Por Iñaki Urdanibia

«Deseo atraer vuestra atención acerca de una injusticia que dura desde hace cincuenta años»

Carta de J.M.G. Le Clézio* a Barack Obama (2009)

Decía Michel Foucault en Genealogía del racismo, y que se me perdone la extensión de la cita: «el racismo representa la condición bajo la cual se puede ejercer el derecho a matar. Si el poder de normalización quiere ejercer el viejo derecho soberano de matar, debe pasar por el racismo. Pero también un poder soberano, es decir un poder que tiene derecho de vida y muerte, si quiere funcionar con los instrumentos, los mecanismos y la tecnología de la normalización, debe pasar por el racismo. Que quede bien claro que cuando hablo de “matar” no pienso simplemente en el asesinato directo, sino en todo lo que puede ser también muerte indirecta: el hecho de exponer a la muerte o de multiplicar para algunos el riesgo de muerte, o más simplemente, la muerte política, la expulsión» (el subrayado es mío); por sendas parecidas derivaban los estudios de Giorgio Agamben sobre el homo sacer; mas no seguiré por ahí, pero es que el libro del que me ocupo en este artículo es la puesta en acto de tales posturas. Cualquier colonialista o genocida que se precie comienza por animalizar a los dominados, y aceptado esto se puede hacer lo que sea con las víctimas a las que sin ser consultadas se pisa, se margina, se expulsa, etc. Pero vamos al libro, no me atrevo a decir novela, de Philippe Sands (Londres, 1960), editado por Anagrama en su colección Panorama de narrativas: «La última colonia». Cierto es que se lee como una novela, más lo que es digno de destacar son las informaciones históricas, sobre el Derecho internacional, en torno a la geopolítica, el colonialismo y los procesos de descolonización, etc., resultado así la obra un detallado y riguroso reportaje sobre el caso de un archipiélago situado en el mar Índico, una crónica judicial y el caso de una mujer, su nombre es con el que titulo este artículo, combativa que no cesó de denunciar las tropelías con ella cometidas y contra su pueblo.

No se puede, ni debe, ignorar que Philippe Sands es abogado y profesor de Derecho Internacional en la University College de Londres, destacando además por sus intervenciones en varios juicios en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea y en la Corte Penal Internacional de La Haya: en casos como el de la guerra en la ex-Yugoslavia, contra los crímenes de Augusto Pinochet, el genocidio de Ruanda, la invasión de Irak y Guantánamo, o sobre la legalidad de las armas nucleares en las Islas Salomón. Así pues, salta a la vista que Sands sabe de lo que habla, y lo hace sin tapujos al denunciar el colonialismo y mostrar su implicación en la redacción de distintas leyes, a su medida, relacionadas con las relaciones internacionales.

El caso que nos es presentado, que refleja un ejemplo paradigmático de aplicación a otros muchos casos, contraviene las disposiciones de la Corte Penal Internacional, creada en 1998 en Roma, en cuyo artículo 7 otorga jurisdicción sobre «el crimen de lesa humanidad, de deportación o traslado forzoso de población».

Fue un 27 de abril de 1973, cuando la mujer nombrada, Liseby Elisé quien a la sazón tenía veinte años y estaba embarazada de cuatro meses (la mujer perdió su hijo al llegar al destino marcado), fue subida a un barco, junto al resto de los habitantes del lugar, a los que se iba a reubicar en la isla Mauricio; se trataba de los habitantes de la pequeña isla de Peros Banhos, del archipiélago de Chagos, compuesto de algo más de una cincuentena de islas; solamente podían llevar consigo una maleta. Los intereses geoestratégicos, en tiempos de la Guerra Fría, imperaron por encima de las personas y los norteamericanos decidieron instalar una base militar en una de las islas del archipiélago, la isla de Diego García, y no deseabn la presencia de autóctonos en las cercanías; por cierto, tal lugar fue convertido en centro de detención, que sabido es lo que significa acerca del trato a los recluidos, con motivo de la guerra de Iraq. Las islas fueron ofrecidas por los británicos, que las habían desgajado de isla Mauricio convirtiéndolas en Territorio Británico del Océano Índico. Alcanzada la independencia, en 1968, isla Mauricio reclamó la devolución de las islas desgajadas para posteriormente iniciar el camino de litigar en los tribunales para tratar de recuperar las islas nombradas. El caso llegó al Tribunal Internacional de La Haya en 2018 y ahí es donde nuestro hombre entra en acción, y junto a él, y como testigo, Liseby Elisé que narro con pelos y señales su tragedia que era la de un pueblo en su totalidad, expulsados de sus hogares, de sus posesiones y de su ganado que fue quemado al quedar la isla desierta. La abominación comenzó con la expulsión y la posterior navegación, que duró cuatro interminables días, en un barco no apto para el embarque de personas, en cuya travesía no pocos perecieron.

