Romain-Rolland

En 1915 se le concedió el premio Nobel de literatura en las mismas fechas en que luchaba contra la guerra que asolaba el viejo continente.

Por Iñaki Urdanibia.

Su amigo y admirador, Stefan Zweig le consideraba como « la conciencia moral de Europa», y no le faltaba razón ya que siempre se atrevió a decir lo que pensaba contra viento y marea, aunque ello le supusiese enemistades y despiadadas críticas; pertrechado con la parresía propia de los griegos, hacía bueno aquello que dijese Aristóteles: « amicus Plato sed magis amica veritas ».

Toda su vida la dedicó, además de a escribir, actividad en la que según confesaba hallaba la paz, a luchar denodadamente por alcanzar una humanidad fraternal en la que no hubiese lugar para enfrentamientos culturales, nacionales, raciales, etc. Este pertinaz combate le granjeó numerosas amistades entre algunos de los personajes más destacados de su tiempo ( Stefan Zweig, Bertrand Russell, Henri Barbusse, Máximo Gorki, Gandhi, Rabindanath Tagore, y un largo etcétera entre los que habría de incluirse significativos gurús del pensamiento hindú).

Sus labores pacificadoras, nítidamente expuestas en su necesario « Más allá de la contienda », y su entrega por la causa de la justicia hicieron que mirase esperanzado los cambios que se dieron en Rusia, y al nuevo país- URSS, viajó, invitado por Gorki, convirtiéndose a partir de entonces en partícipe en conferencias por la paz, y en embajador de los escritores franceses en el país de los soviets; esto no le privó, no obstante, en alzar la voz cuando veía cortapisas a la libertad, o abiertos actos represivos, por parte del Kremlin. Su prestigio ante Stalin sirvió en más de una ocasión para lograr medidas de gracia, libertad de movimiento y de publicación de numerosos intelectuales (Mijaíl Bulgakov, Víctor Serge, Evgen Zamiatin, Boris Pasternak, Ajmatova,…), sin obviar sus continuadas llamadas por la libertad con ocasión de los infames procesos de Moscú.

Paradigmático en lo que hace a su postura es el texto, convertido en un alegato programático, antes ya nombrado: « Más allá de la contienda », originalmente titulado « Au-dessus de la melée » (1914), que para que nadie se llame a engaño no está de más completar con un au milieu de la melée ya que Rolland no se mantenía alejado de los hechos sino implicado en cuerpo y alma, ayudando como voluntario en la Cruz Roja, volcado en la Obra Internacional de los Prisioneros de Guerra, y con su pluma al rojo vivo.

El texto del que hablo, editado oportunamente el año pasado por Nórdica Libros y Capitán Swing Libros, reúne además del texto del que hablo, otra serie de escritos y cartas, enviadas por él o recibidas, al igual que un par de manifiestos pacifistas, que dan cumplida cuenta del espíritu que guiaba su empresa: « hablo para aliviar mi conciencia, y sé que al mismo tiempo aliviaré la de miles de hombres que, en todos los países, no pueden hablar. O no se atreven ».

La certera selección presenta escritos publicados, casi en su totalidad, en el Journal de Genève, ya que la prensa de su país se negaba a publicar sus escritos que podían minar-según sus responsables- la moral y la combatividad bélica de sus muchachos. Los textos están fechados en 1914 y 1915 (alguno hay de 1916 y uno de 1919), año este último al que debieron esperar para su difusión dentro de las fronteras hexagonales. Ya ante el hecho consumado del enfrentamiento bélico él venía a mantener un posicionamiento claro: hay que ir preparando la paz en medio de la guerra, buscando lazos que supusiesen puentes de cara a los tiempos en que el conflicto armado cesase; como dando la vuelta al latino si vis pacem para bellum, para convertirlo si quieres la paz prepárala desde el corazón de la propia guerra, rebajando, en la medida de los posible, el odio y el espíritu de revancha.

