Category: LITERATURA


Por Iñaki Urdanibia

Una vida, unas historias, algunos hechos, curiosas anécdotas, las más de las veces que de entrada parecen insignificantes dan pie a Sergi Pàmies (París, 1960) a hilvanar unos cuentos, convirtiendo dichas circunstancias en materia prima para el desarrollo de la ficción, que es lo que el escritor sitúa en el centro de gravedad de su quehacer. Ya en anteriores ocasiones puede verse este dispositivo de su quehacer en marcha (https://archivo.kaosenlared.net/sergi-pamies-padres-e-hijos/), si bien en la presente ocasión, sus relatos hacen franco honor a lo señalado: «A las dos serán las tres», editado por Anagrama… y una hora menos en Canarias, que dicen.

El escritor catalán es un observador nato que saca oro literario de debajo de las piedras, como un lúcido trapero – adoptando la metáfora cara a Walter Benjamin – que buscando, halla maravillas que para los demás resultarían puros desechos. Esta habilidad que Pàmies posee la combina con la incursión de la propia persona del narrador, lui-même, que se muestra o se desvanece según la conveniencia. Varios relatos, diez, se reúnen en el libro en los que la vida propia y algunas relaciones puntuales se codean en las líneas, ya sea con un objeto, una guitarra ( «Por qué no toco la guitarra»), que le sirve para sacar a la luz de algunas circunstancias existenciales en torno al instrumento musical mentado, con algún otro escritor admirado, Manuel Vázquez Montalbán, con quien coincidió ya en el viaje para asistir a un congreso literario, o también con el propio oficio de escribir («Ferias y congresos»). No faltan tampoco el basado en el relato del momento de acoger una entrega de un premio literario («Dos alpargatas»), y las circunstancias un tanto chirenes.

La prosa va acompañada de un humor, nada de estridencias, serio, ya que éste es un asunto a tomárselo como tal, sin ruidosas risas, ni estruendosas carcajadas, sino con sonrisas cómplices que surgen ante la sorna empleada por Pamiès sobre sí mismo y el mundo que le/nos rodea, sin que el ombliguismo se apodere, para nada, de sus historias, ni siquiera éste asome con timidez. Los disloques propios del escritor son desvelados sin recato hasta la desnudez, con un paso firme que avanza cual potente apisonadora, pero con suavidad y ternura. La mirada se acerca o se distancia como si un certero zoom sirviese al narrador para buscar la distancia y el enfoque precisos. A lo dicho hasta el momento, se ha de añadir la marca de la casa propia del autor de «El arte de llevar gabardina», que reside en la sencillez carente de cualquier manierismo o abalorio estilístico y pertrechado con el recurso a los saltos inesperados que pueden descolocar al lector que se guíe de manera excesiva por el orden y la grave seriedad impermeable a cierta diseminación, desorden y las inesperadas y casuales carambolas… sin obviar la mandarina como metáfora comparativa con respecto a la grandeza del acto de escribir.

A lo largo de la lectura es difícil que el lector no sienta cierta simpatía, y hasta complicidad, con el protagonista de las historias narradas, que reclama desde los cuentos iniciales esta sensación de complicidad y empatía risueña que surgen en su lectura: «Tres periodistas», «Díptico bivitelino», y «La narrativa breve»… y el tono de ironía seria, casa con la sencillez de algunos de los retazos expuestos con algunos otros que ahondan en asuntos más profundos y sesudos. No se priva, por otra parte, el escritor de considerar la escritura como un remedio eficaz frente al malestar existencial, en mayor medida que una terapia engorrosa o unos fármacos dañinos – sabido es que el pharmakon griego se definía a la vez como lo que sana y lo que mata -, y así su prosa se comporta sin sobresaltos, pero con una capacidad de deslizamientos que fluye con una inequívoca soltura por los entresijos de la vida, con una sinceridad que se aplica, sin paños calientes ni aspavientos, a la suya propia sin evitar algunos asuntos, que cierta mojigatería pudiera considerar como problemáticos, como el establecido en paralelo entre la pérdida de la virginidad sexual y la literaria, plasmada en el acto de escribir, etc., etc., etc., y… padres, abuelas, o los malentendidos en el seno de alguna pareja de comunicación equívoca.

Por Iñaki Urdanibia

Hay novelas, no sé si ésta, a pesar de las notas editoriales, la calificaría de negra, que obtiene un sonado éxito al poco de ser publicadas. Si hacemos caso a la faja que acompaña al libro y las noticias de la editorial estamos ante el autor de novela negra que arrasa en Europa… no lo discutiré y tras leerla sí que puede pronunciarme acerca de la lectura ágil a que se prestan las historias que se van anudando y que van insinuando pistas acerca del posible culpable de la desaparición de una joven perteneciente a una familia adinerada de Suecia.

Andres de la Motte (Suecia, 1971) trabajó como policía una temporada y posteriormente se dedicó a responsabilidades en el campo de la seguridad, hasta que decidió dedicarse a la escritura, no cabe duda que con el bagaje propio de quien saber que terreno pisa. Planeta publica su «El asesino de la montaña», primera entrega, según se anuncia, de una serie que lleva el título de Unidad de Casos Perdidos. Varios son los personajes centrales del libro, que se van turnando en la toma de la palabra: el rey de la montaña, que narra sus andanzas y sus planes, sin obviar los recuerdos de sus años de juventud, Leonore Asker y su amigo Martin Hill… otros personajes hay que van interfiriendo en el nudo que se ha de desentrañar en la resolución del extraño caso. Dos escenarios van cobrando especial relevancia e intringulis: el interior de la montaña que es desde donde habla el asesino, túneles y pasadizos que había servido en su momento a modo de búnker; coincide, por otra parte, que hay una asociación de maquetistas de ferrocarriles. Si ambos lugares no parecen de entrada que tengan alguna relación entre ellos, al paso del tiempo se puede observar que en la maqueta ferrovaria se dan algunas desapariciones que coincide con lo personajes a los que representan, que luego desaparecen en la realidad.

Entre los personajes nombrados destaca la brillante inspectora de policía, Asker, que parece estar llamada a ascender a altas cotas de la jerarquía policial, más en concreto en el Departamento de Delitos Violentos, mas la desaparición a la que antes he aludido va a suponer, sorpresivamente, que sea destinada a la Unidad de Casos Perdidos, lo cual a todas luces es tomado por ella, y por seres cercanos como un inexplicable castigo…sin motivo, por cierto. La unidad que acabo de nombrar está compuesta por policías de pasado sospechoso y de dudosa reputación (Rosita, Virgilsson,…); las descripciones y las labores que desempeñan resultan realmente chirenes, lo que hace que para una policía como Leo que usa la razón y la deducción como instrumentos de su trabajo, aquello es incomprensible para ella, que ve que no se atienden sus peticiones de materiales de archivo y otros, o se hacen con desgana y fuera de tiempo. Ante la complejidad de caso Asker va a recurrir a un profesor de arquitectura y experto en exploración urbana, Martin Hill, que le va a tratar de ayudar, hasta llegar a jugarse el tipo y pasarlas canutas en el laberinto que explora en donde parece ser que el asesino encierra a sus víctimas, ya que a la primera va a sumarse otra en breve, la amiga de Leonor, Smilla, y…

Los cabos comienzan a ser atados hallándose relaciones inesperadas entre un comercio en donde está instalada la maqueta señalada y los artífices de las réplicas que son una exacta copia de los trenes, estaciones, paisajes y viajeros habituales. En la medida en que se van estableciendo lazos y la verdad parece acercarse, los peligros aumentan y los riesgos también… en un ritmo trepidante que va in crescendo regular al igual que la regularidad del tren reproducido, hasta los desvíos en lo que hace a los sospechosos y el encadenamiento de sorpresas.

Por Iñaki Urdanibia

Dos novelas potentes, dos escritores – uno letón, el otro serbio -, dos, o más, historias inquietantes, y… la misma editorial: Automática. Vamos por partes.

Entre rejas

«La jaula» de Alberts Bels

Un afamado arquitecto, Edmuns Berzs, desaparece, sin que nada se sepa de su paradero ni del motivo de tal desaparición. Volvía a su casa en Riga, después de visitar la casa rural de sus padres. Los interrogantes se acumulan acerca de si el hombre se ha fugado o ha sido víctima de algún secuestro o similar. Su esposa, Edite, se apresura para que comiencen las investigaciones sobre el desaparecido. El el encargado del caso es el inspector Valdis Struga, quien trata de atar cabos, siendo los únicos que ata, o que provoca el caso, cierta simpatía (syn pathos) con respecto al arquitecto, al coincidir entre ellos alguna enfermedad y algunos otros rasgos de carácter.

