Category: RAFAEL CABANILLAS SALDAÑA


Por Iñaki Urdanibia

El desplazamiento del último libro del escritor toledano, no quita para que el escenario y los protagonistas sigan siendo, en cierto sentido, los mismos: los olvidados, los abandonados, los desatendidos; añadiré, por otra parte, que en esta ocasión su mirada y recuerdos retroceden a sus años de la infancia y juventud, poniendo el acento en diferentes personajes que pueblan la geografía que sirve de escenario a sus flashes; si en la anterior entrega eran dieciséis entradas y el epílogo, en esta ocasión son treinta los capítulos que nos son presentados en su «Maquila».

Rafael Cabanillas Saldaña se explica: «En este libro, además de traer el recuerdo de este hombre sin nombre afilador de cuchillos, quería bajar de la sierra al llano.Traerme al “anchurón cósmico”, el barbecho de tierra roja, las rastrojeras amarillas, Las cebadas de primavera, las perdices, las avutardas, las palomas zuritas y las torreras. Mi infancia. Las cebadas de la primavera de mi infancia. Describir esos chozos del llano. Esa estepa donde el polvo del viento solano, unido al calor tórrido y a la calima, vuelven loco a cualquier ser humano. Incluyendo a Don Quijote».

Se ha solido afirmar que los grandes escritores siempre lo hacen sobre el mismo tema; en lo que respecta al autor del que hablo, en lo que alcanzo, podría decirse lo mismo; el arte y la habilidad consiste en dar cabida a nuevas historias. Ya desde los inicios del libro, tras haber expuesto los motivos y finalidades por las que escribe, quedando claro como ya se veía en sus anteriores libros que no adopta Cabanillas la función del distante notario que levanta acta, sino que se implica, se posiciona, se pringa con los de abajo y con el respeto a la naturaleza; como digo, ya desde el inicio, comienzan a asomar personajes con sus singularidades, además de una premonitoria garza, un corzo espabilado, un perro carea, Tizones, cabras y los insectos a la suya, conocemos también a un zahorí que además adivina el sexo de los seres que las mujeres embarazadas llevan en su interior, e incide en que «uno de los actos más hermosos del ser humano es poner nombre a lo que le rodea. Los valles y los montes, los animales y las personas; de alguna otra herencia se habla en la que, casualidades de la vida, juega un papel infame un cura que, desde luego, no sigue el ejemplo de quien se decía que decía que no tenía donde posar la cabeza como los pajarillos del campo. Sacando fuera sus miedos y alegrías: Valdelobos, Robledo, Hermoso, Alba, Candela, Corpus, Efraín, Guadalupe, Matea… y el escritor se zambulle en una sucesión de bautizos de lugares, personajes e historias. La tía Amalia y el tío Justo, Amancio…; ofreciéndose a través de ellos algunos hábitos y la importancia de la tradición, o lecciones acerca de la conveniencia de esperar estoicamente a la muerte, y de cómo afrontar la vida, pegados a la naturaleza; «de los muchos errores de la existencia humana… es que la vida del hombre que se cree el rey y el amo del universo, no vaya acompasada con la naturaleza». Y en la medida en que el libro se despliega y las hojas van pasando iremos conociendo al molinero, al abuelo Maquila y a sus herederos que nada quieren saber de herencias, ya que esta en vez de beneficios solamente les va a suponer gastos y problemas; al final el narrador consigue que todos firmen la cesión de la parte que les corresponde, empresa dificultosa donde las haya ya que muchos de ellos viven fuera del lugar, desperdigados, y no responden a las misivas del interesado. No está de sobra el señalar que hablando de narrador, no hay uno solamente sino que las voces son prestadas al abuelo Maquila, al tío Justo, a la madre, Lucía, de quien con el paso del tiempo pondrá en marcha el molino.

Se da cuenta de las fuentes de las que se consigue el agua, y el cabreo es mayúsculo ya que los dueños del cotarro se apropian de muchas de ellas con lo que dejan sin agua a los paisanos; no es menor tampoco el problema de los límites de las parcelas y las propuestas desde la administración para que se dé una concentración. El libro avanza y las historias familiares se van asomando, trazando un árbol genealógico con sus ramificaciones y sus historias… y las lecciones, no ya de molinología – suministradas por algunos familiares a quien se ha puesto manos a la obra para reconstruirlo ante el pasmo de los paisanos que le consideran un verdadero zumbao -, sino también sobre la relación con la naturaleza, con los animales, con especial atención a los perros y los abandonos de algunos desalmados, con una propuesta de acompasamiento entre el hombre y la naturaleza para que todo no se vaya al carajo. Nosotros, los humanos, nos iremos mientras la naturaleza permanecerá… hay que cuidarla como a nuestra madre que nos alimenta, etc. Se ha de buscar la armonía entre ambos, es la lección que es dada y que planea por las páginas.

