Por Iñaki Urdanibia

Vaya por delante una necesaria aclaración: la pretensión de llevar al terreno de la ficción supuestos hechos reales resulta en no pocas ocasiones ciertamente problemático y ello se debe a que puedan deslizarse ciertas inexactitudes o exageraciones, debidas a la imaginación de quien lo hace; denuncias que en el caso de darse siempre dejan al autor, o a la autora, el recurso a decir que lo que se ha escrito no ha de responde a los criterios de verdad histórica sino única y exclusivamente a las reglas de la ficción («Es una novela, así que no se necesitaba corroborar la información, aunque una novela sí debe ser verosímil». Más peliagudo resulta el asunto si los temas tratados se encuadran dentro de un asesinato al por mayor enfocándolo desde el prisma de casos un tato tangenciales que pueden desvirtuar la terrible gravedad de los hechos en los que se sitúan chapoteando en los fangos del morbo ( me viene a la cabeza aquella polémica Portero de noche, que venía a presentar un pretendido síndrome de Estocolmo, o dicho de manera más explícita: una estrecha relación de atracción entre una víctima y su verdugo).

Algo de esto ocurre, o puede ocurrir aunque no sea exactamente el caso señalado, con los libros de Heather Morris, que ambos – los dos publicados de Pirineos abajo – toman como objeto algunas relaciones establecidas en los campos de concentración. Hace un par de años se publicaba su El tatuador del Auschwitz que narraba la historia de Gita Fuhmannova (34902) y Lale Sokolov, en el que este último, judío él, estaba obligado a tatuar a los deportados; entre él y una, la nombrada, de las tatuadas surgió una historia de amor que les llevó a contraer matrimonio.

Si esta novela obtuvo un enorme éxito (traducida en 43 idiomas y más de tres millones de ejemplares vendidos en todo el mundo), ahora la escritora neozelandesa, publica «El viaje de Cilka» (Espasa, 2019), continuando en la misma onda temática: la de rescatando un hecho real, o casi real, lo somete a su visión ficcionada; fueron las conversaciones mantenidas con Lale Sokolov las que le pusieron sobre la pista de la historia y de su protagonista: Cecilia, Cilka,Klein, que según el caballero era una mujer valiente como pocas; personaje que, por cierto, ya asomaba en su anterior novela .

Cilka Klein era una joven judía de dieciséis años, originaria habitaba en Checoslovaquia, fue detenida y llevada al campo de Auschwitz-Birkeneau siendo allá convertida en una sierva sexual del comandante del campo Schwarzhuber; ello le supuso ciertas ventajas de cara a poder sobrevivir al hambre, al frío y al mortífero gas y demás maldades que allá se padecían. Si este sometimiento le supuso la salvación también le trajo nefastas consecuencias (además de permanecer sometida al SS nombrado) de cara a su fu turo, ya que liberado el campo y embargada por la ilusionada esperanza de recobrar la libertad, fue denunciada como colaboradora de los nazis y espía ante la temible policía soviética, la NKVD, que consideró que su relación sexual con un comandante del campo era prueba inequívoca de su comportamiento traidor. La decisión fue enviarla , en el correspondiente tren de ganado (otra vez) a otro campo, el viaje va a suponer ya una dura prueba para ella en particular ya que trata de guardar informaciones acerca de su situación para evitar que más adelante pudieran ser utilizadas en su contra; el viaje esta vez al de Vorkutá, uno de los centros del Gulag, situado a alrededor de cien millas del Círculo polar en donde hubo de pasar más de diez años de trabajos forzados; la suerte y su tesón, además del amplio dominio de diferentes idiomas, hicieron que lograse convertirse en ayudante de la enfermería , siendo protegida por la doctora del centro, Yelena Georgievna; tal dedicación haría que se viese exenta del frío y de los trabajos forzados al tiempo que al tener al alcance de la manos medicamentos y otros materiales médicos, los repartiese entre otros detenidos necesitados (mención especial merece otra joven deportada, Josie). Allí conocería a un enfermo, a causa del maltrato y la desnutrición, un tal Ivan Kovac, con quien irá estableciendo cada vez relaciones más estrechas hasta el enamoramiento, lo que la ayuda a soportar con mayor entereza y esperanza su situación.

Como no podía ser de otro modo, a lo largo de las historias que con verbo ágil nos va suministrando la escritora, somos arrastrados a situaciones de una dureza extrema que son alternadas por momentos emotivos en los que domina el amor y el deseo de supervivencia ( me viene en tales momentos de lectura aquellas constataciones de Bruno Bettelheim, que probó en primera persona los campos, de que quienes mejor resistían al infierno eran aquellos que tenían convicciones fuertes: destacando a los Testigos de Jehová, en concreto, amén de otros militantes comunistas y otros – puede verse su Sobrevivir. El holocausto una generación después. Editorial Crítica, 1981; en el caso que se nos presenta es la atracción amorosa la que supone, en la segunda experiencia padecida, la tabla de salvación, el agarradero de la mujer).

A cada cual lo suyo, y si no é vero, del todo, é ben trovato, esta novela que se inicia con la liberación del lager, y la llegada del Ejército Rojo, y los duros momentos que se van a suceder en la vida de aquella mujer abusada, y bajo el trauma de lo sufrido, en la gélida continuación de su calvario, bien puede tomarse como denuncia de los terribles padecimientos a los que fueron sometidas no pocas mujeres en las diferentes sucursales del universo concentracionario, del que por cierto se suministran certeras informaciones sobre sus respectivos funcionamientos e infames condiciones de vida… o de muerte .

Si con respecto a la primera novela nombrada surgieron algunas críticas acerca de flagrantes inexactitudes sobre la matrícula de la mujer y otras cuestiones inverosímiles, por parte de diferentes asociaciones de ex-deportados y por familiares de los protagonistas, en la presente ocasión han surgido protestas por parte de un hijastro de la mujer, al tiempo que la revista del Memorial Auschwitz ha negado la mayor: Cilka no fue esclava sexual de nadie…