Category: GEORGES SIMENON


Por Iñaki Urdanibia

Se cumplen noventa años de la entrada en acción de conocido investigador.

«Maigret vivía en mí, le veía como un personaje de carne, conocía el sonido de su voz, el olor de su viejo jersey, hasta la punta de sus zapatos. Mientras yo curraba, él estaba allí fumando en pipa, esperando. Los dos teníamos confianza»

                                             Georges Simenon

La lista de personajes literarios ligados con la investigación es amplia, sin pretender atender a la totalidad, a todo aficionado al género en sus diferentes variantes les sonarán los nombres de Sherlock Homes, Hércules Poirot, Philiip Marlowe, Salvo Montalbano, Pepe Carvalho, Jean-Baptiste, Adamsberg, Kurt Wallander, comisario Guido Brunetti, Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander, Arsène Lupin, Antoine San-Antonio, y, por supuesto, el comisario Maigret del que ahora se cumplen noventa años de su aparición oficial en la novela «Pietr el Letón», editada en 1931. Me atrevería a decir que tal libro supone el estreno de Georges Simenon (Lieja,1903-Lausana,1989), como escritor, ya que anteriormente había escrito en el campo literario, en especial en el género de relatos cortos, bajo diferentes seudónimos: Jean du Perry, Georges-Martin Georges, Gom Gut, Christian Brulls y, por supuesto, Goerges Sim.

No pocas veces tales personajes parecen tomar vida propia sobreponiéndose con su celebridad a la de sus propios creadores o dándose una identificación entre ambos, así Georges Simenon declaraba que «poco a poco, hemos acabado por parecernos un poco. Sin ser capaz de decir si es él quien se ha acercado a mí o yo a él», si bien, como marca de la casa del escritor belga, en otras ocasiones decía lo contrario.

Con sus más y sus menos la novela fue presentada a Arthème Fayard quien no la vio con bueno ojos y se resistió a publicarla hasta que al final lo hizo; primero, por entregas, en una revista de la casa Ric Rac y posteriormente en libro. A partir de entonces, y hasta 1972, las historias en las que aparecía el dichoso comisario fueron abundantes: setenta y cinco, entre novelas y cuentos. Jules Amédée François o Jules Joseph Anthleme, ambos son los nombres atribuidos, había nacido en 1887, y se convirtió en jefe de la brigada criminal de la policía judicial. Hombre fuerte, de anchas espaldas, ancho y pesado, que se plantaba allá a donde iba como un bloque (110 kilos y 1,80 de estatura), «era como una mole que la atmósfera se negaba a asimilar […] su osamenta era plebeya. Era enorme y huesudo. Unos duros músculos se adivinaban debajo de la chaqueta y no tardaban en deformar sus pantalones más nuevos», con su pipa y su abrigo negro de cuello de terciopelo y su sombrero; si se exceptúa el champán no hace ascos a la bebida: cervezas, vino y, pourquoi pasles fils de sex, aguardiente. Investigador tranquilo que se toma su tiempo para ir desvelando los cabos sueltos de los casos en los que interviene, otorgando, lejos de los métodos propios del cuerpo policial, mayor importancia a la intuición que a los supuestos métodos racionales. Reacio a confiar en los jueces y en otros miembros de las instituciones al representar estos el espíritu burgués en estado puro; él por su parte, odia el delito, pero se compadece y hasta simpatiza, con los delincuentes, o al menos trata de comprenderlos. Se guía en sus pesquisas por la teoría de la fisura, «en cualquier malhechor, en cualquier delincuente, hay un hombre. Pero también hay, y sobre todo, un jugador, un adversario que generalmente ataca, y éste es el que la policía intenta ver», y en dicho orden de cosas, Maigret siempre estaba a la espera de que se dé la fisura, el momento en que detrás del jugador apareciese el hombre.

