Por Iñaki Urdanibia

«Isaac Rosa hace un retrato genial de tres generaciones de granujas de una misma familia que se aprovechan de las grietas del sistema en su propio beneficio. Una novela que atrapa e incomoda y que refleja desde la ironía y la controversia el momento de incertidumbre de la sociedad actual»

Con estas palabras se pronunció el Jurado del Premio Biblioteca Breve 2022, al concedéselo a Isaac Rosa (Sevilla, 1974) por su novela «Lugar seguro», editada, obviamente, por Seix Barral. No mienten ni exageran Juan Manuel Gil, Pere Gimferrer, Benjamín Prado, Elena Ramírez y Andrea Stefanoni, miembros del Jurado, con las palabras transcritas, ya que ciertamente estamos ante un novela que se desliza con rapidez, con sorna al tiempo que con afilado sentido crítico apuntando a los emprendedores, que se dice, en tiempos de zozobra y de tonalidades apocalípticas, que se aprovechan de los sentimientos del personal, un tanto apocalípticos, para hacer su particular agosto.

La novela es de las que engancha desde el principio al presentar ya de entrada el negocio de Segismundo García, consistente en instalar búnkeres, por lo que pudiera suceder. La seguridad ante todo, y el ser el primero, al menos por acá, en proponer tal tipo de construcciones le hace pensar que juega con ventaja. Vemos en acción al caballero, que tiene deudas por todas las esquinas y una líquida falta de liquidez para poner en marcha los contratos que va logrando, pues el banco no está dispuesto a darle crédito, ofertando sus construcciones, y adecuándolas a las necesidades de los diferentes clientes; todo un abanico de personajes y parejas que van dando cuenta del pulso que late en algunas mentes atacadas por el miedo y la inseguridad acerca del futuro, y también del presente; estas páginas, que abren la novela con brío, resultan realmente logradas y el abanico de diferentes clientes, con sus respectivos retratos, hacen que la sonrisa se torne en ocasiones en risa abierta . El padre del sujeto, también Segismundo García, había puesto en marcha una cadena de clínicas dentales cuyas ofertas estaban pensadas para gente con pocos recursos; negocio que al final acabó en un verdadero desastre y con el señor entre barrotes dejando a no pocos clientes desdentados que le insultaban y le pedían cuentas, y el dinero entregado claro. Si ya vemos a dos Segismundo García en acción, conoceremos igualmente al nieto del primero e hijo del segundo, siguiendo la homonimia con respecto a sus antecesores, que matriculado en un colegio de lujo que se anunciaba en inglés, alemán y chino, colegio para triunfadores, que en la mayoría de los casos, por no decir en prácticamente todas, venían ya triunfados desde casa. No era el caso de Segis, así le conocían al benjamín de la saga, que a pesar de lucir el reglamentario uniforme, tenía el vulgar apellido, García, que nada tenía que ver con los apellidos habituales en aquel colegio de mucho pago y elegante uniforme, apellidos compuestos de dos con la correspondiente “de” entre ambos; «unos Garcías como tantos, unos Garcías del montón, unos Garcías venidos de muy abajo, de la nada, y que con trabajo, con mucho trabajo, habíamos ido subiendo piso a piso, a las plantas nobles, camino del ático. Hasta que se averió de pronto…». El muchacho ya mostró que no había mamado en vano en el ámbito familiar los negocios, los pufos y chanchullos, ya que superaba en su afán emprendedor a su progenitor a su abuelo, poniendo en pie diferentes negocios entre, y por medio, del alumnado de su colegio y de otros; toda una red en la que ofrecía rifas, y otros negocios como un servicio de mensajería, o ciertos negocios oscuros, con sustancias, que decía la directiva del centro cuando pillaron al muchacho entregando un sobre lleno de dinero a otro compañero en los servicios del centro. Era tal la acumulación de beneficios del muchacho, todavía menor de edad, que hasta llegaba a prestar dinero a su padre, que siempre andaba desplumado y no podía manejar los negocios como quería.