Struga recorre el camino en el que había desaparecido Bersz, y su coche, modelo nuevo recién comprado, para ver si halla algún vestigio del desaparecido, mas nada: ni él ni su coche. Otros policías son puestos en danza, con los cuales, por cierto, la relación de Struga es un tanto singular, y en algún caso, áspera. Organismos relacionados con los automóviles y con las fronteras son puestos en aviso para ver si se pueden conocer los movimientos del vehículo, pero nada de nada. En la medida que la investigación avanza, más bien permanece estancada, varios son los supuestos sospechosos de la desaparición: algún compañero de trabajo del arquitecto que se comentaba que no se llevaba nada bien con Berzs, se baraja también la hipótesis del robo, o tal vez de un secuestro a manos de alguna banda de delincuentes, y muy en concreto uno, con antecedentes; en este último orden de cosas se dirige el foco hacia un taller en el que parece juntarse los más granado de diversos tráficos ilegales; tampoco se deja de reparar en las relaciones que mantenía el arquitecto con una mujer de nombre Mare con la que iba a nadar al estanque… ¿y si su novio había sospechado que entre ellos había algo más que brazadas? Tampoco se descarta que se haya fugado con alguna mujer, como deja entrever el inspector al escritor Nupats, compañero de algunas jornadas de esquí con Brezs… Ni rastro.

Me detendré en lo que hace a las averiguaciones y a la continuación de las pesquisas, del mismo modo que no entraré en mayores detalles, acerca de la continuación con el fin de no destripar el misterio que contiene el desarrollo de la historia a través del que, obviamente, conoceremos el culpable de la desaparición del arquitecto y de la situación de éste. Sí que, no obstante, resulta destacable la jaula, resto de tiempos guerreros, oculta en el bosque, y las sabrosas reflexiones que acerca de ella y su función se deslizan, tanto de quien se ve encerrado entre las rejas, sus vecinos, los animales que se disputan la comida que cae de los árboles, y las meditaciones desde dentro, como desde la misma mirada animal(«las ardillas y los pájaros se comen otras [se refiere a las nueces] y solo unas pocas logran echar raíces en la tierra fértil») y hasta de la propia jaula, en un ejercicio de animismo… Cruce de interrogaciones acerca de la libertad interior y exterior, el miedo, la esperanza y su contraria, la salida de la asunción, deudora de cierto estoicismo, del estado o la rebeldía ante él… que puede traer a la mente aquel camusiano Sísifo, castigado pero feliz.

Si estas meditaciones de /entre /acerca de las rejas dan pie a unas sagaces derivas acerca, como digo, de la libertad y los obstáculos que la impiden con sus constricciones, merecen un elogio, la novela en general, su desarrollo, las entregas intercaladas de información sobre los hechos y sus protagonistas bien dosificadas hace que el interés no decaiga y la curiosidad por lo que depare la hoja siguiente tampoco.

El ruido del tren

«La casa del recuerdo y del olvido» de Filip David

Desde los primeros compases del libro, el protagonista confiesa sentirse invadido por un persistente y monótono ruido: el de un tren en movimiento, chucu-chucu-chucu-chucu… El símbolismo es claro: el progreso y su utilización para industrializar el mal como quedaba demostrado tanto en lo que hace al transporte de tropas a la guerra como los convoys de deportados que iban enviados, en vagones para ganado, a la muerte en los lager de Auschwitz, Treblinka o Sobibor… aquella locura geométrica, de la que en claro oxímoron, hablase Primo Levi. Por asociación me viene a la mente aquella afirmación de Walter Benjamin en sus Tesis sobre la historia de que todo documento de cultura es al tiempo un documento de barbarie, y los aires de familia con aquello que exclamaba Nietzsche: «¡Cuánta sangre y horror hay en el fondo de todas las “cosas buenas“!».

Albert Weis sobrevivió, y fue testigo de la muerte al por mayor, dándose en él una culpabilidad doble: la propia de quienes sobrevivieron que lo sentían como un privilegio frente a los que allá dejaron su vida, y en su caso y más en concreto, el haber perdido a su hermano cuando junto a él fueron arrojados del tren, por su padre, con el fin se salvarlos. Este sentimiento de culpa va acompañado por las constantes interrogantes sobre el mal, su origen y su omnipresencia… El escritor serbio, nacido en una familia judía coincide con la visión del escapado: «El mal es esquivo, intocable, escapa a explicaciones simples. Es omnipresente y se  encuentra en los cimientos mismos de la civilización, representando el elemento negativo y destructivo. No hay una sola generación que no haya sentido y experimentado ese lado oscuro de la historia».

La explicación de Hannah Arendt recurriendo a banalidad del mal, no es que le satisfaga sino que le rebota a Weis y al escritor del libro, y no es que les resulte insuficiente sino que desvían malamente el origen y la presencia, cósmica, irracional e imparable, del mal. Diré al pasar, que la propuesta de Arendt fue malentendida (obviando lo que ocultaba la obediencia ciega que iba acompañado de un abandono absoluto de cualquier criterio moral relacionado con el sentimiento de humanidad)y hasta le supuso la ruptura de algunas amistades como las de Gershom Scholem o Hans Jonas, mas por ahí no seguiré, como tampoco entraré en las distinciones entre al mal absoluto, el mal metafísico, del que tratase Kant, y discutiese Semprún en alguno de sus novelas concentracionarias [mucho trabajo ha dado el asunto a teólogos, filósofos, antropólogos, psicoanalistas…]… Weis confiesa al narrador su convicción de que a un señor que afirmaba que existía un daimón responsable de los desaguisados que en el mundo se dan no le faltaba razón y que era una hipótesis a tener en cuenta.

A partir de los primeros pasos la historia se despliega en primer lugar hacia sus antepasados y, más en concreto, a los orígenes y visiones proféticas y apocalípticas de un mundo que era una amenaza y se desmoronaba a ojos vista, lo que hacía que su empeño era proteger a su familia, tratando de evitar que fuesen devorados por la aterradora normalidad del mal de la que hablase Freud. Después seremos puestos al corriente del viaje en el tren hacia la muerte, y su confianza en que su padre les liberaría de aquella situación y así fue al conseguir hacer un hueco en las paredes del vagón por el que hizo escapar a Albert y a su hermano pequeño Elijah, al que perdió en la huida. Él, por su parte, fue acogido por una pareja, un guardabosques y su atormentada esposa, que había perdido accidentalmente un hijo, allá duró poco tiempo Albert Weis. Y… una veintena de capítulos se suceden dando cuenta de las peripecias del protagonista, y tomando el pulso a la persecución de los judíos, de los rituales y hábitos de éstos, hurgando en el paradero de su desaparecido hermano y en el destino de sus padres… sus cavilaciones e intentos explicativos acerca del mal no cesan, compartiendo con algún amigo que responde al nombre de Solomon Levi la creencia en la existencia de una posible partícula divina del mal. En las páginas se da cabida igualmente a algunos episodios singulares de la crónica negra, periodística, acerca de seres endemoniados o similares, al tiempo que él y sus amigos buscan, con el apoyo de los textos dichos sagrados, explicaciones al mundo, tanteando por la demonología y otras fuerzas externas en el comportamiento humano, concluyendo que aunque el mal no sea el origen está siempre presente desde los orígenes, constituyendo así una parte ineludible de la esencia humana, y hasta se vierte la hipótesis de que pudiera haber sido contagiado a la divinidad en su intento de poner freno al malvado. Suicidios, consultas a la neurología y a la cábala, y el Mesías tratando de apoderase del mal para apaciguarlo, siguiendo diferentes leyendas…y somos llevados a aquellos tiempos de los que dijese Stefan Zweig: «No había protección ni defensa alguna ante el hecho de que se nos informara constantemente y de que mostrásemos interés por estas informaciones. No había país al que poder huir ni tranquilidad que se pudiese comprar; siempre y en todas partes, la mano del destino nos atrapaba y volvía a meternos en su insaciable juego».

Mirando para atrás y hacia adelante de aquellos años oscuros, aunque en el libro todos lo son, en un entrecruzamiento de historias con el fondo de los creyentes judíos y sus leyendas, sus padecimientos, y… el mal, la fragilidad del bien, la vida y la muerte.

Por Iñaki Urdanibia

«Aun vencida, quiero ser yo misma, / abeja furiosa de su miel»

Hay escritores, y obviamente escritoras, a las que a veces de manera parcial e injusta se les conoce únicamente por una obra, como si no hubiesen escrito ninguna otra. Es, casi, el caso de la escritora catalana Mercè Rodoreda conocida por su La plaza del Diamante, y más desde la teleserie que se basó en su novela.

Mercè Ibarz (Saidí, 1954) hace justicia al entregar una verdadera guía de la autora y su obra: «Abeja furiosa de su miel. Retrato de Mercè Rodoreda», editado en la colección Biblioteca de la memoria de la barcelonesa Anagrama. Ibarz se acerca, y nos acerca, a la agitada existencia de la peregrina escritora que le llevó de una parte a otra, exiliada, hasta el punto de sentirse, por momentos, exiliada de sí misma, en búsqueda permanente, lo que se trasladaba a sus obras, que iban conformando una especie de caleidoscopio literario, con fondo histórico.

