Por Iñaki Urdanibia.

Novela en la que se cruzan la comedia y la tragedia en torno a las relaciones sociales. Lo último de Yasmina Reza.

«No existe la pureza en la relación humana».

Como suele suceder con frecuencia hay escritores o artistas que resultan de interés, pero con los que a veces debido a ciertos comportamientos hace que asomen con respecto a ellos cierta incomodidad a la hora de acercarse a su figura, que contagia su obra. El caso de Yasmina Reza me resulta ejemplar de lo que digo: lector habitual de sus obras, que me han empujado a proponerla, y leerla, en algunas de las tertulias literarias en las que he andado embarcado; su libro sobre Nicolas Sarkozy – a quien acompañó a lo largo de su campaña electoral -, me supuso francamente un desagradable crujido a lo que se vinieron a unir algunos artículo en una revista de los néo-réacs hexagonales, Le meilleurs del mondes… la verdad es que me incomodaron tales posicionamientos. Aclarado esto, no se puede dudar del afilado mordiente y la sagacidad de las que rebosan sus obras, perfectamente escritas y cuyas historias dosificadas debidamente hacen que la tensión vaya creciendo en la medida en que pasan las páginas, hasta alcanzar los bordes, o el corazón mismo, de los desacuerdos entre amigos o entre gentes que , por una u otra razón, se han visto obligados a relacionarse. En cierto sentido, podría decirse sin pasarse ni un pelo que el esquema, en las historias de Reza, se repiten en sus variaciones respectivas: es decir, todo va más o menos bien hasta que un acontecimiento, una presencia o un personaje puede desencadenar las discusiones, las tensiones, etc. Así sucede en «Arte», en «En el trineo de Schopenhauer» o «Un dios salvaje», libros en los que o bien las diferencias con respecto a algún cuadro, una depresión de un especialista en Spinoza es acrecentada por la presencia diagnóstica de un psiquiatra, o el encuentro entre dos parejas con motivo de una pelea entre sus hijos… Los diálogos logrados hasta las entretelas, que van en un aumento en la creación de atmósferas asfixiantes, hacen que en lo esencial las obras de Reza presentan escenas de los momentos en los que las convenciones sociales, las normas de la buena educación (léase hipocresía), u otras formas de vaselina social han desaparecido o están en trance de hacerlo… allá cuando parece que el dicho sartreano se confirma: el infierno son los otros.

Ahora acaba de ser traducida al castellano su última obra, «Babilonia» (Anagrama, 2017) que fue premiada el año pasado, año de su publicación, con el Renaudot 2016. Desde luego la tensión no flojea en esta nueva entrega sino que las cosas son llevadas realmente al límite, que hace que la roma normalidad dé paso a las páginas de sucesos, por los frágiles bordes que les separan.

Al principio todo parece normal en el mundo normal de unos vecinos, dos parejas, más o menos, normales. Por una parte Elisabeth, ingeniera de patentes en el Instituto Pasteur, mujer que acaba de cumplir los sesenta y que ha tomado plena conciencia de ello, para más INRI la muerte de su madre es reciente y el recuerdo de un amor pasado planea constantemente sobre su inquieta mente; ella va a ser la narradora cuya mente tiene una tendencia al mecanismo fotográfico (los instantes captados, que quedan inmortalizados, que ya no volverán a suceder o repetirse). La vida con su marido Pierre es un remanso de tranquilidad y repetición de los días, más si cabe desde que su hijo, Emmanuel, se ha independizado, marchándose del hogar común. En el piso de arriba vive una pareja, los Manoscrivi, compuesta por Jean-Lino hombre – pasmado y careciendo de autoestima y de afectos – que se acerca también a los sesenta y su mujer Lydie que reparte su vida entre su afición a esoterismos varios (entre ellos, una preocupación obsesiva por el respeto a los animales) y su afición a participar en jam sessions como cantante; en el hogar de estos últimos deambula un caprichoso minino, Eduardo, y un nieto de ella, Rémi, que es acaparador donde los haya y dispuesto a la casqueta frecuente.

La relación entre ambas parejas sin ser estrecha en exceso es amable hasta el punto de que los de abajo son invitados a asistir a una actuación de Lyde en el local en el que habitualmente ejercía su particular karaoke. La cercanía de edad entre Elisabeth y Jean-Lino va a hacer que compartan ciertas cuitas sobre el paso del tiempo, cuestión que ocupa no pocas cavilaciones en las páginas del libro reflejando las rumias de los personajes nombrados.

