Por Iñaki Urdanibia.

Visita a los recovecos del alma de unos personajes desnortados, insertos en la cultura maorí.

Traigo a estas líneas la recomendación de una novela que fue rechazada por varias editoriales debido a su complejidad y sus numerosas páginas, casi setecientas; hubo de ser una pequeña editorial, Spiral, ligada a un colectivo feminista quien, en 1984, se hiciera cargo de editar el libro con una pequeña tirada que se vio desbordada al poco – las ventas ascendieron por encima del millón de ejemplares -, obteniendo la novela un enorme como inesperado éxito tanto de lectores como de críticas, además de concedérsele el Man Booker Prize, en liza con escritoras tan relevantes como Iris Murdoch o Doris Lessing; para pasmo de los presentes el anuncio del galardón fue recibido con cantos y bailes maorís a cargo de las entusiastas componentes del colectivo ya nombrado. Ahora Automática Editorial lo presente en castellano : «El mar alrededor».

La protagonista de la historia es Kerewin Holmes, pintora de origen anglo-escocés y maorí, que vive asilada en una torre, al haberse desentendido de sus lazos familiares y otros; vaya de entrada que no está de más señalar la coincidencia de las iniciales de la autora y de su criatura de la ficción (KH) y lo digo ya que al poco de la lectura nos vamos a encontrar, en la página 40, con una descarnada descripción que al parecer responde a la propia figura de la escritora, Keri Hulme (Christchurch, 1947). La mujer se reclama de su pertenencia maorí con todas las de la ley («por sangre, carne y herencia no soy más que una octava parte maorí, por corazón, espíritu e inclinación me siento completamente maori»), desde luego se siente más cercana a ellos que a los pakehas (extranjeros, o quienes son de origen europeo). Un día de tormenta al volver a casa, encuentra a un niño mudo, con apariencia salvaje, Simon (Haimona), acostado en el suelo de su casa, el niño muestra marcas de golpes, y ante su sorpresa, la mujer trata de saber algo acerca del aparecido, logrando cierta información por medio del telefonista de la localidad que le pone en contacto con algunas personas cercanas al muchacho y a su padre, que está fuera y que no tardará en volver.

Joe Gylayley, trabajador maorí de una fábrica cercana, como se verá es el padrastro del chico y de hecho en breve aparecerá en busca de su hijo. Las relaciones entre el trío comienza a ser habitual, lo que no quita para que la mujer, intrigada por ciertos aspectos de la relación entre padre e hijo, se transforme, haciendo honor apellido en un entregado Sherlock, iniciando su labor con el fin de establecer una genealogía del muchacho. Las pesquisas siguen adelante en la misma medida en que los actos – digamos que – delictivos del chico son de una constancia significativa, lo que hace que tanto en el colegio como en el pueblo se considere al niño como un ser aparte, y no muy bien mirado que digamos. Ha de sumarse a lo anterior que habitualmente el muchacho muestre en su cuerpo magulladuras, muestra inequívoca de malos tratos. El niño tiene cada vez más confianza con la mujer quien a su vez es presentada a quienes conforman el ambiente cercano del padre del muchacho, que añaden algunas pistas para el conocimiento de Simon y sus relaciones con su padrastro. Hay otro aspecto que también escama a Kerewin Holmes y es la fobia que le lleva a vomitar al niño ante cualquier atención médica… cosa que reafirmaré la vocación Sherlock de la mujer (la mujer que cava).

Joe que se había quedado viudo, se vio obligado a hacerse cargo de un niño que había sobrevivido a un naufragio, el niño no era otro que Simon; la carga que supone para Joe el cuidado del niño se traduce en dos polos: por una parte, un enorme cariño hacia Simon, y un exceso de libertad en lo que hace a invitarle a compartir los hábitos de los adultos en lo que hace al tabaco y la bebida… En lo que hace a las marcas de golpes constantes en el cuerpo del niño, al final queda desvelado que, tras algunas sospechas con respecto a las visitas que el niño hace a casa de un supuesto pederasta para pedirle dinero y no se sabe qué más, el responsable de las salvajes palizas no es otro que el propio Joe, que viéndose desbordado y sin saber cómo poner fin a los comportamientos discordantes del pequeño, recurre a la violencia… Al descubrirse este asunto, conocemos que la mujer es una avezada especialista en aikido, si bien quien más conocerá tal carácter de experta es el propio Joe que se llevó una paliza de órdago, comprometiéndose a antes de levantar la mano, ponerle al corriente a Kerewin.