Desirèe fue un amor que le abandonó provocándole un dolor que perduró, resistiendo el paso del tiempo, y conocemos también sus tiempos de estudiante y el posterior trabajo de bibliotecario en la capital del reino. Al igual que nos es contada la estrecha relación con su madre, que está sumida en una honda enfermedad y una gran depresión tras el abandono del marido y padre, Edilio… es la música y los libros lo que le ayuda, con la compañía del hijo, a capear el temporal mental. Y nos es contada la vida mutilada a causa de la guerra civil, que hace que la víctima de las heridas ha de buscarse la vida con diferentes trabajos, atendiendo una portería, logrando un trabajo en la fábrica de Barreiros, y, más tarde, en la RENFE… son las historias que se enroscan… y conocemos las infames condiciones de vida en un chozo…En la sierra volvemos a constatar el poder de los dueños de las fincas, a veces respondiendo a nombre extraños al lugar, y las partidas de caza a las que acuden lo más granado del país, con la presencia del mismísimo caudillo, Francisco Franco Bahamonde… al que le ponían las presas a huevo, como le ponían los cachalotes en aguas del Cantábrico cuando salía a navegar por las cercanías de la Bella Easo veraniega

Por las páginas vuelan quetzales, cucos, alondras, milanos, avutardas, y otras aves – algunas ligadas a visiones míticas – que han ido desapareciendo de los cielos, lo que da cuenta del empeoramiento del medio natural, debido a las tropelías humanas, y por medio van quedando salpicadas diferentes lecciones impartidas en las largas conversaciones del tío Justo con su joven protagonista, Manuel, acerca de la figura de Gandhi y su ejemplar frugalidad, y de la primacía que habitualmente se otorga a la hora de valorar el tener, muestra del más absoluto de los consumismo, y la falacia del tan manido progreso que lleva a dudar acerca de que la evolución lo haya hecho en el sentido debido, a mejor… y en las historias van quedando desveladas las condiciones infames impuestas por las hipotecas legisladas por los ministerios, que convierten el derecho a la vivienda en un problema peliagudo, y otros, como las experiencias narradas por su madre sobre su trabajo de bordadora en la trastienda de una tienda de espectaculares escaparates… a la vez que se ofrecen invitaciones a acabar con el racismo y la xenofobia que se dan con respecto a los inmigrantes, con las falsedades acerca de que vienen a robarnos el trabajo y otras malévolas leyendas que sobre ellos se difunden. Y la vida pasa y los seres queridos van desapareciendo quedando solamente su recuerdo y las historias contadas.

La mirada crítica de Rafael Cabanillas Saldaña brilla por su abierta presencia, ampliando el foco a diversos aspectos de las precarias situaciones impuestas por los poderosos; esto hace que no me extienda más y que haya recurrido a una veloz enumeración que podría ampliarse… pero el que quiera conocer más detalles, puede comprar esta, y las otras obras que he comentado del autor, editadas primorosamente por Editorial Cuarto Centenario.

Por Iñaki Urdanibia

Pueblos y lugares, que no salen ni en los mapas, son el territorio al que nos lleva Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959); lugares, y sus habitantes, dejados de la mano de Dios y de los poderes públicos. Si antes fueron Quercus y Enjambre, de los que dí cuenta en esta misma red*, con la entrega de la que ahora hablo concluye su trilogía En la raya del infinito con su «Valhondo».

El posicionamiento del escritor es claro hasta el deslumbre: se sitúa del lado de los olvidados, de quienes son ignorados y ninguneados como si no existiesen (para dar voz a los sin voz. A los nadies de la sierra. A todos los nadie), y lo hace demostrando que domina el terreno que pisa, no solo en lo que hace a la topografía de los pueblitos, bosques y montañas, sino que amplía su dominio a la flora y fauna de tales lares, lo que queda reflejado en el amplio léxico utilizado, no olvida, faltaría más, a los sufridos paisanos de aquellos pagos, que son retratados en los aspectos relacionados con su vida, individual y colectiva, sus ocupaciones y sus relaciones, quedando reflejados hasta en el campo del habla. No hace falta ni decirlo, pero en algunas ocasiones, ciertas circunstancias y personajes, aparecen en las entregas anteriores, como es natural.

