Por Iñaki Urdanibia

«Si había de ser un espectador del horror, prefería ser también un testigo. Un reportero.»

«Rudolf Vrba fue un genio del escapismo cuya hazaña se cuenta entre las mayores proezas del pasado siglo. Al evadirse de Auschwitz, consiguió lo que ningún judío había logrado hasta entonces, y eso le permitió contar al mundo lo que allí había visto»

Es habitual afirmar que el deber de un preso es escapar; en el caso que nos ocupa la huida no es mero deseo de supervivencia sino también cumplir con el deber de denunciar, dando a conocer la verdad de los campos de concentración, y exterminio, puestos en marcha por el nacionalsocialismo.

Basándose en un caso de uno de los raros deportados que lograron huir del campo de Auschwitz, el de Walter Rosenberg, que más tarde respondía al nombre de Rudi Vrba, el periodista y escritor Jonathan Freedland entrega un recomendable «El maestro de la fuga», editado por Planeta. No me corto ni un pelo en considerar que estamos ante una obra recomendable a todas luces, y me explico. Lector de textos relacionados con el universo concentracionario y la Shoá, me han solido escamar algunas incursiones desde la ficción escritas en la actualidad, en las que se pretende recrear la vida de diferentes personajes, inventados o inspirados en casos reales, quedando la cosa en una narrativa floja sino insustancial, hasta los límites den sensacionalismo morboso. Sin lugar a dudas me atrevo a afirmar que la mejor manera de acercarse al asunto es el recurso a textos de supervivientes de aquellas fábricas de cadáveres, cuyos testimonios expresan el carácter terrible de aquellos lugares de muerte y despersonalización: ahí están los libros de los Primo Levi, Robert Antelme, David Rousset, Charlotte Delbo, Tadeusz Borowski, como abriendo brecha, en especial los tres nombrados en primer lugar; o más tarde, otros que tardaron más en narrar el horror, desde el campo de la ficción o el ensayo: Imre Kérstez, Jorge Semprún, Boris Pahor, o recurriendo al género reflexivo y propio del ensayo, como Jean Améry o Bruno Bettelheim…sin obviar algunos brillantes trabajos de historiadores como Annette Wierviorka, Catherine Coquio, Laurence Rees, Leon Poliakov, Raul Hilberg, Eugen Kogon Nikolau Wachsmann u otros [si se exceptúa el último nombrado, los demás no aparecen en la bibliografía del libro que he leído]. Eso sí, si se exceptúa el nombre de Primo Levi, soy de la opinión discordante al autor del libro al que me acerco, que afirma que «el nombre de Rudolf Vrba merecía figurar junto al de Anne Frank, Oscar Schindler y Primo Levi en la primera fila de los relatos que definen la Shoá», pues ni el ejemplo del buen capitalista llevado a la pantalla por Spielberg (¿escribió algo al respecto o solamente se dedicó a establecer los balances contables de lo ganado?), ni los diarios de Ana Frank, presentan la locura geométricapace Levi -, que organizaron, con relojes fordistas mediante, los de la brutal banda aria-parda; y lo digo con todo el respeto del mundo.

Si comentaba que el libro resulta recomendable a todas luces, es debido además de a la descripción de los méritos del propio personaje que es el hilo conductor de la obra, al retrato francamente logrado del funcionamiento del campo de Auschwitz; no cabe la menor duda de que Freedland se ha empapado de los libros que hace constar en la extensa bibliografía final, como muestra en sus descripciones de los diferentes lugares, secciones, kapos, deportados y sus diferentes colores distintivos, los comportamientos allá al uso, etc. Tal retrato lo entrevera con el protagonista destacado, como si fuese la observación de éste la responsable de la pintura del horror. No me importa repetirme a la hora de subrayar que el retrato que se ofrece en el libro responde a los criterios de rigor a la hora de mostrar el cuadro, en movimiento, de la maquinaria exterminadora que responde al nombre de Auschwitz; añadiré que cualquiera que trate de hacerse una idea del funcionamiento de aquel lager, como paradigma de todos los otros, no se equivocará al recurrir a este libro.

