Por Iñaki Urdanibia

«La raza humana vive por medio del arte y el razonamiento»

                           Aristóteles, Metafísica

Ya Platón en su República ,y en otros de sus diálogos, proponía expulsar a los poetas de la polis, ya que sus obras no se atienen a la verdad y no hacen más que distraer a los ciudadanos que es lo mismo que corromperlos, al desviar la formación moral de los ciudadanos, al escapar por los pagos de la imaginación. En la obra, ahora rescatada, pues había sido publicada en 1977, luego desapareció hasta que fue hallada en una librería de lance por una lectora, agente literaria: «Ellos. Secuencias del desasosiego» de Kay Dick (Londres, 1915 – Brighton, 2001), publicada por Automática, la historia puede asociarse en cierta medida con la cita inicial de Platón.

Estamos en la costa sur de Inglaterra, y el ambiente que se respira, es un decir ya que el agobio constante convierte todo en irrespirable, adueñándose de la historia y de la páginas que la relata. Hay grupos violentos que imponen su ley, con amenazas, empujones, incursiones en los domicilios particulares, persiguiendo que los disconformes se angustien y abandonen cualquier forma de resistencia, pues sabido es que donde hay opresión, hay resistencia que en la presente ocasión se traduce en la actividad creadora de artistas e intelectuales que pretenden seguir con la realización de sus obras, sabiendo que están vigilados en todo momento; una resistencia pasiva que no recurre a devolver la violencia de las brutales manadas que adoptan diferentes formas: viajeros, turistas que a donde llegan dejan todo hecho un asco, arrojando los desechos de los picnics contra los edificios, entrando en los domicilios privados, invitando a sus hijos a mear en las paredes y a maltratar a los animales.

El modo de funcionamiento que imponen es que no haya comunicación, para lo que las casas no tienen ventanas, el único modo de conocer lo que pasa, o lo que cuentan que pasa, son las pantallas de televisión de las que van instaladas en las casas. A los disconformes se les aplica terapias salvajes, que consisten en una sedación total, seguida de hondos dolores, con mayor inri que en ocasiones los dispositivos están mal diseñados, de modo y manera que los tratamientos se alargan, fracasando, ante los disconformes que son considerados enfermos. Los creadores son considerados como un peligro para la sociedad reglamentada que se proyecta, para lo que se siembra el resentimiento hacia ellos.

Las leyes son creadas ad hoc, según la conveniencia del momento, y así se crean nuevas viviendas en contradicción con lo dispuesto, sin problemas ya que las normas se cambian cuando conviene a los componentes de la horda, que persigue la eliminación gradual de los centros artísticos, al tiempo restringen los contactos y la comunicación. Cualquier asomo de no plegarse a las normas impuestas es reprimida hasta con las armas de las constantes patrullas que inspeccionan con sus caballos y sus rabiosos perros. Ha de tenerse en cuenta que la intratabilidad es considerada un delito, situación que es reforzada con las casas selladas con tablones y con la creación de torres para los espigados; edificios que no cuentan ni con puerta, ni ventanas, encerrando en ellos a seres sometidos a sedación, muchos de los que salen del retiro forzoso, son devueltos al mundo hechos trizas. No se cortaban los bestias a la hora de dejar ciega a una mujer o mutilar a un hombre que usaba sus manos para crear.

La empresa de los guardianes del orden y de la ley, se empeña por borrar cualquier vestigio de identidad que suponga peligro para la uniformidad que se persigue, imponiendo para ello a los disidentes, retiros que originen el vacío, de su personalidad, para poder marchar en fila, sin distorsionar la marcha de la sociedad marcial. Tal método provoca seres desvinculados, que pierdan la capacidad de identificar… frente a ellos, los artistas, de diferentes ramas, intentan seguir creando sus obras, a escondidas por supuesto, siempre manteniendo despierta la imaginación creadora, pensando que la única salida es andar a la deriva, imitando así la movilidad de algunos arlequines (mitad estrafalarios y mitad estafadores), que, sea como sea, son apaleados por los polichinelas locales, por no respetar las zonas asignadas. Otra de los comportamientos convenientes es la de moverse con calma siempre ojo avizor para evitar las patrullas de inspección, que sembraban el terror con su habitual vandalismo, sus alaridos nocturnos, etc., y evitar que sus obras fueran destrozadas como lo fueron las de alguna tejedora a la que le destrozaron las obras y las máquinas… tampoco gustaban a los vándalos los jardines ya que eran – según ellos – una trampa, pues presentaban la belleza, la sensualidad, el misterio y la imaginación. Entre las medidas puestas en pie sobresalía el poner las condiciones para el aislamiento, creando círculos de envidia y frustración, en los que se dejaba que los internados se consumiesen; en el terreno arquitectónico se levantaron torres de tristeza para quienes se negaran a renegar, agarrándose al amor que era, se decía, antisocial, inadmisible, contagioso… dedicando tales técnicas para el vaciamiento de los recluidos.

El libro, breve pero intenso, logra contagiar el ambiente de panóptico generalizado que se vive, con el miedo como dominante, haciendo bueno, de manera absoluta, aquello que dijese Jean-Paul Sartre: el infierno son los otros, y éstos eran los que implantaban, a la fuerza, el infierno para los demás.

Un libro, con un aura de misterio recorriéndo las páginas de principio a fin, que no desmerece para nada con respecto a las clásicas obras distópicas de Evgueni Zamiatin, Aldous Huxley , George Orwell o Margaret Atwood, quien por cierto dice acerca del libro que presento: «espeluznantemente profética».