La denuncia de la barbarie guerrera es total, y los dardos son lanzados contra los diferentes responsables y sus colaboradores. Los gobernantes son el objeto fundamental de sus críticas más encendidas ( muy en espacial el imperialismo prusiano), más si ellos son quienes mandan a los jóvenes al matadero, es necesario para que estos marchen contentos y convencidos que lleguen a pensar que la razón ( y el mismísimo Dios) está de su lado, y para que tal suceda es necesaria la propaganda gubernamental, pero más necesaria todavía para lograr el efecto de altavoz de los discursos oficiales es la ideología destilada por los periodistas y los intelectuales que prestan su voz, pretendidamente rigurosa y neutra, para defender la masacre y pintando las cosas de tal modo que la culpa es de los otros, verdad que ha de ser bendecida por la jerarquía eclesiástica. El repaso del mundo germano ( y de sus artistas, escritores y científicos) es demoledor; sin dejar de lado las referencias a sus paisanos franceses, a todos ellos dirige sus palabras , sin eufemismos, al tiempo que con la sinceridad que se habla a los amigos, y con la intención de que recapaciten en el papel que han de jugar quienes se dedican a las ocupaciones del espíritu, del pensamiento. En este punto, puede resaltarse cómo hubo algunas voces críticas con Romain Rolland por seguir tratando de amigos a los enemigos alemanes, mas la neta distinción que él establecía entre los gobernantes y ayudantes y el pueblo le permitía criticar a los responsables y mitigar la culpa de quienes no eran más que víctimas de sus propios gobiernos. No tiene desperdicio la comparación entre los peligros del pangermanismo y los del paneslavismo; la partida la pierde el primero entre otras cosas ya que sus intelectuales en su práctica totalidad se han puesto del lado del gobierno y su política criminal trabajando para imponer su Kultur a todo dios; el caso de la Rusia de los zares es diferentes desde el punto de vista de que son más “humanos”-según relata un letón que informa de su postura al Rolland- , y en el caso de los intelectuales, son precisamente éstos quienes plantan cara al poder , el mordiente más crítico de su tejido social.

Su intensa dedicación al cuidado de los prisioneros tratando de ponerles en contacto con sus familiares, le hacía conocer desde la primera fila las bestialidades que se cometían con la población civil (prisioneros no por actos de guerra sino por pertenencia nacional), incluidos menores de edad, mujeres y ancianos que eran secuestrados y muchas veces llevados a lugares desconocidos para sus familias…

Romain Rolland siempre tendiendo puentes para la fraternidad entre los pueblos, y en pos de una Europa unida en la que reinasen los valores de la justicia, la libertad…llamando con infatigable tenacidad a «librar al espíritu de compromisos» bastardos, «alianzas humillantes y de servidumbres disimuladas»…siempre rindiendo « honores a la única Verdad, libre, sin fronteras, ni límites, ni prejuicios de razas o de castas. Desde luego, ¡no nos desentendemos de la Humanidad! Trabajamos por ella en su totalidad. No distinguimos entre pueblos: conocemos a un solo Pueblo, único y universal, el Pueblo que sufre, que lucha, que cae y se levanta, y que avanza siempre por un camino difícil empapado de sudor y sangre, el Pueblo, de todos los hombres, todos hermanos por igual».

N.B.: En el discurso del autor cruje una y otra vez el recurso al término « raza» al referirse a distintos pueblos europeos ( alemanes, italianos, rusos, franceses, belgas…), cuestión que tal vez responda a la mentalidad de la época pero que hoy-a no ser en el caso de mentes realmente retrógradas- suena fatal; sería incapaz de señalar si por parte del traductor , Carlos Primo, no se podría haber recurrido a otros términos, giros…con el fin de evitar el brutal término señalado, más teniendo en cuenta que en su magistral exposición, titulada « Los ídolos », el propio Rolland señala « la raza» como uno de los más peligrosos ídolos del siglo XX. Raza, raza, lo que se dice raza…la humana.