Por Iñaki Urdanibia
Habla Abel Murcia en su Posfacio a la recién publicada novela de la escritora polaca Olga Tokarczuk: «Los libros de Jacob», editado por Anagrama, de la constelación de la escritora, texto en el que ofrece un detallado panorama de la suerte desigual de las obras de la escritora en el mercado editorial hispano. Hablando de quien fuese galardonada con el Premio Nobel de Literatura de 1918, entregado a cusa de la pandemia al año siguiente, podría hablarse de galaxia, y viendo en enorme aliento, y paginación de más de mil páginas, por cierto ordenadas en orden inverso, de novela-río o mejor torrente ya que la amplitud de las historias convocadas y el recorrido nómada que nos arrastra por diferentes países y zonas geográficas y culturales (Polonia, Esmirna, Viena…), en una sucesión que parece que las historias se disputen entre sí a la hora de tomar la página; ese movimiento viajero nos convierte en errantes, nombre de una de sus novelas.
Si en el Prólogo se dice que Yena «lo ve todo desde lo alto», esta mirada de una amplitud inusitada, podría acompañarse de las palabras finales que la escritora pronunciase en el discurso con motivo de la recepción del Premio Nobel: «Por eso creo que debo contar las cosas como si el mundo fuera un todo en permanente formación ante nuestros ojos y nosotros una parte, pequeña y poderosa al mismo tiempo, de ese todo». Ocho años le llevó la escritura de esta novela, hasta convertirse – según dice – en una verdadera obsesión, en la que no comete traición al avisar desde la primera página que lo que nos entrega es un «Gran viaje a través de siete fronteras, cinco lenguas y tres grandes religiones y otras pequeñas. Contado por los Muertos, y completado por la Autora siguiendo el método de la Conjetura, y de muchos otros Libros extraído, y asimismo reforzado con la Imaginación que es el Don natural del ser humano. Dedicado a los doctos para sus memorandos, a los compatriotas para la reflexión, a los legos para el aprendizaje y a los melancólicos para en entretenimiento». Treinta y una corrientes que fluyen y confluyen, en siete libros, en la historia de Jakob Frank (1726-1791), personaje real del siglo XVIII, joven judío, rabino y astrólogo entre otras dedicaciones, que pateó dos imperios: el otomano y el de los Habsburgo, en una incansable labor de proselitismo, llegando a profesar tres religiones y autoproclamándose Mesías, y poniendo en pie una secta en las que sus seguidores luchaban contra los tabúes de la sociedad de la época, estamos en el siglo de las Luces, y propugnando una renovación espiritual que, según se contaba, iba unida a fiestas y celebraciones orgiásticas y bacanales, lo que supuso que el sujeto y sus epígonos fuese considerados herejes y perseguidos como tal.
El tal Jakob Frank había nacido en un medio pobre en el reino de Polonia, cuyo padre era partidario de Sabbatai Tsevi, que en el siglo pasado se había autoproclamado mesías; Jakob se presenta bajo al nombre de Frank, que significa extranjero, lo que para él es signo de libertad, ser cuyo territorio es la amplitud; él viste trajes turcos y es excomulgado por el poder rabínico lo que le empuja a convertirse al Islam al tiempo que cree en la trinidad del catolicismo, lo que hace que su sincretismo sea grande. Se refugia en tierras otomanas y de vuelta a Polonia la gente le sigue insultándole y agrediendo a sus seguidores… perseguido por los rabinos, halla apoyos en la jerarquía católica, logrando el apoyo del rey de Polonia, del zar y hasta de María Teresa de Austria, Encarcelado, maldito, muere en Alemania, rodeado de sus discípulos, y su inseparable hija Yena, declarando que su papel era el salvar al mundo de todos los corsés que reinaban en todos los países con el fin de facilitar la llegada del Dios verdadero.
En una mezcla de imaginación e historia real la escritora da muestras de ser una verdadera corredora de fondo, manteniendo el pulso sin decaer a lo largo de las páginas, en las que no las hay de relleno ya que Olga Tokarczuk pisa fuerte al seguir la pista del singular personaje cuya sombra e influencia desbordó los límites del judaísmo, con respecto al que mantenía claras posturas heterodoxas, que no cuadraban con las creencias que habían rodeado su niñez. A lo largo del seguimiento del personaje va quedando marcado el terreno propio del mesianismo que por aquellos tiempos, ilustrados, estaban en boga en el seno del judaísmo.
