Category: ALBERT CAMUS


Por Iñaki Urdanibia

No pretendo, de ninguna de las maneras, mantener una postura fija e inflexible; es más, las líneas que siguen más que una posición cerrada tienen como propósito sacar a relucir algunos aspectos que parece que se han de tener en cuenta a la hora de leer, me refiero fundamentalmente a las dos obras presentadas, que, se quiera o no, se entrelazarán con las intervenciones que el escritor mantuvo con respecto a la guerra de Argelia. Hay opiniones para diferentes gustos: unos, tomando sus posturas como ejemplares, otros condenándolas de manera rotunda; algunas interpretaciones defienden la absoluta coherencia de Camus con las teorías que había expuesto en sus obras, en especial en los ensayos; otras se sitúan en las antípodas de lo anterior. Servidor tiene, por momentos, tentaciones a balancearse en un ni /ni, tal vez por contagio del propio autor; en su Appel publicado en Révolution prolétarienne en 1957, retomado en su Crónicas argelinas 1939-1958 se lee: «me falta en primer lugar la seguridad que me permita zanjar, o decidir, sobre todas las cuestiones», las mismas palabras pueden hallarse en diferentes lugares, ya que las repite una y otra vez, y que podría completarse con aquella afirmación del ocurrente Oscar Wilde: «el matiz es lo que distingue la razón de la barbarie».

«…Suerte de isla inmensa, defendida al norte por el mar moviente y, al sur, por las olas inmovilizadas de las arenas», se lee al principio del libro inacabado que se halló en el asiento trasero del vehículo en el que halló la muerte, publicado más tarde, por su hija Catherine, bajo el título de El primer hombre.Más de la mitad de su vida había transcurrido en dicho teatro que representa Argel y más en concreto en el barrio obrero, Belcourt, en el que creció. «He crecido en el mar y la pobreza me ha resultado fastuosa, más tarde perdí el mar, entonces todos los lujos me parecieron grises, la miseria intolerable. Desde entonces aguardo. Aguardo los barcos de vuelta, la casa junto al agua, el día límpido…».

Allá en un barrio de la capital, en Mondovi, había nacido el 7 de noviembre de 1913. Su padre -de orígenes alsaciano- murió combatiendo en la primera guerra mundial, así pues no le llegó a conocer. Su madre, sus orígenes eran de Menorca, era analfabeta y hubo de trabajar en labores de limpieza para mantener a los suyos (además de Albert, en la casa vivían, su hermano Lucien, la abuela y un tío enfermo). Cursó sus estudios hasta conseguir la licenciatura en filosofía, no pudiendo dedicarse a su enseñanza ya que una tuberculosis mal curada a los diecisiete años, le impediría pasar las pruebas para optar a la agregaduría; enfermedad que por otra parte no le abandonaría de por vida. Se dedicó al periodismo, y puso en marcha alguna compañía de teatro, coincidiendo con su breve militancia en el PC, en la sucursal argelina del PCF; al ser cerrado el periódico en el que trabajaba.

Su familia había llegado a Argelia hacia 1830, su padre había nacido en Ouled Fayer en 1885 y su madre nacida en Birkhadem en 1882, y él se consideraba argelino con tanto derechos como los árabes, como se lo señalaba a un periodista: «siendo africano del norte y no europeo», esta conciencia, además de sus concepciones ideológicas, le marcarán en sus posicionamientos a los que luego me referiré someramente.

Así como es natural, muchos de sus escritos están situados en su país natal (en la capital Argel, en El extranjero, en Orán, en La Peste, o en Tipasa o Djemila en sus relatos recogidos en su Nupcias). Los sabores solares, mediterráneos empapan sus textos, y hasta sus ensayos en su reivindicación de la pensée de midi, cuya significación expone en su El hombre rebelde, que se basaba en la noción de medida, de límite, heredadas del pensamiento griego, alejada de cualquier postura que defendiese que el fin justifica los medios; el aspecto es subrayado por todos sus biógrafos (Herbert R. Lottman, Olivier Todd, Emmanuel Robles; nada digamos de su hagiógrafo Michel Onfray en su L´Ordre libertaire. La vie philosophique de Albert Camus y en otros textos dedicados al pensée de midi) y queda resaltado en su propia obra póstuma, El primer hombre. En este orden de cosas, su amigo Robles le calificó como hermano de sol. Así, como digo, el habitual es el escenario mediterráneo si se exceptúa, de manera especial, la última de sus novelas publicada en vida, La caída (1957) que se desarrolla en Ámsterdam, cuyas brumas encajan mejor como paisaje del absurdo, en donde mostraba, por otra parte, ciertas dudas sobre los tan cacareados grandes principios de la llamada civilización occidental que en el más de los casos quedaban en mero papel mojado, o seco si se quiere, que lo mismo da.

En las dos novelas en las que me he detenido en los artículos anteriores, el escenario se sitúa en Argelia, más en concreto en la capital Argel, la una, y en Orán la otra, si bien como ha quedado señalado, su ubicación no significa de ninguna de las maneras una forma de localismo, ya que sus mensajes tiene pretensión y alcance universal, ya que el eje reside en el absurdo, la revuelta, el conformismo, la indiferencia… Sí que cabe resaltar que en ninguna de las dos novelas, los árabes juegan un papel protagonista: en la primera, su papel es el de víctima, y su pandilla de compañeros un tanto sospechosos de ser de poco fiar, y en la segunda, ni aparecen a no ser que se considere que cuando se habla de que la enfermedad afectaba en especial a los barrios más alejados del centro, a los barrios más pobres, se está pensando en los árabes que en la realidad real, no literaria, eran quienes vivían en condiciones más precarias y marginadas, en lo económico, en los social y en todo lo demás. Podría mantenerse que su mirada es la propia del colono, a los habitantes francófonos, al dar protagonismo a los personajes de origen francés, al tiempo que, se quiera o no, la aparición de dos instituciones: un tribunal y un hospital, dan la imagen del carácter benefactor de la presencia francesa, más si se tiene en cuenta que el tribunal juzga a un francés, basta ver su apellido y su descripción para afirmarlo, por haber asesinado a un árabe, y el tribunal se muestra justo e imparcial al aplicar la máxima pena al asesino, más allá de su origen, y más allá de la identidad de la víctima. Lo dicho no debe hacer pensar que Camus defiende la colonización, el problema reside en que la niega en cierta medida, al mostrar su empeño notable en subrayar que los argelinos no tienen una identidad propia reivindicable ya que su humus cultural es deudor de los griegos, en consecuencia occidentales, y otros, en consecuencia, sus reivindicaciones de soberanía no tienen fundamento sólido («en lo que concierne a Argelia, la independencia nacional es una fórmula meramente pasional. No ha habido nunca nación argelina. Los judíos, los turcos, los griegos, los italianos, los bereberes tendrían tanto derecho de reclamar la dirección de esta nación virtual. Actualmente, los árabes no forman ellos, en exclusiva, toda Argelia. La importancia y la antigüedad del poblamiento francés en particular bastan para crear un problema que no puede compararse con nada en la historia. Los franceses de Argelia si¡on también ellos en el sentido fuerte del término indígenas. Hay que añadir que una Argelia puramente árabe no podría acceder a la independencia política es más un error»); dicho sea al pasar sus posturas, por lo visto, era desapasionadas, pura razón. Dicho lo cual es preciso añadir, en honor a la verdad, que Camus criticó con dureza las condiciones de vida a que se sometía a los árabes: ahí está su ensayo sobre las Miserias de Kabilya, que supuso el cierre del periódico en el que trabajaba, L´Argel républicain; igualmente no cesó en sus críticas enfurecidas por las matanzas cometidas con ellos como la de Sétif, etc. Más tarde sus denuncias del comportamientos de las autoridades francesas con sus redadas indiscriminadas, el uso sistemático de la tortura, etc., fueron constantes. Podría decirse que su postura era la propia de un humanista que mantenía que se había de tratar con criterios más morales a los árabes, y… que todo siguiese igual, sin ser sus postura asimilable, por ejemplo, a la de un Raymond Aron, ya que Camus defendía a los de abajo, él pertenecía a tal medio, y desde este punto de vista no hacía distingos entre franceses y árabes. De sus compromisos no es necesario pasar lista, baste mencionar su postura con respecto a la revolución de Asturias, sus posicionamientos en la guerra del 36, su participación en la Resistencia, organizado en Combat, sus denuncias contra la pena de muerte a los comunistas griegos, en 1949, su dimisión de la UNESCO por la admisión franquista como miembro de tal organización en 1954, o su petición de amnistía, en 1954, a los denominados terroristas argelinos, etc., etc., etc.

