Por Iñaki Urdanibia
«Pero la mejor parte de la biografía de un escritor no es la crónica de sus aventuras, sino la historia de su estilo»
Nabokov
En esta su última entrega el escritor barcelonés se muestra en plena forma, se suelta el pelo, cosa habitual en su quehacer, y deriva entreverando su vida e innumerables referencias literarias, cinematográficas, musicales, pictóricas, que le acompañan en su travesía en la que se muestra como avezado fingidor, aunque dicho esto a uno le queda detrás de la oreja, la mosca – podría decirse en esta ocasión la araña, ya que varias son las que aparecen en su texto: unas reales y otras dibujadas o imaginadas – acerca de si lo que cuenta es real o pura invención; poetizaba Fernando Pessoa: «El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente…».
«Montevideo» que así se titula su obra, editada en Seix Barral, es como él mismo señala un conjunto de notas biográficas en las que se muestra una búsqueda del estilo más acertado en momentos en los que el narrador confiesa atravesar momentos de serias dudas y de profundo bloqueo; notas de vida y letras, que dan cuenta del desmarque de las cinco tendencias que enumera en las primeras páginas. La novela (podría decirse a lo Magritte que esta novela no es una novela, sino que es un híbrido que planea por el ensayo) discurre por varios lugares: París, Cascais, Montevideo, Reikiavik, Bogotá, París y… por supuesto Barcelona, obviando la mente imaginativa del imaginativo escritor y sus desplazamientos variopintos. No usaré la palabra maldita siempre asociada a su actividad, metaliteratura, mas con el fin de evitarla podría recurrir a decir que el escritor se sumerge en un mundo peri- o dia- literario, como en él es hábito, en el que asoman alrededor de un centenar (no los he contado, pero desde luego no exagero) de nombres propios que le acompañan en la deriva, unos siendo retratados por medio de algunos de sus personajes y otros referidos al mentarse alguna anécdota que apoya, como si de bastones, se trataran, la travesía en la que abundan puertas y muros; tanto las unas como los otros se muestran reales o mentales, y así la apertura de unas, que representan lo femenino, separan el adentro del afuera, mientras que los otros son muestra de lo cerrado, lo masculino, que se muestra cerrado e infranqueable. Puertas hay, ya la propia portada del libro reproduce Las cuatro habitaciones, con sus respectivas puertas, del pintor danés Wilhelm Hammershoi; ta presencia se da hasta el punto de que el escritor acude a Montevideo con el fin de buscar y visitar el escenario de un cuento de Julio Cortázar: La puerta condenada, y logra que el hotel se le conceda la habitación en la que el escritor argentino sitúa, en donde llega a mover un armario en busca de la puerta de marras; señala una curiosa coincidencia que le fue señalada por una escritora sobre la coincidencia del cuento cortazariano con uno de Bioy Casares de temática similar. No se priva tampoco de acudir en busca de interpretación a la autoridad de Juan Eduardo Cirlot, quien «decía que las puertas eran umbral , tránsito, pero también parecían ligadas a la idea de casa, patria, mundos que abandonábamos para luego retornar»; la importancia de las puertas es presentada en el acto de fundación, en 874, de Reikiavik.
Desde los tiempos parisinos, y el deseo defraudado de convertirse en un escritor tipo Hemingway, dedicándose al trapicheo de drogas, y los vaivenes acerca de su vocación hasta el colofón en que se vuelve a la capital del Sena, Enrique Vila-Matas abre diferentes puertas y viaja a diferentes países, en una laberinto en el que juegan un papel de importancia los espectros del escritor de los que hablase Rolan Barthes. Y en medio de múltiples sucedidos, al autor va deslindando y perfilando su estilo y su concepción de la escritura, de la única convicción moral que reside en el esmero en el trabajo, y los devaneos sobre el estilo y sobre la ficción «que en la medida en que se relata lo que sucede, se entra ya en el terreno de la interpretación, y en esa medida es autoficcional, ya que lo que se escribe viene siempre de unos mismo», llegando hasta a concluir que «la autorrepresentación, la no ficción, no existe ya que cualquier versión narrativa de una historia real es siempre una forma de ficción, ya que desde el instantes en que se ordena el mundo con palabras se modifica la naturaleza del mundo». En la travesía que transcurre por los lugares ya mentados, debidos a asistencia a congresos literarios y cinematográficos, el escritor barcelonés va mostrando su avance a la hora de arrojar lastre y adoptar una ligereza que le lleva a elevarse por las palabras, con el estandarte de que «un autor no es más que las transformaciones de su estilo», introduciéndonos en un juego de espejos y variaciones en la que, por momentos se palpa la vena de Rimbaud y su Je est un autre. Una inclinación neta se da por incluirse dentro del conjunto de «los escritores más comprometidos con el lenguaje y sus ritmos que con la trama, los personajes o el ritmo de la historia», junto a los Fresán o Banville.
Y en su búsqueda de la puerta adecuada para hallar el tono, la habitación propia en el mundo de las letras, el tono que considera, atinado, adecuado, imparte lecciones, sin que tal sea su pretensión, que nos llevan a ciertos autores y al intríngulis de sus obras, como es el caso de Melville y su libro-ballena, mostrando por otra parte cierto hastío sobre la dichosa frase del escribiente Bartebly, o a un repaso del relato ya mentado de Cortázar, o… y no quisiera abundar ya que las pistas ofrecidas por el escritor son abundantes hasta los bordes del abuso en un amplio abanico y no menos vasto panorama; y cuidado, ya que siendo consciente de que sarna con gusto no pica, al menos a servidor le gusta esta abundancia de referencias, de encuentros con escritores con su sabroso anecdotario que conducen a la sonrisa cuando no a la abierta risa, ya que, qué duda cabe, que Vila-Matas tiene un fino sentido de humor y una tendencia desencadenada a mostrarse ocurrente… en esa visita a diferentes habitaciones que parecen comunicar las unas con otras a pesar de la distancia geográfica en que se hallan. Y si la escritura comienza en París allá finaliza, con un centro de gravedad de equilibrio inestable que se sitúa en la Ciudad Condal, esta tendencia capicúa se plasma igualmente en la dedicatoria, a Paula de Parma, que abre el libro y la frase final acerca del misterio del universo que le suelta su madre.
Y tras unos años de silencio creativo, Enrique Vila-Matas renace con renovadas fuerzas.