Por Iñaki Urdanibia.

Uno de los escritores rusos más respetado por sus pares, sobre todo en el extranjero ya que la publicación de sus obras no estaba permitida en su país.

«De nada sirve ocultarlo, camaradas; todos amamos al régimen soviético. Pero amar al régimen soviético no es una profesión. También debe trabajar. No basta con amar al régimen soviético, han de lograr que él los ame a ustedes. El amor debe ser recíproco»

(Ilf & Petrov) (1)

En Rusia los escritores en el XIX y comienzos del XX eran poco menos que la voz de la conciencia del país, hablaba Anna Ajmátova del coro mágico para referirse a esa pretensión de los escritores por influir en la mentalidad, y en consecuencia en la acción, de sus conciudadanos; sin entrar en mayores profundidades, desde finales de la década de los veinte del último siglo nombrado, cuando el se secretario general del partido se erigió en autoridad también el campo literario… los tiempos dejaron de ser buenos – si es que alguna vez lo fueron realmente – para para la lírica. No pasaré lista mas desde la nombrada poetisa, el grupo de escritores que tuvieron dificultades para publicar, y hasta para vivir, es amplia: Mandelstam, Zamiatin, Chalámov, Bulgakov, Pasternak, Tsvétaieva… y no seguiré con quienes se marcharon al exilio (2). Ya en la década de los ochenta, se anunciaba cierta apertura bajo los nombres de glasnost (término jurídico del XIX que venía a significar publicidad de los debates) y perestroïka (término igualmente del XIX que venía a significar reorganización y reforma interior del alma que se extendía a la reestructuración del Estado)… cierta esperanza de que se aflojasen los sistemas censores y otros corsés impuestos parecían asomar al permitirse la publicación de algunos libros hasta entonces prohibidos, y el surgimiento de algunos jóvenes escritores que se inclinaban hacia formas de escritura no anquilosadas y abrían las puertas a ciertas libertades formales y de espíritu… dejando de lado, ya que no viene al caso y tampoco soy yo quien…, la auténtica solidez de esta supuesta apertura, sí que se puede afirmar que los tics del formateado homo sovieticus, descrito por Alexandre Zinoiev y más tarde por Svetlana Aleksiévitch, continuaron ya que sabido es que el que tuvo retuvo (3).

Pues bien, queda claro que estos aires de libertad que señalo no le afectaron a Sergei Dovlatov (Oufa, 1941- Nueva York, 1990) que se veía impedido a la hora de ver publicados sus textos en su Leningrado, ciudad a la que había sido desplazada su familia a raíz de la segunda guerra mundial, siendo accesibles únicamente al círculo de sus amigos, y ampliamente editados en el extranjero; entre otros variopintos trabajos ejerció como periodista en diferentes revistas de Europa occidental, lo que no gustó a la KGB y que fue uno de los motivos de que fuese expulsado de la muy oficial Unión de periodistas de la y, URSS [la publicación de algunos sus libros hubieron de esperar a la disolución de la URSS]. Resultándole insoportable el estrecho cerco al que se veía sometido, optó por emigrar, en 1979, a los USA.

Para entonces algunas de sus obras, en principio publicadas en ruso y posteriormente publicadas por importantes editoriales americanas; hasta The New Yorker que hasta entonces solamente había abierto sus páginas a Nabokov y Brodsky, le publicó varios relatos en los que hablaba de los hombres corrientes de su país con afilada ironía y desenfadado humor; una apariencia singular y la fama de aventurero que le precedía: bebedor compulsivo, bronquista, vigilante de campos de trabajo, mientras cumplía el servicio militar, más tarde ejerció de guía, periodista y se vio inmerso en algunos negocios turbios. Al año siguiente de su llegada ya mostró su habilidad en el terreno del periodismo, al fundar un semanario en lengua rusa Novy Amerikanets (Nuevo Americano), publicación de efímera vida debido a la falta de fondos. La revista se distinguió del pensar dominante en los círculos de exiliados rudos, ya que rechazaba los tonos partidarios anti-soviéticos, tendencia que le repateaban en la misma medida que lo hacía la propaganda oficial extendida en su país. Más adelante con algunos amigos fue a parar a las ondas de Radio Liberty, que pasó a reflejar la onda humorística y su sagacidad a la hora de hallar los puntos débiles de los criticados. Según se cuenta, la espontaneidad que mostraba en su expresión oral no se traspasaba a su prosa, para la que necesitaba tiempo en tenaz búsqueda de la perfección, postura escrupulosa que le llevaba una y otra vez a la botella… en una de esas crisis alcohólicas sufrió un infarto que llevó a la tumba, en agosto de 1990.

Ahora la editorial Fulgencio Pimentel/La principal, ha tenido el acierto de publicar «La maleta» (significativa obra del escritor que estaba descatalogada en su previa edición de RBA en 2012). La impronta autobiográfica de este escritor, ensalzado por Brodsky y Vonnegut entre otros, salta a la vista desde la primera página del libro, en la que el escritor se dispone a salir del país y se las tiene que ver con la burócrata de turno en el departamento de pasaportes y visas. El humor como instrumento de conocimiento y arma de resistencia toman la página en todos los flashes que entrega el escritor que son retazos de sus propia experiencia existencial.