Vemos así a Mercè Rordoreda (1909-1983) haciendo sus primeros pinitos en el campo de la escritura, entregada a la empresa de acabar con la leyenda que pintaba a las mujeres como incapaces de escribir debido a su pereza…«he querido demostrar que yo escribía un libro, y por tanto daba una prueba irrefutable de mi diligencia y de mi coraje…». Incansable se dedica a escribir en diferentes revistas, y más adelante colaboraría en empresas culturales de la Generalitat catalana, manteniendo una clara posición catalanista y de izquierdas, en la medida que colaboraba con algunas publicaciones de dicha coloración política, cuando las horas de Franco asaltaron la República, su vida corría peligro; la autora entrega algunas pinceladas de la relación de la escritora con el líder del POUM, Andreu Nin (¿dónde está Nin?). Fue precisamente escapar del peligro lo que le obligaron a abandonar el país, huyendo hacia el norte. Cuánta, cuánta guerra, se titulaba una de sus obras y ciertamente en su vida, y en la de muchas otras, y otros obviamente, ésta marcó de manera honda su vida. Para entonces ya había escrito una de sus obras más destacadas y significativas: Aloma.

En aquéllos años revueltos, ella llevaba a cabo su revolución, en paralelo, a la que estaba en marcha por tierras catalanas, y dichas transformaciones se centraban en la búsqueda de un estilo, de diferentes formas de expresión que coincidió con la huida, que suponía radicales cambios en los modos de vida, costumbres, amistades, etc. Los sueños juveniles convertidos en pesadilla y su escritura va viéndose invadida por unos tonos en los que se cruzan el yo con el nosotros: entreverándose lo histórico, lo colectivo y lo íntimo… la escritura de «una joven, perdedora de una guerra, exiliada, siempre como escritora catalana y más aún como escritora del siglo XX», que con el telón de fondo histórico entrega la voz, o las voces, desde la subjetividad de sus protagonistas. En el rastreo a su travesía vemos su amores, un tanto cambiantes, al igual que sus estrechas amistades, con Obiols o Murià, y las influencias de algunos pesos pesados de las letras catalanas como Trabal. No se nos priva tampoco de sus aficiones lectoras, ni de su dedicación a la costura… y a la par vamos siendo puestos al corriente de sus desplazamientos por diferentes localidades francesas, más tarde por Suiza,Chile… y una escritura que se empapa de vida, de sentimientos, de amor (precisamente en los medios del exilio algunos de sus amoríos le supusieron severos juicios) y de compañerismo que le catapultaban a atreverse a escribir y a innovar… constatándose que el humor esperanzador de sus años de juventud en Catalunya se va a transformar en «un manar de palabras para decir el dolor y la violencia contra el deseo a través de las guerras y el poder, y así, desde la palabra, vislumbrar a veces otros mundos». Un quehacer del que otra escritora diría: «Rodoreda no es una cronista de su tiempo, es una maga, un hada capaz de crear lo aparentemente existente».

Y de la mano de Ibarz conoceremos las variaciones de su escritura, incluidos sus momentos intempestivos, las circunstancias de elaboración, y el contenido, de sus diferentes obras como La dama de las Camelias, que podría ser clara muestra de que la Ciudad Condal ya tiene quien la escribiese con detalle aun desde la lejanía, Espejo roto, donde el collage toma cuerpo, o La muerte y la primavera, que da cabida a la cambiante rueda de los ciclos vitales, al desamor y la crueldad, y al enigma de la existencia…

Obra en la que nos es presentado un vívido retrato de una mujer que tiró hacia adelante siempre a su bola, no respetando ciertas convenciones familiares y otras, insumisión que se plasmó en su vida y también en su escritura en la que lucía una amplia libertad expresiva y de composición, desviados de los cánones al uso…plasmándose en su persona la figura de una mujer nómada que asomaba allá en donde menos se la esperaba, solitaria en sus últimos años por el bosque de Romanyà, soledad poblada por sus personajes que no la abandonaban, escritora de la que Gabriel García Márquez dijese que era una «copia viva de sus personajes». Y Mercè Ibarz nos conduce como avezada guía por el archipiélago-Rodoreda, desvelándonos algunos misterios, todos no sería posible, a través de casi trescientas páginas en las que la ágil narración y rigor se dan la mano.

Por Iñaki Urdanibia

«He explicado que no tengo mente de historiador […] no he consultado más que unos pocos libros de historia y no he puesto un pie en un archivo para buscar papeles y documentos […] A mí me interesa que la segunda masacre, la de la memoria, sea de algún modo rescatada. Y perdóneseme acaso el lenguaje, el color, sus intemperancias, que ciertamente no son de historiador»

El escritor siciliano (Porto Empedocle, Sicilia, 1925 – Roma, 2019) es conocido por sus obras narrativas, y de manera muy especial por su serie cuyo protagonismo recae en el comisario Salvo Montalbano. Varias son las obras que, no obstante, han derivado por otros lares como puede verse en los enlaces que añado al final del artículo*. No es la primera vez de todos modos en que el escritor echa la vista atrás como hizo, por ejemplo, al rescatar al Rey Campesino, personaje del siglo XVIII.

Ahora en su «La masacre olvidada», editada por Destino, se zambulle, y nos arrastra consigo, al siglo XIX. Camilleri se comporta como un avezado arqueólogo y, a pesar de sus disculpas, como un historiador dispuesto a rascar para sacar a la luz unos hechos brutales que han sido mantenidos en el secreto, tanto por las autoridades, y su prensa, como por los historiadores. Fue en la noche entre el 25 y 26 de enero de 1848, cuando el mayor Sarzana se llevó por delante a ciento catorce personas, sin despeinarse; de los asesinados se ofrece en el Apéndice, la lista completa y su edad y lugar de procedencia.

En medio de las luchas de las diferentes banderías monárquicas, se desarrollan, además de los cambios de chaqueta, que hace que unos se pasen de los borbones a otras líneas dinásticas, los comienzos de la rebelión y los pasos hacia la unificación de Italia. No me detendré en detalles, pero sí quisiera destacar que lo narrado tiene ciertos aires de familia con comportamientos del presente: la represión fue salvaje, las versiones sobre lo sucedido fueron silenciadas siempre que no respondiesen a la versión oficial que es igual que decir la mentira oficial que exculpaba a los culpables de la masacre, y muy en especial del mayor protagonista de la chacinería. El coronel Emanuele Sarzana fue el comandante de la guarnición de Licata en el mismo momento en que los Borbones se adueñaban de lugar. El nombrado fue juzgado, es un decir, en diferentes lugares napolitanos y otros, yéndose de rositas, al difuminarse su responsabilidad o justificarla. También vemos a algún empleado, que respondía al nombre de Gaetano Attard, que se encargaba del Registro Civil, mostraba una capacidad de manipular propia de un hábil trilero: ocultación de datos, de las causas de las muertes, etc., etc., etc..pero que, al fin y a la postre, fue el que escribió los nombres de los asesinados; fiel escribiente pues. «Los fenicios, que a menudo veían largo y claro, llamaban a la Pantelaria, ´Yrnm, que significa “islas de los avestruces”»… en esta ocasión hicieron verdad el dicho de los fenicios.

Las fuentes a las que recurre Andre Camilleri quedan desveladas y muy en concreto las historias que sobre el asunto le contase su bisabuela Carolina Camilleri, coetánea de los hechos, al igual que los testimonios de parte de quienes colaboraron en la masacre, no privándose de recurrir al terreno hipotético, el escritor recompone la verdad de los hechos, la esclavitud a que eran sometidos los prisioneros, o la obligación a lucir uniformes enemigos, siendo así aprovechados antes de dárseles la muerte… y el espanto de los testigos que veían a seres que generalmente daban cuenta de unos sentimientos realmente buenos se dedicaban, enloquecidos, a arrastrar por las ensangrentadas calles los cadáveres de los asesinados. Robos, incendios y destrucción acompañaron la matanza en la que el cabecilla no tuvo tiempo de sudar… frente a los grandes sudores que confesó Adolf Eichmann padecidos para llevar adelante su producción de cadáveres al por mayor…

En fin, una historia narrada con la habilidad propia de Andrea Camilleri que combina la presentación de la sangría cometida con ciertos toques de humor que son una verdadera arma para ver el desbarajuste con que se llevaron a cabo las inexistentes investigaciones, y la absoluta ocultación de los hechos.

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( * ) Aquí van algunos enlaces que llevan, o deberían hacerlo, a varios artículos sobre libros del escritor. En el primero de ellos, se envía a cuatro, además del propio artículo; advierto que se pueden dar repeticiones, pero bueno…:

https://carteldelasartesylasletras.wordpress.com/?s=++Andrea+Camilleri

https://archivo.kaosenlared.net/archivo/lo-ultimo-de-andrea-camilleri

htttps://archivo.kaosenlared.net/alla-en-vigata/

Por Iñaki Urdanibia

«Y la desesperación busca sus palabras»

A principios de este año dediqué un artículo a unos poemas de quien fuese considerada una de las mayores poetas rusas, y por extensión universales, del siglo pasado ( https://kaosenlared.net/marina-tsvietaieva-poemas-de-la-vida-y-el-amor/). Ahora, leo una novela en la que su autora, la periodista y escritora Béatrice Wilmos (1959) se mete, y nos mete, en la piel de la poeta: «Tant de neige et si peu de pain», publicado en Éditions de la Rouergue. Las cientocincuenta páginas del sintiente libro no dan respiro y sí muchos suspiros, ante la situación realmente desesperada de una madre con sus dos hijas pequeñas, y con el paradero desconocido de su compañero, el también poeta Serguei Efron, en aquellos años revueltos de 1919-1920.

