Por Iñaki Urdanibia.
Tras la entrega anterior, centrada en su última novela, en esta – como ya quedó señalado – recupero algunos escritos sobre él y sus obras anteriormente publicados.
(1) Reúno algunos de los artículos que sobre el escritor he publicado: van cuatro enteros y un par de enlaces de los publicados en este misma red:
Michel Houellebecq, fenómeno literario-mediático
En gustando la batalla, con Houellebecq no hay problema, ésta está servida. Ahora el autor de «El sentido del combate», tras tres años de silencio, vuelve a las librerías con «La possibilité d´une île»: apocalipsis nuclear, clonaciones, neohumanos, y… lecciones de realismo. El sintomático título de su primera novela fue, «Extensión del dominio de la lucha».
Ya desde antes del verano se anunciaba, a bombo y platillo, la aparición, en la rentrée, de una nueva novela del sulfuroso Michel Houellebecq. El escritor había sido birlado por Fayard a su anterior editor, Flammarion, por medio de un contrato propio del mundo del balompié: casi millón y medio de euros, cuando aún no estaba escrita la novela. La nueva editorial ha andado lista, filtrando fotocopias durante el verano a aquellos medios de comunicación que parecían proclives a alabar la nueva criatura del escandaloso escritor; así no ha habido revista que se precie, en el Hexágono, desde Paris-Match al Nouvel Observateur, pasando por L´Express o Les Inrockuptibles, que haya dejado de airear extractos de la obra o entrevistas con el autor, a la cabeza la última de las citadas que ya por junio sacó un número extraordinario dedicado al escritor, incluyendo un DVD con una extensa entrevista, además de un film erótico realizado por él. No queda ahí la cosa, ya que la propia editorial ha proclamado urbi et orbi que piensan ganar con dicha novela el prestigioso Prix Goncourt. Así, en menos de dos semanas desde su publicación ya lleva vendidas trescientas mil novelas. ¿Pero cómo ha surgido este terremoto, promovido por un escritor, que tantas pasiones levanta y, al que le han llovido epítetos hasta agotar el cupo – dependiendo del emisor de tales -: fascista, neofascista, racista, eugenista, antifeminista, antiizquierdista, reaccionario, perverso, homófobo, criptoestalinista, xenófobo, misógino, misántropo, lepenista, obseso sexual, y… ahora raeliano?
La génesis de un escritor
Ya desde su primer libro publicado – que por cierto pasó desapercibido en el momento de su publicación por Michel Bulteau, en Éditions du Rocher – sobre Lovecraft, marcaba – en el subtítulo – lo que iba a ser un verdadero programa para su propia carrera literaria: «contra el mundo, contra la vida».
La primera novela, tras un par de volúmenes de poesía, que fue editada por un editor minoritario y selecto, Maurice Nadeau – director de la prestigiosa La Quinzaine littéraire – «Extensión del dominio de la lucha» («una sucesión de anécdotas de las que yo soy el héroe»), vendió más de lo que Nadeau esperase: en vez de los dos mil previstos, las ventas se acercaron, entonces, a los veinte mil. Parece que la descripción del muermo y el aburrimiento en los ambientes laborales que reflejaba en su obra sintonizó con un público hastiado de sus obligaciones rutinarias y monótonas del alienante trabajo y de sus miserias existenciales. Michel Thomas – tal era su verdadero nombre – tomó el apellido de su abuela paterna («la única persona un poco digna de mi familia») como firma literaria y convirtió su obra en un producto de «de culto». Se comenzó a hablar de Céline, Flaubert, Baudelaire, a la sombra del malditismo, y su editor hispano llegó, más adelante, a emparejarlo con los Camus, Sartre (Trop!).
El relativo éxito le llevó a publicar en otra editorial más fuerte, Flammarion. Y con «Las partículas elementales» llegó la consagración: más de medio millón de ejemplares vendidos. Las huellas del mayo del 68 son atacadas con odio: el feminismo, la ecología,… y llama a regenerar el género humano por medio de la manipulación genética, el hundimiento de Occidente y la invasión islámica son cuestiones destacadas en este libro sin esperanza. Un camping mete a juicio al escritor por nombrar su establecimiento por su propio nombre… tal judicialización sirve de altavoz mediático a la ya exitosa obra.
