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Por Iñaki Urdanibia

Un escritor cuya vida se deslizó por los bordes del permanente padecimiento…sus libros lo reflejan ..

« Weil escribe sobre la brutalidad y el dolor con una sutileza que es en sí misma el comentario más feroz que puede hacerse del lado más oscuro de la vida »

( Philip Roth )

Como si estuviese siempre atrapado por una de las dos cabezas de Jano, el escritor checo parecía vivir en un continuo e indefectible camino entre guatemala y guatepeor probando las condiciones de represión y encierro en Rusia, y librándose por los pelos de la misma suerte en su país natal; sus andanzas y sus singulares peripecias, serían abundante materia para una agitada novela, ya que a veces la realidad deja pálida a la mayor de las ficciones. Es el caso..

Nacido en una población situada a cuarenta kilómetros de la capital checoslovaca, Praskolesy, hijo de un pequeño empresario judío; la observación de las condiciones de pobreza en la que vivía la población, tras la primera guerra mundial, le empujó a afiliarse desde joven en las Juventudes comunistas, viajando a la URSS, enviado, en 1922, por el partido checo como agregado cultural, traductor, a su embajada en Moscú. Sus estudios brillantes de filología eslava e historia comparada de la literatura, le condujeron a frecuentar los ambientes lingüísticos, reunidos en torno a Roman Jakobson, quedando patente su pericia en las traducciones que realizó de escritores como Vladimir Mayakovski, Marina Tsvetaieva, Maxim Gorki y Boris Pasternak, entre otros; como resultado de su intenso trabajo vio la luz su pionera « Literatura revolucionaria soviética». En 1933 fue enviado, otra vez, al país de lo soviets con el fin de que tradujese las obras de Lenin al checo. Allá fue y coincidió con el atentado, con resultado de muerte, de Kirov lo cual desencadenó las detenciones, el encadenamiento de procesos, etc., que durarían unos cuantos años- e innúmeras muertes- en un febril ambiente en el que la teoría del permanente complot imperaba por sus respetos. La represiva atmósfera también alcanzó a Weil que fue llevado a un campo de reeducación de Kazajistán ; de él logró salir y volver a su país; por cierto estas circunstancias hicieron que la traducción realizada de las obras de Vladimir Illich Ulianov aparecieran bajo la firma de un militante comunista zapatero de profesión ( ¡ toma obrerismo!) Merece la pena detenerse unas líneas en las increíbles circunstancias de la detención y del proceso de Weil: un día un agente de la policía secreta, la NKVD, contactó con el escritor checo y le exigió-como a un militante comunista que se preciase- que se trasladase clandestinamente al Reich para transportar fondos para los familiares de los comunistas encarcelados. Teniendo en cuenta la rigurosa clandestinidad que la tarea exigía, Weil comunicó a la editorial en la que trabajaba que se tomaba tres semanas de vacaciones en Crimea. Jugándose la vida, Weil cumplió con absoluta eficacia el encargo encomendado por tierras germanas, mas he ahí que la editorial investigó el paradero del escritor, pudiendo comprobar que Weil no estaba en Crimea tal y como habían anunciado; esto suponía una mentira, y ésta no podía ocultar más que algún asunto realmente sucio. Con tal motivo fue detenido y Weil se vio obligado-clandestinidad imperando- a no soltar prenda acerca de a qué se debía la “mentira”; a este presumido delito debían sumarse las peligrosísimas cartas que había enviado a sus amigos checos dejándoles ver cómo echaba en falta una buena taza de café, bebida por la que se pirriaba ( como deja ver su alter-ego, Jan Fischer, en su novela Moscú frontera). El caso es que fue condenado y encerrado en el campo nombrado; solamente la presión de sus camaradas checoslovacos le libraron de la horca.

Pues bien, no tuvo mejor ocurrencia que publicar en 1937 su novela, « Moscú frontera» ( publicada en castellano por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, en 2005) en la que relataba los inicios de la represión masiva vivida, y padecida en carne propia, desatada en la URSS. El informe no sentó nada bien que digamos ni en el partido comunista checo y, por supuesto, menos todavía en el de la patria del socialismo. La persecución por el pecado cometido, por parte de los dirigentes de la ortodoxia comunista, no cesó hasta el final de sus días; práctica habitual por aquellos ambientes, la de que el que se mueva no sale en la foto, hizo que se tratase por todos los medios de borrarle de los libros de historia de la literatura checa.