Como ya se señala desde el título, que toma las palabras de la poeta («¡Oh Dios mío! ¡Hay tanta nieve este año! ¡Tanta nieve y tan poco pan!»), el frío y el hambre dominan en Moscú, que es donde ellas se encuentran. La madre se las ve y se las desea para tratar de sobrevivir ella y sus hijas. Vamos con ella a las interminables colas para intentar conseguir algunas raciones de alimento, que en no pocas ocasiones quedan en espera vana, ya que para cuando llega el turno los escasos víveres se han acabado, cuando no se suspende sorpresivamente la distribución anunciada; sin obviar el mercado negro. Los muertos se ven por las calles, los enfrentamientos, las palizas y persecuciones, y las noticias del frente de batalla no son esperanzadoras que se diga, allá su marido combate con las tropas blancas, no teniendo noticia de si continua en vida o ha muerto, y al que echaba en falta desde los tiempos en que le conoció en Crimea casándose en 1912 el mismo año en que vio la luz su hija, preferida, Alia, más tarde, cinco años después nacería su segunda hija, Irina a quien su padre no llegaría a conocer. Las noticias de la prensa son de horror y brutalidad, al igual que el miedo a los chivatos que pululan en las filas de espera, con las antenas siempre alerta.

La única tabla de salvación, y motivo de inquietud y alegría, es la poesía y sus cuadernos en los que apunta los más mínimos detalles, sus sueños, sus recuerdos, y la compañía de su hija, Alia, que era su alma gemela, su preferida, niña precoz y de una inteligencia brillante, que escribía sus versos, como eco a los de su madre, y llevaba puntualmente un diario en que expresaba sus sentimientos. La otra hija, Irina, tenía una mirada vacía, gritaba de continuo, no hablaba prácticamente, a lo más repetía incansablemente sílabas sin significado.

La búsqueda de un trozo de carne, sin mirar su calidad, de sopa, de leche y pan va a resultar harto complicada, lo cual la empuja, por recomendación de su amiga Lilia, a ingresarlas en un orfelinato, pues allá tendrán el alimento necesario y el calor que en su palacio-granero, no tienen. El establecimiento estaba dedicado a los huérfanos de soldados o de desaparecidos, por lo que tanto las identidades de Alia e Irina, van a tener que cambiarse, ocultando quién era su verdadera madre, y nada digamos acerca del padre; Marina sola con su honda soledad y la pena del espectáculo de los niños con el pelo al cero, allá las dejó. La hija mayor enferma y Marina va a su rescate, sacándola del orfanato, mientras deja a su otra hija, Irina, en aquel lugar en el que la pequeña anda como alma en pena, sin comunicarse con nadie, siendo insultada por el resto de niños, ante la pasividad y la desesperación de las cuidadoras que no saben qué hacer con esa extraña criatura que no hace más que gritar, que no responde a las palabras que se le dirigen, que antes, en su casa, comía con enorme voracidad todo lo que pillaba y que allá no se lleva a la boca nada de nada, y que hace sus necesidades en la cama.

La culpabilidad del abandono es fuerte y constante, los remordimientos también, tanto de la madre como de la otra hija que tampoco defendió en el encierro a su maltratada hermana, y que ante las pesadillas de la pequeña ella respondía con gesticulaciones horrendas. Se interroga Marina sobre cómo ha podido llegar a tal abandono…y un día llega la fatal noticia de que Irina ha fallecido; según la directora de la institución de fragilidad, lo que no convence a la madre que piensa que ha muerto de hambre…o tal vez de falta de cariño; «ni para vuestro consuelo, ni para el mío, sino como una simple verdad, diré: Irina era una niña muy extraña y quizá tal vez condenada. Ella se balanceaba todo el tiempo, no hablaba casi. Raquitismo tal vez. Degeneración tal vez. Yo no sé», escribe en su cuaderno, para cuya escritura ha recurrido a robar tinta roja, y su recuerdo de la hija abandonada y muerta va cavando en su alma, caminos subterráneos, que le horadan la mente, sensaciones reavivadas por fotos de la chiquilla. Su dolor se expresa en sus versos y en su inseparable cuaderno; «¿Monstruoso? Sí, visto desde el exterior. Pero Dios que ve mi corazón sabe que si no he ido a decirle adiós, no ha sido por indiferencia, sino porque no PODÍA. ¡No iba ya que no iba a verla viva! Entonces…» . Béatrice Wilmos, muestra el amplio conocimiento de los escritos de la poeta, intercalando con tino, sus poemas y sus anotaciones, al igual que los de su hija querida, justificando tales citas en una bibliografía final.

La mirada se centra en los años nombrados, lo que no impide que ésta se vuelva hacia atrás, a tiempos más felices y sosegados, y más tarde, tras sus años de exilio en Praga, Berlín y París, con la familia unificada Serguei, Alia y ella- teimpos que apenas son mentados en el libro, a los negros años finales, tras la vuelta a su país. Años de derrumbe: Serguei y Alia, que habían vuelto como agentes secretos del bolchevismo, fueron detenidos al ser acusados de agentes del extranjero…él acabó siendo fusilado, Alia pasó quince años entre el campo y varios de deportación, ésta fue la última que falleció en 1975, el resto quedaron sin sepultura conocida, incluido el hijo, Murr, que murió en el campo de batalla. Muertes desconocidas para los otros, u ocultadas como la de Irina de la que Marina no hizo partícipe a Alia, ni más tarde a su marido, y del suicidio de la poeta, en 1941, no tuvieron noticias ni Serguei fusilado meses más tarde, ni Alia que se enteró mucho tiempo después de la muerte, no de las circunstancias. Mucho se tardó en limpiar el nombre de los nombrados, y declarar que todas las acusaciones que llevaron a Serguei al paredón y a Alia al encierro, habían sido falsas.

Se da cuenta en el libro, inquietante, de la dispersión de los escritos de Marina Tsvetaeva, que fue abandonándolos por los diferentes domicilios y lugares por los que pasó, a lo que se ha de añadir la venta de muchos de ellos por su hijo, el hambre apretando, y de la ímproba tarea de Alia por recuperar todos estos materiales y ordenarlos, entregándoles a la Unión de escritores para que fuesen custodiados, con el fin de que la obra de su madre fuese conocida… y de milagro se logró a pesar de que la poeta había abandonado sus sueños de gloria, afirmando en repetidas ocasiones que escribía para ella misma, para soportar la existencia, como necesidad, y no para alcanzar las cimas de los honores literarios.

Béatrice Wilmos, se comporta como un notario, al no juzgar la decisión de la madre poeta, sino haciéndonos entrar en la mente de la escritora, en sus sentimientos, etc., quedando el tono marcado desde el poema inicial de Pushkin que abre el libro, y que Marina se sabía de memoria…la noche extendiendo su sombra, contagiándose a los negros sentimientos

Hay momentos a lo largo de la lectura en que se siente cierto desasosiego, y hasta malestar, hasta el punto de sentir la tentación de aceptar aquello que en una ocasión escuche a un poeta, al que no podía, ni debía aplicársele el dicho: conoce la poesía, no conozcas al poeta, distinción imposible en el caso que nos ocupa ya que en Marina Tsvetaeva la vida y la poesía, y viceversa, eran todo uno… como dos vasos comunicantes en esa bailarina del alma; «Escribir es vivir. Es querer que alguna cosa sea, y sea, tal vez, de manera eterna. Cuando no es vivir, la mano se rechaza en la pluma».

La prosa de Béatrice Wilmos acompaña a la perfección los avatares de la vida y padecimientos de la poeta, empapada de tristeza, de culpa, de ausencia… y, malgré tout, de amor.

Por Iñaki Urdanibia

Se ha solido considerar a los clásicos como representantes genuinos de su tiempo, cuando de hecho, como enfatiza José María Micó (Barcelona, 1961) son seres extraños, intempestivos con respecto a los modos y maneras de escribir, y crear, consolidados de su época.