Argelia le dolía como al otro, al de Bilbao, le dolía España, y eso se palpa de manera absoluta en sus intervenciones acerca de la guerra argelina, en las que trataba de buscar una salida que mantuviese unida a ambas comunidades, de manera federada, una tercera vía que no cuajó y que quedaba expuesta en sus textos recogidos en sus Crónicas argelinas; de ahí su patética llamada a una tregua civil en 1956, cuando el enfrentamiento armado ya había estallado de manera generalizada tras los años de intercambios armados de menor intensidad. Ha de quedar claro, cosa que muchas veces se escamotea, que la salida ideal para Camus era la de que no hubiese separación de Argelia ya que ello supondría un desmoronamiento de la moral de Francia, amén de una derrota. Añadiré a lo dicho que Camus trató por todos los medios de vaciar de contenido las reivindicaciones nacionales, al empeñarse en demostrar que Argelia, como tal, no tenía una identidad propia (¿la cultura árabe?) y que, al fin y a la postre, sus reivindicaciones respondían a un imperialismo panarabista, el de Nasser (nunca habla del imperialismo francés), como piede verse en la cita transcrita con anterioridad; estas afirmaciones huelen indudablemente a una defensa cerrada de la unidad patria que era puesta en peligro, que, por otra parte, era la defensa, vellis nolis, del imperialismo francés. Tales propuestas fueron tachadas de inmediato de angelicales, nombrándole algunos a partir de ahí como un santo laico, si bien moviéndose más a ras de suelo su posición fue juzgada como propia de los pieds-noirs, a lo que vino a sumarse la célebre y radical afirmación que hiciese con motivo de la recepción del Nobel en 1957: «yo amo la justicia, pero defendería a mi madre antes que la justicia», que tato dio que hablar, entre otros y de manera especial a la famille de Sartre, encabezada en esta ocasión por Simone de Beauvoir que se mofaba de la curiosa justicia sin justicia del autor del Hombre rebelde. Precisamente en este libro se haya su postura expuesta una y otra vez de que «no quiero ser ni verdugo ni víctima», prefiriendo ser yunque a martillo, por usar la disyuntiva de Goethe. La postura de Camus seguía las ideas de dicha obra, o la de su obra teatral de 1949, Los justos en donde destacaba la postura de Kaliayev quien encargado de arrojar una bomba a la calesa del gran duque Serge, renunció a ello al ir en el mismo vehículo un par de niños, cuyas muertes no harían, frente a la postura intransigente de Stepan, sino transformar la revuelta justa en asesinato…en una carta a Jean Sénac se lee: «si puedo comprender al combatiente de una liberación, no puedo tener sino disgusto ante el asesino de mujeres y niños», o en términos parecidos se manifiesta en El veneno del terrorismo, recogido en su Crónicas argelinas: «cualquiera que sea la causa que se defienda, resultará siempre deshonrada por la masacre ciega de una muchedumbre inocente en la que el asesino sabe de antemano que alcanzará a mujeres y niños». Ël creía en las revoluciones que economizasen sangre, el asesinato, la tortura, el exterminio; y en las actuaciones del FLN él ve el mismo modelo que dio al traste con la lucha del pueblo soviético.

