocasiones anteriores y naturalmente el pánico se extiende a la par que la enfermedad. Eugene “Bucky” Cantor es instructor físico de los chavales, joven de vida difícil desde la niñez, dificultades que van a aumentar a causa de sus deficiencias visuales, que son las que le van a impedir ir a la guerra mientras sus compañeros están por allá batiéndose el cobre, tal situación le culpabiliza sumiéndole en un estado de ánimo no excesivamente animoso. Como los males no vienen nunca solos, ahora le toca tratar con los muchachos afectados por la enfermedad y en tal situación su mente se va a ver envuelta en un torbellino que le empuja a plantearse cuestiones de índole moral acerca del deber de servir a los demás o de desentenderse, de preocuparse de lo individual o de lo colectivo, de enfrentarse a los diferentes “culpables” de la epidemia que van desde los judíos, a la falta de higiene, a los italianos o a él mismo que hace que los chavales entrenen a pleno sol con lo que ello puede provocar; sabrosas resultan sus cavilaciones acerca de la irresponsabilidad de Dios que se muestra pasivo ante el desastre que asola a la población del lugar… la interrogación viene de lejos: ¿cómo un Dios bondadoso y omnipotente puede permitir el mal?, cuestionamiento que ya se plantease Mark Twain o ciertas víctimas de situaciones históricas extremas(¿impotencia, indiferencia…?). Para incrementar la tensión su novia le propone marcharse de aquella infecta población a horizontes más sanos, de montaña, en donde ella trabaja, propuesta que al final acepta con la esperanza de que los nuevos aires sean más puros e indemnes a la propagación de enfermedades. Planeando a lo largo de la historia la pregunta acerca de la certeza o no de si donde surge el problema brota la salvación.

Estamos ante un potente libro en el que se observan ciertas constantes propias de los libros sobre diferentes epidemias, desde Defoe hasta Saramago pasando por Albert Camus o Patrick Deville: la enfermedad sorpresiva y masiva que arrasa a los humanos – como si de un castigo se tratase – que se ven impotentes ante el torbellino que les engulle y tratan de hallar el modo de salvarse de la epidemia. ¡Philip Roth en plena forma!