En septiembre de 2001, publica «Plataforma». El turismo sexual está en el centro de la novela, que embiste sin recato contra el islam, y que – ¡cosas de la vida! – finaliza con un atentado cometido por islamistas… a los pocos días, cayeron las torres gemelas. Nuestro hombre fue erigido a la categoría de visionario, por una parte, por la otra, distintas mezquitas y organizaciones musulmanas pusieron el grito en el cielo contra el infiel, quien por otra parte, en una sonada entrevista en la revista Lire, tachaba al islam como la religión más chorra («plus con»). El Premio Goncourt que estaba cantado para tal libro, cambió de destinatario ya que la Academia que otorga el galardón se achantó ante el cariz que tomaban las cosas… El debate estalló: de un lado, quienes defendían la libertad de expresión por encima de todo, y distinguían entre el escritor y los protagonistas, dando por incierta aquella afirmación de Gustave Flaubert cuando afirmaba que «¡Madame Bovary soy yo!»; por otro, quienes veían al escritor como plenamente representado por sus personajes… agarrándose a las coincidencias entre las afirmaciones de los protagonistas de los libros y las propias declaraciones de su creador. Houellebecq se abre a la tranquila campiña irlandesa para esperar a que cese el temporal, más adelante lo hará a tierras hispanas: Lanzarote, Almería…
Razones de un éxito
Tal ser contradictorio (el hagiógrafo suyo, Dominique Noguez declara con absoluta sinceridad: «jamás dos veces te daba la misma respuesta… tendía cada vez a decirte algo que nunca antes había dicho»), con un aspecto mediocre y de una normalidad hasta el exceso, ausente – ¿alcohol? ¿ansiolíticos? – como un perro apaleado (tal aspecto disparó el instinto maternal de la cantante Françoise Hardy, y otras, oh mon pauvre!), hace hablar – y fantasmear – a sus personajes, logrando casar con un cierto «espíritu de los tiempos» (angustia, miseria sexual, desbrujule, desesperanza)… «se chapotea siempre en una niebla sangrante… el caos no está más que a unos pocos metros», se lee en «Las partículas elementales». Todo esto acompañado de unas citas, hábilmente salpicadas, de Schopenhauer, Kleist, Nietzsche o Diógenes el cínico… parece, sin duda, satisfacer al imaginario de bastante gente (del hombre común) en nuestros tiempos, en los que quizá sea acertado dar por bueno aquello que ha dicho alguien recientemente, «en la pareja del perro y de Diógenes, el filósofo muestra al sabio, el imbécil mira al perro».
Las creencias de un descreído
+Michel Houellebecq
«La posibilidad de una isla»
Alfaguara, 2005.
Daniel es un hombre de cuarenta y siete años que desde luego no es la alegría del huerto. Es un guionista de éxito, que se permite el ácido humor con temas más bien arriesgados, lo cual le sirve para que sus representaciones obtengan un sobrado éxito y escándalo a partes iguales. Cuando no vacila de los palestinos, lo hace de los negros, o de los homosexuales, o de los pobres, o de quienes tratan de poner fin a estas lacras. La idiocia ambiente hace que el tal caballero venda y pueda permitirse el lujo de hacer ostentación de su dinero, en distintas geografías, entre otras en las cercanías del Cabo de Gata, donde se ha comprado una residencia secundaria. A pesar de esta situación desahogada en lo económico, sabido es que la riqueza no da la felicidad, pesa sobre él la carga de los años, y para sobrellevar semejante bagaje ha de recurrir a diversos tipos de ansiolíticos, a la bebida, a las chicas de sombríos moteles-almerienses y madrileños- que venden su cuerpo a cambio de dinero, de quienes nuestro hombre es asiduo cliente, al tener una sexualidad – digamos que – un tanto problemática, ya que sus relaciones de pareja, tanto con Isabel como con Esther, no son más que continuos quebraderos de cabeza para un ser con unos fantasmas absolutamente típicos del más salido de los salidos. Daniel es de la creencia que a los años que tiene, no puede alcanzar el deseo que – según él es generalizable a todos los hombres – consistiría en ser el objeto de deseo de adolescentes macizas y con desbordada iniciativa, que le sometiesen a los más rebuscados tocamientos, ejercicios,… y mamadas, eso sí.