La historia avanza ramificándose en las diferentes ramas que completan el cuadro de, fundamentalmente, los tres personajes: el desconocido Simon, el hombre roto Joe y la persona que cava Kerewin… Si esta última se ve forzada a salir de su reclusión solitaria, abriéndose a otros, por el contacto con el padre y el hijo, la unión de los tres ángulos del triángulo fundamental que ocupa la novela (unidad mantenida en gran medida por desmedidas ingestas de alcohol), vendrá dada, en interpretación de un anciano y visionario (páginas en las que somos sumergidos en diferentes leyendas sobre la muerte, e historias sobre el último caníbal…), en las últimas páginas cuando veamos el destino final de los tres nombrados que se separaron a raíz de una brutal paliza de Joe a su hijo tras haber cometido este algunos actos de vandalismo… el chico acaba en el hospital y más tarde en un internado, en Hohepa con los intentos de un médico por hallar para el muchacho la pérdida unidad familiar, el padre también – ante la respuesta del agredido  para tras ser curado ir a parar a prisión, y ella tratando de huir del lugar de los hechos, y en parte, de sí misma. Ayudan, indudablemente, a conocer la psique de cada personaje las cavilaciones que se nos entrega de cada uno de ellos, lo que nos introduce en los secretos de sus mentes doloridas.

La novela recoge además de la historia narrada de manera resumida (puro spoiler), el pulso de algunas costumbres del lugar, ciertas leyendas y creencias, del mismo modo que se ve la bota invasora que tiende a aniquilar las costumbres locales y los bienes paisajísticos y otros como los buscadores de oro, guiados por el beneficio, money is money («bosques quemados y talados; en los agujeros y las cicatrices que presas, carreteras y planes de desarrollo han provocado; en los peculiares pardos desiertos donde animales extranjeros, de un solo tipo, pastan hierba importada; en la erosión, en la sobrefertilización, en la contaminación…»). Los mitos y creencias que nombro se traducen en los sueños de los personajes, que se empeñan en seguir las normas que les marca el pasado… en este orden de cosas, la protagonista es además de una avezada pescadora, coleccionista de reliquias halladas en la zona, y poseedora de un verdadero museo en una casa en la que cuelgan de las paredes guitarras, que acompañan a una surtida biblioteca; se completan estos resabios maorís con una abundancia de palabras y expresiones en dicha lengua que obliga a consultar el vocabulario que se añade al final del volumen, pero que transmiten los aires de maoritanga, alma maorí.

Una verdadera fábula polinesia, adornada con sus totems, collares, jades, que nos atrapa desde el inicio, narrada con tino poético y con un singular estilo que casa con la geografía (física y mental) en que se ubica la acción… y el pensamiento. En lo que hace al lenguaje, no me resisto a señalar dos cosas: una, sorprendente resulta que una de las causas alegadas para negar la publicación de la obra fuese la tendencia que asoma, por parte parte de la escritora, a unir palabras (mecagoentodoloquesemueve, bloiutasqueestallanentrelosdientes,… y muchas otras en las que simplemente se unen un par de palabras), práctica que no entorpece la lectura ya que resultan de una claridad meridiana; y dos, hay varias veces en las que se usan las palabras carbón/cabrón con el sentido cambiado o intercambiado (por ejemplo en las páginas 61, 265,286, 384)… o tal vez es que servidor se haya perdido alguna clave interpretativa… no sé. Obviamente ninguna de estas dos cuestiones obstaculizan la lectura ni su interpretación… que se desliza con la suavidad y transparencia de las olas del manso mar, dando cuenta, eso sí, a situaciones y rumias, y oscuras pasiones, que más responden al encrespado mar.