Por Iñaki Urdanibia

Salta a la vista que en el campo de la novela negra o policíaca las damas del crimen han florecido con abundancia: ahí están, y seguro que me quedo corto, Agatha Christie, P. D. James, Patricia Highsmith, Ingrid Noll, Donna Leon, Barbara Vine-Ruth Rendell, tanto monta, Fred Vargas, o quizá la última llegada y con enorme éxito Camilla Läckberg (Suecia, 1974); muestra de lo que digo con respecto a esta última es la información que ofrece la faja de su último libro: 26 millones de ejemplares vendidos en más de 60 países.

En «Mujeres que no perdonan» (Planeta, 2020) nos las vemos con tres mujeres que toman conciencia de su situación de desprecio y maltrato que padecen a manos de sus maridos, decidiendo pasar a la acción que estaría guiada por un lema que diría no es matar a un hombre, sí, pero al mismo tiempo liberar a una mujer. Coincidía el hartazgo con la extensión de la ola de #MeToo por Suecia y por el mundo entero, y las noticias de prensa aludían a tal movimiento que gritaba: ¡basta ya!

Por medio de breves capítulos alternados nos van siendo presentadas las tres mujeres y sus particulares circunstancias. Ingrid Steen es periodista y trabaja de ello hasta que tras catorce años de carrera, optó por quedarse en casa al cuidado de su hija Lovina cuando su marido, Tommy, fue ascendido al puesto de director. El alejamiento entre ambos cónyuges es cada vez mayor, ya que él está siempre ocupado con reuniones, cenas, etc., y en casa se niega a compartir las noticias y los asuntos de su trabajo al considerar a su esposa poco menos que incapaz, menor de edad para poder comprender lo que él se lleva entre manos. Dos circunstancias le revientan: por una parte, el descubrir que Tommy se lo hace con una joven redactora ascendente del periódico, y por otra, que en el periódico hay, cuando menos, un par de viejas glorias, Ola Pettersson y Kristian Lövander, que abusan de las recién llegadas como si de una necesaria prueba se tratara; ella recuerda que cuando fue contratada las palabras de uno de ellos fue, ni más ni menos: buenos labios de chupapollas. Con respecto a esto último recrimina a su marido la incoherencia suya y la del periódico que critica los casos de abusos, pero que que mira para otro lado con lo que tiene en casa a pesar de que sea un comportamiento asqueroso conocido por todos.

Victoria Brunberg, es una rusa cuyo marido, Yuri, fue asesinado por la mafia y habiéndose quedado viuda y por recomendación de su madre presenta sus fotos y demás en una página web en la que los suecos buscan esposa. Malte es el hombre que la elige y con el que se une, yendo a vivir a un pueblito, Sillbo, en el que él trabaja a las mañanas en una gasolinera. De la vida a todo tren que llevaba en su país, se ve reducida a la cárcel de su casa en la que es controlada, sin teléfono, ni internet. Las únicas relaciones son las de su marido que se junta con otro, un tal Lars que está casado con una mujer tailandesa, que luce una permanente sonrisa que repatea a Victoria. Los dos amigos no hacen otra cosa que beber hasta quedarse dormidos en el sofá, sin privarse de hacer comentarios obscenos sobre que las tailandesas son mejores folladoras que las rusas y otras afirmaciones despectivas acerca de lo mal que cocina Victoria… que de vez en cuando es reclamada por su marido para que se la chupe.

Birgitta Nilsson es profesora de una escuela infantil, contando entre sus alumnas a Lovisa, la hija de Ingrid. Su marido Jakob a pesar de su edad no se jubila ya que el negocio de contabilidad es suyo y ha de atenderlo, frustrando así las ensoñaciones de Ingrid de comprar una casita en España para pasar apaciblemente la vejez. A su marido que la desprecia y la golpea frecuentemente, se ha de sumar el desprecio de sus dos hijos gemelos, Max y Jesper, que no viven en casa ya y que la ignoran. Tal es el maltrato que recibe que no acude a hacerse mamografías a pesar de las recomendaciones del médico por no enseñar sus moratones. Para colmo de desmanes le ha sido diagnosticado un cáncer de mama.

A las tres, como a muchas otras, podría aplicárseles aquello de: la mujer en casa, la pata quebrada. Mas la paciencia tiene un límite y las mujeres dispuestas a romper la infame situación que padecen deciden pasar a la acción, en tiempos de internet, organizando el modo de poner fin a la ignominia. Si se suele decir que la venganza es un plato que se sirve frío, aquí vemos un menú compuesto de justicia poética, cuya realización, imaginativa e inesperada, es narrada en la segunda parte, Tres semanas después, hace que veamos a las tres mujeres en acción, en un claro ejemplo de distribución de trabajo del que no daré cuenta para no desvelar una de las claves del desarrollo de la novela que se lee de un tirón y que crea, desde el principio, la ineludible necesidad de pasar las páginas para saber qué sucederá en las siguientes. El libro concluye, lejos de tierras suecas, al sur de la calurosa Florida, con el encuentro de las tres mujeres conspiradoras que, si exceptuamos un caso, no se conocían… Un año después.

Aunque sea reiterativo y pueda sonar a tópico la novela es de las que crea adicción y provoca un ansia de no abandonar la lectura una vez iniciada, sintiéndonos atrapados por la denuncia de la violencia doméstica, del machismo, y… por el imparable deseo de liberarse de las garras de los opresores.