La amplitud del volumen puede espantar a más de uno y de dos, mas tal temor irá despareciendo desde el momento en que se traspasa el umbral de las primeras páginas, desde las que se van encadenando historias, sucesos, encontronazos y fugas, narrados por una locuaz Sherezade, de nombre Olga Tokarczuk, que recurre a numerosas fuentes en un ejemplo de rigor histórico, tantas que ella misma se niega a presentar la lista y no por deseo de ocultarlas sino porque so tan amplias… Siete libros ( de la niebla, de la arena, del camino, del cometa, del metal y del azufre, del país remoto, y de los nombres) compuestos de treinta y una estaciones que se entrelazan sin crujido en un continuum que presenta las alucinadas andanzas del protagonista, Jakob, y de los numerosos acompañantes y también de sus enemigos jurados, y por medio van quedando los rastros de los textos considerados sagrados del Zohar.
Como queda señalado estamos en los tiempos de la Ilustración, mas junto a las prescripciones kantianas de atreverse a pensar (sapere aude!) y al abandono de la minoría de edad, en defensa de la autonomía, la superstición y la obediencia a la heteronomía seguían vigentes, y con mucha potencia, en casos como los liderados por el tal Jakob Frank, que escapaba a los cánones el uso, hasta de su propia religión, deviniendo en el provocador de un cisma, al renegar de la autoridad del Libro, de todos los Libros dichos sagrados, y si lo digo en plural es debido a que las tres religiones monoteístas, de Libro, cohabitaban en las tierras polacas, que se había convertido en verdadera tierra de asilo para los perseguidos judíos por los pogromos rusos. El sujeto era considerado como un mago moviéndose al margen de la ley, un libertino, convencido de que él era el Mesías y con tal megalómana pretensión surcó las tierras europeas, siempre con el propósito de que su pueblo viviese en seguridad y que fuese respetado como lo eran los demás.
Se ha hablado en el caso que no ocupa de realismo mágico, no caeré en la tentación catalogadora, más lo que sí se pude afirmar sin rizar rizo alguno es que al personaje le rodeaba un aura de magia que hacía que fuera respetado por no pocos paisanos que veían en él un salvador, un antídoto contra las situaciones adversas, contras las tragedias sin cuento que se vivían y las mayores que siempre amenazaban en el oscuro horizonte temporal, y los escenario por los que transita el tal Jakob, vamos convirtiéndonos en conocedores de los bazares con sus sonidos, las extensas campiñas en donde florecen los amores, y los rituales y los tiempos dedicados a las preces, al estado y el funcionamiento de la educación de los pequeños, y… sus llantos y sus risas.
No recurre Olga Tokarczuc a páginas de relleno ya que en todas hay tema que nos envuelve con sus descripciones de los personajes, de los núcleos urbanos con su arquitectura, con sus edificios y las vestimentas de sus habitantes, y el naturalismo sobresaliente con que son presentados los paisajes, y en medio de este escenario y estos protagonistas dispares (rabinos, obispos, gente del campesinos…) perfilándose una clara impronta de la lucha contra la opresión, muy en especial de las mujeres y de los extranjeros, y no menos los resabios de rebelión frente a los dogmas impuestos de la religión, de la cultura y de la política. Ya en el capítulo cuarto aparece uno de los personajes de indudable peso en la novela, el padre Chmielowski que se erige en el primer autor de una enciclopedia polaca, mostrando una honda confianza en el poder de la literatura como forma de conocimiento, erigiéndose en una rara avis que defiende cierta forma de ilustración en medio de un ambiente absolutamente dominado por las creencias religiosas, en un escenario en el que la lucha entre la luz y las tinieblas está en primera línea, siendo un eje que atraviesa geografías y fronteras. Es difícil no gozar con las ingenuas enseñanzas y conclusiones que se exponen en unas páginas de este enciclopedista que a diferencia de la obra de los philosophes franceses más que romper con el pasado, trataba de recopilar los saberes tradicionales.
