Por Iñaki Urdanibia.

Una lúcida novela que refleja una singular situación en aquellos parisinos días calientes.

El año nombrado fue realmente un año en el que confluyeron diferentes revueltas, movilizaciones, estallidos populares… a ambos lados del charco. El caso hexagonal, qué duda cabe, fue tal vez el más espectacular y festivo… la imaginación al poder. Ocupaciones, manifestaciones, asambleas, implantación de diferentes modos de auto-organización y el gobierno del general De Gaulle al borde del desastre: ante lo que para unos no fue sino un carnaval de unos jóvenes, pertenecientes al baby boom, para otros un ensayo general, para los de más allá una ruptura con los modos habituales de hacer e interpretar la política; todas las capas de la sociedad mostrando su desacuerdo con las maneras autoritarias que reinaban además de en el campo de la política, en todos los sectores habidos y por haber (enseñanza, económica, institucional, laboral, artístico…). En medio de todo ello algunas significativas muestras de entusiasmo que llegaba hasta el punto de espectadores que en el Barrio Latino, arrojaban muebles por las ventanas con el fin de que los jóvenes alzasen sus barricadas para defenderse de los flics y entorpecer su acción represiva. Si esto pasaba, muy en especial, en la rive gauche (con ampliaciones a otros horizontes geográficos tanto de la capital del Sena, como de otras zonas del Hexágono), en la rive droite la cosa no se veía con tanta alegría sino que al contrario el tembleque ante la chienlit – de la que hablase el general – que dominaba la calle hacía que cundiese el pavor y la reclamación para que las cosas volviesen al orden.

Basándose en un hecho real – como suelen anunciar las películas – Pauline Dreyfus entrega una original novela en la que se cruzan, por los bordes de la paradoja, el humor con los variopintos acontecimientos que se sucedieron en un hotel de lujo, el hotel Meurice, ubicado en la lujosa calle Rivoli; publicada la traducción por Anagrama «El banquete de las barricadas», es una lograda novela que se sitúa en torno al día 22 de mayo de aquel histórico año, y que muestra desde una óptica diferente las diferentes visiones que en el escenario elegido se enfrentaban en torno a los hechos que se sucedían… como si la lucha de clases se reflejase en aquel recinto en el que co-habitaban adinerados clientes y empleados.

Como si un Titanic se resistiese a hundirse en medio de las revueltas aguas parisinas, el hotel seguía funcionando, con sus más y sus menos, aislado del exterior como estaban muchos lugares del país, al estar colapsados los transportes, y en huelga los medios de comunicación y otros servicios. Las noticias llegaban con cuentagotas, y el malestar de los clientes era notorio ante su condición de encerrados, pues no podían moverse por la ciudad para visitarla o para acudir a concretar sus suculentos negocios. Era el conserje, quien ante las muestras de descontento, transmitía las novedades, que resultaban desalentadoras para los allá encerrados: nadie parecía ser capaz de mantener el orden y hacer que las volviesen a su debido ser, el del mejor de los mundos posibles. El hotel seguía funcionando, y el personal no estaba en huelga sino que se había hecho cargo del hotel, en una puesta en práctica de la auto-gestión, lo que exigía que los empelados se reuniesen diariamente para planificar cómo debía funcionar la marcha del establecimiento. Ante las exigencias de algunos airados clientes por hablar con la dirección, ésta había sido vaciada y ocupada por los trabajadores, y más en concreto por el conserje Roland que era a quien venían a rebotar todo el malestar expresado, como si él fuera un imantado parachoques. Recordaba el hombre los tiempos en que su padre, conocido como el rojo, le llevaba a mítines y manifestaciones en las que se entonaba la Internacional, y se cantaban los tiempos de cerezas a la espera de lo horizontes luminosos de la fraternidad, la igualdad y la solidaridad entre iguales. Eran otros tiempos, en la década de los treinta, y lo que en la actualidad sucedía hubiese sumergido en la incredulidad a su combativo progenitor.

La narración que da a conocer tal situación, no queda ahí, ya que los hechos, como en un casual rizo del rizo, hace que en tan lujoso establecimiento – que por cierto, se ubicaba en el mismo lugar en el que se había dictado la sentencia de muerte de Luis XVI – estaba programado para el mentado día 22 la entrega de un premio literario, el Prix Roger Nimier, patrocinado por la millonaria americana Florence Gould, alojada en la más lujosa suite del hotel; habitualmente la entrega del premio se hace en el banquete de gala que acompaña al acontecimiento literario. La pobre señora rica, tiembla ante los acontecimientos y hasta llega a redactar su testamentos temiendo que su futuro va a estar en la guillotina. No son pocas las dudas que asaltan a los empleados sobre si se ha de permitir al ricachón que lleve adelante su festiva representación, con lo más granado de la sociedad parisina – la crème de la crème -, mas las resistencias son abandonadas al tener en cuenta que la billetera de la millonaria es generosa (no se priva de repartir sus billetes, con el retrato de Racine – de cincuenta euros – entre sus servidores). A pesar de las dificultades en que se ve sumida la ciudad, la ceremonia no puede faltar y así se celebra, con la presencia de destacados ricachones, y de algunas personalidades del mundillo literario y también de algunos clientes, ajenos a al asunto, que ante la imposibilidad de visitar museos y monumentos, se apuntan – tras ser invitados, claro – a tan pomposa celebración; hasta el propio Salvador Dalí, que está de paso, se apunta al banquete, alborozado ante lo que acontece en las calles, reviviendo sus años locos del surrealismo y la rebeldía temprana. Casualidades de la vida: el premio fue concedido a un joven Patrick Modiano con su obra La plaza de la estrella.