Avanza así el libro en un seguimiento estricto del personaje a través de cuya experiencia conocemos el horror y el deseo de testimoniar de Walter Rosenberg (Topolcany, Eslovaquia, 1924), que más tarde adoptaría el nombre por el que fue conocido, Rudolf Vrba, clandestinidad obligando. Expulsado de la escuela por su condición de judío, y viendo que las cosas se ponían realmente feas, escapó a Hungría, con el propósito de buscar refugio en Londres; las cosas no le fueron bien y fue devuelto a su país, en donde fue encerrado en el campo de Nováky, más tarde en el de Majdanek, para finalizar en Auschwitz y en su sucursal Birkeneau. Matriculado con el número tatuado de 44070, tuvo diferentes ocupaciones lo que hacía que conociese a fondo el funcionamiento de los campos de concentración y exterminio: en una gravera, en la fábrica de la I.G.Fabern, Burna, en la que trabajaría, es un decir, Primo Levi, y también Hans Mayer / Jean Améry, luego pintando esquís, posteriormente en el Kanada, lugar en el que se guardaban todo lo que requisaban a quienes eran llevados al lager. En tal privilegiado lugar conoció los mil y un chanchullos que se daban entre los deportados y los SS, ya que los primeros conocían las trampas que hacían los segundos para tomar en propiedad lo que les rotaba de modo y manera que les podían chantajear y conseguir algunas ventajas de paso. Ascendido como supervisor de tal almacén, vivía de cerca la llegada de los vagones en donde se hacía la selección – entre la vida y la muerte – y se desprendía a los recién llegados de sus pertenencias. Sus informaciones aumentaban y eran anotadas, más bien aprendidas de memoria, llegando al convencimiento de que todo aquello, que sus brutales organizadores denominaban solución final, cubría otro papel de importancia, el económico: al tener mano esclava… De día en día la conciencia del deber de alertar de lo que allá pasaba, le empujaba a buscar la huida; empresa que se vio pospuesta debido a que contrajo el tifus, lo que supuso que hubiese de sortear la temible selección, cosa que logró gracias a la ayuda de algunos resistentes que le escondieron pudo librarse de la cámara de gas; huir como digo, se antojaba imposible a todas luces ya que la vigilancia era estricta y los escarmientos para quienes trataban de huir, si eran aprehendidos, eran bestiales, con el acompañamiento de servir de espectáculo y exhibición del atrapado que espantase a quienes tratasen de probar fortuna. No hay bien que por mal no venga, y así la regularidad de las guardias internas y externas, del campo, hacía que se diese cierto décalage entre ambas vigilancias… un campo que separaba ambos espacios, creado recientemente y conocido con el nombre de México, por el colorido de las vestimentas de sus miembros, sin el fatídico trajes a rayas blancas y azules, de quienes eran traídos de Hungría, cumplía la función de fachada Potemkin, denominada Familienlager, sirviendo para dar el pego, de normalidad y alegría, a posibles inspecciones. Queda clara que la huida parecía ser un suicido seguro, pero había que intentarlo, aunque buscar compañeros de fuga, también tenía el problema de posibles delaciones. Un soviético de nombre Volkóv fue providencial en la medida en que ofreció unas lecciones del arte de la fuga a nuestro hombre y a su colega, y paisano, Alfred Wetzler; el rudo había sido, según contaba, militar de alta graduación en el ejército rojo, enseñó a quienes iban a fugarse la manera de hacer que los perros no les oliesen, mezclando tabaco ruso – machorka – con gasolina y dejándolo secar. Así lo hicieron permaneciendo escondidos, todavía dentro del campo, bajo unos tablones… temblando ante los guardianes alocados que buscaban a los que faltaban con celo sin par…al final fue el 10 de abril de 1944 cuando ambos lograron salir de las últimas alambradas del campo, y vagar durante días por los bosques, tratando en su soledad, de no dejarse ver y al tiempo evitar a los omnipresentes vigilante nazis. Al final, se encontraron con un anciano campesino, quien tras las primeras dudas, les puso en contacto con partisanos polacos que les ayudaron a alcanzar Eslovaquia, advirtiéndoles de los estrictos horarios de las patrullas nazis. Allá, en su patria, se presentaron a un centro judío en el que les interrogaron a ambos por separado, para ver si coincidían sus informaciones y no eran agentes de los nacionalsocialistas… No se privaba Rudolf Vrba de sentir que los interrogadores no mostraban ni pizca de compasión, a la vez que que desconfiaban de ellos y de las informaciones que ofrecían sobre Auschwitz.

Más adelante se nos da a conocer la llegada del protagonista a Hungría, y de allá a Londres e Israel,, escaldado con la actitud de los comunistas con respecto a los judíos y por su autoritarismo creciente, con ellos militó un tiempo, acabó yéndose a Canadá. Una treintena de páginas, conocido como el informe Vrba-Werzler, ofrecían datos sobre el funcionamiento, la topografía, y las cifras sobre el genocidio en marcha… informe entregado a los gobiernos americano e inglés, al Vaticano, a la Cruz Roja y a la comunidad judía húngara, recibiendo todos ellos las informaciones con cautela o más bien con indiferencia e incredulidad. El informe sirvió como documento de la acusación en el proceso de Nuremberg… Mientras tanto, Vbra se doctoró en química y bioquímica (no está de más señalar que cuando fue expulsado de la escuela, un compañero de fatigas había logrado hacerse con un libro de texto de química…que ambos usaban para aprender lo que las autoridades les habían prohibido), ejerciendo como profesor de farmacología en la universidad de la Colombia-Británica, y publicando diferentes investigaciones sobre la química del cerebro.

Libro que tomando, reitero, como eje las peripecias de este infatigable e intempestivo sujeto que denunciaba los visto y vivido ante la amplia desconfianza de mucho se quienes le escuchaban o leían (la sombra del antisemitismo seguía siendo alargada), falleció de cáncer el 27 de marzo de 2006 en Vancouver, obra que presenta con amplitud rigurosas informaciones sobre la vida /la muerte al por mayor en esta empresa, diseñada con una locura geométrica que dijese Primo Levi, por los puros señores arios.