Los bares, las cafeterías y las estaciones son lugares privilegiados para sus inspecciones y averiguaciones, que es a donde va con frecuencia desde su despacho del 36, quai des Orfèvres que es donde está ubicada la sede de la policía judicial. Su mujer, está casado, siempre está a la espera, lo que no quita para que en cuanto aparece su atareado marido la mesa sea puesta a la carrera con sus platos preferidos… a veces se queja la señora de que se ha de enterar de los casos, ante el silencio de su marido, por la tendera de la esquina. Para un conocimiento pleno del comisario se puede recurrir a Las memorias de Maigret, obra en la que el comisario harto de las diferentes características que se le atribuyen se presenta a su amigo Simenon, y le aclara las cosas, señalando de paso que frente a algunos célebres investigadores que piensan, deducen con la razón, etc, él vive, tratando de ponerse en la piel del investigado. Comparte el personaje con el escritor el afán por conocer al hombre desnudo, comprender y no juzgar… «hay gente a la que la sociedad empuja al crimen».

La inspiración a la hora de elegir el nombre para su comisario parece venirle de algunos personajes de la vida real: un miembro de la policía de Lieja al que Simenon conoció cuando trabajaba en la Gazette del lugar, Arnold Maigret o un médico vecino del escritor, al que añadió algunas características que había observado en algunos miembros de la policía judicial con los que se había cruzado; el nombre por otra parte podría ser un guiño, a contrario, sobre la fisonomía del personaje, ya que maigre significa flaco.

Si ya anteriormente el personaje de Maigret había asomado investigando en alguna obra anterior que la señalada, La Maison de l´inquiétude, ésta no iba firmada con el nombre de Georges Simenon sino como Georges Sim, además de que en Pietr el Letón el personaje está más perfilado, la novela se mantiene con mayor peso, y es la primera de la serie firmada por el propio Georges Simenon.

El escenario se sitúa fundamentalmente entre París y Fécamp, y si en la capital hexagonal la lluvia acompañaba a los personajes, en la villa normanda el comisario acaba calado hasta los huesos; en las localidades nombradas y en sus lugares de observación cuyo protagonismo recae en los bares, bistrots y brasseries, hoteles de poca y de mucha monta, y las estaciones: Gare du Nord y Saint Lazare; en la primera es, precisamente, en donde, en 1922, desembarcará Simenon en la capital del Sena. Ya desde el principio de la novela somos puestos al corriente de varias notificaciones policiales, de distintos cuerpos europeos, que dan cuenta de los movimientos de un delincuente, dedicado a sonadas estafas, conocido como Pietr el Letón. Ya desde el inicio, Maigret se muestra incansable y sin pérdida de tiempo acude al tren, Etoile du Nord, en el que se había detectado la presencia del estafador de marras, al ver al hombre que respondía a las características del hombre buscado le sigue al hotel Majestic. Se da, no obstante, la fatal circunstancia de que en el retrete de tal tren se halló un cadáver que respondía igualmente a la descripción que se había emitido con el buscado; todo da por pensar por la forma de las orejas y otros rasgos que se trata de Pietr el Letón. Ya en el hotel Majestic se interesa por saber si al establecimiento ha llegado algún viajero del tren nombrado; la respuesta es que sí, uno, a quien se había otorgado la habitación 17. No era mirada con buenos ojos la presencia del comisario en las lujosas instalaciones, ni por la dirección del establecimiento, ya que temía que se armase algún alboroto que molestase a los clientes, ni por la selecta y elegante clientela que al verlo pensaba: esto ya no es lo que era.