La existencia desasosegada de tal caballero -por decir algo – nos es relatada por varios Danieles.
Ha de tenerse en cuenta que la sombra de la clonación, y de otras virguerías de última generación, planean por las páginas que dan cuenta de la visión de Daniel 1, Daniel 24 y Daniel 25. Son tiempos de después del fin, las ruinas campan por los campos y ciudades, la humanidad se ha ido al guano, mas la neohumanidad brota con fuerza. Y así quien no creía en nada, y denostaba los monoteísmos sin piedad, al tiempo que también hacía chanzas de cualquiera que mostrase alguna esperanza en el futuro de un mundo – o algunos de los aspectos de él – mejor, entra en contacto con unos iluminados, los Elohim, réplica literaria de los raelianos (aquellos que dijeron haber clonado el primer ser humano… lo cual era una bola como el mismo símbolo que representa a tales seres fantasmales, vestidos de inmaculado blanco)… y el desesperanzado y descreído de tomo y lomo, se ve entregado al carisma del líder, a las jovencitas a él entregadas con fruición, y a su científico inspirador de turno que pronostica, y cumple, la creación de seres – por medio del ADN – de 18 años, y el logro de la eternidad. ¿¡Tanto non future, para acabar flipando con unos impresentables!? ¿¡Tantas fantasmadas de perversión para acabar cantando la versión del padre (pére-version, version-père)!?
No cuenta todo esto nada mal el lánguido Houellebecq, quizá algo confusa y diseminadamente, pero podría aprovechar su oficio para escribir otras cosa. Pero entonces, sin escándalos y bobadas, y sin protagonistas de sus historias pelín desagradables, no sería Michel Houellehecq. Y sus admiradores se preguntarían où est le bec (¿dónde está el pico?) de Michel Thomas (su verdadero nombre, por otra parte). ¡Ah,eso sí!, su perro se lllama Clément («¿qué
es un perro sino una máquina de amar?» se pregunta el protagonista del libro, cuyo perro, por cierto, se llama Fox.) ¡Y así!
Se acercan las fechas en las que se entregan los prestigiosos premios Goncourt… no pretendo convertir esta página en lugar de apuestas, mas sí que estoy casi seguro que este año el galardón se lo puede llevar, de calle, el polémico autor del que habla esta página.
Houellebecq vuelve
+ Michel Houellebecq
«La carte et le territoire»
Flammarion, 2010.
432 págs. / 22 €.
+ Aurélien Bellanger
«Houellebecq écrivain romantique»
Léo Schérer, 2010.
304 págs. / 18 €.
Del escritor hexagonal podría decirse aquello de que con él llegó el escándalo; si no es por una cosa es por otra, pero el caso es que de él siempre se habla y en muchas ocasiones de manera acalorada. Alguna vez por meterse, tomando a su propia madre como protagonista, con las costumbres liberales en lo sexual de los sixties, o por señalar que la muerte de algunos destacados personajes del pensamiento disolvente estaba cantada por su manera de pensar (Guy Debord se pegó u tiro de fusil en el aparcamiento subterráneo cercano a los jardines de Luxemburgo, Gilles Deleuze se lanzó al vacío desde su apartamento en la rue Vaugirard); más adelante realizando unas declaraciones claramente islámofobas que coincidían con algunas afirmaciones del libro que acababa de publicar, en el que por cierto también se hablaba sin remilgos del turismo sexual; más tarde vinieron sus flirteos – incluidos los fotográficos – con un santón “extraterrestre” sectario, que por cierto tenía presencia destacada en su novela futurista… en todos estos caos que nombro, podrían ampliarse la lista como un kilo de chicle, se da por parte de Houellebecq un bobarysmo descarado (decía Flaubert: «madame Bovary c´est moi») en el que se induce a una identificación del escritor con sus protagonistas, y desde luego éstos son unos impresentables de tomo y lomo; el juego de la provocación se da de modo complementario entre el autor y su obra. Se puede dar la razón a Michel Onfray cuando explicando la razón del éxito del novelista lo cifra en que sus posturas responden el nihilismo ambiente de la época, aunque debería añadirse que el personaje empírico que responde al nombre de Michel Houellebecq refleja como en un exacto espejo lo que describe: sus numerosas apariciones públicas en distintas televisiones o en algunos dvds, dan la imagen de un schopenhaueriano vocacional, con cara de quien pasa seis días de dolor para el séptimo aburrirse, balanceándose pues en un permanente columpio entre el dolor y el tedio. Desde luego la cita que abre la presente novela no desdice este espíritu «el mundo está aburrido de mí, y yo paralelamente de él» (Charles d´Orléans).