En medio del aburrimiento de la vida, Elisabeth decide organizar una fiesta de primavera para cuya organización ha de mover Roma con Santiago con el fin de conseguir cubiertos, sillas y otros enseres necesarios para recibir a sus invitados, entre los que están los vecinos del piso de arriba. Al final, a la fiesta asisten casi una veintena de personas que comparten vasos y conversaciones en las que se casan las risas con los momentos de tensión provocados, en especial, por algún invitado perteneciente al conjunto de seres a los que hay que dar de comer aparte: bebedor y de tendencias misántropas; la variedad de las ocupaciones y los dispares modos de ver la vida de los distintos invitados hace que las conversaciones fluyan por diferentes andurriales de la vida (alimentación, gustos, maneras de vestir…). Las presentaciones caricaturescas de los variopintos personajes nos introducen en la fiesta con unos tonos de abierta sátira social. Hasta casi la mitad del libro la cosa marcha sobre ruedas, aunque hay momentos en que éstas parecen avanzar pinchadas… Mas no hay bien que dure cien páginas, pues cuando menos se espera salta la problemática liebre de los malentendidos que provocan la tragedia..

Finalizada la reunión cada cual abandona la casa dejando solos al matrimonio anfitrión. Ambos cansados charlan sobre cómo ha transcurrido la fiesta y piensan en dejar la limpieza del desorden para el día siguiente. De pronto suena el timbre, abren extrañados y quien llama resulta ser el vecino de arriba, Jean-Lino que comportándose como un verdadero zombi les notifica de lo que acaba de suceder en su casa («el lenguaje no muestra más que la dificultad de expresarse»). La inesperada noticia hace que el matrimonio acompañe al vecino a su casa con el fin de comprobar que lo que dice es verdad. A partir de entonces las cosas se van a disparar, y la implicación de los componentes del matrimonio por tratar de dar salida al desaguisado en el que se ven inmersos; en especial es Elisabeth quien más carne pone en el asador. Idas y venidas, Pierre que se va a dormir, y Elisabeth que se mete, compasión obliga, en un charco que va a hacer que aquella noche se convierta – por decirlo con los de Liverpool – en qué noche la de aquel día. ¿Llamar a la policía? ¿Preparar coartadas y versiones creíbles?… Ardua tarea la de construir la verdad oficial, entre deux, entre las otras versiones posibles y quizá – y sin quizá – más verdaderas pero más problemáticas de cara, sobre todo, a la policía. Y el pozo en el que se introducen, muy en especial, la mujer que, ajena a lo acontecido, lo único que pretende es ayudar a un pobre hombre desamparado, va creciendo sin remisión…avanzando con paso decidido hacia un irresoluble cul de sac.

La novela se mueve en un balanceo constante entre la fiesta y el drama, los vasos y los problemas que se acumulan, y la pareja que trata de hallar una salida al entuerto – por llamarlo de algún modo suave – titubea entre la vivienda, el ascensor, el portal, y, sobre todo, entre qué hacer o no, ambos vestidos como si anduviesen sumergidos en un carnaval… lo que le da un toque grotesco hasta las cartolas.

Ciertamente si muchas de las obras de Yasmina Reza han sido llevadas al teatro, la presente se presta a las mil maravillas para ser escenificada y para hacer temblar a los espectadores, a la vez que empujarles a soltar alguna carcajada entre el nervio y lo chusco de la situación, o mejor de las situaciones, ya que el singular se despliega en un recurrente y, dubitativo, plural.

Además de lo narrado, el propio título, que toma inspiración en los Salmos, («A orillas de los ríos de Babilonia, nos sentábamos y llorábamos al acordarnos de Sión»), anuncian que el exilio cobra especial presencia, no el exilio geográfico sino temporal: los recuerdos nostálgicos de tiempos pasados y no culminados como se hubiese deseado, de relaciones fallidas (la alargada sombra de Joseph Denner y los innumerables vasos ingeridos en Dieppe), y del inexorable paso de la edad que hace que el divino tesoro se vaya para no volver… en el fondo de la soledad como humus de cada cual, que anida en el interior propio, a pesar del ruido social que los otros suponen, y que son la base de la soledad del exilio de los sueños…que provocan unos hondos sentimientos de angustia que hacen masa con la realidad circundante.

Yasmina Reza, una escrutadora mirada sobre asuntos cotidianos, en apariencia irrelevantes, que ocultan los grandes, y persistentes, temas humanos, demasiado humanos.