Esta postura era equilibrada con las denuncias, inequívocas de la exacciones francesas, la sombra de Sétif o las razzias llevadas a cabo en el XIX para limpiar de árabes amplias zonas del país magrebí, en el lenguaje de los franceses de pure souche, otro departamento más de ultramar, escamoteando no obstante, como señalase Edward Said, el de El orientalismo, que la entrada de Francia en la zona tenía fecha de entrada, 1830, y la tuvo de salida, 1964. Su posición era la de que dos condenas eran inseparables: la de la violencia del terrorismo y la de las tropelías del ejército francés, dirigido por el gobierno hexagonal, la violencia con dos cabezas como Jano; los dos a la vez como gustaba decir a Pascal, y siempre comprender las razones del enemigo que no es lo mismo que darle la razón, sin demonizarlo…No eran tiempos ya, tal y como estaban las cosas, para tal tipo de equilibrios que eran el camino directo a la ambigüedad , y mal que bien para excusar la presencia francesa en el lugar, con sus imposiciones lingüísticas y morales (del latín: mos, moris = costumbre). No cabe duda de que los ataques le vinieron de todos los costados, ya que en aquellos momentos las luchas de liberación nacional estaban en boga y el uso de la violencia era la moneda al uso, y por el otro costado, la única exigencia que valía la pena era seguir dando leña al FLN y, por extensión, a la población árabe como sospechosa de ayuda o connivencia con los muyahidines. Las posturas dominantes en la época, al menos en las filas de la izquierda, era el de apoyo a la causa argelina, algunos la defendieron a pesar de los pesares, sin elevar a los altares a los combatientes y aun siendo conscientes de los peligros que acechaban a la Argelia liberada del yugo colonial. Significativas resultan las palabras de Mohammed Ramdani : «los signos de la degeneración del FLN eran legibles durante la guerra, llevando esta degeneración el triste nombre de burocracia, de clientelismo, de lucha por el poder. Jean.-François Lyotard hacía ver claramente que estas plagas -que minaron en su tiempo al partido bolchevique-no tenían nada de accidental sino que eran estructurales». Se ha de tener en cuenta que el filósofo francés nombrado y elogiado, autor de Le Différend, nada más finalizar la carrera ejerció de profesor en el liceo de Constantina durante dos cursos lo que le convirtió en conocedor de la zona y su luchas, y en especialista de los temas del Magreb en la revista Socialisme ou Barbarie (SouB), cuyas crónicas (posteriormente recogidas en La guerre des Algériens. Écrits 1956-1963, Galilée, 1989) dan sobrada cuenta del deber de apoyar la lucha de los argelinos por la independencia a pesar de los peligros que se cernían sobre el horizonte. Así lo explicaba años después en una entrevista: «la gente de mi generación en Francia han sido confrontada al problema de la guerra de Argelia. Tras un análisis bastante sencillo de la situación, era fácil comprender que el desarrollo de la lucha argelina y la independencia conducirían a la constitución de un régimen burocrático-militar que no sería precisamente democrático. Era una descripción, podía provocar o aprobación o desacuerdo. Y en la primera hipótesis, la conclusión que se habría podido extraer habría sido la de no facilitar de ninguna de las maneras la independencia de Argelia. Hubiera sido una confusión, una ilusión: pues no se puede deducir una prescripción(incluso negativa) de una descripción. De hecho podría decirse también, y se ha dicho: “es verdad que este movimiento producirá un aparato militar, pero es justo apoyar, sino el aparato, al menos el movimiento”. En otros términos, se hacía la experiencia concreta de lo político, lo que hacemos todos los días: hay dos familias de frases, una que obedece a la regla de lo verdadero y lo falso, la otra que tiene por regla la de lo justo y lo injusto. Y estas familias son independientes, no es posible traducir una en la otra»(Régles et Paradoxes). Más allá de estas posturas más temperadas, hubo sectores de la intelectualidad hexagonal que se comprometieron con los luchadores argelinos con un espíritu solidario y anti-colonialista encomiables. Como muestra ahí están los porteurs des valisses, (mención especial merece Francis Jeanson que fue juzgado por su apoyo al FLN en un aireado proceso) y los significativos firmantes del Manifiesto de los 121, Declaración sobre el derecho a la insumisión en la guerra de Argelia, en el que se llamaba a la deserción de los jóvenes y se reclamaba el apoyo al FLN: «respetamos y juzgamos justificada la conducta de los franceses que estiman que su deber es aportar ayuda a los argelinos oprimidos en nombre del pueblo francés»; entre los firmantes André Breton, Claude Roy, Alain Robbe-Grillet, Vercors, Natalie Sarraute, Françoise Sagan , Jerôme Lindon, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Pierre Vidal-Naquet, François Truffaut, Alain Resnais, Simone Signoret… hasta ciento veintiún firmantes.

Donde hay opresión hay resistencia decía el otro, y como se vio en este caso fue sonada: armas, palabras, juicios, revistas, manifestaciones, reprimidas por los CRS hasta la muerte a quienes protestaban (el 17 de octubre de 1961 en París una manifestación pacífica de argelinos es brutalmente disuelta por los CRS, con el resultado de once mil detenidos y varias decenas de muertos; algunos recuerdan los cadáveres flotando en el canal Saint- Martin), salvajes atentados de la OAS contra los domicilios de Sartre y de André Malraux (en cuya protesta los flics mostraron una vez más sus versallescas maneras al disolver una manifestación, el 8 de febrero de 1962, con el resultado de al menos nueve muertos en las puertas de la estación de metro de Charonne), etc.

Entre las figuras implicadas en la lucha directamente un papel destacado lo ocupó el psiquiatra martiniqués Frantz Fanon quien se convirtió en destacado teórico de la lucha contra el colonialismo y en defensor acérrimo de las revoluciones del llamado Tercer Mundo. En Argelia militó en el FLN y fue, en múltiples ocasiones, el altavoz de tal organización en distintos foros, cuando dicho país devino un verdadero faro esperanzador en el camino de la descolonización, y en una sólida base de apoyo para los países no alineados que organizados en la Tricontinental hacían frente a la red imperialista Trilateral. Ahí están sus inevitables obras que hoy todavía mantienen una preclara actualidad, no sólo en lo que hace a los colonial studies, para el estudio de los temas africanos y de las luchas de liberación. Por la revolución africana, Sociología de una revolución, El año V de la revolución argelina, Los condenados de la tierra… son algunas de sus obras. La última de las nombradas fue prologada, con furia, por Jean-Paul Sartre con un polémico texto que hoy todavía da mucho que hablar… en él entre otras cosas se preguntaba, y extendía la interrogación a sus conciudadanos, ante la herida abierta de la guerra inconclusa (el libro apareció en 1961 poco antes del fallecimiento de Fanon y todavía con la guerra coleando): ¿nos curaremos?. En las anteriores obras del martiniqués nombradas mostraba sus dotes de profeta al alertar de ciertos peligros que podían amenazar en el futuro a la independencia del país liberado: las tendencias a la burocratización y al mantenimiento de los lazos neocolonialistas, solapados, que podían vaciar la cultura propia y convertir a los gobernantes en consentidos títeres de gobiernos extranjeros. Este era el panorama de aquellos años que hacían inaudibles las propuestas del autor de El mito de Sísifo, y al final, abrumado por los furiosos ataques y críticas recibidos por sus propuestas Albert Camus optó por el silencio: «ante la imposibilidad de unirme a ninguno de los extremos, ante la progresiva desaparición de esa tercera fuerza en la que aún podá mantenerse la cabeza fría, dudando también de mis certezas y conocimientos, persuadido al fin de que la verdadera causa de nuestras locuras reside en las costumbres y el funcionamiento de nuestra sociedad intelectual y política, he tomado la decisión de no volver a participar en las incesantes polémicas que lo único que han conseguido ha sido aumentar las intransigencias de las distintas posturas en Argelia y dividir cada vez más una Francia envenenada ya por los odios y las sectas» (se lee en sus Crónicas argelinas). Y la muerte no le dejó conocer el desarrollo de los acontecimientos y el fin de la presencia, al menos del dominio político, de los franceses. No seguiré con la deriva que tomó posteriormente la Argelia independiente, mas lo que sí que no es de recibo es mantener, como lo hace por ejemplo Daniel Salas en su Albert Camus. La juste révolte, Éditions Michalion, 2002, que Camus acertó al subrayar la falta de identidad de Argelia como serio problema para el futuro del país magrebí; falsedad absoluta ya que los problemas – y ahí sí acertó Camus y otros grupos anarquistas o autónomos – llegaron más por la teoría, y la práctica, vanguardista de un partido único militar, y por los medios (que como advertía Camus son, o se convierten en, el fin) que devino en una dictadura burocrática, estado que, historia impera, ha sucedido, por desgracia, una y otra vez en las luchas y revoluciones que en el mundo han sido, haciendo que si el término revolución fue tomado del campo de la astronomía, la rotación señalada también se cumple en lo político-social, vuelta completa hasta llegar a la posición inicial, o parecida (pace Onfray).