El ascenso social de los García, cantaba y era motivo de desprecio y chanzas por parte de los selectos componentes del exclusivo club de ricachones al que lograron entrar, de manera efímera, ya que al ser encarcelado el dentista – así le llamaban con retintín – se les pidió, es un decir, que no podían seguir en el club ya que ponían en riesgo el merecido prestigio de éste; ellos eran unos infiltrados, unos brubaker, nombre tomado de la película en la que Robert Redford se hace pasar por director de una prisión. El resentimiento del hijo, el de los búnkeres, crecía en la misma medida en que aumentaba su odio hacia los que el llamaba botijeros o ecomunales, a los que despreciaba por su buenismo, sus ideas que alababan la solidaridad, las salidas colectivas y la ayuda mutua, y elogiaban la vida del campo, cuando nunca habían usado una azada; marcha hacia las comunidades rurales que les duraba poco tiempo ya que aquel mundo no era tan bonito como pensaban desde la lejanía de las ciudades. No perdía la ocasión Segismundo García, hijo y padre, para ridiculizar las pretensiones y los discursos de los botijeros que aparecían por todas partes, hasta el punto de que su ex-mujer, Mónica, parece que tenía la idea de marcharse a una comunidad de tal tipo, según le había contado a Segis. Teorías vanas según su modo de ver las cosas, ya que se oponían al desarrollo y al progreso, con simplonadas de que los pequeños ejemplos prácticos, eran como materiales erosionadores, gelifracción la llamaban, que se introducían en las grietas del sistema, haciendo que éste, a la larga, terminaría cayendo… toda una revolución, la que vendían estas almas de cántaro. Repaso también daba a los prepas, o survivalistas, que aparentaban ser unos adelantados en lo que hace a la prevención de los desastres que se podían avecinar a no muy largo plazo, preocupándose, al contrario que los anteriores, de la salvación particular y no colectiva.

La salud de Segismundo García, el padre/abuelo, había decaído de manera notable y era cuidado con mimo por una tal Yuliana que cada dos por tres se ve desbordada por el anciano que trata de huir de su casa, lo que hace que la mujer angustiada llame una y otra vez a su hijo, cuyas gestiones y negocios son interrumpidos, al tener que decidir qué ha de hacer la cuidadora; generalmente le aconseja, más bien le ordena, que le deje salir y que vea qué dirección toma el señor, ya que cuando sale, a pesar de ir de la mano de Yuliana, alcanza tal velocidad que la mujer acaba siendo arrastrada como si al anciano le guiase un imán que le atrajese irremediablemente en una dirección muy determinada, a un posible lugar seguro. Otra mujer aparece, de manera casual, Gaya, y ayuda a Segismundo segundo y a Segis tras haberse vistos envueltos en un violento fregado… el resultado es que, cosas de la vida, tanto la cuidadora como la recién aparecida muestran sus claras querencias botijeras… si ya lo decía él, este espíritu se extiende como las setas. La única mujer que no juega un papel salvador es la ex-mujer del de los búnkeres y madre de Segis, Mónica, que lo único que hace es atosigar a su ex-marido recriminándole el trato que dispensa a su hijo, para el que quiere un ascenso vertiginoso a las más altas alturas de la sociedad.

Todo esto es relatado por Segismundo García, a modo de soliloquio, dirigiéndose a su padre anciano que ya no oye ni tiene capacidad de comprender, echándole en cara el fracaso que había tenido como daño colateral el desprestigio familiar a la vez que dificultaba los negocios del hijo, y la concesión de créditos, etc., el trato, o falta de él que le había dado de joven, y el desprecio hacia su madre, etc., etc., etc. Como es natural, al ser el narrador un ser que busca por encima de todo el éxito y que considera a quienes buscan salidas colectivas y solidarias como inocentes, cuando no algo peor, la visión hacia cualquier posibilidad de salir del atolladero es rechazada como engaño irrealizable y tales visiones son presentadas, en escorada caricatura, por él mismo, enemigo acérrimo de cualquier cambio social a no ser el debido al triunfo en los negocios y el ascenso en la escala social, al nivel de los triunfadores, y… ¡sálvese quien pueda! E Isaac Rosa juega a pepitogrillo en éste, el mejor de los mundos posibles, creando desasosiego, dudas, inquietud en quienes se acerquen a este libro.