Por Iñaki Urdanibia
Se cumplen noventa años de la entrada en acción de conocido investigador.
«Maigret vivía en mí, le veía como un personaje de carne, conocía el sonido de su voz, el olor de su viejo jersey, hasta la punta de sus zapatos. Mientras yo curraba, él estaba allí fumando en pipa, esperando. Los dos teníamos confianza»
Georges Simenon
La lista de personajes literarios ligados con la investigación es amplia, sin pretender atender a la totalidad, a todo aficionado al género en sus diferentes variantes les sonarán los nombres de Sherlock Homes, Hércules Poirot, Philiip Marlowe, Salvo Montalbano, Pepe Carvalho, Jean-Baptiste, Adamsberg, Kurt Wallander, comisario Guido Brunetti, Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander, Arsène Lupin, Antoine San-Antonio, y, por supuesto, el comisario Maigret del que ahora se cumplen noventa años de su aparición oficial en la novela «Pietr el Letón», editada en 1931. Me atrevería a decir que tal libro supone el estreno de Georges Simenon (Lieja,1903-Lausana,1989), como escritor, ya que anteriormente había escrito en el campo literario, en especial en el género de relatos cortos, bajo diferentes seudónimos: Jean du Perry, Georges-Martin Georges, Gom Gut, Christian Brulls y, por supuesto, Goerges Sim.
No pocas veces tales personajes parecen tomar vida propia sobreponiéndose con su celebridad a la de sus propios creadores o dándose una identificación entre ambos, así Georges Simenon declaraba que «poco a poco, hemos acabado por parecernos un poco. Sin ser capaz de decir si es él quien se ha acercado a mí o yo a él», si bien, como marca de la casa del escritor belga, en otras ocasiones decía lo contrario.
Con sus más y sus menos la novela fue presentada a Arthème Fayard quien no la vio con bueno ojos y se resistió a publicarla hasta que al final lo hizo; primero, por entregas, en una revista de la casa Ric Rac y posteriormente en libro. A partir de entonces, y hasta 1972, las historias en las que aparecía el dichoso comisario fueron abundantes: setenta y cinco, entre novelas y cuentos. Jules Amédée François o Jules Joseph Anthleme, ambos son los nombres atribuidos, había nacido en 1887, y se convirtió en jefe de la brigada criminal de la policía judicial. Hombre fuerte, de anchas espaldas, ancho y pesado, que se plantaba allá a donde iba como un bloque (110 kilos y 1,80 de estatura), «era como una mole que la atmósfera se negaba a asimilar […] su osamenta era plebeya. Era enorme y huesudo. Unos duros músculos se adivinaban debajo de la chaqueta y no tardaban en deformar sus pantalones más nuevos», con su pipa y su abrigo negro de cuello de terciopelo y su sombrero; si se exceptúa el champán no hace ascos a la bebida: cervezas, vino y, pourquoi pas, les fils de sex, aguardiente. Investigador tranquilo que se toma su tiempo para ir desvelando los cabos sueltos de los casos en los que interviene, otorgando, lejos de los métodos propios del cuerpo policial, mayor importancia a la intuición que a los supuestos métodos racionales. Reacio a confiar en los jueces y en otros miembros de las instituciones al representar estos el espíritu burgués en estado puro; él por su parte, odia el delito, pero se compadece y hasta simpatiza, con los delincuentes, o al menos trata de comprenderlos. Se guía en sus pesquisas por la teoría de la fisura, «en cualquier malhechor, en cualquier delincuente, hay un hombre. Pero también hay, y sobre todo, un jugador, un adversario que generalmente ataca, y éste es el que la policía intenta ver», y en dicho orden de cosas, Maigret siempre estaba a la espera de que se dé la fisura, el momento en que detrás del jugador apareciese el hombre.
Los bares, las cafeterías y las estaciones son lugares privilegiados para sus inspecciones y averiguaciones, que es a donde va con frecuencia desde su despacho del 36, quai des Orfèvres que es donde está ubicada la sede de la policía judicial. Su mujer, está casado, siempre está a la espera, lo que no quita para que en cuanto aparece su atareado marido la mesa sea puesta a la carrera con sus platos preferidos… a veces se queja la señora de que se ha de enterar de los casos, ante el silencio de su marido, por la tendera de la esquina. Para un conocimiento pleno del comisario se puede recurrir a Las memorias de Maigret, obra en la que el comisario harto de las diferentes características que se le atribuyen se presenta a su amigo Simenon, y le aclara las cosas, señalando de paso que frente a algunos célebres investigadores que piensan, deducen con la razón, etc, él vive, tratando de ponerse en la piel del investigado. Comparte el personaje con el escritor el afán por conocer al hombre desnudo, comprender y no juzgar… «hay gente a la que la sociedad empuja al crimen».
La inspiración a la hora de elegir el nombre para su comisario parece venirle de algunos personajes de la vida real: un miembro de la policía de Lieja al que Simenon conoció cuando trabajaba en la Gazette del lugar, Arnold Maigret o un médico vecino del escritor, al que añadió algunas características que había observado en algunos miembros de la policía judicial con los que se había cruzado; el nombre por otra parte podría ser un guiño, a contrario, sobre la fisonomía del personaje, ya que maigre significa flaco.