Y ahí lo dejo, refiriéndome a aquello que dijese un ocurrente escritor barcelonés: preferiría vivir el futuro soñado por Sartre, pero en el que rigiese la moral de Camus. No sé, y me quedo balanceándome entre aquello que dijese Heidegger – quizá pensando con engreimiento en sí mismo – de que los grandes hombres cometen grandes errores, o aquello otro de Voltaire que aconsejase juzgar a los grandes hombres por sus obras maestras y no por sus faltas. Aunque la verdad, no sé si en el caso de Camus puede hablarse con rotundidad de faltas y de errores.

Concluyo, en medio de un estado de confusión de razones, he de confesar que me hallo, en una especie de epojé constante, que me acerca a aquella respuesta que un escéptico diese a Sócrates al oírle decir su célebre sólo sé que no sé nada… pues yo no sé ni eso.

Por Iñaki Urdanibia

No es aventurado afirmar que La peste es la novela más célebre y más leída de Albert Camus; el éxito le acompañó en el momento de su publicación y lo siguió después, hasta el verdadero revival ligado a la pandemia de la COVID-19, cuando las ventas del libro se dispararon hasta alcanzar los primeros puestos en las listas de lecturas y de ventas. No cabe duda de que la obra tenía, en su momento, mucha miga, y la sigue teniendo, ya que se puede abrir a diferentes interpretaciones: por una parte, como una simple descripción de una cuarentena, que la actualidad, reitero, ha cargado de interés; casi trasparente resulta ligar la peste con la extensión creciente y rápida que en los momentos de su escritura mostraba la peste parda, en forma, en especial, del nacionalsocialismo y su carácter imperialista y destructor. Las referencias a la guerra de 1939-1945 se repiten en la novela, dándose igualmente alusiones a las disputas ideológicas del momento; el propio escritor explicaba en una carta a Roland Barthes que «el contenido evidente de La Peste, es la lucha de la resistencia europea contra el nazismo». Por último, por no ampliar en exceso el abanico, puede tomarse como el reflejo de la peste que permanece adormecida en cada cual, significando ésta la ausencia del espíritu de revuelta, y muestra del conformismo ante las injusticias del momento, representando la peste la presencia del Mal en el mundo: el sufrimiento de los hombres, en particular el de los inocentes, las injusticias, ofreciéndose al tiempo una propuesta de revuelta ante el absurdo de la condición humana, que debe materializarse en la solidaridad que supone el camino de la dignidad. Dejando de lado las cualidades literarias y las derivas filosóficas de la novela, que no son de orden menor y que corresponden al proyecto que se había marcado el escritor. Así si en su anterior El extranjero, presentaba al hombre absurdo en su soledad y aislamiento, y una forma de rebeldía meramente individual frente a la sociedad, en esta nueva novela da un paso más al señalar las formas de rebelarse contra el absurdo, siendo honesto consigo mismo y mostrando simpatía y solidaridad con los otros.

Camus fue conducido a Orán, acosado por el gobierno kolaboracionsta de Vichy, al ponerle numerosas trabas para encontrar trabajo en la capotal; allí permaneció desde enero de 1941 hasta agosto de 1942, malviviendo al carecer de ingresos. La red de resistencia todavía andaba en pañales, a pesar de lo que Camus era vigilado de cerca, limitando su libre circulación y su actividad, atosigado por varios interrogatorios acerca de sus movimientos. Se vino a unir a la precaria situación una nueva recaída en la enfermedad, que amplió su influencia al pulmón izquierdo, lo que le obligó a permanecer una largo período en absoluto reposo. No es aventurado afirmar que esta situación de acoso se reflejase en la escritura de la novela, si bien, como es natural, ampliando el foco a lo colectivo, ya nombrado, y otorgándole forma literaria.

Aquí el absurdo irrumpe en la colectividad por medio de una epidemia en la que comienzan a aparecer ratas muertas a montones; primero en la casa del doctor Rieux que es el primero en hallar, el día 16 de abril, una en el descansillo del portal, al principio el portero de la casa, el viejo Michel, piensa que es fruto de una gamberrada. mas luego al extenderse la aparición de ratas muertas por todas las esquinas de la ciudad de Orán en el año 19… (la ambientación y las noticias de actualidad hacen pensar que se refiere a 1940), la hipótesis del portero va dando paso a otra idea que corresponde con una realidad más problemática; por cierto, Michel enferma y al final muere en manos de la asistencia consoladora del padre Paneloux. Por allá aparece un periodista, Raymond Rambert, que piensa hacer un reportaje sobre la discriminación a que son sometidos los árabes, la enfermedad hará que el objeto de su reportaje pudiera cambiar; el periodista tratará por todos los medios, legales e ilegales, salir del cerco para reunirse con su compañera que está en la metrópoli, pero al final renunciará para ayudar al doctor Rieux. Las autoridades buscan por todos los medios evitar que cunda el pánico en la población para lo que dan largas al asunto, hasta que el final y tras las indicaciones de los médicos de la ciudad, optan por tomar medidas restrictivas en lo que hace a movilidad, comunicaciones, higiene, llegando a cerrar la ciudad, cortándola del mundo. Ya en los primeros pasos de la crónica, tras ser descrita la ciudad de Orán y el modo de vida de sus ciudadanos, aparece un empleado municipal, que dedica su tiempos libre a tratar de escribir una novela para la que no encuentra las palabras adecuadas, Joseph Grand, que avisa a Rieux del intento de suicidio de un vecino suyo, Jean Cottard, al que ha bajado de la soga a tiempo, el doctor acude y pone al suicida en vías de solución; el agradecimiento del sujeto hacia Rieux le va a conducir a cambiar de manera de comportarse y así de la distancia que tenía con sus semejantes, pasa a ser un tipo amable, lo que no quita para que más adelante acabe siendo detenido por algunos delitos cometidos aprovechándose de la peste, y su relación con diversos negocios sucios; «yo me encuentro mucho mejor aquí desde que tenemos la peste con nosotros». Mientras la enfermedad se hace más patente hay ciudadanos que hacen como si nada pasase. Las separaciones de parejas y de familias es frecuente, dándose cantidad de separados, debido a que a algunos les ha pillado la epidemia fuera de la ciudad, como es el caso de la esposa del propio Rieux que había partido a un centro de reposo con el fin de recuperarse de su débil estado de salud. Hijos sin padre, y viceversa, y amantes separados… y una estado mental que hace que más de uno recapitule acerca de sus relaciones amorosas y otras, y otros desesperen provocando acciones destructivas.