El traductor, premiado por tal actividad, entre otros por su versión de la Divina Comedia de Dante (a los que se pueden sumar las traducciones de obras de Ramon Llull, Petrarca, Ausias March, etc.) poeta, músico, ensayista y catedrático de literatura en la Universidad Pompeu Fabra, reune quince ensayos en su «De Dante a Borges. Páginas sobre clásicos», editado por Acantilado, en los que presenta al nombrado Dante, Petrarca, Manrique, Ariosto, el Lazarillo de Tormes, Cervantes, Gracián, Rubén Darío, Borges o los principales poetas del Siglo de Oro. El libro es un intento, logrado, de subrayar el porqué son y siguen siendo tan singulares los autores nombrados, y lo hace entregando aspectos tanto biográficos como relacionados con las particularidades de su escritura. Toma Micó algunos aspectos de dichos autores que muchas veces han sido pasados por alto, para a partir de ellos ofrecer puntillosos retratos de ellos y de su quehacer, en un acto de creación que supone, además de la entrega de unas brillantes lecciones, un homenaje deslumbrante del placer de la lectura, una inmersión en ese continente llamado literatura. Destacan la claridad de la que hace gala el profesor, que va teñida de un desenfadado humor y una tendencia a recurrir a lo fragmentario en un uso rizomático que conduce de unos a otros de los autores nombrados, atreviéndose a buscar puntos de contacto y hasta comparaciones entre autores realmente dispares. Las páginas rezuman una desbordante pasión por la literatura, que coincide con la pasión con la que los escritores presentados se entregaron a la elaboración de su obra, y que es contagiada al lector. Así, puede aplicarse a la obra aquello, tan manido pero en esta ocasión realmente atinado, de enseñar deleitando.

El autor es, qué duda cabe, como queda dicho José María Micó, más la voz es prestada a los poetas analizados, al ofrecer algunos de los versos significativos de ellos, y la travesía por poemas de amor es abundante, amor no solamente a los seres amados sino a la vida y a las letras. No faltan en medio de estos textos presentados, algunas críticas o variaciones que desdicen, en cierta medida y en algunos aspectos, las propias declaraciones de los propios poetas, como es el caso de Borges y su manifestado desprecio, juvenil, por la rima y la forma soneto, que luego puso en práctica con clara devoción e innegable habilidad como queda mostrado en varios de los significativos poemas ofrecidos. Incide igualmente el autor en la relación especular que se establece entre los textos y los estados anímicos de los escritores, como queda explicitados en casos como los del Lazarillo o las coplas de Manrique, o algunas alusiones de Borges acerca de la oscuridad y la ceguera… Y Micó avanza verso a verso, y nos arrastra en sus interpretaciones que completan o llenan los huecos que en algunas lecturas apresuradas pueden ser dados por fallos, cuando de hecho no son sino parte del misterio de la literatura, que el ensayista trata de elucidar, consiguiéndolo.

El libro se abre con dos ensayos referidos a Dante y su obra, a los que siguen Manrique, prestando atención a sus iniciales poemas amorosos para luego centrar la mirada en sus célebres Coplas; Ariosto, luego somos transportados a los siglos XVI y XVII hispanos, nos las vemos con Góngora y Quevedo, para páginas más adelante rastrear el Sliglo de Oro, las idas y venidas entre las maneras italianas e hispanas, y la pérdida de la inocencia presente en el Lazarillo, y luego vienen Cervantes, Lope de Vega y los cruces entre el autor de El Quijote y Ariosto menor, o los ecos de Dante en Góngora, y Petrarca, el nicaragüense Rubén Darío, Gracián, para concluir con Borges en una travesía que fluye como el río que la literatura es…«Somos el tiempo. Somos la famosa / parábola de Heráclito el Oscuro. / Somos el agua, no el diamante duro, / la que se pierde, no la que reposa. / Somos el río y somos aquel griego / que se mira en el río. Su reflejo / cambia en el agua del cambiante espejo, / en el cristal que cambia como el fuego. / Somos el vano río prefijado, / rumbo a su mar. La sombra lo ha cercado. / Todo nos dijo adiós, todo se aleja. / La memoria no acuña su moneda. / Y sin embargo hay algo que se queda / y sin embargo hay algo que se queja.»

Unas lecciones que se muestran caleidoscópicas y rizomáticas – no se entienda descentrada – al avanzar con cruces, referencias, meandros… que nos hacen navegar por el río de los clásicos nombrados y los sedimentos que dejaron para los tiempos futuros…en ese mapa antiguo de la condición humana.

Por Iñaki Urdanibia

«Mis versos son mi diario, mi poesía está construida con nombres propios…, afirme cada momento, cada gesto, cada suspiro… ¡No hay nada que no sea relevante!»

Jirones de vida, así definía su poesía la gran poeta rusa (1892-1941), que no podía prever en los años en que escribió los poemas que reúne el libro que traigo a esta página: «La amiga», publicado por la Editorial Pre-Textos, que lo que vendría después dejaría su vida hecha jirones: el exilio, se fue de su país en 1922, para unirse con su marido, también poeta, Serguei Efrón, primero en Praga, yendo ambos luego a París. Sus libros eran vetados en su publicación, los de ambos, y con su hija, Ariadna, se fue a la capital del Sena, en donde padecían una situación económica realmente dramática, ella escribía – no siendo aceptada su obra ni por los refugiados blancos, ya que había elogiado a Vladimir Maiakovski, ni por los rojos que la consideraban una traidora por haber abandonado la patria, ella que se reivindicaba como ni roja, ni blanca («De izquierda como de derecha / Surcos ensangrentados / Y cada herida: / ¡Mamá! // Y yo, embargada, / No oígo más que eso, / Entrañas – a las entrañas: / ¡Mamá! // Todos acostados unos al lado de otros-/ No sabrías separárseles. / Mirad: un soldado./ ¿De los nuestros o de los suyos? // Era blanco-es rojo: / La sangre le ha enrojecido./ Era rojo-es blanco: / La muerte le ha emblanquecido»)- mientras su marido se dedicaba a sus tareas, que le llevaron, convencido por las promesas del consulado soviético, a volver a la URSS, en 1938 con el fin de ayudar a la patria; al poco lo haría Ariadna con el mismo propósito, si bien en agosto de 1939 la mujer fue detenida, torturada y llevada a un campo de reeducación (?), siendo liberada en 1947; no obstante, acto seguido fue reenviada a un campo del Gran Norte… en total, quince años atrapada por las redes del poder (infierno relatado en su Chronique d´un goulag ordinaire, Phébus, 2005). Ya con anterioridad en plena guerra civil murió su hija Irina, a causa de la desnutrición, mas no acabaron ahí las desgracias de la familia, ya que el padre, Serguei Efrón, fue detenido y condenado a muerte, siendo ejecutado el 6 de octubre de 1941; del paradero de su esposo Marina Tsvietáieva nada sabía, del destino que depararía la guerra a su hijo, Mirsky, que movilizado en el ejército rojo murió en combate en Letonia en 194, tampoco pudo saber, como tampoco el paradero de su hija. No pudiendo soportar las garras de la represión, el 31 de agosto de 1941 se ahorcó [algunas de estas historias familiares, relacionadas con la represión, pueden verse en la obra de Vitali Shentalinski: Denuncia contra Sócrates. Nuevos descubrimientos de los archivos literarios del KGB, Galaixia Gutenberg, 2006; pp. 379-437. Añadiré que en el volumen del que hablo, se ofrece unos Apuntes bibiográficos realmente pertinentes.

Se lee en las Páginas de recuerdos de su hija, como ésta cuenta las frecuentes visitas con su madre a casa de una amiga, Sonia Parnok (1885-1933), mujer que también escribía versos, y que su madre leía los versos de la amiga, y Sonia los de su madre [algunas alusiones a esta amistad se puede ver igualmente en su obra: Marina Tsvetáieva, mi madre, Circe, 2009]. Marina se había casado con Efrón en 1912, y al poco tiempo estableció una muy estrecha relación con Sofia Parnok, poeta y crítica de arte, siete años mayor que Marina Tsvietáieva, resultando una relación tormentosa y conflictiva desde el inicio. La amante no respetaba la exclusividad que era fundamental para Marina que a la vez seguía amando a Serguei («amo a Serguei, para toda la vida, , forma parte de mí misma y no le dejaré nunca…». La ruptura se produjo en agosto de 1915, considerándola Marina como la primera catástrofe de su vida. Esta ruptura coincidía con el estrechamiento de lazos de amistad, y apoyo, con Óssip Mandestalm, que fue otros de los poetas que le acompañaron de por vida, amores poéticos, junto a Anna Ajmátova, Alexandre Blok, Boris Pasternak y Rainer Maria Rilke, con estos dos últimos formó un amoroso y poético, triángulo divino que dijese Constantin Azadovski (pueden verse Cartas del verano de 1926, Grijalbo, 1993 / editada posteriormente por Minúscula en 2012). https://archivo.kaosenlared.net/un-triangulo-poetico/ .