En la presente ocasión a pesar de las apariciones prudentes, y apagadas, del escritor, no han faltado voces que han alborotado el cotarro: Tahar Ben Jelloun que dice que eso no es una novela sino una retahíla de marcas de distintos objetos en una vena sociológica (¿y qué me dice de la «Las cosas» de Perec?), el vendelibros Marc Lévy dice que le ha copiado el título del libro ya que él había presentado uno con tal título, los responsables franceses de Wikipedia dicen – desde luego es constatable – que ha cogido frases enteras de sus páginas (¿y ellos de dónde han tomado sus informaciones? ¿señalan la procedencia?)… dejo de lado el cabreo de los fotógrafos (al señalarse que muchas de sus obras parecen el fruto de un simple photomaton), o los hooligans del Arsenal, o… ya que estas alusiones que aparecen en la novela son opiniones, y uso del sarcasmo y la ironía, uno de los componentes más sabiamente utilizados por al autor de «La carte et le territoire». Refiriéndome a sus modositas apariciones con el pico cerrado(cabría preguntarse viendo al desnutrido y pálido personaje si estamos ante un ser hundido por un dolor terminal… o ¿dónde está el pico? – où est le bec -) y la consiguiente falta de escándalo, por su parte, todo parece indicar que este año el prestigioso Goncourt le puede ser otorgado; téngase en cuenta que el libro lleva vendidos doscientos treinta mil ejemplares frente a los doscientas sesenta mil del libro de Amélie Nothomb, la epistolar «Une forme de vie».
Cartografía
Así las cosas – y con ciertas reticencias de leer a tal personaje – teniendo en cuenta sus anteriores libros y apariciones – me introduzco en la novela. La verdad es que la incomodidad se me pasa con rapidez y el temor de que mi ejercicio lector pueda ser puro masoquismo se desvanece en la medida en que pasan las páginas. La ironía y el caústico humor se dejan ver en sus comparaciones, y en una prosa que se desliza como si nada pasase. Nos hallamos en un mundo del arte, desde la primera página vemos a dos personajes que se disputan el primer puesto en el mundillo del arte contemporáneo francés, y más amplio: Jeff Kooms y Damien Hirst. El padre del protagonista, Jed Martín, es un hombre de negocios del ramo de la construcción y se quedó viudo cuando su hijo tenía diez años; desde entonces se hizo cargo del muchacho tratando de orientarle adecuadamente en los estudios y luego en la vida profesional. No es que al progenitor le placiese mucho la opción de su hijo por estudiar Bellas Artes y tratar de ser alguien en el mundo del arte. Los últimos años el padre se había marchado a una residencia de ancianos que abandonaba cuando su hijo venía a buscarle para celebrar los dos juntos la Navidad. Recordará sus años de estudiante de arquitectura y las influencias que en él tuvieron ciertas concepciones utopistas, fourieristas, wilsonianas… que se enfrentaban al funcionalismo de los Le Corbusier, la Bauhaus, etc.