En el hotel ve al sujeto que, por cierto responde igualmente, reitero, a los rasgos de Pietr el Letón, mantiene unas constantes y estrechas relaciones con Mortimer-Levingston, un millonario americano. Las pistas conducen igualmente a otros locales de París, a algún hotel destartalado, un sórdido hotel de la rue du Rois-de-Sicile que es a donde se dirige el Letón al sentirse vigilado, el comisario se entera de que allá se le conoce como Fedor Yurovich, y también acude a alguna sala de fiestas que ofrece espectáculos, a los que acuden los investigados y, por supuesto, sigue el celoso comisario. Rastros de las andanzas del buscado llevan a Maigret a Fécamp en donde conoce a una señora Swann, que parece estar casada con el sujeto buscado, y ve a un bebedor compulsivo, que tiene el aspecto de un vagabundo, y tras su pista acaba en París en un hotel de mala muerte en donde conoce a la querida del recién llegado, su amante polaca, mujer irascible donde las haya, Anna Gorskine. Hay algo que no cuadra, ya que todo hace pensar que hay un juego de dobles, al tiempo que una supuesta capacidad camaleónica del sujeto; el misterio se soluciona al contemplar algunas fotos en las que se ve a los gemelos, los hermanos Hans y Pietr Johannson. En medio de la búsqueda, las muertes se suceden, y los intentos por hallar a los responsables también; el entregado Maigret correrá mejor suerte que uno de sus ayudantes, Torrence, que resultó muerto al ser anestesiado y posteriormente clavársele una inyección en el corazón, el comisario recibe un tiro, lo que no impedirá que a pesar de la sangre que corre de su herida, entre sus costillas, el tenaz comisario, improvisando toscos vendajes, no cese en su tarea. Sin desvelar más la historia, con sus recovecos y zigzagueos, ésta llega a su fin, en el que hallado el culpable, éste tiene un tête à tête con Maigret, en el que confiesa cómo han sido los hechos, y repasa la historia familiar con los enfrentamiento y envidias entre los hermanos. Esta última parte, confirma la valoración que comparten Simenon y su personaje, al situar al ser humano en el centro de su interés.

Estas señas de identidad hacen que, más allá de las clasificaciones, las novelas de Simenon, y muy en concreto las de la serie Maigret, centran su mirada en lo humano, demasiado humano, lo que hace que los elogios de sus pares no hayan faltado: así, escritores de la talla de Gabriel García Márquez, William Faulkner, John Banville, Walter Benjamin, Colette o Álvaro Mutis, y a pesar de las reticencias, basadas en el amplio número de ventas, también por Henry Miller… le han considerado como uno de los grandes novelistas del siglo pasado. Estas opiniones le hicieron salir del supuesto purgatorio de las novelas intrascendentes, al igual que sucediese anteriormente con los Dashiel Hammet o Raymond Chandler, salvados de los encasillamientos por los elogios de André Gide o Luis Cernuda.

Sea como sea, nadie que se acerque a las novelas del belga se aburrirá, si bien no cabe reducir sus veloces historias a meros entretenimientos, como queda expuesto en algunos comentarios que he dedicado al escritor belga con anterioridad en esta misma red:

¿ Lo mejor de Simenon? – Kaos en la red 27 de noviembre de 2014

Maigret en Antibes, y… – Kaos en la red 22 de diciembre de 2018

George Simenon, el hombre desnudo – Kaos en la red 5 de setiembre de 2019

Por Iñaki Urdanibia.

El día 4 de setiembre de 1989 fallecía en Lausana el prolífico escritor belga.

«Todas mis novelas no han sido sino una búsqueda del hombre desnudo»

Hay veces en que el personaje creado por un escritor se traga a éste; algo de esto ha sucedido con el comisario Maigret que se asocia con su autor como si éste no hubiese hecho otra cosa que volcarse en la creación y en las sagaces investigaciones de dicho comisario, de cuya creación se cumplen, cerca de, noventa años; aniversario que coincide con el de la muerte de su creador. Precisamente Simenon mostraba especial empeño en alejar de su escritura el monopolio y la exclusividad de Maigret. Hablaba él mismo de novelas duras en las que no asomaba el dichoso personaje y en las que iba al fondo del hombre, allá en donde se cuecen las pasiones, las tristes y las alegres, los odios, las envidias, las venganzas, y también los profundos amores que, al límite, pueden desembocar en locuras que en cualquier acción pueden desembocar.