El libro, en edición bilingüe, que provoca estas líneas, recoge los poemas escritos entre 1913 y 1915, bajo el título de Amiga, tomado de los Poemas juveniles, que no pudieron ver la luz hasta 1976, al ser rechazados una y otra vez como señala la traductora Reyes García Burdeus en un ubicador Prefacio; la destinataria es la amiga que he mencionado: Sofia Parnok, de quien, por cierto, se presentan un par de poemas dedicados a Marina Tsvietáieva. La frase de la poeta que abre, en ex ergo, el volumen, marca el tono: «El amor vive de exclusiones, de aislamientos, de separaciones. Vive en las palabras y muere en las acciones»; la pasión se palpa, la tensión también…del mismo modo que lo haría en sus Poemas de Alemania, inspirados en los diez días que pasaron ambas en Rostov. «Es el momento de nuestra unión, / más preciosa que la plata y el oro». Diecisiete poemas en los que vamos desde el momento del encuentro hasta el adiós. Y el fuego de la pasión se traduce en unos versos que no esquivan los rasgos físicos de la amada, su manera de vestir, elogiando la delicadeza de sus manos, las fragancias, invadiendo los versos unos aires de exaltación no disimulada que se entreveran con los celos y con claros sentimientos de culpabilidad y traición con respecto a su marido, al tiempo que puede verse la entrega total de la poeta a su amada, a la que consideraba como si su madre fuera, a la vez que viéndola como la encarnación de todas las heroínas.

Marina Tsevetáieva o la poética del “vivir-escribir” que dijese Caroline Bérenger en el Prefacio a Les Carnets, Éditions des Syrtes, 2008; confesaba la poeta que escribir es vivir o vivir es escribir, expresando el amor que «no desea ser magnificado (¡es bastante magnífico por sí mismo!), puede considerarse como un absoluto, el único absoluto», en este caso hacia su amada Parnok, que fue quien le abrió las puertas a la sensualidad del amor carnal, más allá de sus frecuentes idilios cerebrales, como expresión de su concepción del amor, de hallar una vida feliz en otros o en otra, ante la imposibilidad de vivir la felicidad de la propia vida, como forma de «exteriorizar la propia alma», en un impulso que la guiaba: «lo que amo por encima de todo en el mundo, es al ser humano, el ser vivo, el alma humana, – más que la naturaleza, que el arte, más que todo». En los versos ahora presentados que hubieron de esperar para ver la luz debido a las prohibiciones de los comisarios de turno, como queda dicho, se plasma, la búsqueda del alma del ser amado, por medio de la esfera propia del poeta, el alma – decía – «como purgatorio entre el infierno de la vida terrestre y el paraíso del espíritu puro»… tomo estas últimas palabras, todo hay que decirlo de la magnífica presentación que Tzvetan Todorov realizó a las confesiones de la poeta: Vivre dans le feu, Robert Laffont, 2005.

Leo las líneas que cierran los Apuntes biográficos: «…una mujer transgresora en todo, genial escritora, fiel a sí misma, consecuente y a la vez contradictoria que, a lo largo de su periplo vital, mantuvo un vínculo con la tragedia. Y que será recordada, admirada y venerada por el legado de su inmensa obra».

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Algunas visitas anteriores a la poeta y su obra:

https://archivo.kaosenlared.net/marina-tsvietaieva-e-el-ojo-del-huracan/index.html

5 de marzo de 2015

https://archivo.kaosenlared.net/dos-poetisas-anna-ajmatova-y-marina.tstevaieva/index.html

5 de agosto de 2018

Por Iñaki Urdanibia

Decía su amigo, Romain Rolland, que Stefan Zweig era «un cazador de almas», y si en sus novelas lo dejaba claro, no es menor la nitidez puntillosa con la que retrata al poeta francés: «Verlaine», libro editado por Acantilado. El autor de Novela de ajedrez, y de muchas y notables novelas más, se prodigaba en todos los géneros: críticas, ensayos y biografías, entre las cuales se codeaban escritores, políticos, y poetas como Kleist, Hölderlin, Stendhal, Casanova y Tolstoi. En la presente ocasión su mirada se dedica a quien fuera considerado el paradigma de poeta maldito (precisamente escribió una obra con tal título, Los poetas malditos(1884/ edición de Rafael Sender, en Icaria, 1980), en donde retrataba a Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Stephane Mallarmé, Marceline Desbordes Valmose, Villiers de L´Isle Adam y Pobre Lelian, que no es otro que lui-même; todo hace pensar que la inspiración de tal obra se la provocaba, en especial, Rimbaud con quien mantuvo una relación tormentosa, a lo que podría añadirse que quizá él se debería haber incluido en la nómina, con su propio nombre.

Paul Verlaine (Metz, 1844-París, 1896) tuvo una vida realmente difícil, atorbellinada, empapada de pasión y contradictoria. Un permanente vaivén entre la vida familiar combinada con amores prohibidos, los placeres carnales iban seguidos de profundos arrepentimientos místicos, amores y peleas que acabaron con él en prisión, padeciendo la miseria y el desprecio, lo que le empujaba a nadar en el alcoholismo y la enfermedad. Todo ello hizo que creara una obra singular con la guía, que él mismo señalaba, de que «el arte reside en ser absolutamente uno mismo»; desde luego sus poemas dan cuenta de su fidelidad a lo dicho. Con sus versos pasó a unirse a los grandes de las letras hexagonales, junto a sus contemporáneos Baudelaire, Hugo, Mallarmée o Rimbaud, dejando a su vez una honda huella en la poesía posterior de su país, y de otros lares.

Las páginas que Zweig dedica al poeta resultan deslumbrantes en su brevedad -noventa páginas escasas-, al analizar el vagabundeo de ese ser desarraigado y melancólico que paseaba su bohemia por su ciudad infernal, París o por las nieblas del norte, por las Ardenas, Bélgica o Inglaterra. Ya desde el Preludio, vemos al poeta lejos de la autosuficiencia y la maldad amoral, reflejando una clara muestra de fragilidad, la propia de un niño que busca unos brazos protectores, como quienes se hunden que alargan sus brazos en busca de auxilio, como los mendigos o los oprimidos, características que Zweig asocia con los poetas que «gritan y murmuran su queja y su alegría como una violencia más grande que sus propias fuerzas, una red que tejen, una cuerda a la que tratan de aferrarse». Verlaine es el ejemplo más palpable de ese intento necesario de dar su vida a otros.

En las páginas se van entrecruzando los datos biográficos, con las relaciones que dejan huella: así su acogedora y permisiva madre y su prima Élisa, que dejarían su impronta en sus poemas y en sus relaciones con su novia, Mathilde Mauté. El paraíso apacible de la niñez daría paso a situaciones más caóticas y problemáticas; resultado de las malas compañías, del internado, ante las que él no mostraba oposición sino que se plegaba a los deseos de los otros, consecuencia del carácter tímido, vergonzoso e introvertido de su infancia; una tensión entre dos polos, el ángel y el demonio, entre el pecado y la posterior penitencia, entre poemas de exaltación católica y pornografía dura. Es en ese tiempo, en el que se supera la niñez entrando en la adolescencia donde se fragua el poeta, y sus tendencias a sacar a relucir sus fleurs du mal particulares. Varias de sus estrechas relaciones con el Pobre Lélian – es decir consigo mismo, ya que bajo tal seudónimo escribía su vida -, y así nos es entregada por Zweig. El autor sigue la pista de cerca y se detiene en las variaciones que se ve en la poesía, influenciada por los avatares existenciales, por la ingesta de absenta a chorros, la atroz hechicera verde. En los poemas que siguieron a sus juveniles Poemas saturnianos, Las fiestas galantes la originalidad crece y la forma cambia…«poemas que bailan por el jardín sobre zapatos de tacón de aguja, que centellean a la luz de una luna burlona, en esas susurradas conversaciones entre Pierrot y Colombina…», y si la absenta le empuja a cambiar la vida y los versos, tampoco jugaron un papel menor la muerte de su prima querida, Élisa, y la Comuna…mas lo que le marcó sobremanera fue Arthur Rimbaud. Los poemas del joven poeta de quince años, alabado por Hugo y otros, los leyó con tal entusiasmo que, a pesar de los temores de su mujer por esa nueva compañía a la que consideraba un peligro, el esposo acogió al joven y juntos se fueron de viaje por Bélgica, Alemania e Inglaterra, y allá malvivieron en la miseria, dando algunas clases, y peleándose hasta el punto de que Verlaine pegó dos tiros a Rimbaud, lo que supuso que fuese encarcelado; desde la prisión siguió, no obstante, escribiendo al agredido, volviendo a reunirse con él tras salir de la cárcel, y sumergiéndose ambos en litros de alcohol y dando el espectáculo, al pelearse en la calle a puñetazos y bastonazos…el más débil, Verlaine salió perdiendo, hundiéndose en la enfermedad… la ruptura estaba consumada, no sin antes tratar de convertir al joven poeta a la fe de Cristo.

Capítulo aparte merecen sus tiempos de penitente, rebotado de los desmanes cometidos que le provocaban una resaca triste y, su iluminación religiosa que le empujó a volver a la iglesia, como cuando niño, buscando un sacerdote que le confesase…iniciándose la época del nacimiento del poeta católico; y como final, la decadencia en París, donde ya nadie se acordaba de él y sus libros envejecían en las librerías, y el empeño por crear leyendas e historias en torno a su persona, y unas poesías que parecían repetir un molde, ajenas a toda singularidad.

