Por Iñaki Urdanibia

«¡He ahí Rusia!… Un estrato de vida rusa de diez-veinte-treinta años mantenido en equilibrio en base a fundamentos de siete siglos de antigüedad de los que ignoraba todo. Y el niño que era se puso a inventar y recoger retales de esta existencia que, por la fuerza de su imaginación, se ajustaban para formar un cuadro… Era la creación del mito»

En el panorama de literatura rusa contemporánea son varios los nombres, y no pretendo pasar lista, que brillan con luz propia: Dimitri Bortnikov, Alexandr Chudakov, Andréi Kurkov, Lilianna Lunguiná, Olga Slovnikova, Vladimir Sorokin, y, por supuesto, Yuri Buida (Známenks, 1954), del que la editorial Automática ha publicado tres libros: El tren ceroHelada sangre azul y el último, el más reconocido de su producción: «La novia prusiana».

El escenario en que se sitúan las historias es Kaliningrado, la antigua Königsberg, ciudad natal de Kant, bautizada, tras la derrota de los nazis y la entrada de las tropas dichas soviéticas en 1945, adoptando el nombre de un bolchevique de la primera hora, obediente fiel de los dictados de Stalin, Mijaíl Kalinin. Allá desde el principio vamos a ser transportados a un cruce de dura realidad, cuentos mágicos, en los que no faltan casos de animismo, siendo borrosos los límites entre la vida y la muerte como lo son los de las fronteras por decreto, historias de personajes y circunstancias variopintos, mitos y episodios autobiográficos que hurgan a la vez en el campo de lo literario.

En el primer relato que da título al volumen, A guisa de prefacio, constatamos algunos datos autobiográficos: «Nací en la provincia de Kaliningrado nueves años después del fin de la guerra» al tiempo que se describen algunos rasgos del lugar, sus costumbres, y muy en concreto somos situados en su cementerio alemán, en donde se da un encuentro que nos transporta a un nivel cercano al sub specie aeternitatis («habitaba en la eternidad que observaba a través del espejo. Vida y sueño a la vez. Los sueños están hechos de la misma sustancia que las palabras»), ofreciéndose algunas claves en el quehacer de este buscador de tesoros o profanador de tumbas, caracterización a la que cabe añadir la de revitalizador de recuerdos e historias, en que se convierte el escritor, que «no vive solo en Známensk o en Wehlau, sino en ambos sitios a la vez: en Rusia, en Europa, en el mundo», en un enclave, «la tierra entre los ríos Vístula y Niemen», en el que el cruce de diferentes culturas, tradiciones y poderes han cristalizado, originando una situación entre-dos, que es la que viven los habitantes del lugar que de ser alemán pasó a ser ruso, lo que supuso la poda de algunas raíces culturales, mitológicas, los cambios de toponimia, y la correspondiente ausencia de anclaje en el pasado, como si el pasado del lugar les hubiese sido hurtado; «el pasado de mi patria chica es alemán, su presente ruso, y su futuro, humano». Tales cuestiones de índole personal, que recorren la narración con la primera persona plasmado en muchos recuerdos de su infancia, cierran la recopilación, con el relato que lleva el nombre del escritor: Buida, en el que el escritor expone los problemas que siempre le ha acarreado su apellido, que significa «mentira, fábula, cuento chino,[…] y al mismo tiempo, cuentista, mentiroso, fabulista, embustero», baldón que únicamente fue paliado por su nombre, Yuri, que al coincidir con el del héroe del espacio, el astronauta Gagarin, resultaba grato para el personal. Entre ambos relatos, fluyen otros cuarenta y dos, que se disparan en diferentes direcciones de la vida de los habitantes del lugar, de algunos visitantes y de la presencia de algunos signos y marcas de productos y de consignas de corte propio de los nuevos dueños.