El doctor Rieux pone todo su empeño en ayudar a la gente y con tal fin en torno a él comienzan a juntarse algunos voluntarios. La cantidad de muertes aumenta de manera exponencial, destacando la de un niño, hijo del señor Othon, juez de instrucción que mostrándose distante se implica con la lucha contra la peste a raíz del fallecimiento de su pequeño; la muerte de un inocente subleva al doctor Rieux que se enfrenta al padre Paneloux, diciéndole que nunca amará esta creación en la que los niños son torturados, postura que, en cierta medida, puede ser considerada como el hilo conductor de toda la obra de Albert Camus: la injusticia del mundo, el horror, la muerte (forma extrema del absurdo), etc. Precisamente la Iglesia, como no podía ser de otro modo, recurrió a sus píos métodos, organizando rogativas y ofreciendo encendidos sermones el clérigo nombrado, que presentaba la situación como castigo de Dios y proponía a los feligreses, ocasionales, que hincasen sus rodillas y orasen, ya que el hartazgo del Señor había llegado al límite.

La situación no parece mejorar a pesar de los ímprobos esfuerzos realizados y el esperanzadora descubrimiento de una vacuna del doctor Castel; a partir de entonces parece que las cosas empiezan a mejorar, dándose en la narración un ascenso que es posteriormente seguido de un descenso, al unísono con la vida de los humanos. A lo largo de la novela van viéndose diferentes actitudes con respecto a la peste: el nombrado doctor Rieux, personaje central del libro y de la historia, acaba declarando que es el autor de la crónica, narrada en primera persona, de lo que va sucediendo, finaliza perdiendo a su mujer en el retiro de la montaña; Jean Tarrou que acaba de llegar a la ciudad, hombre que apunta todos los hechos que se van sucediendo, se vuelca enseguida a ayudar a Rieux organizando unas agrupaciones sanitarias de voluntarios (la sombra trasparente de la Resistencia invade las páginas), hallando la muerte al final del libro; también Grand juega un papel importante al desempeñar una especie de secretaría de los equipos sanitarios; y en lo que hace a las referencias a los resistentes, queda señalado que «hay siempre un momento en la historia en el que quien se atreve a decir que dos y dos son cuatro está condenado a muerte […] Aquellos de nuestros conciudadanos que arriesgaban entonces sus vidas, tenían que decidir si estaban o no en la peste y si no había que luchar contra ella», frente a las posturas derrotistas de los nuevos moralistas que mantenían que nada servía de nada, «hay que luchar de tal o tal modo y no ponerse de rodillas […[ no había más que un solo medio: combatir la peste. Esta verdad no era admirable: era sólo consecuente».

Al final la ciudad logra librarse de la peste, lo que no quita para que la amenaza de la vuelta del bacilo siempre siga presente. Camus mantuvo su atención sobre el tema en su obra de teatro Estado de sitio (1948), en la que un tirano que responde por cierto al nombre de Peste, considera culpables a todos los habitantes de la ciudad, poniéndoles en la lista de los destinados a la muerte; le ayuda en la siniestra empresa un siniestro personaje de nombre Muerte que lleva la siniestra contabilidad de quienes han de ser destinados al sacrificio. No obstante, donde hay opresión hay resistencia y así un joven que responde al nombre de Diego se opone con todas sus fuerzas a las tropelías del poder.

Añadiré que si en El extranjero se da la coincidencia de que el protagonista vive solo con su madre, cosa que Camus tomaba de su propia experiencia, tanto en aquélla como en esta que acabo de presentar se repite un impacto relacionado con la pena de muerte que responde en gran medida a lo que la madre de Camus le contó acerca del propio padre del escritor, y que inspira la presentación que el escritor incluye en sus dos novelas. Camus padre había seguido con interés un juicio en el que al final el acusado fue condenado a muerte; el día de la ejecución con el tiempo necesario el padre de Camus fue a presenciar la ejecución; al volver a su casa, descompuesto, vomitó sin parar. El relato quedó grabado en la mente del escritor que siempre se enfrentó a la pena capital. Esta misma escena cuenta Meursault , en El extranjero, que le fue contada por su madre. En esta ocasión, aparece el personaje de Tarrou, cuyo padre había sido fiscal de un juicio en el que se condenó a muerte al acusado («él tenía que asistir, según la costumbre, a eso que llaman delicadamente los últimos momentos y que habría que llamar el más abyecto de los asesinatos») la impresión y la repulsa que le provoca esta condena y su ejecución hace que el hombre cambie su manera de enfrentarse a la vida y que a partir de entonces sienta vergüenza por su responsabilidad en distintas muertes, lo que le lleva a la decisión de «rechazar todo lo que, de cerca o de lejos, por buenas o malas razones, hace morir o justifica que se haga morir» [las confesiones de Tarrou al doctor Rieux aclran las reflexiones de Ni víctimas ni verdugos, mostrando el paso de la moral de la convicción a la moral de la responsabilidad]. Postura absolutamente contraria a la pena de muerte a la que Camus dedicó páginas precisas y encendidas: así en su texto de 1957, Reflexiones sobre la guillotina, y algunos otros textos, alguno a cuatro manos con Arthur Koestler, en los que mostraba su rotunda oposición a la pena de muerte, tanto consagrada por las leyes como la extrajudiciales, inspiradas por cuestiones ideológicas: Réflexions sur la peine capitale, Pocket, 1994.

Lo que iban a ser dos artículos, que había anunciado, se han ido ampliando sobre la marcha, de modo y manera que al final he optado por completar el análisis de ambos libros por añadir un tercer artículo, dedicado a la presencia de Argelia en los libros analizados y también en sus intervenciones públicas.

Por Iñaki Urdanibia

«El hombre no es enteramente culpable, no ha comenzado la historia; ni totalmente inocente ya que él la continúa. Quienes pasan ese límite y afirman su inocencia total acaban en la rabia y la culpabilidad definitiva»

Nunca está de más acercarse a la obra del franco-argelino, en ese orden, pues de ellas siempre se extraen enseñanzas o al menos sirven para dar marcha al pensamiento. Ahora, aprovechando que el Urumea pasa por Donostia o el Bidasoa por Irún, que viene a ser los mismo, o casi, que decir que se cumplen setenta y cinco años de la publicación, en 1947, de La peste y ochenta, en 1942, de El extranjero…aprovecho las coincidencias para detenerme en las dos obras nombradas.