A lo largo del libro se desvela el entrecruzamiento, no sería exagerado decir que su reatrolimentación, de los aspectos de la ajetreada vida del poeta y su expresión escrita en sus versos, que variaban según los avatares existenciales; de ello da cumplida y brillante, no me importa repetirme, cuenta Stefan Zweig, en este libro que no tiene líneas grises ni páginas de relleno, sino que avanza con cuidada luminosidad, enroscando la vida y obra del retratado.

El libro fue un encargo de la editorial berlinesa Schuster & Loeffler; el resultado fue esta breve monografía, que resultó ser su primer ensayo biográfico y que vio la luz en 1905. El librito incluye algunos de sus poemas más emblemáticos (en bilingüe). Ciertamente la prosa y los destellos estilísticos brillan con luz propia iluminando al retratado con tonos de cercanía y simpatía hacia los anhelos de eternidad que de los poemas verlainianos emanaban.

«Verlaine no nos dio nada que no estuviera ya en nosotros: tan sólo fue corriente de la vida, sublime eco de esa música secreta que se alza en nosotros a cada contacto con las cosas, como el sonido de las copas en una vitrina sacudida por los pasos o un golpe. Su efecto es profundo, no por eso es grande […] su grandeza y su fuerza, símbolos de la más pura humanidad, espléndida energía poética en el frágil receptáculo de su personalidad […], multiplicándose en su esencia y en sus sentimientos de ciega e inagotable nostalgia de la totalidad y el infinito». Así, Paul Verlaine según Stefan Zweig: un gran poeta leído por un gran escritor.

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Lector asiduo desde hace años de Zweig, recupero algunas reseñas que resultan accesibles en la red

+ Stefan Zweig, cazador de almas – GARA 4/III/ 2012

https://gara.naiz.eus/paperezkoa/20120304/326173/Stefan-Zweig-cazador-almas

+ Stefan Zweig hurga en la historia – Kaos en la red 8 /II /2019

https://archivo.kaosenlared.net/stefan-zweig.hurga-en-la-historia/

+ Stefan Zweig, biógrafo • 6/II/2021

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Ya puestos a… me permito incluir estas pinceladas biográficas del escritor, que entregué en una tertulia literaria que dirigí en la biblioteca municipal de Intxaurrondo, en la que leímos su obra: La impaciencia del corazón… Anteriormente en Arteleku habíamos leído Novela de ajedrez

Stefan Zweig (1881- 1942)

+ Notas biográficas

Nace en Viena el 28 de noviembre de 1881, hijo de propietarios de una fábrica textil. Entre 1892 y 1900, cursa sus estudios secundarios, años en los que lee algunos poemas de Rainer Maria Rilke de los que se queda tan colgado que se los aprende de memoria; tal lectura le va a impulsar a comenzar a escribir sus propios poemas, que llegan a ser publicados en alguna revista. Tras haber obtenido el bachillerato, sin brillo, se ve alejado de la prisión dorada de su infancia y abandona el lujoso apartamento de sus padres para instalarse en una habitación. Primer viaje a Francia.

Habiendo destacado en sus estudios en las asignaturas de alemán y de historia, se matricula en filosofía en la Universidad de Viena, y allá comienza a frecuentar, en el Café Central, a los componentes de la Joven Viena, entre quienes están Arthur Schnitzler, Hugo von Hofmannstahl, et alii. El año siguiente, 1901, publica una recopilación de poemas, y colabora, por primera vez, en un importante diario vienés (Neue Freie Presse). Traduce a Verlaine y a Baudelaire. En un viaje a Bélgica, en 1902, conoce a Émile Verhaeren. En sus estancias en Berlín y París, descubre las obras de Dovstoievski y de Munch.

Vuelve, en 1904, a Viena, y en julio defiende su tesis de doctorado en letras, sobre Hippolyte Taine. Se publica su primera recopilación de nouvelles y la traducción de unos poemas escogidos de Verhaeren. Viaja a Londres y a París. En 1905, viaja a España y a Argelia; el mismo año publica un libro sobre Verlaine. Al año siguiente: aparición de su segunda selección de poemas; pasa cuatro meses en Inglaterra y traduce a algunos autores británicos, entre otros a William Blake. En 1907, primera obra de teatro, y escribe una introducción a un poemario de Rimbaud, que hace pensar en un auténtico autoretrato: «Rimbaud es un héroe de la libertad interior. Un desesperado del instinto…».

1908-1909: introducción a una selección de textos de Balzac y primeras representaciones de su obra teatral, Thersite. Cinco meses de viaje por Asia (India, Ceilán y Birmania). Al año siguiente, publica una obra sobre Verhaeren y la traducción de dos volúmenes del poeta belga. Escribe la presentación alemana de las obras completas de Charles Dickens. En 1911 viaja a América (Nueva York, Canadá, Cuba, etc.); publica una recopilación de cuatro novelas cortas. En 1912 conoce a Friderike von Winsternitz, casada y madre de dos hijos, novelista que aspira a una vida más libre. Se establecen estrechas relaciones intelectuales entre ellos.

La declaración de la guerra le sorprende en Bélgica; vuelve a Viena y es incorporado al ejército austríaco, siendo destinado al servicio de archivos de guerra. Tres años después compra una casa en Salzburgo, y vive con Friderike. Escribe un drama pacifista, Jeremías. Gira de conferencias por Suiza. Su obra es representada en Zurich y ese mismo año es representada, en Hamburgo, y otra obra suya, Leyenda de una vida, también. Comienza a frecuentar en Ginebra, los ambientes pacifistas de intelectuales emigrados. Traduce varias obras de Romain Rolland.

En 1919, vuelve a Austria, instalándose en Salzburgo con Friderike. Habiéndose divorciado por el rito católico, ya que ella vivía en situación bígama. Al año siguiente, se convierte oficialmente en su mujer. Publica varias biografías y Tres maestros (sobre Balzac, Dickens y Dostoievski). Publica Amok y una antología poética. El éxito le sonríe sin dudar, en especial a raíz de La confusión de sentimientos. Se multiplican los viajes: a Marsella, a la Unión Soviética(1928) con motivo del centenario del nacimiento de Tolstói. En 1930 visita a Gorki en Italia.

En 1931, estancia en Francia, en donde se encuentra con su compatriota Joseph Roth. Más viajes y amistades. Dos años después sus obras son pasto de las hogueras nazis; ya predijo Heine que se empieza quemando libros y se acaba quemando personas. Primera estancia en Londres. En 1934, su casa es registrada, lo que le empuja a instalarse en Londres, permaneciendo su mujer en Salzburgo. Libros sobre Erasmo, María Estuardo. Una joven alemana, Lotte Altmann, se convierte en su secretaria, contratada por la propia Friderike. Es invitado a pronunciar una serie de conferencias en Estados Unidos. La representación de sus obras es prohibida por las autoridades germanas, por ser obras de un judío. En 1936, primer viaje a Brasil, Argentina. Algunas de sus obras se publican en Viena, en especial La impaciencia del corazón (1937). Vende su casa de Salzburgo y se separa de Friederike.

Éxito enorme del libro recién nombrado en Inglaterra(1939). Pronuncia los discursos fúnebres en homenaje a Joseph Roth, y más tarde en el de Sigmund Freud. Se casa con Lotte. En 1940 se le concede la nacionalidad inglesa. Se multiplican sus conferencias y se ve sorprendido por el éxito que sus libros tienen en Brasil. En 1941, la pareja se instala en Petrópolis… allá escribe la Novela de ajedrez, y reúne sus recuerdos en El mundo de ayer. Su estado depresivo empeora y el desarrollo de la guerra le hunde en un hondo pesimismo. Mientras asiste, en 1942, al carnaval de Río, se entera de la caída de Singapur…desesperado vuelve a Petrópolis y el 22 de febrero se suicida junto a Lotte. La ingesta de amplias dosis de Veronal puso fin a dos vidas, puso fin a una vida de vagabundeo, a una vida provisional.

+ «La impaciencia del corazón» ( 1937)

Entre la impaciencia y la piedad – como los editores y traductores de la obra – se mueve el protagonista de esta novela, quizá la más lograda del escritor vienés, quien habitualmente se movía en distancias más cortas, y hace deslizarse a los lectores…

Estamos en 1914. Un oficial, cuyo regimiento es destinado a a zona fronteriza húngara, pasa allá el tiempo como puede. Una fiesta organizada por una rica familia local, la del barón de Kekesfalva, a la que es invitado va a llevar a Anton Hofmiller a pedir un baile a la hija inválida de los anfitriones; lo que con aquella invitación comienza va a asentarse con un compromiso; las visitas con ramos de flores van a dar duración, entre la culpa y la expiación, a la relación. Ante la petición de la muchacha el joven asiente, más no va a tardar en anidar en él cierto arrepentimiento. Como se lo señala el doctor Condor hay dos tipos de piedades: una débil y sentimental para con los indefensos, la otra creativa… la primera va a conducir a nuestro hombre por los derroteros del engaño y los malentendidos. Como telón de fondo en el que se desarrolla el tenso dilema infernal… las sombras de una época, con sus máscaras y sus garras varias.