En la presente ocasión, vemos a un maestro que con sus veinte añitos es destinado al pueblito que da nombre al libro; al nuevo maestro le han precedido varios/as que no duraron mucho en el lugar ya que la dureza de las condiciones de trabajo, y de todo lo demás, se les atragantaba a las primeras de cambio… las diferencias entre las comodidades de la ciudad y la dureza de la vida en el campo, un abismo. El pueblo no tiene plaza y los nombres de las calles no son muy imaginativos sino que responden a algunas características relacionadas con su ubicación y dimensión. El ágora del lugar es la fuente a la que los vecinos han de acudir para coger el agua para su higiene personal, para cocinar, etc., ya que en el pueblito no hay agua en las casa a no ser en la del maestro. Allá se encuentran y charlan al igual que en la tasca del pueblo y en el negocio de Milagros, quien milagrosamente tiene de todo y de todo se ocupa: amén de los productos de alimentación, productos para el hogar, al tiempo que sucursal bancaria y teléfono, él único del pueblo. En maestro solo a cargo de más de veinte alumnos, en una escuela unitaria en la que conviven niños de cuatro años con niñas de catorce. Escuela que sirve para acoger funerales, bodas, bautizos, comuniones y otros menesteres nada pedagógicos. Por cierto, los alumnos han de salir de clase para hacer sus necesidades en el campo, hasta que después de diferentes peticiones al ministerio, que no sabe, no responde, optan por construir uno retretes, con la ayuda de Milagros…ya que ella hace su agosto con la venta de libros y otros materiales escolares, le es solicitada su colaboración en dicha obra, cosa que acepta.

A la llegada, e maestro Rafael, es recibido por el locuaz alcalde, el señor Prudencio, que le guía por el pueblo, presentándole a algunos vecinos y explicándole algunas cuestiones relacionadas con el trato: el don no se usa con cualquiera y el señor tampoco. El señor Prudencio le enseña su Barbería, al tiempo que le presenta quien acaba siendo la mujer, Encarna, que le va a preparar la comida. A la vez que avanzan las páginas vamos conociendo a otros personajes, a sus relaciones y costumbres. Veremos igualmente el dominio de los dueños y administradores de las fincas, y sus imposiciones hacia sus empleados a los que no miran ni a la cara. Por allá andan vigilantes los guardas, que persiguen a los furtivos, que existen no como oficio sino como necesidad de supervivencia, denunciándolos a la benemérita. En tiempos de caza, tras la subasta de rigor, el lugar se llena de señoritos y otros notables venidos de distintas ciudades; los del pueblo ejerciendo labores de ayuda.

Los habitantes se dedican al pastoreo, hay también mieleros, corcheros que llegan cuando llega el momento, del mismo modo que los forestales, rehaleros, leñadores… e ICONA que para los habitantes del lugar es una pura entelequia, del mismo modo que otras instituciones de la administración que no conocen el terreno, proponiendo medidas acerca de los límites, por ejemplo, de imposible aplicación.

El profesor, tiene novia con la que mantiene contacto telefónico, que hace que las clientas de la tienda donde está el único teléfono de la población se enteren de lo que se habla, lo que supone que la visita de la novia, Amparo, sea conocida no solamente por el maestro, obviamente, sino por todo dios. Llegado el momento de la visita de Amparo, ésta es tratada con respeto y cariño, como si la conocieran de toda la vida, reflejo de la buena valoración que tenían con respecto al maestro que además de a la enseñanza se dedicaba a otras cuestiones, mediando en las disputas vecinales, suplicando para evitar castigos a algunos que habían delinquido, etc.

Todo lo que presenta el libro, de lo que bastante he dicho ya, quedaría cojo si no me refiriera a un par de cuestiones que juzgo de importancia: por una parte, hay algunas cuestiones de índole familiar, una relación de dos hermanos, y la mujer de uno de ellos y la hija, Juani, que resulta un tanto díscola, las malas compañías, y que de la noche a la mañana desaparece creando gran angustia en el pueblo, y si lo señalo es debido a que uno de los hermanos, Ezequiel, tendrá una bronca bestial con un venenoso personaje, Malinvierno, al que se conoce como Malinfierno por su agrio carácter y que destaca en las discusiones en la taberna por llevar la contraria a todo dios y en todo momento; sus habilidades en la imitación de los gritos de los animales son increíbles por lo que se le contrata cuando llega el momento de la caza, llegando a convertirse en guarda de una finca, mostrando ahí su verdadero carácter de veneración por los propietarios y la férrea defensa de sus intereses y el odio hacia sus semejantes, lo que hace que deje ver, de raza le viene al galgo, su tendencia a la delación y a la crueldad… Mas, por ahí no seguiré, aun sabiendo que todo el mundo sabe que la paciencia tiene un límite y que las cosas se hinchan hasta estallar. Si Rafael había mediado, como digo, en diferentes asuntos e intercedido para evitar el castigo a algunos paisanos, en esta ocasión la asamblea del pueblo, con el fin de tratar de pacificar los ánimos, va a alcanzar unos niveles de violencia, tensión y crueldad, que van a resultar decisivos a la hora, por parte del maestro, para permanecer en su puesto o marcharse.