Los objetos que contiene su maleta con la que sale de su tierra son los que van a dar lugar a, partiendo de diferentes prendas, narrar las circunstancias de cómo fueron conseguidas y, en consecuencia, relatar diferentes episodios de su vida; el libro resulta de este modo una novela-maleta. Tras explicar los, ya mentados, problemas para salir del país y las limitaciones acerca del equipaje, solamente se podían llevar tres, tras montar la bronca por tal limitación, al final opta por la maleta de marras, por una sola ya que ve que sus pertenencias no dan para más. En ella tiene unos calcetines finlandeses de crespón, de color guisante, que consiguió a través de un tal Fred Kolésnikov que se dedica al mercado negro y que convence a nuestro hombre para participar en el negocio con la esperanza de forrase, con tal mala fortuna que en aquel mismo tiempo el Estado pone en el mercado unos calcetines lo que hace que el supuesto negocio fracase y que tanto Fred como el narrador se tengan que quedar con toda la partida de calcetines que son dedicados a todo tipo de menesteres; más adelante vemos como consigue uno zapatos del alcalde del pueblo que mientras cenaba se los había sacado debajo de la mesa. A continuación le es entregado un traje por los responsables del periódico en el que trabajaba como pago por los encargos que realiza, en especial asistiendo en representación de la publicación a diferentes funerales para lo que ha de adoptar un aire presentable, cosa rara en él que vestía habitualmente tan mal que no era casual que se lo echasen en cara con frecuencia. Por lo que cuenta era costumbre entre los miembros del ejército reforzar la hebilla de los cinturones con relleno de estaño para enfrentarse en caso de gresca con tal arma brutal; en aquel tiempo trabajaba – mientras realizaba la mili – como guardia de los detenidos de un campo de trabajo; en una ocasión se les encarga a él y aun colega a conducir a un detenido (zek) junto a un tal Churilin, el caso es que se ponen ciegos a vidka hasta el punto de que el tal Churilin en un ataque de locura la emprende a ostias con nuestro hombre provocándole serias heridas en la cabeza, por lo que se verá(n) involucrados en un juicio por el comportamiento del agresor y el despendole del agredido. Las relaciones con un compañero de estudios (ambos dedican poco fervor a tal actividad) cuya familia vive en un nivel de acomodada celebridad, frente a la insignificancia de su familia (su padre era conocido por sus paisanos como un ser nervioso y bebedor) hace que muerto el padre del amigo, Andriusha Chérkasov, que era artista y que tenía amistades relevantes en el extranjero, su esposa se traslade a París y a la vuelta traiga regalos para la madre del narrador y para éste, que flipa al ver que le regalaba una chaqueta gastada con manchas de pintura… al final resulta que la chaqueta es del pintor Fernand Léger, también recibe una camisa de popelín, un gorro de invierno de piel de nutria que se lo entrega un primo que le propone un descabellado negocio – comprar un televisor para luego venderlo teniendo que pedir para ello un crédito, teniendo así dinero líquido – dinero que se lo gastan en restaurantes y en bares muchos bares, hasta el punto de que a su primo borracho le entran unas ganas locas por pelearse… tras hallar un contrincante y tras pelearse en un callejón, del que sale con el morro hinchado, y con el gorro de su contrincante, unos guantes de chófer… con los que se queda tras andar embarcado en una dislocada empresa cinematográfica.

Como antes dejaba señalado estas prendas van a servir a Dovlátov para hablarnos de sus trabajos (periodista, montador de gigantescas esculturas, actor efímero de teatro, boxeador…), de sus dificultades con las autoridades y con su esposa, y podemos ver la permanente tendencia a juntarse con gandules, granujas y borrachos con quienes coincide en gustos y vicios (mucho vodka mezclado con otras bebidas: coñac, vino o cerveza), lo que le convierte en un ser sospechoso y poco respetado por los demás que le consideran un vago, un insolente y un hombre poco dado a mantenerse dentro de las normas que rigen en la sociedad, lo que le vale más de un disgusto. En paralelo a sus avatares existenciales nos es entregado un retrato de las limitaciones que se vivían el país, las inexplicables caídas en desgracia de gente que hasta hacía poco había sido encumbrada, detenidos, la constante presencia de la milicia, las estrictas normas en vigor acerca de qué escribir y cómo hacerlo (él que era considerado como un lírico disidente), la campaña contra el cosmopolitismo que va a suponer que su mujer se traslade al estado de Israel, las tiendas bien surtidas para los miembros de la nomenklatura, los desatendidos almacenes para el común de los mortales, el robo erigido en una de las bellas artes, etc., etc., etc. Y deja ver su admiración por Pushkin y Hemingway entre otros… siempre por los bordes del absurdo.

Notas

(1) Pueden hallarse libros de esta corrosiva pareja en la editorial Acantilado que ha publicado: «Las doce sillas» (1999), «El becerro de oro» (2002) y «La América de una planta» (2009).

(2) Hay varios libros que dan cuenta de las limitaciones que se vivían en el campo de la literatura:

+ M.Bulgákov / E. Zamiatin, «Cartas a Stalin» (Grijalbo/ Mondadori, 1991)

+ Vitali Shentalinski, «Denuncia contra Sócrates. Nuevos descubrimientos en los archivos literarios del KGB» (Galaxia Gutenberg, 2006)

+ Solomon Volkov, «El coro mágico. Una historia de la cultura rusa de Tolstói a Solzhenitsyn» (Ariel, 2010).

+ Piotr Kropotkin, «La literatura rusa. Los ideales y la realidad» (La Linterna Sorda, 2017).

+ Vitali Shentalinski, «La palabra arrestada…» (Galaxia Gutenberg, 2018).

(3) Alexandre Zinoiev, «Les Hauteurs béantes» (L´Âge de l´Homme, 1976) o «L´Avenir radieux» (L´Âge de l´Homme, 1977) / Svetlana Aleksiévitch, «El fin del Homo sovieticus» (Acantilado, 2017).