La escritura del escritor belga no abundaba en adornos y en estilismo de ningún tipo sino que utilizaba una prosa llana y descriptiva que avanzaba por la oscuridad de lo narrado, más sin verse contagiado el relato por la oscuridad expositiva, evitando, por otra parte, cualquier forma de metafísica o moralina; su inclinación a favor de las víctimas era una constante en su quehacer, tomando el término de “victimas” en la dimensión de que todo dios es víctima y de manera especial los culpables y los condenados, de los que no ha de hacerse abstracción de las duras circunstancias de su pasado. De este modo su apuesta estaba permanentemente del lado de los considerados culpables, quienes al final… su mayor delito era haber nacido en el ambiente en el que lo habían hecho, malgré-eux, naturalmente.

No cabe duda de que el periodismo fue una escuela de aprendizaje para el joven Simenon que abandonando la escuela a temprana edad fue contratado como reportero en su ciudad natal, la Gazette de Liège, trabajo en el que duró tres años, hasta que se trasladase a París en 1922, ciudad en la que permaneció hasta 1971. Cumpliendo las tareas que se le encomendaban a Simenon le tocaba patear las calles y visitar constantemente las comisarías para recabar datos de los sucesos que acontecían en aquella ciudad, en donde llegó a frecuentar la dura existencia de gentes humildes, pertenecientes al rango más bajo de la escala asocial; gentes sencillas y sin doblez que lo único a lo que aspiraban es en sobrevivir, saliendo adelante ante las dificultades y obstáculos que les salían adelante desde la misma cuna. Hombres y mujeres acostumbrados al trabajo, sin hacer ascos a ninguno; «en tres años y medio he llegado a ver todas las clases sociales: es la mejor experiencia para un novelista». Sentía simpatía el escritor por tales seres al considerarse él uno más entre ellos, del mismo modo que él se considerará en sus novelas – no transitó otros géneros – como el posible protagonista, como si él fuese todos los hombres, y en él podían encarnarse cualquiera de ellos, ya que para él, en onda con el protagórico el hombre es la medida de todas las cosas, se combinaba con el terenciano nada de lo humano me es ajeno («he devenido mi propio personaje. En lugar de buscar todo sobre el hombre estudiando en los otros, lo he tratado de hacer estudiándome a mí mismo »). En toda su obra desfilará una tipología de seres humanos, inmersos en diferentes hechos, con la constancia de la sombra de su ciudad natal, que le acompañaría como a cualquiera le acompaña su cartera; el cambio no obstante de Lieja a París, capital en la que el dinero era el rey, no supuso cambio en la elaboración de sus personajes ni en la geografía en la que estos se desenvolvían… las sencillas gentes de su barrio de Outremeuse.

La permanencia de sus frustraciones, sus fracasos juveniles, sus terrores y vergüenzas y sus fantasmas jugaron un papel esencial a la hora de crear sus personajes y las situaciones, siempre en los bordes del exceso y al límite, como si la escritura fuese una salida al posible hundimiento en estados depresivos o similares, de modo y manera que todos estas huellas tempranas le sirvieron para crear una obra, que lejos de su modo de vida que se plasmaba en cierta altanería, propia de un charlatán redomado que no se cortaba ante nada, ni ante nadie (ni dieu, ni maître), ni ante nada, y me refiero a sus dedicaciones donjuanescas. Tales características no contagiaban sus palabras acerca de sus obras, terreno en el que mostraba cauto hasta el escaqueo, a pesar de los repetidos y constantes intentos de André Gide, táctica del despiste que le llevaba hasta a responder preguntado por su estilo… «llueve», o interrogado sobre el desencadenante de un novela, respondía «la duda», y sobre el plan de la obra: «crisis, pasado, drama, desenlace… no he inventado nada: las obras de Sófocles, Esquilo, Eurípides no están hechas de otro modo»; siempre, eso sí, son personajes atravesando hondas crisis personales, y hasta en el caso de la obras policíacas, el propio Maigret funciona al modo de Sócrates, sirviendo de parturienta a las palabras de los otros, con paciencia, sin recurrir a la coacción, y sintiendo una inequívoca compasión con respecto a las víctimas. Esquema que se repite en prácticamente todas sus novelas en las que los culpables, los condenados por diferentes crímenes, no son así de nacimiento sino que son las circunstancias los que les han empujado al delito.