Explicaba el escritor en Estocolmo, en 1957, con motivo del acto de recepción del premio Nobel de Literatura que se le había concedido al conjunto de su obra, cómo había proyectado ésta:

«Tenía un plan preciso cuando he comenzado mi obra: quería en primer lugar expresar negación [entiéndase el absurdo], bajo tres formas: Novelesca: El extranjero. Dramática: Calígula y El malentendido. Ideológica: El mito de Sísifo. No podía haber hablado de ello si yo no lo hubiera vivido; no tengo ninguna imaginación. Pero era para mí, si queréis entenderlo así, la duda metódica de Descartes. Sabía que no se puede vivir en la negación como ya lo anunciaba en el prefacio de El mito de Sísifo; preveía lo positivo [la revuelta] también bajo las tres formas. Novelesca: La peste. Dramática: El estado de sitio y Los justos. Ideológica: El hombre rebelde. Entreveía ya una tercera capa, en torno al tema del amor. Es el proyecto en el que trabajo en el presente».

Ciertamente queda señalada la huella que su vida ejerció sobre lo que escribió. Su vida desde su infancia se vio inmersa en una ambiente que le llevó a considerar que la vida era absurda: infancia en un hogar realmente modesto, por no decir pobre hasta las entretelas: Vivía con su madre que se dedicaba a las labores de interina en diferentes casas; mujer de comunicación difícil, lo que hacía que el silencio reinase en la casa, a la que únicamente entraban los exiguos ingresos de la cabeza de familia que trataba a sus hijos con mano dura. Si el vacío le marcó, podría decirse que fue mayor si en cuenta se tiene que no conoció a su padre que había fallecido en combate, en la primera guerra mundial. De él habló en su última novela, inacabada, que había comenzado el año 1959, cuyo manuscrito fue hallado en el asiento del Facel Vega FV, conducido por el sobrino del editor Gaston Gallimard, en el que el escritor falleció… no hay nada más estúpido que morir en una accidente de coche, había sentenciado a un amigo. La obra que nombro se publicó al final en 1994 bajo el título de El primer hombre. El vacío y la ausencia nombrados va a conducir al joven a escribir como forma de entrar en contacto con los demás. Las desgracias nunca vienen solas, y así se ha de sumar la tuberculosis que le hizo codearse en algunos momentos con la cercanía de la muerte, siendo la enfermedad la causa que le obligó a abandonar los estudios. Estas desgracias le hace considerar que la vida ha sido injusta con él y absurda, mas en vez de quedarse amilanado, le sirvié de impulso para mostrar un apetito de vivir desbordante.

Las desgracias que eran padecidas por no pocos seres humanos, y la ausencia de Dios, le reafirman en el absurdo de la vida lo que no ha de suponer que haya ser vivida como una desgracia, sino que la toma de conciencia de dicho absurdo ha de ir acompañado de un vivir con intensidad el instante presente, ya que la eternidad no existe. Así optar por la revuelta ha de ser la manera de hacer ver a los otros el absurdo, lo que conduciría a su cogito: me rebelo, luego somos. No huyendo sino enfrentándose a la vida en una búsqueda constante de un sentido a la propia existencia; no es la revuelta una retirada ni una fuga sino la plena conciencia de la condición humana.

El extranjero

Con anterioridad ya habían visto la luz algunos textos, sin contar sus artículos periodísticos en el mensual Sud, en otras publicaciones (Alger républicain o Paris-Soir), o en los órganos de prensa del PCF –militancia que por cierto no le duró mucho, al ser expulsado en 1937, dos años, después de haber ingresado . En 1936, escribe el drama Revuelta en Asturias, El revés y el derecho al año siguiente; dos años después Nupcias, y en 1942, la novela de la que hablamos, al tiempo que El mito de Sísifo. Fue precisamente El extranjero, obra que al publicarse obtuvo notable éxito, catapultándole a la fama y a la consideración como brillante escritor. Son los tiempos de la debacle del ejército francés, militando Camus en la Resistencia(en labores de información y prensa clandestina), y al final de la guerra será el director de Combat, la publicación que tenía el mismo nombre que la red resistente En aquel momento, mientras trabaja en France-Soir, es cuando escribe esta novela que por consejo de André Malraux es editada por Gallimard.

El éxito, tanto de crítica como de lectores, se debía en gran parte, amén al atractivo y sencillez de su escritura solar, a la inscripción de sus textos en su tiempo. No eran tiempos para escribir de flores con la que estaba cayendo, según aseveraba. El acento de su postura lo ponía en que los sueños de la razón crean monstruos, tanto en lo metafísico, como en lo histórico-político, y su empeño consistió en subrayar la importancia de los límites para evitar los desbarres, debidos a ideologías prometeícas: la idea del Grand Soir se le antojaba tan utópica y hueca como las pías promesas del paraíso cristiano; sus posicionamientos se movían más por los acontecimientos del momentos.

Ya desde el inicio del libro uno se ve impactado por la frialdad, y por una escritura neutra e impersonal que irá tomando las páginas; sequedad y tono cortante, forjado con frases cortas, rápidas e incisivas que no se andan por las ramas sino que van directas al grano. «Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. He recibido un telegrama del asilo: “Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame». Nada quiere decir. Tal vez fue ayer». La primera persona del singular del protagonista que responde al nombre de Meursault (nombre que expresa la contracción de mer-sol-soleil) y el uso del presente de indicativo va contagiando la sensación de presente en lo que, en cierta medida, puede ser considerado como un diario íntimo del narrador que crea una tensión entre conciencia y realidad, marca de la casa en todas sus obras en las que se da una sencillez de las palabras que se usan, las expresiones corrientes, palabras familiares, un lenguaje de la calle que aportan indudable naturalidad y cercanía (lenguaje anémico, en opinión de algunos), dándose diferentes bloques de información que se yuxtaponen. En el caso que nos ocupa, la historia va abriéndose paso día a día desde el acontecimiento del que da cuenta la apertura del libro, que traerá cola a lo largo de toda la historia.

Tras pedir un par de días de permiso al patrón, coge el autobús para trasladarse a Marengo, localidad que está a unos ochenta kilómetros de Argel, que es donde está instalado el asilo. La noticia no ha hundido al personaje hors norme, que se toma la cosa con una indiferente frialdad, y hasta duerme plácidamente en el viaje… frialdad e indiferencia absoluta que impacta y que a veces puede conducir hasta el mosqueo con el indiferente protagonista. El clima del absurdo está servido, con el absurdo personaje y su plena indiferencia; lo que elevará el nivel cuando ya en el asilo, no acceda a ver a su madre, a pesar del ofrecimiento expreso de abrirle el ataúd, tampoco accede a velar a la muerte… en la larga marcha hasta el cementerio ni una sola lágrima se vio salir de sus ojos.