Jeff nos narra su modo de vida, sus gustos a la hora de pasar el tiempo, sus inicios en la fotografía reproduciendo distintos objetos de ferretería, etc. y más tarde sus inclinaciones figurativas, y el descubrimiento de los mapas y la atracción que sobre él suponían; también conoceremos sus amoríos con una malgache de nombre Geneviène que dedicándose a la prostitución abandona tal oficio para casarse con uno de sus clientes, un abogado chojado, dejando de lado al resto, entre ellos a nuestro Jeff. Más tarde le veremos completamente colgado de una rusa, de nombre Olga, que coincide que trabaja para Michelín; el idilio dura hasta que ella es destinada por la empresa a su país natal. Por medio de esta última entrará en el mundillo germanoprantine, donde conocerá a celebridades televisivas, escritores como Beidbeger o el mismo Houellebecq. Los territorios, los de distintas zonas parisinas que el protagonista patea y los de la campagne que visita con ocasión de encuentros familiares, van a ser objeto de admiración, igual que admira la capacidad de los mapas para reflejar en escala y con el recurso a limitados colores, zonas en las que habitan los humanos. Su carrera artística, ya gozando de amplio eco, se deslizará hacia la pintura (los oficios y la vida empresarial) y ahí establecerá un estrecho contacto con el propio Houellebecq con el fin de que le escriba el texto para su catálogo. La novela se va desplegando como un variado mapa y así del amor, conoceremos una minuciosa cartografía del arte, del consumo y los cambios en los gustos (culinarios…), e iremos pasando al misterio, a la muerte del propio autor – salvajemente asesinado junto a su perro – y a unos aires propios del más logrado de los trhiller; con los ya nombrados cameos del propio Houllebecq, de Beidbeger y otros personajes del milieu parisien, de la haute culture.
Tras la lectura he de aceptar que estamos ante una buena novela, en la que el autor derrocha imaginación, viveza y en la que muestra que es capaz de moverse hábilmente por muy distintos registros, desplazándose de unos a otros como quien surfea con destreza en la cresta de las más dispares olas de la más rabiosa actualidad. El libro es como un tres en uno (o más) y sabido es que con tal no hay problemas de arranque.
El último romántico
Aurélien Bellanger es un parisino que no deja ninguna duda de la simpatía que le produce la obra del escritor del que hablo. Recorriendo puntillosamente los libros de éste constata cómo éstos se mueven por los bordes, y el corazón, de los aires del presente: entre la esperanza y la desesperanza; la humanidad por momentos parece tender de manera irreparable hacia la catástrofe. En esa tensión ubica el autor de este brillante ensayo el quehacer de Houellebecq, y trata de mostrar cómo éste recorre el pensamiento de distintos autores como Pascal, Lovecraft… empeñado en buscar una salida al negro panorama, hallando la tenue luz de la posible salida en la ciencia, como remedio a la caída, situándose así entre los herederos de Novalis o Baudelaire. No es desde luego una empresa inútil leer este sagaz ensayo que presenta la obra houellebecquiana suministrando un hilo interpretativo de franco interés.
El cartógrafo Houellebecq
+ Michel Houellebecq
«El mapa y el territorio»
Anagrama, 2011.
381 págs. / €.
El año pasado, con esta novela, Michel Houellebecq logró el codiciado Premio Goncourt; ya cinco años antes lo había rozado con «La posibilidad de una isla», mas sus intempestivas opiniones islamófobas echaron por tierra dicha posibilidad, digo del premio, no de la isla. A la rentrée ya se olía, tras polémicas varias y una campaña de marketing perfectamente orquestada, que el galardón iba a ser para el autor que, por otra parte, y contrariamente a lo que en él es habitual se mostraba en sus apariciones públicas de un comedido que desentonaba con el polémico personaje. Quienes apostaron por él, entre los que me hallo, ganaron… una buena novela.
El libro se convirtió en el terreno apropiado para las opiniones más dispares, y se inició una caza que llevaba al bueno de Tahar Ben Jelloun a decir que este no era una novela sino una recopilación de marcas (¿qué diría el franco-marroquí de «Las cosas» de Perec?); el vendelibros de profesión, Marc Lëvy, protestaba diciendo que le había copiado el título de una obra suya; wikipedia se quejaba de que había tomado trozos enteros de su información sin decir ni pío(¡como ellos siempre suministraran sus fuentes!).