En la sombra de su travesía por los pagos de la escritura puede palparse el temor al hundimiento, a la enfermedad temprana… que le asediaban, y este sino hace que los protagonistas se vean acosados por los temores ante la vida, ante el futuro, y el contagio que provocan en el lector al que Simenon lanza a modo de aviso: el próximo puedes ser tú, nivel en el que pueden hallarse ciertas coincidencias con algunas de las novelas de la inquietante Patricia Highsmith, en las que uno se siente absolutamente implicado del lado del delincuente, llegando hasta el punto de descubrirse justificando asesinatos… los borrosos límites entre la normalidad y el afuera de ella.

En fin, Georges Simenon, un gran explorador de la tragedia de los humanos, mal dotados para encarar la vida, cuya fuerza – según decía Simon Leys – «consistía en emplear medios ordinarios para crear efectos inolvidables».

P.S.: el año pasado, con motivo de la aparición de una de sus novelas publiqué este artículo sobre él, en el que incluía un somero acercamiento a su obra: Maigret en Antibes, y… | Kaos en la red

 

 

Por Iñaki Urdanibia.

Uno de los casos del comisario y presentación de otro y de su creador.

El célebre comisario se traslada a la localidad de la Costa Azul, al haber sido encargado de la investigación de un hombre asesinado, William Brown, ricachón australiano que ha recibido en su coche una puñalada por la espalda. Al llegar se encuentra con el inspector Boutigues con quien se encontrará en diferentes ocasiones si bien el comisario lleva la investigación por su cuenta sin contar con la ayuda de su colega.

Los primeros pasos le llevarán a conocer a dos mujeres, con las que convive en un lujosa villa de la localidad, el caballero, Gina Martini, su amante, y su madre. No conforme, no obstante, con esas mujeres, y por medio de las informaciones que éstas le suministran acerca de unas escapadas (él las llamaba “novenas”) que cual gato realizaba Brown; las averiguaciones le conducen a un antro de Cannes en el que paraba el hombre, llevando suministros a las que allá residían al tiempo que buscaba consuelo. Dos son las mujeres, la dueña, Jaja, es gorda de solemnidad y según se vanagloria dedica su tiempo a servir de confidente a seres en busca de quien les escuche, allá convive con una joven de nombre Sylvie, joven que practica la prostitución, y cuyo “protector” es uno de los personajes que frecuentan el garito, el Liberty Bar – nombre que da título a la novela recién publicada por Acantilado -. Allá es donde pasa las horas el desaparecido Brown, quien habiendo sido un magnate de la industria de la lana en su país natal, abandona todo para trasladarse a la bella localidad mediterránea.

El comisario, con su inseparable pipa cargada de tabaco negro, centra su investigación en la tugurio de Cannes y también conoce al hijo del asesinado, Harry Brown, quien le pone al corriente de la situación familiar de su padre: éste había huido dejando en la estacada el negocio del que se hizo cargo u madre y un tío suyo; la familia que conservaba un modo de vida ordenado, padece con disgusto la actitud del padre, que saben que lleva una vida desfasada en su refugio costero. Con el fin de tenerlo, más o menos, neutralizado, le envían periódicamente una asignación que es de lo que vive el escapado. Se da pues entre ambas partes de la familia una franja que es la que separa el orden del desorden, lo apolíneo de lo dionisíaco.

Las investigaciones reparten las sospechas, ya que entre tanto sale a relucir el testamento que el fallecido había dejado, documento en el que aparecían los nombres de las mujeres nombradas, lo cual es una verdadera vergüenza para una familia de bien, lo que hace que el hijo trate de mantener en secreto el testamento y pretenda solucionar el asunto con ciertos pagos a las señoras herederas; el caso era guardar las apariencias y el prestigio familiar. Misteriosamente, no obstante, Maigret sorprende a Sylvie con un sustanciosa suma de dinero, que ha sido conseguida, por medio de un soborno, por Joseph el chulo de la chica; sabido esto, los dos acaban en prisión, como sospechosos del asesinato, mas las cosas no son lo que parecen… y al final el tesón de Maigret hace que éste llegue a conocer la verdad de los hechos y la responsabilidad de la muerte de William Brown. La sensibilidad del investigador al que se ha ordenado desde que ha recibido el encargo es que ante todo ha de mantener suma discreción, la familia no quería dramas, cosa a la que sumado el factor de que en resumidas cuentas ha sido el amor el desencadenante del navajazo hace que Maigret calle la verdad, deje el asunto clasificado y ponga cara de barco ante las preguntas acerca del caso. Dicho esto, que nadie se confunda, ya que a los lectores sí que se les ofrece la verdad del caso, uno más de los del célebre comisario.

