Por Iñaki Urdanibia

El escritor barcelonés (1963) nos conduce – como Lou Reed – por el lado oscuro de, al menos, algunas vidas en su «Piel de plata», publicado recientemente por Seix Barral. Dos personajes principales: uno, Pol, un muchacho que se traga desde muy joven todas las novelas de Cooper Crowe (la sombra alargada de Michael Marcook), en las que las historias de alienígenas, demiurgos y otras yerbas. Luminosas y sombrías, suponen un mundo otro, paralelo al real, que a veces el muchacho en su entusiasmo confunde. El chaval es de esos a los que hay que dar de comer aparte, lo que provoca que en la escuela reciba los insultos y la marginación por parte de sus compañeros, a los que él considera verdaderos marcianos, que es lo que los otros le consideran a él; un día ya harto de los insultos y el acoso arregla las cuentas con un tenedor, a una de los líderes de la clase… a resultas de ello es expulsado del colegio y obligado a asistir, en un Instituto de salud mental, a la consulta del doctor Buenaventura. El muchacho tiene una madre que pasa mucho tanto de él como de su hermana Olivia, conocida como Oli, que de hecho se convierte en segunda madre y guardiana de su hermano; el único consejo contundente que le había transmitido su madre es que no se molestase si le insultaban ya que quienes no hacían eran unos imbéciles redomados, insectos en estado puro, a diferencia de él que era distinto (súmese a esto un comentario que el psiquiatra le hizo al valorar sobremanera su escritura, lo que hacía que el joven anduviese por la vida con el ombligo subido). Un buen día en la sala de espera del centro nombrado ve a una muchacha , cuatro o cinco años mayor que él como su hermana (él a la sazón tenía catorce), que responde al misterioso nombre de Bronwyn, y que tan solo con su visión le deja flipado. Los días siguientes van a ser días de desasosiego y búsqueda de la muchacha hasta que al final un día vuelve a encontrarse con ella y congenian al menos en lo que hace a lecturas y grupos musicales, de la onda punk, gustos al que además del ya nombrado escritor se haya de sumar, apareciendo como lectura paralela y casi similar la de Juan Eduardo Cirlot, dándose la circunstancia de que el estudioso y poeta catalán, inmerso en el mundo del simbolismo, dedicó algunos poemas a un personaje con dicho nombre, que le encandiló al ver una película, cuyo nombre era el mismo que el de la muchacha, nombre que el padre de ésta había tomado al ser un estudioso de la obra de Cirlot. El muchacho es introducido por la muchacha en diferentes antros nocturnos de la Capital Condal, en los que beben y toman bencedrina, droga preferida por Crowe, mientras observan una variopinta fauna de personajes, hasta flotar en una nebulosa confusa. Se ha de tener en cuenta que el muchacho se estrenaba en la ingesta de todo tipo de droga con el añadido de que la muchacha le convence para que deje de tomar la medicación que le recetaba el psiquiatra… en tal estado de cosas el desbarre está asegurado, las alucinaciones también y la razón se reblandece en un descenso a una rebeldía , sin causa, en la que se desatan todos los desfases y comportamientos propios de la adolescencia, llevados al límite , a la oscuridad de tonalidades diabólicas, con un fantasmal líder incluido.

En la prosa del libro se mezclan la voz de Calvo, la del endiosado (al menos para sí mismo) Pol que asiste a una escuela de escritura creativa y que no se cansa de contar las novelas del nombrado Crowe y de sus propias creaciones, lo que hace que las diferentes historias que se van entrecruzando originan sino una saturación o pérdida cierta sensación de cansancio y tedio: muy en concreto en el spoiler de las novelas que resultan redundantes ad abusum, y las lecciones de escritura que ofrece el tal Pol que no se priva en dar marchas atrás, avanzar en zigzag y por medio de tanteos que le hacen señalar que en vez de dicho bien podía haber solucionado la situación de otra manera más certera.

Así pues, cuando en el título recurría a una contraposición de formas narrativas, concluiré diciendo que en la diseminación de vías que toma la narración dependiendo de quién es el narrador hace sentir que los brotes rizomáticos asomen por momentos, si bien también es verdad que la forma arbórea tal vez pueda decirse que prevalece si se toma el eje del amor entre dos jóvenes – aunque la muchacha juega más bien el papel de iniciadora o guía – y la rebeldía en un estado desfasado al no responder a razones, por supuesto como en cantidad de comportamientos juveniles y adultos también, ni a sentimientos claros, sino a los efectos de desfase provocados por la ingesta de pastillas al por mayor y por la lectura alucinada de una ciencia-ficción que toma cuerpo con igual o mayor consistencia que la realidad pura y dura, le sucede lo que al otro con los libros de caballería; ambos temas – el amor y la rebeldía – bien podrían considerarse el tronco del que surgen diferentes ramas narrativas de menor entidad, aunque de no poco espacio en las páginas… que nos arrastran a seguir al protagonista por un mundo onírico, que es otro mundo en éste, aunque no sea vivido así o se intente superar accediendo a un afuera del adentro común… aunque al final después del carnaval se da una vuelta a la normalidad adulta.