Ahora se traduce por acá, con sobriedad y elegancia, y me atrevo a afirmar que sin lugar a dudas estamos ante la más lograda novela del autor de «Partículas elementales», ayuda a mantener tal opinión, además de sus méritos propios, la ausencia de opiniones provocadoras y reaccionarias: cuando no se metía con las costumbres libertarias de los sesenta como en el caso de la recién nombrada, la emprendía contra el islam y se convertía en apólogo del turismo sexual en «Plataforma» o entregaba un manual de raelismo – doctrina de un salido extraterrestre y sectario que parece haber cautivado a nuestro hombre – en la novela nombrada al inicio de estas líneas. En el caso que nos ocupa traza una cartografía de la actualidad y nos pone ante nuestros ojos lectores las palabras y las cosas que pueblan nuestro hoy. La topográfica mirada del escritor nos sitúa ante el paisaje urbano y el de la campagne, frente a los gustos culinarios del presente y en medio de los criterios que dominan en el mundo del arte. Los protagonistas que nos hacen vivir lo anterior, y mucho más, son una padre arquitecto y su hijo dedicado al arte, y sus amores. La acción no se ciñe a los recuerdos del anciano y a las vivencias cotidianas de su hijo sino que la muerte toma la escena, la intriga regada con fino humor, y los cameos de ciertos personajes célebres del panorama cultural francés, entre ellos el del propio Houellebecq que se cuela con sus aires schopenhauerianos.
Como el agrimensor kafkiano, el narrador se demora en la resolución de las historias que confluyen y que se cierran con una final nada feliz…ya decía George Brassens qu´il n´y pas d´amour heureux, y en el caso del corrosivo Houellebecq nada tiene final ni principio feliz en su continuo balanceo entre el tedio y el sufrimiento.
http://2014.kaosenlared.net/component/k2/103473-michel-houellebecq-o-la-provocaci%C3%B3n-en-prosa
(2) Entresaco de un artículo que se publicó en esta misma red (https://kaosenlared.net/el-grafomano-michel-onfray/), lo relacionado con el libro que el filósofo normando escribió sobre el escritor, coincidiendo con la publicación de la segunda entrega de su summa filosófica, tras Cosmos, Décadence: «El mismo mes de setiembre, del año pasado, veía la luz también un libro: «Miroir du nihilisme. Houellebecq éducateur» (Galilée, 2017); […] resumiré, en líneas generales, la postura expuesta por Onfray muy en especial centrado en la última novela del polémico Houellebecq: Sumisión. El escritor queda convertido en un Schopenhauer de nuestro tiempo; Onfray se detiene en señalar las que él juzga las proposiciones esenciales del autor de El mundo como voluntad y representación: la piedad, la contemplación estética y la áscesis reproductiva, añadiendo la compasión, la sabiduría que presupone la negación del querer vivir… en medio del determinismo de la Voluntad que nos empuja y nos condiciona, y halla todas estas características en el escritor francés. Ya de paso nos cuenta la novela con sus particular interpretación exculpatoria de cualquier islamofobia o similar… al final, c´est pas la faute à Houellebecq, sino que han criticado la novela es porque se han visto señalados como colaboradores de las pasadas musulmanas; al fin y al cabo, lo que cuenta el escritor en su novela no es más que el espejo de lo que sucede: concesiones y buenismo con los seguidores del islam para evitar ser considerados como islamófobos… en una aplicación, por los medios de comunicación dominantes que se copian y repiten los unos a los otros, de lo políticamente correcto.