Su obra no hacía sino reflejar el endurecimiento de las condiciones de existencia implantadas de manera creciente por las autoridades moscovitas, y el desencanto que tal supuso, para él que había conocido los primeros tiempos, y frutos, de la revolución de octubre, al constatar el camino asfixiante que estaba siendo impuesto en aquellos lares. Su testimonio se convirtió, si no en el primero, en una de aquellas « voces de la medianoche» de las que hablase Victor Serge, en uno de los más tempranos que desde las filas de la izquierda se escribieron sobre la creciente represión que se cernía sobre los ciudadanos soviéticos a raíz del, ya nombrado, asesinato de Kirov ( que por cierto, más tarde se daba por seguro que había sido organizado por el propio Stalin con el fin de quitarse de en medio al miembro del Politburó, y de paso desencadenar, con el pretexto del atentado, la limpieza ideológica dentro de las filas del partido). Debe añadirse que con el fin de no dañar la imagen del país de los soviets en aquellos tensos años, en vísperas de la segunda guerra mundial, dejó de publicar su « La cuchara de madera» cuya acción se situaba en un campo de concentración, experiencia que, como queda dicho, él vivió en primera persona. El desencanto que señalo no era exclusivo de Weil sino que era ampliable a todos los militantes comunistas, profesionales, que habían acudido de todas partes para ayudar en la construcción del socialismo y crear una nueva sociedad.

Su vuelta a Praga no estuvo acompañada de la tranquilidad y el sosiego deseados, de ninguna de las maneras. Ha de tenerse en cuenta sus orígenes familiares judíos, lo que supuso tras la invasión de las tropas hitlerianas, que se quedase sin trabajo , lo cual también repercutió en su esposa, quien aun no siendo judía, se quedó sin trabajo debido a su casamiento con él . La pareja se quedó en la calle con lo puesto, ya que se les desalojó de su vivienda. Escondido, desoyó la convocatoria para presentarse en el lugar , Palacio de la Feria, desde el que salían los transportes hacia los campos de concentración y muerte, y tramó en colaboración con su esposa y algunos amigos-de la resistencia- un plan que suponía hacerse pasar por suicidado. Pensado y hecho: en uno de los puentes que atravesaba el Moldava, dejó una carta al tiempo que una amiga de sus mujer comenzó a gritar que un hombre se había arrojado al río; la gente comenzó a agolparse en las barandillas…y allí quedó la cosa: todo dios dio por hecho que el autor de la carta de despedida había sido tragado por las aguas, se había suicidado. El muerto estuvo viviendo en condiciones de estricta clandestinidad hasta el final de la ocupación; en tal momento su salud estaba absolutamente deteriorada como dejaba ver su peso: cuarenta y cuatro kilos.

No finalizaron ahí, no obstante, sus padecimientos , ya que con motivo de la toma del poder por parte de los comunistas en 1948, sus libros comenzaron a ser prohibidos. Una novela publicada el año siguiente , « La vida con la estrella» ( la editorial Impedimenta anuncia su publicación) retrataba la dura vida que impusieron los ocupantes nazis en el país ocupado en especial a los judíos…a pesar de la temática del libro, las autoridades evitaron su difusión, retirándolo de las librerías y de las bibliotecas, y tratando a su autor de enemigo del pueblo. Ninguneado y marginado trabajó en el museo judío de la capital.

Algo mejoraron las cosas a raíz del XX Congreso del PCUS, celebrado en 1956, en el que Nikita Jruschov denunciaba el culto a la personalidad y los crímenes de Stalin. El escritor falleció tres años después, en 1959; en su tumba se lee un epitafio de otro gran artista checo, Jirí Kolar: « consiguió realizar el milagro: recordar el futuro y dudar del pasado ».

Los problemas para sus obras no acabaron tras su muerte y así la apertura debida a la llamada primavera de Praga, supuso el comienzo de la publicación de sus obras, que se vio truncada con la entrada de los tanques soviéticos; la publicación de sus obras hubo de esperar a la revolución de terciopelo de 1989.

Praga bajo el III Reich

Ahora la editorial Impedimenta acaba de publicar una novela suya, « Mendelssohn en el tejado »; la novela se las trae desde su comienzo que realmente es de traca, y que es el que da título a la obra.