De vuelta a su casa y al trabajo, «después de todo, nada había cambiado», la vida sigue su curso habitual, del mismo modo que sus costumbres, sus comidas y sus salidas. El ser una persona distante no impide que establezca, de uno u otro modo, ciertas relaciones con otros personajes de la que no se ofrece ninguna historia a no ser ma mera constatación de su vida presente: Celeste, el lugar en donde va habitualmente a comer; Salamano con su perro, con el que mantenía una continua lucha. Otro vecino, Raymond Sintes (del único que se nombra el apellido) que decía ser almacenero en contra del rumor que corría de que vivía de las mujeres… en no pocas ocasiones vemos en boca de Meursault expresiones como no sé, nunca se sabe, no me parece nada… lo cual repatea, como no puede ser de otro modo, a una joven de nombre Marie con la que mantiene una estrecha relación íntima y que estaba perdida locamente por contraer matrimonio con él, que cuando le preguntaba si la quería escuchaba como toda respuesta: «eso no significaba nada, pero que me parecía que no». El casi anonimato de los personajes de cuya psicología nada se nos dice, ni de su pasado, hace que sea difícil hacerse una idea como para juzgarles en profundidad.

Tras una disputa en casa de Raymond, aparece la policía y como vecino es llamado a declarar como presunto testigo, Meursault dice, ante el pasmo y desesperación de los agentes: «a mí me da lo mismo…», y una retahíla de no sé, nada que decir al respecto, nunca lo he pensado, carece de importancia… En el comportamiento del sujeto se da un constante no saber, no entender lo que se le decía pues pensaba que se le había querido decir otra cosa,. Ante una propuesta de traslado a Paris por parte del patrón que quiere instalar una nueva oficina y le propone a él, como soltero y hombre solitario y sin compromisos, con el fin de que se ocupase allá de los negocios…la respuesta, una vez más descoloca : «en el fondo me daba igual – y ante la pregunta del patrón a ver si no le interesaba cambiar de vida -, contesté que no me interesaba un cambio de vida […] que no se cambia nunca de vida, que en cualquier caso todas valían los mismo…».

No se priva Meursault a la hora de describir minuciosamente, como si tratase de levantar un inventario, todo lo que ve en la habitación, nombrando los objetos más que describirlos, lo mismo que sucederá más adelante al hablar de la sala del tribunal, de la que solo seremos informados de que había dos ventiladores, nada del mobiliario, ni la disposición de la sala; a lo más la presencia del público, sentados todos mirando en la misma dirección y la ubicación de los periodistas, abogados… que, por cierto, parecían todos del mismo mundo, un mundo de privilegiados.

Invitado por unos de sus vecinos a ir a la cabaña que un amigo, Masson, tiene en la playa, accede tras poner alguna objeción a ir acompañado de Marie. Raymond le había contado como había tenido, días antes, algún enfrentamiento con unos árabes; casualmente paseando por la playa ven a alguno de ellos y se da cierta tensión y forcejeo que tiene como resultado una herida de navaja recibida por Raymond, mientras Meursault le cuida la pistola, para que se amigo no hiciese ninguna locura. Más tarde, él pasea solitario por la playa y al ver a uno de los árabes armado con una navaja, le dispara un tiro y ya en el suelo, de suelta cuatro más.

Detenido, comienza sus andanzas ante su abogado, los interrogatorios del juez, y ya en la sala de audiencias, las preguntas y respuestas, en las que asoma con fuerza la impasibilidad del juzgado ante la muerte de su madre, su inhumanidad por haber llevado a su madre a un asilo, a pesar de que la verdad es que no tenía ingresos como para ponerle a alguien que le ayudase, además de que entre madre e hijo nada tenían que decirse, pero el fiscal se muestra implacable… mostrando en todo momento el acusado un abierto rechazo a valorar su acción, a cualquier forma de arrepentimiento, etc., quedando claro por otra parte que rechaza los consuelos que le ofrecen, para su redención, tanto el juez en su despacho, como el sacerdote que trata infructuosamente de convertirle a la fe… hasta la condena final.

La novela puede prestarse a diferentes niveles de lectura; podría considerarse como una banal historia de crimen; también cabría optar por detenerse en la evolución psicológica del personaje que transita de la indiferencia inicial a la pasión de la verdad, o como la presencia del absurdo en la vida y la rebeldía que provoca en los individuos.

Lo único que no deja indiferente al protagonista es la primacía que otorga a sus sensaciones: la playa, las caricias del sol y de las olas, bajo el cielo azul, los encuentros íntimos con Marie; su vida cotidiana se traduce en sus sensaciones físicas: el sol, el calor, el sueño, el sudor. El solo como el pharmakon griego, cura y mata, así el sol juega un papel importante en el agobio que sufre el protagonista que llega a responder en el juzgado que el motivo de que matase el árabe es que hacía calor… respuesta que provoca la risa en la sala, ante su sorpresa. Un comportamiento que resulta alejado del propio de los humanos, siendo un verdadero extranjero entre ellos, y resultando, al final, para la mirada del juez y el cura: un extraño a sí mismo (el único momento en que se sale de sus casillas es cuando precisamente el cura trata de convencerle en su celda de que ha de recuperar su identidad… que se ha extraviado), y…para no sentirse solo llega a desear estar en la sala del juzgado para ser el centro de las miradas de todo dios y el odio de los demás, lo que viene a suponer que acusado por la sociedad Meursault, se reafirmará en sí mismo rebelándose contra ella, cual Sísifo dichoso, que se dispone a morir aferrándose a su verdad, más allá de grandiosos ideales, habiendo rendido culto a su cuerpo y habiéndose entregado a una vivir sensitivo sin pretensiones metafísicas de ningún tipo; se ha ubicado en el absurdo y se rebela para no salir de él; nada que ver con las lamentaciones y remordimientos culpables de la Martha de El malentendido o del emperador Calígula. Modelo de hombre absurdo, que se nos escapa en lo que hace a comprender su manera de ser y comportarse, ejemplo de la idiocia en sentido etimológico: sencillo, simple, único, extraño al mundo; inocente en palabras de Jean-Paul Sartre. «uno de esos terribles inocentes que escandalizan a una sociedad al no aceptar sus reglas de juego»…y es que resulta obvio que la vida no tiene sentido más aque aquel que uno le da y que Meursault para integrase debería renunciar a sí mismo.

El comentario de La peste y algunas reflexiones sobre la cuestión argelina, al hilo de estas dos novelas, los dejo para la entrega siguiente.