«Las comparaciones que utiliza Onfray son de sal gruesa; además de ser la sombra actual de Schopenhauer, su novela es como la de Orwell, y su espíritu crítico e irónico es el propio de Voltaire. Nom de Dieu! Y si alguien muriese de exagerar y tergiversar Onfray estaría ya enterrado o unido con el cosmos a través de sus expandidas cenizas. 1) Orwell mostraba una utopía o dos (1984 y La rebelión en la granja) que realmente parecía un fiel espejo de lo que asomaba y penetraba con fuerza, cosa que es harto discutible en el caso de Sumisión, ya que hace falta tener la mente calenturienta para dar por plausible un futuro en el que el gobierno esté copado por los musulmanes, blandos. Con su dominio en el sistema educativo y la imposición de normas morales en escuelas y universidades; 2) Diga lo que diga Onfray es necesario tener en cuenta el momento de la publicación de la novela de marras: el mismo día del atentado de Charlie Hebdo (es claro que el escritor no tiene la culpa ni por activa ni por pasiva), y, muy en especial, el contexto de islamofobia galopante que se daba en el Hexágono, alentando un pánico cerval contra la supuesta invasión musulmana valiéndose de sus tendencia demográfica mas en macha que la de los franceses de pure suce, de modo y manera que la hipótesis propuesta por Houellebecq, quisiera él o no, coincidía con quienes alentaban el odio al musulmán (la extrema derecha y los personajes mediáticos como Zemmour), dando por buena la inminente amenaza islámica; 3) Si en la novela – que sabido es que es ficción, pero no se sitúa en Marte – se habla de un profesor que se deja arrastrar por el kifi y el harém para seguir currando en la Sorbona, la figura de la colaboración – extendida en la novela a los partidos que se bajan los pantalones ante el islam y el islamismo, pêle-mêle – reflejada en este profesor, especialista en Huysman, molesta a los intelectuales mediáticos y a los propios medios ya que se ven reflejados en su colaboración (diré al pasar que estos últimos critican a la extrema izquierda por lo que llaman “islamo-gauchile”, argumento que en cierto sentido adopta Onfray, en seguidor de Houellebecq, extendiendo el abanico a todo dios de la llamada izquierda; 4) En su furia por embestir contra el pensamiento dominante y sus representantes (periodistas y otros) – en lo que no le falta razón con respecto a sus tendencia a justificar el statu quo – juzgo que Onfray se pasa varios pueblos, despelleja todas las argumentaciones que contra el novelista y la novela se hicieron, algunas de ellas con absoluta razón; 5) El embellecimiento del mensaje del escritor y hasta de su propia figura parecen realmente desproporcionados: a) ya antes, sin ningún tipo de ironía, Houellebecq, con motivo de la aparición de su novela Plataforme, había realizado unas declaraciones anti-musulmanas sin ambages; con respecto a mayo del 68, y la explosión de libertades, entre otras, en las costumbres sexuales ya había sido enfocado en Les particules élémentaires, y criticado con furiosa saña. Pues bien, Onfray hace suya la copla y convierte a los chicos del dichosos mayo en los culpables de todos los males habido y por haber ya que ellos son los que hoy detentan el poder (¿cómo? ¿dónde? ¿con qué programa?); si ellos lo dicen,… ya hablaba en su momento el general de Gaulle, refiriéndose a los revoltosos, de la chienlit y Sarkozy de la racaille… paso; 6) por último, me permitiré algunas anécdotas que son del gusto de Onfray (sobre todo si muestran lo que a él le interesan para encasillar a algún filósofo, por medio de algún comportamiento existencias), conste que no del mío, pero puestos a… Hablando de la figura de Houellebecq, es la muestra fehaciente de la decadencia física, no creo que mental, las imágenes que se recogían en La Rivière [court métrage de Michel Houellebecq], material que se entregaba con el número 22, en 2005, de la revista Les Inrockuptibles; pues bien, sin entrar en detalles la imagen es la de un hombre deteriorado, agotado, presa del desánimo… en lo que hace a su cortometraje es el clásico fantasmeo de unas chicas que juegan entre ellas, bajo la observación de la cámara que, obviamente, está dirigida por un hombre, que parece por lo que dan a entender los escarceos que más responde a un salido que a un esteta, sea dicho al pasar. Con respecto a Schopenhauer, cuya piedad Onfray centra en el amor en sus canes, cabría recordar – y vuelva a constar que no creo en la teoría onfrayana del hapax existencial – la anécdota relatada por Thomas Mann: Schopenhauer sentado en una colina observando con unos prismáticos como los militares machacaban a los trabajadores; es más – según cuenta Mann – dejaba sus prismáticos a los militares para que desde lo alto apuntasen mejor a sus víctimas… Sin comentarios».