Rainher Heydrich era el jefe del protectorado que los nacionalsocialistas habían instaurado en la ocupada Praga. Un buen día asiste a un concierto y ve en el tejado del teatro la imagen del compositor nombrado, músico decadente y pernicioso debido a su pertenencia judía. De inmediato, enfurecido, da la orden de que tal estatua ha de ser quitada del edificio; las labores se complican cuando tanto los capataces como los operarios no saben distinguir quién es exactamente el que ha de ser quitado de en medio, ya que la efigies no llevan puesto el nombre. Guiándose por las indicaciones del encargado de la tarea, el aspirante a oficial de las SS, Julius Schlesinger ( que no hacía sino seguir las enseñanzas recibidas en los cursos de « ciencia racial») deciden quitar la estatua del que tenga la nariz más larga y aguileña y he ahí que la estatua que resulta retirada es nada menos que la de Richard Wagner…¡ cáspita! El protector interino, Heydrich, se enfurece y se dispone a tomar tajantes medidas contra la banda de indocumentados . Absolutamente perdidos, los encargados de la tarea, deciden acudir en busca de algún erudito judío que les indique cuál es la estatua del músico que ha de ser quitada del tejado del Rudolfinum.

Este ambiente que chapotea en el más grande de los absurdos da la señal de salida a una novela que retrata por medio de capítulos sabiamente intercalados cuáles eran las condiciones de vida que se daban en la Praga ocupada por los nacionalsocialistas. Por una parte asistimos a la puesta en escena de la locura racial de los puros arios, con sus alucinadas teorías, que conllevaban una demencial, y sanguinaria, puesta en práctica. Las instituciones judías, y sus miembros, requeridas, una y otra vez, a colaborar con la empresa de limpieza racial perseguida por los nazis en su carrera hacia la solución final, no privándoles ello de ser sometido a continuos tratos vejatorios y a malos tratos sin cuento. Los castigos impartidos por las autoridades a aquéllos que no eran capaces de cumplir las órdenes como era debido abundan; siendo algunos enviados a campos de trabajo ubicados en el territorio del III Reich. Somos testigos igualmente de la convocatoria para que los judíos acudiesen , con sus bienes más preciados, al Palacio de la Feria , que es de donde salían los convoyes a los campos de la muerte; con el fin de escapar a tan mortal destino, conocemos los constantes cambios de domicilio de un par de chavales, Adela y Gréta, que son escondidos y a los que no resulta fácil alimentar ya que las estrictas limitaciones de las cartillas de racionamiento hacen que estas no cubran, más que con extrema escasez, las meras necesidades de sus poseedores; las preocupaciones del tío de los niños, Jan Kurlís, le llevan a buscar nuevos domicilios, y las formas de lograr alimentos y/o cartillas falsificadas con las que facilitar lograr raciones suplementarias para los chicos y a para quienes arriesgaban su vida al prestar sus domicilios como lugares de acogida . Somos conducidos igualmente a los almacenes en los que se guardan los bienes requisados a los judíos, que debían servir para aumentar el patrimonio del Reich y favorecer así la posibilidad de su empresa expansionista en busca del necesario espacio vital.

Si en la búsqueda de domicilios, alimentos y modos de conseguirlos, burlando las estrictas normas de los nazis, el nombrado tío, Jin, contacta casualmente con algún hombre dedicado a la falsificación al servicio de la resistencia; a esta última la veremos en acción dando muerte, a tiros en plena Praga, al señalado Heyndrich que era quien con su firma se responsabilizaba de todas las tropelías de la barbarie hitleriana, no solo en lo referido a la organización del protectorado checoslovaco, sino también en lo referente a la denominada solución final, de la que era una de las piezas clave.

La visión panorámica que con indudable maestría, y hasta medido humor, nos brinda Jirí Weil, va adquiriendo cada vez un mayor nivel en su impronta delirante y asesina( asistiremos a las infames caravanas hacia la muerte en el hacinamiento de los vagones de ganado) en la misma medida en que las tropas germanas empiezan a sufrir derrota tras derrota en los frentes de batalla, lo que les empuja a someter a los obligados súbditos-en especial, judíos- , erigidos en rehenes, a mayores brutalidades, como castigo ante las embestidas de los aliados y los soviéticos.

En todas las historias que se van entrecruzando, subyacen las reflexiones y culpabilidades, que ocupan a los propios protagonistas ante el mal, el dolor, la forzada colaboración que hace que, algunos de ellos, se conviertan en piezas necesarias en el programado genocidio y en las ejecuciones en el gueto praguense, empresa exterminadora que fue alcanzado cotas superiores a las previstas sobre la marcha ( dando por buena la interpretación funcionalista, frente a la intencionalista que vendría a decir que toda la empresa asesina de fabricación de cadáveres estaba ya presente en el libelo antisemita de Adolf Hitler), no siendo el menor de los méritos de la obra del escritor checo, el meternos en la piel y en las cavilaciones de las mentes de los protagonistas presentados, consiguiendo que nos sintamos como realmente implicados en la acción.