El investigador, ser al que se ha de dar de comer aparte, muestra una vez más sus tendencias a ponerse en el lugar de los otros, mostrando cierta simpatía con respecto a los seres de los márgenes: en esta ocasión esta vena hace masa tanto con el muerto como con las mujeres a las que frecuenta y acompaña en el Lyberty Bar.

De cara a completar la imagen del comisario y las características de la escritura de Simenon, pueden leerse los dos artículos que a continuación añado.

Simenon, la comedia humana

Henriette Brüll, de casada Simenon, dio a luz a su hijo mayor Georges el viernes 13 de febrero de 1903, justo cuando se estrenaba dicha fecha. Mujer supersticiosa donde las hubiese, sumergida en sus constantes angustias y dramas-quien quiera conocer la huella que tal señora dejó en su hijo, puede leer el conmovedor testimonio de éste en «Carta a mi madre», resultado de los ocho días que el escritor pasó en el hospital junto a su moribunda madre… recordando la incomunicación que siempre había existido entre ambos, la desconfianza con la que ella había mirado a su hijo Georges, los silencios y las mentiras que había utilizado para salvaguardar su pasado… -. Pues bien, como decía, quiso la superstición que la madre del futuro escritor cambiara en el registro civil de Lieja, la fecha de nacimiento de éste, para evitar el fatídico día, por el 12. Bajo el signo del engaño se hizo nacer pues, curiosamente, a quien con el paso de los años, pocos, se convertiría en un bulímico contador de historias, de ficciones, que no de mentiras (¡con perdón a las explicaciones miméticas platónianas!), ya que las novelas no mienten, ni dicen verdad, pues su objeto no es ése sino otro.

A edad temprana se estrenó, recién cumplidos los dieciseis, en las tareas de la escritura. En el diario de su ciudad natal, la Gazette de Liège, comenzó su actividad periodística, inmejorable escuela, según sus propias palabras, ya que allá hubo de tratar con todo tipo de temas; se abría así un mundo de sucesos, de noticias, de historias… que iba a incrementar la imperiosa necesidad de comunicar del joven. En tres años que le duró el trabajo, escribió cerca de millar de artículos con diversos pseudónimos, y tal labor le puso en contacto con las distintas clases y capas sociales. Tres años después, se traslada a París, y allí se convierte en secretario (?) de un escritor, si bien más bien podría decirse en chico de los recados; tal escritor le recomienda a un amigo, el marqués de Tracy, para que le sirva de ayuda, y de este modo el escritor conocerá la vida, y las costumbres, de la aristocracia, y de sus castillos y palacios; más material para sus historias que ya habían comenzado a publicarse en distintos medios; entre otros en Le Matin, cuya directora Colette, abrió las puertas al «p´tit Sim», como ella le llamaba cariñosamente. La aceptación por parte de la célebre escritora, serviría de preámbulo a la posterior apertura del olimpo de las letras a sus novelas populares por parte de un crítico de excepción (y de otras ex: exquisito, exigente), el que luego se convertiría en premio Nobel, André Gide, quien dijese de Simenon «que era el más grande de todos… el más puro novelista que tenemos en nuestra literatura». Muestra de las posturas reacias a su escritura la podemos hallar, de manera ejemplar, en Henry Miller quien de entrada dudaba, sin leerlo, que pudiera haber algo de bueno en libros que se vendían tanto.

