Por Iñaki Urdanibia

En nuestro hoy es la información, o tal vez la desinformación, la que vence en detrimento de la narración; el triunfo del storitelling del que habla Byung-Chul Han en su La crisis de la narración, es lo que domina. Leyendo a Patricio Pron (Rosario, Argentina, 1975) en su «La naturaleza secreta de las cosas de este mundo», editado por Anagrama, seremos llevados a gozar de las historias que se van encabalgando, e introduciéndose en las páginas, en diferentes derivas que acompañan a los protagonistas de la novela: Olivia Byrne y su madre, Emma O., y el padre, Edward Byrne.

Leo en la faja que acompaña al libro algunas referencias a Walter Benjamin y a W.G.Sebald, y no me parecen desencaminada las alusiones, ya que el primero en su El narrador, recuerda con añoranza, ya entonces, el arte de narrar que estaba en declive al ser marginado por la información, y con respecto al segundo baste leer me atrevería a decir, casi, la totalidad de sus singulares novelas, por calificarlas así, y por señalar una: Los anillos de Saturno, para ver que en las páginas de libro del que pretendo hablar, se respiran ciertos aires de familia.

La primera parte de la obra está dedicada a Olivia mientras que la segunda a Edward. Tanto la una como el otro, añádase la madre, se dedican a actividades artísticas: su madre al vaciado de edificios históricos de especial significación, ella al arte textil, y el padre era artista visual. Este último había desaparecido sin dejar rastro, dándole algunos por muerto aunque no se halló cadáver alguno en la marisma que en su momento había servido para sumergir mujeres, construyéndose más tarde encima un asilo; no es extraño que Olivia, cual Penélope rediviva, se dedicase a tejer esperando la posible vuelta de su padre. Con respecto a la desaparición, la policía citó en diferentes ocasiones a la madre y a la hija para tratar de aclarar el paradero de su padre y/o las motivaciones que le llevaron a desaparecer sin dejar ninguna pista. Las reflexiones de los agente de policía son francamente ocurrentes y esclarecedores a la hora de relacionar pistas con relatos, más o menos verosímiles, y hasta osan establecer alguna incursión en la caracterización del género novelístico; obviamente algunos pasos habituales de la policía en el caso de desapariciones, y sus distintas motivaciones, se exponen con cierto detalle.

No había mucha comunicación que se diga entre madre e hija; silenciando su madre, como si fuera un trabajo secreto y clandestino, los proyectos en los que se embarcaba o trataba de hacerlo. Olivia es un ser herido y, precisamente, para sentirse viva recurre a provocarse cortes en su cuerpo; la joven rememora igualmente la fría e indiferente relación con su padrastro y algunas exposiciones con obras de su padre, que organiza su madre. A lo largo del paso de las hojas y las cavilaciones de Olivia, van asomando algunos hechos singulares como varios casos de seres ferales, niñas abandonadas en el bosque y criadas por animales varios, algún caso de una mujer sometida a una lobotomía; irrumpen igualmente algunos edificios del pasado en cuyo interior la madre trata de dar forma a sus experiencias artísticas, y así vemos , un asilo en Piccadilly Gardens, erigido, como queda señalado líneas arriba, en el mismo lugar en el que algunas mujeres eran castigadas sumergiéndoles en las aguas, una sede policial en la que se había torturado a militantes del IRA irlandés, etc. No se priva el narrador de volver la vista atrás, al siglo XIII y XVIII, para recordar algunos hechos que reafirman algunos episodios narrados en las páginas.

La moviola funciona, mirando para atrás, señalando los cierres en falso, y las relaciones y situaciones que van conformando lo que se es, o al manos lo que cada cual cree ser; y asoman con intensidad las rumias y reflexiones que ofrecen una hondura que hace bueno aquello de que lo importante no son las respuestas sino las preguntas, lo que a su vez parece reafirmar aquella afirmación que hiciese el otro: la interrogación es el signo más sabio que ha inventado el ser humano. Este mirar hacia el pasado también se da en la segunda parte del libro dedicado a Edward que revisa los veinte años desde que abandonó el hogar aunque el motivo de su decisión no lo aclara en momento alguno. El artista más se centra en los objetos y enfoques de sus obras, al tiempo que salpica su discurso con la referencia a algunas obras literarias; su descenso al aislamiento y la soledad, libremente elegidas, no impiden que establezca algunas relaciones con un par de inmigrantes nigerianos con los que establece una familiaridad notoria.

La capacidad de Pron a la hora de entrelazar pensamientos e historias hace que la lectura se deslice no habiendo momentos de relleno, ya que siempre, hallamos noticias de acontecimientos varios que se entreveran con las cuitas de Olivia y su mente en permanente tensión, lo que ya aparece desde la primera página cuando la joven va a sufrir un accidente de coche… en las cercanías de Ransbottom, de donde se marchó Edward que posteriormente, como queda dicho, relata sus años de ausencia.

El autor en su Epílogo desvela sus fuentes bibliográficas y otras, e invita a quien quiera conocer el fin real de la historia a acceder a su página web… Cosa que dicho sea de paso no convierte la novela en incompleta o inacabada como el título de la sinfonía, nº 8, de Schubert.