La travesía presentada en el libro se divide en cinco fechas cruciales para el tema que presenta Sands: 1945, 1966, 1984, 2003 y 2019 y a través de ellas vamos siendo informados, amén de del caso relatado, de los vaivenes de las relaciones internacionales y las decisiones , tomadas no sin agrias discusiones, sobre la libertad que deberían tener los pueblos para disponer de su destino, con el derecho a la autodeterminación. A través de los diferentes pasos, vamos conociendo de primera mano la puntillosa investigación de Philippe Sands, que pone en el puesto de mando los derechos humanos, con especial atención al archipiélago Changos que fue la “última colonia” británica, ¡ojo!, en el océano Índico. El éxodo forzado de quienes habitaban las islas desde el siglo XVIII, se pasaba por el arco del triunfo todas las medidas internacionales acerca de la descolonización. Entre los forzados a abandonar sus hogares estaba Liseby Elysé, quien desde la fatídica fecha apuntada no cesó en empeño de reclamar sus derechos y el de sus conciudadanos (más bien súbditos de las graciosas majestades, y el dardo esencial está dirigido hacia el imperialismo británico). En el libro, que se dispersa – no se tome en sentido peyorativo, sino en el sentido de abundantes ramificaciones temáticas – se da a conocer la maquinaria violenta puesta en funcionamiento por el imperialismo británico… el tantas veces magnificado Winston Churchill, y sus epígonos quedan retratados en su comisión de actos crueles y de una violencia inusitada [sobre la figura del venerado Churchill tengo en la mano un exhaustivo libro de Tariq Ali, Churchill, sa vie, ses crimes, editado por La fabrique este mismo año, en el que el escritor, editor y militante político no deja lugar para la duda acerca del sujeto, sus opiniones y fechoriás].

Philippe Sands nos conduce por el laberinto y los pasadizos que se presentan en el terreno del derecho internacional y sus explicaciones y denuncias son llevadas a cabo tras la bandera de la justicia y de la dignidad, de las que la valiente y peleona mujer es un ejemplo brillante; una mujer que no se calla, una mujer humilde, prácticamente analfabeta, quien tras su expulsión trabajaba como criada de una familia de isla Mauricio, se convierte en portavoz de la delegación de los chagosianos, mostrando su valentía y su determinación ante el tribunal internacional, cincuenta años después de la expulsión indicada.

Gran Bretaña, Reino Unido que se dice, provoca al paso de las páginas un sabor realmente amargo impulsado por el cúmulo de violencias, mentiras, hipocresías, promesas incumplidas, con respecto a los condenados de la Tierra, que decía Franz Fanon, al igual que provocan la náusea el comportamiento de otros imperialismos que se reparten el mundo desde los tiempos de la trata de esclavos, mano de obra gratis, hasta los tiempos presentes aplicando diferentes varas de medir acerca de los derechos de los pueblos, según tengan petróleo, u otras materias primas, o sean de los buenos; me viene a la mente aquello que decían, creo recordar que de Anastasio Somoza: es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta; ahora el siempre en forma, y muy deportista, Biden habla de nuestro equipo refiriéndose a Netanyahu), estos dominadores quedan descritos en sus trampas y chantajes en la elaboración de distintas leyes, que el autor sigue con minucia en sus diferentes fases y procesos, desbordando en todo momento el espíritu de la humano, de lo demasiado humano.

Los hechos narrados convierten la lectura en francamente interesante lo cual no quita para que ciertos vericuetos jurídicos puedan resultar un tanto arduos para quienes no estamos puestos en tales juegos de lenguaje, que pueblan gran parte de las páginas…

El libro contiene varios mapas que sitúan los hechos narrados, además de otras fotos que representan a la mujer nombrada, etc..

————————————————————————————

( * ) El escritor franco-mauiriciano, Nobel de literatura 2008, procede de una familia de origen bretón, emigrada a Isla Mauricio, de lo que ha dejado constancia en varios de sus libros (por ejemplo pueden verse sus El buscador de oro, Viaje a Rodigues, El africano, y hasta algún desembarco en la isla Mauricio en su novela La cuarentena); una vez al año acude a tal isla para formar parte de un jurado literario.

Por cierto, la carta nombrada al principio no fue respondida por el presidente de los USA.