Si he señalado dos cuestiones, la segunda, la dejo para el final, si bien es uno de los aspectos realmente cautivante del libro y de la vocación del maestro Rafael. Este es un ferviente admirador de los presupuestos pedagógicos de Lev Tolstói y su escuela de Yasnaia Poliana. En su tarea va a seguir dicho método, recurriendo a la cooperación, a la unión entre aprendizaje y práctica, sacando así a los alumnos del aula para en el monte buscar fósiles, yerbas, etc. con el fin de catalogarlos en los cuadernos que ha repartido a cada alumno… la cultura se amplía, por otra parte, al organizar sesiones de cine para el pueblo, dándose a conocer las películas proyectadas al igual que conocemos algunas de las lecturas realizadas, asomando algunos poetas como apoyo al compromiso mostrado. Es tal la admiración que Rafael muestra por el ideario de la escuela tolstóiana que con cada paso que da imagina al tiempo qué diría el escritor ruso, como pidiéndole el visto bueno.

El volumen, y con él la trilogía, concluye con un Epílogo en el que se muestran algunas cartas recibidas por el maestro, para recordar los tiempos en que ejerció su magisterio en Valhondo y el agradecimiento por prestar su voz a los sin voz del lugar, y por extensión de otros lugares vacíos, abandonados, etc.

¡Así Rafael Cabanillas Saldaña!

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( * ) Estas son las recensiones dedicadas a las dos primeras entregas de la trilogía:

https://archivo.kaosenlared.net/abel-mejia-un-emboscado/                            6 de agosto 2021

https://kaosenlared.net/sierra-de-altamira/                                                              8 de noviembre de 2021

Por Iñaki Urdanibia

Rafael Cabanillas Saldaña vuelve y nos lleva a la sierra nombrada en el título, más en concreto a un pueblo imaginario al que bautiza con el nombre de Enjambre, nombre que da título a la novela, editada por Cuarto Centenario. Nombre curioso, y realmente contradictorio, el del pueblo si en cuenta se tiene que en él viven solamente dos familias, que ni se tratan desde tiempo inmemorial, sin que sepan exactamente cuál es la causa de tal enemistad que hace que no se crucen, teniendo delimitados sus horarios y los usos de los diferentes espacios; ambas partes hacen bueno aquello que dijese Jean-Paul Sartre de que el infierno son los otros, esos se dicen entre ellos para referirse a los miembros de la otra familia. Ya anunciaba el autor en su anterior novela, Quercus, de la continuación que tendría como tarea la de completar el retrato de aquel mundo (*).

Estamos ante una historia de supervivencia y de superación, la que se desarrolla en tales parajes que se erige en escenario real e imaginario como los Yoknapatawpha de William Faulkner, el Macondo de Gabriel García Márquez, el Región de Juan Benet, Santa María de Juan Carlos Onetti, el París de Julio Cortázar y no sigo pasando lista por los campos de las utopías, las distopías o de las heterotopías de las que hablase Michel Foucault. Enjambre, y sus localidades vecinas, es situado en tierras de Toledo en cercanía con Extremadura y Portugal, y a pesar de ser, reitero, un pueblo imaginario es real como la vida misma de muchos pueblos vacíos o casi, y en tal medida resulta representativo de otros pueblos, de otros lugares de otras zonas en los que la soledad y el aislamiento dominan. Nada que ver. Desde luego, con el horaciano Beatus ille y su canto de la vida sencilla del campo; sencilla sí, desde luego, mas nada bucólica, ni pastoril en sentido idealizado.