El lugar de la ceremonia tiene su historia, y si antes me he referido al regicidio, no se puede obviar como en los tiempos de la ocupación nacionalsocialista, la plana mayor de los ocupantes tomaron el lugar como cuartel general. La coincidencia entre la novela premiada – centrada en los tiempos de la ocupación – y la cuestión recién nombrada es que la coincidencia se torne contradictoria hasta la paradoja, haciendo que los recuerdos de aquellos años, y comportamientos, sombríos planeen por las estancias. Lo que no pocos querían olvidar, haciendo gala de una hipocresía paradigmática, como un episodio inexistente les es arrojado al rostro por la prosa del escritor galardonado; ha de tenerse en cuenta que entre las personalidades literarias está Paul Morand, al igual que algunas otras luminarias literarias implicados con el régimen de Vichy, que en su pasado pesa la sombra de su colaboración en los tiempos de la ocupación, en su cargo de embajador, quien sin embargo no ha ascos a la novela premiada: o bien hizo de tripas corazón o bien no entendió ni palote de la novela de Modiano, un notario, gravemente enfermo, que estando en el hotel tenía el dinero suficiente como para costearse la cena de gala, parece ser el único que ve claro en lo que respecta al contenido de la novela, atribuyendo algunas puntillas anti-semitas a los personajes y no al escritor como trataba de vender el nombrado Morand. Es ahí en donde la pluma afilada de Pauline Dreyfus apunta con fuerza intempestiva, llevando la sátira hasta los mismísimos bordes de la mordacidad. Las luces festivas son ensombrecidas por el pasado revivido, irrumpiendo la historia que no pasa, o que no ha pasado en condiciones como una página evitada, no leída en su ocultamiento, de la historia de la infamia. Ha de añadirse, a lo apuntado, y como otro de los aciertos de la acertada novela, las discusiones que enfrentan a unos y a otros, en el micro-espacio del hotel, ante las perspectivas de tomar el poder, en consonancia con la revolución que parece anunciarse en las calles alborotadas de la Ville-Lumière; imposibilidad que se antoja absoluta ya que los mecanismos asentados en lo que hace al funcionamiento del hotel, parece hacer inviable una ruptura en lo que hace al futuro de su funcionamiento ordenado. Las peripecias de cara a organizar comme il faut el banquete se las trae, ante los serios, por no decir totales, problemas de distribución que atraviesa el país. El cruce de historias y esferas visitadas, por asociación libre, muestran la maestría de la escritora que da muestras sobradas de dominar el arte de las carambolas histórico-narrativas.

Una mirada corrosiva y paradójica sobre el mundillo de los premios, y los asistentes a tales que más que por sus conocimientos literarios son invitados por su relumbrón social y por su cartera o posición; afirmación que queda más destacada todavía debido el escenario en que se desarrolla en esta ocasión y las circunstancias históricas [no me resisto a señalar como habiendo asistido como crítico literario a la concesión del premio más suculento de las letras hispanas, pude comprobar la ineptitud de no pocos de los asistentes – periodistas, miembros del tribunal, y autoridades civiles y hasta militares. Novela en la que el personaje principal es el hotel, del mismo modo que algunos puentes tomaron el protagonismo de otras obras literarias (Ívo Andric o Ismaíl Kadaré), u otras edificaciones (Geoges Perec, Julien Gracq,…).

Pauline Dreyfus no da puntada sin hilo, ya anteriormente lo había dejado clarito en su Son cosas que pasan, en donde los padecimientos de los judíos en la Francia ocupada y la desatención que padecieron más tarde, quedaba expuesta de manera clara y concisa con una prosa alejada de adornos fútiles. Si entonces revolvía en los fantasmas del pueblo francés, ahora lo sigue haciendo, mas en esta ocasión centrándose en los episodios relacionados con la revuelta, en un vaivén entre pasado y presente, entre esperanza (les lendemains qui chantent) y desesperanza que la historia hacía, una y otra vez, que la cosa siempre se inclinase del lado de la segunda, de la dura y tozuda realidad de los hechos en manos de las clases dominantes.