Por Iñaki Urdanibia

La fraternal amistad de dos grandes escritores expresada en sus cartas.

«La amistad no hace guardia ni somete a examen la constancia de los corazones expertos. Dos golondrinas, ora silenciosas, ora locuaces, comparten el infinito cielo y un mismo alero»

(René Char)

«Antigua y actual, esta es una poesía que combina refinamiento y simplicidad y que abraza juntamente el día y la noche. En la gran luz donde Char sabe que el sol también atesora oscuridades»

 (Albert Camus)

Hablaba en las últimas páginas de El hombre rebelde, Albert Camus de pensée de midi, pensamiento de mediodía – que tanto juego ha dado, por otra parte, a Michel Onfray – para oponerlo al del norte, hegeliano y oscuro o las ensoñaciones promesas de la religión en sus diferentes expresiones, siendo el otro propio del Mediterráneo, solar, luminoso y feliz, casando geografía con pensamiento… Del mismo modo cabe hablar de la relación solar que, en base un río común que atravesaba los quehaceres de Camus y Char, en una coincidencia que tendía a plasmarse en un país común, así se desarrolló esta estrecha y fraternal amistad que queda expresada en las cartas que intercambiaron: «Correspondencia 1946-1959» (Alfabeto, 2019). Dos creadores: el uno nacido en Argelia, el otro en tierras provenzales, el primero escribiendo narrativa, novelas, cuentos y ensayos, el segundo destacado poeta que no evitaba los fogonazos de prosa poética; ambos resistentes contra el nazismo: el primero desde su Combat, red luego convertida en periódico, el otro con las armas en la mano llegando a alcanzar el grado de capitán en el seno del maquis. Escribía char a su amigo: «pienso que nuestra fraternidad, que se manifiesta en todos los planos, va mucho más lejos de lo que los dos pensamos y de lo que sentimos. Cada vez más seremos un incordio para la frivolidad de los explotadores de nuestra época, para los selectos pregoneros de uno y otro bando. Tanto mejor. Este nuevo combate apenas comienza, y con él, nuestra razón de existir…»; la trinchera del ni/ni estaba en marcha con dos francotiradores de nivel.

El volumen presenta cerca de doscientas cartas intercambiadas acompañadas de unos anexos y apéndices en el que resulta clave una cronología que contextualiza; el tono desde luego resulta de una cercanía que refleja la calidad de almas gemelas que ambos tenían; y tal sensibilidad resultó palpable desde el año en que se conocieron, 1946, y se manteniéndose viva hasta el año del fallecimiento del autor de El mito de Sísifo, el 4 de enero de 1960, en accidente de coche… él que había dicho que no había manera más estúpida de morir, si bien la última carta está fechada en 1959.

Recopilación de cartas y textos de otros géneros que dejan ver el compromiso de ambos con los tiempos que les tocaron vivir, o padecer, y en tales materiales podemos ver las intervenciones de ambos, en una postura ni/ni, que les alejaba de todo modelo de obediencia programática, lo cual no implica, de ninguna de las maneras, que se mantuvieran al margen o a fría distancia de lo que acontecía en la IVª República, el ambiente de la guerra fría, los asuntos relacionados con el colonialismo y más en concreto los inicios de lo que sería la guerra de Argelia. Si estas cuestiones irrumpen en las misivas tampoco falta espacio para las cuitas personales e íntimas: enfermedades, amoríos, etc., como tampoco se ausentan los elogios, guiados por la admiración, del uno acerca del otro y viceversa (el anexo I presenta las alabanzas mentadas). Ha de sumarse a lo anterior el papel de críticos que adoptan ambos con respecto a las obras del otro, críticas no guiadas por el incensario sino por la sinceridad y la agudeza de las miradas afiladas tan duchas en mirar con probidad lo que ante sus ojos sucedía o se exponía.

Reproducciones facsímiles acompañan los textos, fotografías, etc, aportan más cercanía, si cabe, al fraternal intercambio epistolar que se estableció y se fortaleció con el paso del tiempo entre estos dos grandes creadores. Se daba entre ellos cierta sintonía que ya databa de los años en que la guerra había finalizado y con respecto a la que mantenían cierta mirada similar, al poner por delante la necesidad de no dejarse llevar por las pasiones tristes, por las vísceras, etc. Los elogios de Char con respecto al Calígula camusiano, va a la par que la propuesta de publicación de un libro de poemas, Hojas de Hipnos, en la colección que Camus dirigía en la editorial Gallimard… señalando la flecha del tiempo el proyecto de obra común, acerca de la que se da pormenorizada cuenta en uno de los anexos del volumen, que iba a llevar por título «La posteridad del sol» («es esa puerta de acceso que nos permite pasar de un país a otro y reconocer un país en el otro»). Una amistad que se vio reforzada por los paseos por las cercanías del Luberon, en medio de la naturaleza y la luminosidad provenzal, y los recuerdos de la Argelia natal que irrumpe en Camus.

El espíritu que rezuman las cartas, además de las ya mentadas cuitas personales sobre la familia, la salud y los libros, es una apuesta en pos la de la libertad sin ambages, lejos de cualquier atisbo de oportunismo o de dobles intenciones, que ocultan tras bellas palabras las políticas partidistas, ya que no cabe duda de que ambos no eran seres de los que se conformasen a disciplina y obediencia alguna…la lucha contra el fascismo, y también contra la explotación, asoma con algunos crujidos relacionados con la cuestión argelina (véanse las cartas incluidas en las páginas 168 y 169, fechadas en 1955; en las que ambos muestran su desacuerdo con un manifiesto y con la intención de los firmantes… no entraré a calificar sus posturas pero huelen a cierto patriotismo francés, al hablar, Char, de derrotismo, renuncia y cobardía, mostrando Camus, en su respuesta, su acuerdo además de señalar que no se fiaba de los firmantes entre los que estaban Robert Antelme, y quien fuese su amigo Jean-Paul Sartre… quienes por uno u otro motivo, se alzaban contra el colonialismo de la grande France). Queda patente, por otra parte, la incomodidad, por decirlo suave, de Albert Camus para acomodarse a la capital del Sena, en donde veía todo tipo de comportamientos propios del hampa, arribistas, etc.

Y a través de las páginas iremos viendo materializada la sintonía que se daba entre ambos, la complicidad en una visión política independiente y los sentimientos mutuos de fraternidad, de calurosa cordialidad en la que no asoman ni rivalidades, ni rencillas… en medio de aquella desdichada época – que decía Camus – el furor y el misterio de los versos valientes y combativos del provenzal y el cogito camusiano de: me rebelo, luego somos. Obras en estado naciente que se acercaban a través de dos hombres que se buscaban y se necesitaban y que se encontraron hasta formar piña…entre Ventoux y Luberon.