No le falta humor a la escritora que retrata en sus más nimios detalles la personalidad del tal Jakob, llegado al lugar a mediados del siglo XVIII y sembrando el escándalo con sus irreverentes prédicas (en una especie de aplicación de la tendencia de cuanto peor, para la humanidad, mejor para la llegada del salvador: el incesto permitido, la sodomía y la poligamia también, ningún problema para comer cerdo o pan no kosher…), hasta el punto de ser considerado por algunos como el Lutero del judaísmo, y de sus epígonos, destacando la constatable contradicción que se da en este caballero que nadando en la abundancia lleva una vida frugal , de pobre de solemnidad, y que concilia la fe con las transgresión como forma de alcanzar una verdadera unión entre vida y virtud, entre lo humano y lo divino y facilitar la llegada del Mesías (es decir de él mismo); como tampoco se le escapa de las manos el control de la diseminación de historias, de hilos argumentales, y de medios para llevar adelante su retrato panorámico (conversaciones, cartas, disputas teológicas, tanteos hermenéuticos y los saltos por encima de fronteras con las consiguientes particularidades nacionales… se mueve así la historia en el ámbito de la novela histórica pero con una extensión hacia lo reflexivo que hace que las lecciones y cavilaciones alcancen el rango de universalidad y cierta actualidad. Si digo esto último es debido a que las reflexiones que se hacen acerca de las condiciones propicias para el nacimiento de fenómenos de este tipo y los aspectos contextuales (en un escenario en el que las disputas de ortodoxias y heterodoxias varias en las filas del judaísmo no dejan de bullir) que facilitan su extensión son francamente aleccionadores, del mismo modo que algunas posturas utilizadas por los rabinos judíos acerca de los crímenes rituales que cometían sus adversarios, los frankistas, al cabo de los años sería aplicado a ellos mismos, en puesta en acto de aquello que dijese Karl Marx, en la senda hegeliana, de que la historia se repite como tragedia y como farsa.
Un mundo en el que las luchas inter-religiosas dominan el panorama y las conversiones van a la par que las variaciones del líder mesiánico, lo que provoca franco malestar en quienes ven mermadas sus filas o, al contrario, originando satisfacción en quienes veían que las suyas engordaban… y vemos la difusión del frankismo más allá de su lugar de génesis y desarrollo inicial por los lares de Turquía, Grecia, Ucrania, Rumanía, Alemania y las estancias en diferentes capitales (Smirna, Lwow, Varsovia, Viena y otras cuyos nombres ha cambiado el paso del tiempo); paseamos igualmente por diferentes aldeas, y si los caminos del señor son insondables en esta ocasión resultan palpables en sus olores, colores y hasta sabores, que se amplían en la medida en que se amplía las zonas de influencia de la secta nombrada. La travesía que propone Olga Tokarczuk no se realiza con patitas de paloma sino que avanza con la potencia de una apisonadora, que pisa fuerte allá por donde camina, lo que se traduce en los análisis de las disquisiciones y razonamientos entre diferentes vertientes del judaísmo y sus respectivos líderes, cuyas interpretaciones y enseñanzas eran bien conocidas por Jakob, sirviéndose de ellas (con la influencia decisiva, como queda señalado, del herético del siglo XVII, Sabbataï Tsevi) para dándoles su sello personal ampliar su influencia y difusión no solamente entre el pueblo llano sino también entre gentes de honda cultura, lo que le llevaba a codearse con los sectores cortesanos, a ser admirado más también vilipendiado y perseguido a sangre y fuego, encarcelado durante más de una decena de años, igual que sus fieles seguidores y sus herederos.
No me corto a la hora de repetirme al decir que la fantasía y la imaginación de Tokarczuk otorgan un aire de magia a hechos y personajes no inventados sino reales, lo que hace que a lo largo de la lectura nos sintamos aprehendidos por lo maravilloso, sello que casa como guante en mano con el ambiente en el que se desarrollan las historias… en esta magna obra que presenta ciertos aires de familia con los clásicos textos de historia de las mentalidades, en un ritmo alborotado que coincide con el alboroto de lo narrado, que toma el pulso de una manera realmente original del estado de la ciencia y otros saberes, de la religión, de la sociedad y de pensamientos alucinados que alucinaron al menos a quince mil fieles del tal Jakob Frank.
No quisiera finalizar estas líneas sin mencionar el exigente y respetuoso trabajo de los traductores, Agata Orszeszek y Ernesto Rubio, quienes en una nota final desvelan la necesaria fidelidad que han guardado con la que la propia Olga Tokarczuk mantuvo con respecto al habla de la época visitada.
La novela fue galardonada con el Premio Nike, galardón polaco, en 2015; finalista al premio Femina extranjero 2018, incluido entre los cien mejores libros del año 2018 por la revista Lire, recibió el premio Jan Michalski de literatura del mismo año al igual que el premio Transfuge a la mejor novela europea; en fin, el placer de la lectura que es completado con las reproducciones de diferentes grabados tomados en su mayoría de las colecciones de la Biblioteca Ossolineum de Wroclaw…