Si ya anteriormente el personaje de Maigret había asomado investigando en alguna obra anterior que la señalada, La Maison de l´inquiétude, ésta no iba firmada con el nombre de Georges Simenon sino como Georges Sim, además de que en Pietr el Letón el personaje está más perfilado, la novela se mantiene con mayor peso, y es la primera de la serie firmada por el propio Georges Simenon.
El escenario se sitúa fundamentalmente entre París y Fécamp, y si en la capital hexagonal la lluvia acompañaba a los personajes, en la villa normanda el comisario acaba calado hasta los huesos; en las localidades nombradas y en sus lugares de observación cuyo protagonismo recae en los bares, bistrots y brasseries, hoteles de poca y de mucha monta, y las estaciones: Gare du Nord y Saint Lazare; en la primera es, precisamente, en donde, en 1922, desembarcará Simenon en la capital del Sena. Ya desde el principio de la novela somos puestos al corriente de varias notificaciones policiales, de distintos cuerpos europeos, que dan cuenta de los movimientos de un delincuente, dedicado a sonadas estafas, conocido como Pietr el Letón. Ya desde el inicio, Maigret se muestra incansable y sin pérdida de tiempo acude al tren, Etoile du Nord, en el que se había detectado la presencia del estafador de marras, al ver al hombre que respondía a las características del hombre buscado le sigue al hotel Majestic. Se da, no obstante, la fatal circunstancia de que en el retrete de tal tren se halló un cadáver que respondía igualmente a la descripción que se había emitido con el buscado; todo da por pensar por la forma de las orejas y otros rasgos que se trata de Pietr el Letón. Ya en el hotel Majestic se interesa por saber si al establecimiento ha llegado algún viajero del tren nombrado; la respuesta es que sí, uno, a quien se había otorgado la habitación 17. No era mirada con buenos ojos la presencia del comisario en las lujosas instalaciones, ni por la dirección del establecimiento, ya que temía que se armase algún alboroto que molestase a los clientes, ni por la selecta y elegante clientela que al verlo pensaba: esto ya no es lo que era.
En el hotel ve al sujeto que, por cierto responde igualmente, reitero, a los rasgos de Pietr el Letón, mantiene unas constantes y estrechas relaciones con Mortimer-Levingston, un millonario americano. Las pistas conducen igualmente a otros locales de París, a algún hotel destartalado, un sórdido hotel de la rue du Rois-de-Sicile que es a donde se dirige el Letón al sentirse vigilado, el comisario se entera de que allá se le conoce como Fedor Yurovich, y también acude a alguna sala de fiestas que ofrece espectáculos, a los que acuden los investigados y, por supuesto, sigue el celoso comisario. Rastros de las andanzas del buscado llevan a Maigret a Fécamp en donde conoce a una señora Swann, que parece estar casada con el sujeto buscado, y ve a un bebedor compulsivo, que tiene el aspecto de un vagabundo, y tras su pista acaba en París en un hotel de mala muerte en donde conoce a la querida del recién llegado, su amante polaca, mujer irascible donde las haya, Anna Gorskine. Hay algo que no cuadra, ya que todo hace pensar que hay un juego de dobles, al tiempo que una supuesta capacidad camaleónica del sujeto; el misterio se soluciona al contemplar algunas fotos en las que se ve a los gemelos, los hermanos Hans y Pietr Johannson. En medio de la búsqueda, las muertes se suceden, y los intentos por hallar a los responsables también; el entregado Maigret correrá mejor suerte que uno de sus ayudantes, Torrence, que resultó muerto al ser anestesiado y posteriormente clavársele una inyección en el corazón, el comisario recibe un tiro, lo que no impedirá que a pesar de la sangre que corre de su herida, entre sus costillas, el tenaz comisario, improvisando toscos vendajes, no cese en su tarea. Sin desvelar más la historia, con sus recovecos y zigzagueos, ésta llega a su fin, en el que hallado el culpable, éste tiene un tête à tête con Maigret, en el que confiesa cómo han sido los hechos, y repasa la historia familiar con los enfrentamiento y envidias entre los hermanos. Esta última parte, confirma la valoración que comparten Simenon y su personaje, al situar al ser humano en el centro de su interés.
Estas señas de identidad hacen que, más allá de las clasificaciones, las novelas de Simenon, y muy en concreto las de la serie Maigret, centran su mirada en lo humano, demasiado humano, lo que hace que los elogios de sus pares no hayan faltado: así, escritores de la talla de Gabriel García Márquez, William Faulkner, John Banville, Walter Benjamin, Colette o Álvaro Mutis, y a pesar de las reticencias, basadas en el amplio número de ventas, también por Henry Miller… le han considerado como uno de los grandes novelistas del siglo pasado. Estas opiniones le hicieron salir del supuesto purgatorio de las novelas intrascendentes, al igual que sucediese anteriormente con los Dashiel Hammet o Raymond Chandler, salvados de los encasillamientos por los elogios de André Gide o Luis Cernuda.
Sea como sea, nadie que se acerque a las novelas del belga se aburrirá, si bien no cabe reducir sus veloces historias a meros entretenimientos, como queda expuesto en algunos comentarios que he dedicado al escritor belga con anterioridad en esta misma red:
¿ Lo mejor de Simenon? – Kaos en la red 27 de noviembre de 2014
Maigret en Antibes, y… – Kaos en la red 22 de diciembre de 2018
George Simenon, el hombre desnudo – Kaos en la red 5 de setiembre de 2019