Por esas puertas abiertas se iban a colar sus cuatrocientas novelas, sus más de mil relatos breves, escritos con casi una veintena de seudónimos y con su propio nombre. Nada en la vida, al igual que en la escritura, del creador del comisario Maigret, se daba en pequeñas dosis: tres mujeres “legales” (Tigy su primera esposa, la segunda sería Denyse, a la que compartiría, con, y luego abandonaría por la sirvienta Teresa) y más de diez mil amantes, según sus propias declaraciones. Esta característica de batidor de récords también se daría en la cantidad de traducciones de sus obras – codeándose en el ranking con obras como La Biblia o El Quijote -, en la rapidez con la que escribía sus novelas (once días, teniendo en cuenta escritura y corrección) y su exhibicionismo (escritura en un escaparate para que le pudiesen observar en acción y así certificar la rapidez de su creación de libros); este exhibicionismo traspasaría el campo de la escritura para penetrar en los pagos del clásico bon vivant: grandes comidas, fumadas varias – en pipa y puros -, litros de alcohol, y juergas sin cuento (por ejemplo, en su barco fondeado en el Sena). Así era este “industrial de la escritura” este “artesano” (según sus propias confesiones, igual que los artesanos trabajan todos los días, lo mismo hacía él con su tarea de escribir), este ser que era una verdadera “máquina de escribir” (y por lo que se ve, de otras cosas).

Se ha solido achacar a su enorme velocidad a la hora de escribir un cierto descuido en su prosa, y unos recursos tanto sintácticos como léxicos un tanto limitados, podría objetarse, no obstante, que su afán de plasmar situaciones tan reales como la vida misma hacen que los defectos recién mentados son en cierto sentido una estrategia bien estudiada – y quizá causa del éxito – con el fin de hacer que los lectores se vean cogidos por unos personajes que bien pudieran ser ellos mismos. Personas en crisis, cuya existencia da un giro repentino, haciendo que la normalidad se transforme en algo completamente opuesto… la tristeza, la soledad, acompañarán a los personajes de Simenon, hombres grises cuya existencia se verá de pronto trastornada y llevada a rozar los límites y los precipicios que separan el comportamiento normal y el patológico y/o el delictivo. ¿Cómo se convierte uno en criminal? Sera así la pregunta que acompañe a la escritura de Simenon y a quien se arrime a sus obras. Protagonistas de historias que llevan consigo un universo propio y la conciencia de su resquebrajamiento, y que avanzan por las geografías que recorrió el propio escritor (Lieja, París, La Rochelle, el mar del Norte, Concarneau, Delfzijl, Fécamp, Furnes, Batum, pequeñas ciudades norteamericanas o suizas, etc.).Todo ello con un estilo llano y claro, alejado de cualquier forma de prosa rimbonbante, y de cualquier forma de vocabulario alambicado. Prosa eficaz que arrastra – quizá malgré Simenon – al lector sin pausa hacia lo más profundo de los humanos, a las fibras éticas, con una mirada pelín amoral, como en una nebulosa de indiferencia hacia el mundo y hacia las valoraciones morales, y… no digamos penales, Resulta así que brota en el lector – como en el mismo comisario Maigret – una cierta simpatía (en el sentido más etimológicco del término:

/ padecer con) hacia los seres perseguidos, condenados, exageradamente castigados… sin desgastar las meninges – como sería el caso en los libros de Agatha Christie – o sin llevar ineludiblemente a un fondo social subyacente – como en el caso de los Hammett o Chandler, y otros representantes de la “novela negra” -… Así este escritor tildado como un “anaquista conformista” (Jacques-Charles Lemaire), será el representante de la “novela gris” (Jean-Baptiste Baronian)… Simenon, del mismo modo que Maigret, se pone en la piel del otro, nos desvela sus pensamientos más íntimos, y hace que conozcamos con detalle a estas gentes sencillas y sin doblez… convirténdolos en seres entrañables, como entrañable resulta este “remendador de destinos” llamado Maigret, para quien el bueno de Álvaro Mutis pidiese la creación de un fondo para subirle el sueldo, como nos cuenta Gabriel García Márquez.

