Por Iñaki Urdanibia
En los cincuenta y sesenta del siglo pasado, un aullido de libertad y rebeldía, floreció en los USA, y en diferentes jardines: literarios, musicales, cinematográficos, creando en torno a una serie de personajes un aura de prestigio. Su denominador común podría cifrarse en su deseo de cambiar de vida, que no pocas veces se tradujo en cambios de país, y en la lucha contra la domesticación de las almas (Ginsberg hablaba de la mecanización de las almas), que se encarnaba en la lucha contra la guerra, contra el racismo, y por los derechos de las minorías. La huella que dejaron se plasmó en luchas contra la industria armamentística, difusión de la conciencia ecológica, la defensa de la libertad sexual, y de las reclamaciones de los gays, de los negros, de las reivindicaciones de los derechos de las mujeres , la despenalización del uso de la marihuana, respeto de la tierra y de las culturas indígenas («la tierra es de los indios», decía Kerouac) y la búsqueda de una espiritualidad que rompiese con los abusos estatales, de la censura, etc., sin obviar el campo abierto por Burroughs a las exploraciones del pensamiento queer, todo ello con muchas flores y unas gotas de budismo o similares; pueden hallarse aires de familia en escritores como Susan Sontag, Norman Mailer o en músicos como The Beatles, Bob Dylan o The Doors, por no hablar de la esfera psicodélica y/o l galaxia punk. Allen Ginsberg (1926-1997) se convirtió en portavoz, si se puede emplear tal expresión, archivero y cronista de tal movimiento.
En la colección Crónicas de la barcelonesa Anagrama, ha visto la luz la obra del nombrado: «Las mejores mentes de mi generación. Historia literaria de mi generación», libro que resulta imprescindible para cualquiera que desee acercarse a aquella época y a aquel movimiento, del que el alternativo poeta libertario presenta en una cincuentena de pasos a sus compañeros de fatigas: Jack Kerouac, William S.Burroughs, Gregory Corso, John Clellon Holmes, Peter Orlovsky, Carl Solomon y a sí mismo. El análisis se centra en los aspectos relacionados con la escritura y con el ideario que guió la actividad creadora de cada uno de los nombrados, acompañados con textos de los diferentes artistas. No se limitan las páginas del sabroso libro a lo señalado sino que entra a detallar las trayectorias existenciales tanto suyas como las de los demás, los viajes geográficos e igualmente los mentales provocados por la ingesta de diferentes sustancias, al igual que narra sus problemas con la justicia, con resultado de cárcel y de ingreso en psiquiátrico incluidos; relata los problemas ocasionados por algunas lecturas poéticas, juzgadas obscenas por la policía. Le vemos de viaje a la India y repartiendo flores junto a Timothy Leary en los parques de San Francisco, preámbulo de lo que más tarde sería el movimiento hippie. Desvela sus traslado a Columbia y su convivencia con Burroughs y su esposa; presenta y somete a puntilloso análisis las obras de sus amigos, haciendo que las páginas del libro se erijan en una verdadera antología de los autores beat, al dar a conocer poemas suyos propios y de Corso, del que por cierto se ven sus devaneos en el mundo de la delincuencia, fragmentos esenciales de El almuerzo desnudo o Yonqui de Burroughs, de La ciudad y el campo de Kerouac, o de sus En el camino o Los subterráneos, y las lecturas y análisis que Ginsberg realiza de ellas, entroncándolas con los avatares existenciales de sus autores, con incursiones por los pagos musicales del free jazz, del bebop y sus luminarias, sin obviar sus consejos sobre la escucha de Mahler, Brahms, del mismo modo que ofrece, al final, una lista de lecturas para completar su curso sobre la historia de la generación beat. Pone fecha a los actos fundacionales del grupo y relata las vicisitudes propias y ajenas. No se priva tampoco de exponer sus opiniones sobre las trayectorias de sus amigos, emitiendo por momentos juicios un tanto severos sobre algunos comportamientos propios de cabecitas locas. Desvela las costumbres y planes de escritura del autor de En la carretera, o de la muerte de la mujer de Burroughs cuando ambos jugaban a emular la acción de Guillermo Tell, esta vez con pistola, y del éxito que al otro lado del charco, en tierras europeas, obtuvieron la colección de recortes compuestos, aleatoriamente, por el autor de Almuerzo desnudo, los desfases de Neal Cassidy y sus momentos de bloqueo ligados a su abusos en la ingesta de drogas varias. Y se nos entregan igualmente las circunstancias de encuentros cruciales entre los componentes de la movida y con otras personas que influyeron en ellos como Suzuki, Watts, William Carlos Williams, poeta que junto a Rimbaud dejó su impronta en el quehacer de algunos de ellos, etc.
No me importa reiterarme, y tampoco es afán de usar el botafumeiro, pero estamos ante una obra necesaria, cuya consulta es imprescindible, para conocer aquel movimiento, más bien grupo de seres creativos a los que unía más que cualquier tipo de organización o disciplina, un espíritu contra la cultura dominante, a los que a través de las páginas de esta obra conocemos tanto en aspectos personales, como en las relaciones que establecieron entre ellos, y el peso que otros creadores tuvieron a la hora de inspirar sus creaciones… las de esos fantasmas en el espacio que impartieron cursos con su nueva visión de las cosas, que ensayaron formas de pedagogía poniendo en solfa las categorías dominantes e impuestas por el uso y el abuso.
Es obvio que Allen Ginsberg sabía de qué escribía ya que conocía bien el percal, y así pone negro sobre blanco las características del colectivo, y el espíritu insumiso de cada uno de ellos, y lo hace con maestría, y también con benevolencia de amigo, en aplicación del enseñar deleitando, convirtiendo la lectura en un ejercicio ameno, y sin dificultad, que se desliza con suavidad de página a página.