Los motes son moneda corriente en la localidad y el descoloque del escritor le viene de que curiosamente, y como si fuese un ser aparte, nunca ha sido conocido por mote alguno. El Culete, la Solterona, el Colchón, Lisa Para Todo, la tonta del pueblo, el Pedorro, el Dormedario, el Gitano, el Fotógrafo, la Bocapuerca, la Gramófona, Pocas Luces, la Goebbels, etc., etc., etc. son algunos de los personajes que asoman en las páginas de los diferentes relatos, dándose tal presencia repetida en varios distintos, lo que viene a suponer cierta continuidad entre ellos. En medio de las historias que no pueden contarse por el número de relatos sino que derivan por mezcla, cruces y desvíos de otras que parecen sometidas a un proceso de creación y multiplicación constante, y acompañados con referencias literarias (Nathaniel Hawthorne, Rainer Maria Rilke, Gottfried Benn, Schiller, Shakespeare, Dostoievski, Gógol, Heidegger, Homero,…) avanzamos por el relato de acontecimientos, personajes, encuentros de bien distinto corte, que a veces, como ya queda dicho, se alza sobre los pagos de las alucinaciones, de los muertos vivientes, que se codean con escenas reales de la vida misma, de la vida de los humanos, demasiado humanos, en un desfile de seres solitarios, borrachos, enfermos, en estado de mosqueo e insatisfacción casi permanente debido a loa avatares de la existencia y a la división entre un pretendido pasado heroico y un presente de colores grises cuando no de tonalidades más oscuras… a tono con la presencia de la fábrica de papel local.

En cascada vamos entrando en historias de la llegada, haciendo escala, de un buque de nombre Generalísimo que viaja a las Indias, gloria de la marina y las leyendas en torno al buque florecen, nos acercamos a la Séptima Colina y visitamos la tumba de quien había sido albañalero del pueblo, nada menos que el siniestro Beria, que trataba de ocultar su pasado con una identidad falsa, y conocemos las conflictivas relaciones que mantenía con su ayudante en las labores en el alcantarillado, Vitia el Negro, curtido en la lucha guerrillera africana; Mosquito muerto está al cuidado del Parque de la Cultura, vigilándolo con celo, y mostrando especial cariño con algunas de las estatuas del lugar que blanquea habitualmente, o un feriante, Alles, por decirlo así, que ofrece milagrosas soluciones a todos los problemas en su tenderete, de caja negra y misteriosa, publicitado con el prometedor nombre de Estudio el Deseo CumplidoPrecio a convenir; o un ser hallado herido y socorrido por una mujer del lugar… o unas morbosas hermanas de nombre evangélico que convierten la seducción de una en espectáculo para la otra; o un don Juan apaleado, o todavía una mujer, apodada como Simbad el Marino, que copia diariamente un poema, el mismo, de su admirado Pushkin, y un caballero que oculta de manera sistemática a su mujer, o el bautizo de una locomotora con el nombre de Charles Chaplin, también entraremos en la vicisitudes de una suicida, por herencia, compulsiva, Máshenka Furiliano-Fleisss que tenía nueve muertes como las las gatas; y… reitero, muchas más historias que nos llevan a los recovecos del alma de los paisanos, dominados por la tragedia de la vida, con tendencias de exaltación imaginativa, como en busca de una salida al atolladero, que les conduzca más allá de la realidad empírica pura y dura, sirviendo más que como alivio y esperanza al ahondamiento del dolor alimentado por sus fantasmas. Y cadáveres de cuyos muertos ojos salen coloridas mariposas, en una sucesión de sucesos que se esparcen como las cenizas con el viento, y abundante presencia del amor que en las más de las veces hace bueno aquello que cantase el bardo de Sète: il n´y a pas d´amour heureux.

Radiografía de lo local y metáfora de los humanos, en balanceo entre el deseo y la realidad, y el lenguaje como instrumento capaz de ir más lejos, hasta el punto de traspasar los límites de lo palpable, creando mundos imaginarios. La mirada de Buida no carece de humor, muchas de las veces acompañado de compasión, ante el desfile de seres desamparados, arrojados al destino, humor que en algunos casos, sin alharacas, roza los bordes de un sarcasmo dulce, hasta el punto de hacer asomar la sonrisa con las rojas marcas de diferentes mercancías, o los pomposos nombres de instituciones oficiales y las no menos pomposas noticias propagadas por los medios de (in)comunicación.

La canción es la existencia (Gesang ist Dasein que decía Rilke) y…«el cuentista es el cuento, y el mérito aquí no es mío. Como no hay mérito en que el hombre posea corazón, incluso si es verde. Soy lo que soy: nihil […] no he elegido mi nombre; como mucho mi destino. Aunque lo que perdura es el nombre, pese a que lo que realmente importa es el destino», así concluye Yuri Buida.