Por Iñaki Urdanibia

Vaya por delante una aclaración sobre el neologismo que aparece en el título de este artículo; conste que no es mío sino que lo tomo de las páginas del libro, «Sobre la losa», editado por Siruela, en el que se da carta de naturaleza a tal término en referencia al extraño comportamiento del comisario creado por Fred Vargas (París, 1957). Cualquiera que se haya acercado a las investigaciones del singular comisario verá que el verbo empleado se ajusta a su actitud como guante a mano.

Hacía ya unos cinco años pasados en que el personaje y su creadora habían desaparecido del mapa de las publicaciones, lo que no quita para que la escritora se haya centrado en otros temas ajenos a la narrativa *; ahora ya está de vuelta, y además en plena forma: Adamsberg manteniéndose siempre en su ser, cada vez más sí mismo. Silencios abstraídos, como si estuviese ausente y pasmado, y ajeno a lo que intercambian sus colegas o subordinados, la ruptura de tales momentos con alguna salida que apunta a una posible pista que deja descolocado a todos al no ver la relación de lo que dice con la investigación en marcha, es marca de la casa. Las palabras empleadas a las que somete a cambios silábicos, que son corregidas de inmediato por sus acompañantes, y… en la presente ocasión el protagonismo de un dolmen, que aparece en la misma portada de la novela, al que acude para reflexionar el comisario tumbándose encima de la losa que corona la construcción de hace más de tres mil años de antigüedad, busca allá, como si de la sabiduría del tiempo se tratara, las burbujas de pensamiento que se entrelazan en su mente como algas enroscadas; si Jorge de Oteiza en su Quousque Tandem!, ponía el énfasis sobre el cromlech megalítico como lugar de la iluminación (Litchtung, de inspiración heideggeriana), nuestro comisario adopta otra construcción neolítica como lugar de inspiración en la que fluye la lucidez.

En este caso el comisario es llamado para que se traslade de Paríis a Bretaña, dejando en la comisaría de la capital del Sena al cultivado Garland, ya que allá en el pueblo en el que se sitúa el castillo de Combourg campa la muerte asesina. Es la policía de Rennes la que le reclama en busca de ayuda, al sucederse algún crimen, al que seguirán otros, que parecen relacionados con ciertas leyendas del lugar, siendo acompañadas por la presencia de algunos personajes realmente curiosos como un heredero lejano del autor de Memorias de ultratumba, François-Auguste-René de Chatebriand, Auguste-Félix de Chateaubriand, conocido como Josselin, que luce unos variopintos ropajes, y maneras de antaño, y que sirve al ayuntamiento del lugar como poco menos que atracción turística, a la vez recoge setas en el bosque aun no gustándole lo que recoge que lo reparte entre su paisanos, cual Robin Hood del champiñón, un cheposo al que tras alguna operación le ha desaparecido su extraño bulto, y el ruido de la pata de palo de un conde conocido como el Cojo, que ha vuelto tras catorce años de ausencia, a vagar no solamente por las galerías del castillo sino en las calles del pueblito también, lo que atemoriza a los pobladores de la localidad, ya que tal caminar supone malos presagios; tampoco juega un papel menor en el escenario la existencia de la leyenda de que si alguien ve su sombra pisada por otro, la desgracia es segura lo que origina la existencia de diferentes grupos, a modo de sectas, los ombrosos, los sombríos… y la figura destacada de una mujer apodada como la Serpiente con sus potingues y supuestos remedios. Así pues, es en medio de las brumas bretonas, que casan con las leyendas y los personajes nombrados es el escenario en el que se va a mover el comisario Adamsberg, y su equipo, al que se unen los policías de Rennes, y encore, los refuerzos de brigadas de intervención que toman el pueblo ante el aumento de crímenes con características similares: entre otras, los cadáveres son hallados con un huevo fecundado en la mano, a lo que se ha de sumar que los cadáveres están llenos de pulgas. Estas coincidencias hacen que se investigue sobre quiénes tienen perros y quienes tienen acceso a los huevos nombrados; coincide igualmente que el cuchillo utilizado es el mismo en todos los asesinatos (del médico, del alcalde,…), y las puñaladas que simulan ser asestadas por un zurdo que el tipo de corte demuestra que es diestro; sin obviar el hallazgo de alguna mochila con arañazos de gato, lo que hace que se haya de investigar también a quienes pueden tratar, y maltratar, a los felinos, actividad habitual en el medio escolar. Las sospechas varían y se van descartando con respecto a los habitantes de Louviec, a la vez que se moviliza a los policías hasta convertirles en verdaderos inspectores de aspectos que parecen ajenos a su labor. El policía bretón que acompaña a Adamsberg, Franck Matthieu, muestra no pocas veces su desacuerdo con las intuiciones del recién llegado, desacuerdo que también muestra, con el modo particular de investigar del recién llegado y su costumbre para moverse en contra del reglamento y de las jerarquías, ciertos celos al quitarle el protagonismo sobre su terreno. El prestigio de Adamsberg es grande a pesar de que la jefatura no esté contento con sus actitudes, pero la eficacia manda.

Las historias se encabalgan y no dan respiro al lector, que ve que las sospechas se desplazan a otros tiempos del lugar, con el matonismo escolar de algunos sobre los diferentes, que son convertidos en objeto de burla, sufren agresiones, etc. Y hay cosas que perduran a lo largo del tiempo al dejar huella en las víctimas, del mismo modo que el que tuvo retuvo y así algunos de los matones de los años escolares han seguido con sus comportamientos delictivos: negocios en la localidad mediterránea de Sète y al otro lado del charco, en Los Ángeles, a lo que se suma el enriquecimiento repentino por medio del testamento horas antes de su muerte de una pretendido amigo americano. Así pues, la investigación se desplaza de Bretaña a otros lares y a otros asuntos turbios de asesinos a sueldo, etc. El prestigio mentado de Adamsberg y su habilidad a la hora de resolver los más intrincados casos, hace que las amenazas le rodeen, y en esta ocasión llega a ser herido de algún balazo a pesar de la protección que le rodea, protección que hace que hay momentos en que la acumulación de flics sea realmente cercana a la multitud, patrullando la localidad; otros personajes que acompañan al comisario tienen su miga, así el adormilado Mercadet que muestra una sagacidad y capacidad retentiva propia de récord, por no hablar de una mujer que demuestra su poder y tenacidad en perseguir y desembarazarse de los delincuentes a ostias, Retancourt, sin olvidar al posadero Johan que cuida a cuerpo de rey a los policías, preparándoles suculentas comidas y dejándoles sus locales reservados para sus reuniones…y las botellas entre corren entre los reunidos aun estando de servicio… Al entregado Johan le alcanza la desgracia cuando su hija pequeña es raptada, siendo increpado por su mujer por sus estrechas relaciones con los agentes… Tensión por todas las esquinas, las hipótesis de disparan en divergentes direcciones y la sorpresa se apodera del fin del caso.

Como decía, no hay tiempos muertos, ya que la acción, mejor las acciones, se suceden a intensa velocidad… la dispersión que se apodera de las historias, en un feroz encabalgamiento, puede provocar cierto desbrujule en el lector, sensación de desnorte que responde al propio de los investigadores, muy en especial el del jefe de orquesta, Adamsberg que tiene destellos rozando lo chirene, que resulta a la vez sagaz e intuitivo hasta las entretelas… deducciones que es incapaz de justificar, teniendo siempre en su boca un no sé, no hay un porqué… luces que brotan en su dislocada mente del mismo modo que las nubes que en el cielo se entrecruzan y que Adamsberg contempla abducido sobre la losa.

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https://carteldelasartesylasletras.wordpress.com/category/fred-vargas/

Dos artículos, uno de octubre de 2015 y el otro de junio de 2020. El segundo es de la serie de Adamsberg, mientras que el primero explora otros terrenos que nada tienen que ver con la narrativa, ni negra ni amarilla, sino más bien con el color verde en la medida en que es un grito de alarma ante el camino hacia el desastre que lleva la humanidad sin reparar en el cuidado debido a la Tierra y sus recursos. Con respecto a este primero no me resisto a subrayar el compromiso de la autora con otras causas como la relacionada con el caso del italiano Cesare Battisti, del que en su momento hablé en esta red (El fugitivo Cesare Battisti: htttps://archivo.kaosenlared.net/el-fugitivo-cesare-battisti/index.html). Si traigo esto a colación es, además de para dejar constancia del compromiso cívico de Frédérique Audoin-Rouzeau, nombre real de quien adopta el seudónimo de Fred Vargas, es para mostrar cierta sorpresa ante las declaraciones de algún personaje que alaba a la autora por su nivel de novelista, opinión que luce en la contracubierta del libro, cuando este mismo caballero ha solido afirmar que no se puede ni se debe separar la obra y el autor, ya que ella corresponde a la personalidad de éste, en esta caso ésta; será que no ha leído más que las novelas ya que en caso contrario debería despotricar de las ideas de la señora. Pero bueno, de quien zascandilea por hábito, cualquier cosa se puede esperar.