Nos hallamos pues ante” un pequeño Balzac para consumo masivo” como dijese hace tiempo José María Valverde, como sostiene también el biógrafo del escritor Pierre Assouline y como argumenta brillantemente en un reciente libro («Simenon, ou la Comédie humaine». France-Empire, 2003) Didier Gallet.

¿Lo mejor de Simenon?

+ Georges Simenon

«La nieve estaba sucia»

Acantilado, 2014.

271 págs. / 20 €.

Si pongo con signos de interrogación el título de este comentario es debido a la duda que queda expresada en la faja del libro: «voces autorizadas consideran esta novela como la mejor de Simenon, y aunque resulta difícil elegir, cabe afirmar que se trata de una obra maestra», y es que ciertamente en lo que alcanzo estamos en una de las novelas más logradas entre las logradas novelas del belga.

Las novelas de detectives, de género negro, de investigación (sin entrar en necesarias precisiones y distinciones) tuvieron ciertos problemas para hacerse hueco en los altares de la literatura con mayúsculas, al ser consideradas como género menor, apto para pasar el rato sin más; significativa, en este orden de cosas, era la opinión que le merecía Simenon a Henry Miller quien – junto a encendidos elogios – desconfiaba de la escritura del belga ya que no podía ser bueno algo que se vendía tanto. No obstante, las puertas de las letras se le abrieron muy en particular al creador de Maigret de la mano de Colette y de André Gide, y posteriormente no dejaron de lloverle los elogios de sus pares (Walter Benjamín, García Märquez, Álvaro Mutis, John Banville, William Faulkner, o Federico Fellini que le llamaba «gran Simenon» en contraposición al «p´tit Sim» con que le trataba la nombrada Colette), haciendo disfrutar sus libros a millones de lectores por todo el mundo. La razón del éxito estriba tal vez en que sus historias no nos hacen agotar las meninges en la solución de enigma alguno, al modo de Ágata Christie, ni nos salpica con ciertas pinceladas sociales (a lo Hammet o Chandler), sino que nos arrastra al corazón de los humanos, allá en donde se urden las mayores, y menores, tropelías; me atrevería a señalar ciertos parecidos de familia con Patricia Highsmith, al caminar por terrenos borrosos en los que los lindes que separan las conductas plausibles con las despreciables son finos… como el filo de una navaja, pagos propios de la ambigüedad, que hacen que quien se acerque a las historias sentirá cierta inquietud al verse en el pellejo de gente de comportamiento nada ejemplar.

El bulímico escritor nos alcanza desde la primera página, de este libro publicado inicialmente en 1948, en la que ya se inicia la acción y la presentación de un ambiente en el que imperan los seres amorales, sin límites a sus impulsos, pasiones y deseos; aspectos de los que por otra parte tienen a gala campanearse ente los demás como en una competición permanente. Allá la muerte parece ser un acto gratuito, ya sea por delinquir pura y llanamente o ya sea con ciertos visos de intencionalidad política. Estamos en una ciudad ocupada por los nazis y las cosas no son fáciles para la población, ya que el hambre acucia. La banda de amigos frecuentan los mismos tugurios y la madre de uno de ellos regenta un prostíbulo que tiene como tapadera, que no tapa nada, un salón de manicura. El hijo de Lotte, la rectora del piso, Frank, mantiene relaciones peligrosas, tanto dentro de la casa y el vecindario, como con quienes viven colaborando con quien más les convenga (entre colaboración y resistencia, aunque más bien con los primeros que hacen la vista gorda, se benefician y facilitan la vida a los colaboradores), y su introducción en tales ambientes le conduce a una situación en la que su ostentación de distintos privilegios, monetarios y otros, le acarrea el odio y aislamiento por parte de sus vecinos y conciudadanos. Su comportamiento, no obstante, parece que le arrastra hacia la expiación de su culpa. Y… no hay bien (?) que dure mucho tiempo, y quien mal empieza… mal acaba; tras el delito, la culpa y la expiación; el difícil oficio de ser hombre.

La atención constante que exige la lectura de la novela nos conduce a ver que estamos ante una novela realmente importante y con una invitación a la reflexión francamente potente.