Como digo, dos familias: la del tío Jacobo, que vive con su mujer Remedios y su hijo Tiresias, y la del tío Eustaquio de la que se nos da a conocer que tiene dos hijos que cursan sus estudios en alguna institución de la ciudad. Allá viven en un lugar dejado de la mano de dios, en la que el suministro de agua hubo de esperar hasta los tiempos transitorios; del mismo modo que la electricidad, por medio del alcalde Valeriano se logró que se instalase un teléfono para que en caso de algún problema, aquellos seres aislados pudiesen comunicarse para ser atendidos. La llegada del ingeniero de telefónica junto al alcalde deja ver la cerrazón de Eustaquio que se niega en redondo que el aparato se ponga en su casa, ya que en esta no va a dejar entrar a los miembros de la otra familia, al final es en la de estos donde va a ser colocado el teléfono; eso sí, cerca de la puerta para que si va a ser utilizado por los otros, esos, estos no entren en la casa. A partir de ahí, la mirada se centra en la familia de Jacobo y muy en especial en la figura de Tiresias, muchacho medio ciego – haciendo honor al personaje de la mitología griega de quien fue tomado su nombre – al que su madre le puso tal nombre ya que estando embarazada tuvo una aparición de un ser fantasmal que le indicó cuál era el nombre que debía poner al ser que llevaba en su vientre. Tiresias era el clásico ser al que se le cuelga el sambenito de tonto del pueblo, aunque con el paso de las hojas los méritos de cara a colgarle tal etiqueta despectiva se van desvaneciendo. Además de a las labores de pastoreo, su radio le acompaña, en especial escuchando un programa nocturno, en el 96.4 de la FM, dirigido por una locutora que se presenta como Sofia Bayker que habla en su Desde la Distancia Te Quiero. Tal programa va a concitar la creciente atención de Tiresias, cuya atracción por el programa y por su directora comienza a ser una verdadera obsesión y un acicate para mejorar tanto en su aspecto físico como en el intelectual; ha de estar a la altura. La brújula del cielo, con sus luminosas estrellas, en la cabeza del pastor y el dial de la radio de apilas son las guías del muchacho, que se siente empujado a mejorar, a aprender y siente unas ganas locas por llamar al programa, aunque le da una enorme vergüenza el hacerlo, por el temor a no usar las palabras adecuadas.

Las fuentes de ingresos, o de intercambio, de la familia son el rebaño, las pieles, la miel, y además de ofrecerse detalles sobre tales actividades, conoceremos a diferentes personajes con cuyos productos acuden Jacobo y su hijo: el pielero Conrado, el tratante Machado, y otras personas de los pueblos cercanos, el banquero, el butanero, el enterrador, el taxi, y entraremos a la tasca, la tienda de Emilia, en donde hay un señor que se dedica a contar historias, el tío Deogracias que desgrana sus vívidos relatos, entre los que no faltan los relacionados con los maquis que trataron de frenar el ascenso del fascismo hispano en aquellos tiempos, tras el alzamiento, en los que la leche en polvo comenzó a convertirse en obligación de ser ingerida bajo la celosa vigilancia del maestro Calixto; veremos a un joven dedicado a borrar las pintadas, que de hecho se convierte en un tenaz coleccionador de ellas. De los veterinarios con sus exigencias y de los guardas mejor no hablar ya que no hacen más que complicar la vida a los paisanos; cuando aparecen, el peligro asoma… y vemos retratadas diferentes escenas que componen el cuadro en el que se mueven esos seres abandonados, los sorteos de las monterías, la subasta de los corcheros, y los permanentes líos de las lindes, todo ello con un canto a la naturaleza representada por los colores de la sierra, la flora y la fauna, con especial surtido de aves que vuelan el lugar… y la muerte presente con los fusiles de los señoritos que acuden a las cacerías, y planeando las diferencias de clase, entre la marquesa y los lacayos y otros siervos.

A falta de escuela quien quisiera aprender, aparte de lo que en su casa le pudiesen enseñar, fundamentalmente en cuestiones relacionadas con el campo, las estaciones, y técnicas con él ligadas, debía de ingeniárselas por sí mismo: es el caso de Tiresias que acude al tío Deogracias, quien encantado le enseña a leer; u otra oyente del programa radiofónico mentado, una tal Zenobia que en su trabajo de limpiadora en un conservatorio acaba por contagiarse de aires musicales y de algún instrumento, explicando, en el programa radiofónico, aspectos del músico ruso Rimski Korsakov, y si esta se convierte en poco menos que colaboradora del programa, la misma suerte corre nuestro Tiresias que tras haberse decidido a llamar al programa es convertido en corresponsal de la sierra... con sus historias, sus leñadores, como el desaparecido, y luego hallado, Lisardo, y… el fuego, el agua, la tierra y el aire.

Rafael Cabanillas Saldaña homenajea a los olvidados, a los abandonados y a unas vidas que con sus carencias han de adaptarse, no como elección voluntaria, a una impuesta existencia frugal hasta lo franciscano: necesito poco y de ese poco, poco necesito, que decía el de Asís.

* De tal novela di cuenta en su momento ( Abel Mejía, un emboscado – Kaos en la red). Si adjunto el artículo es debido a que la red mencionada ha sido atacada y no resulta posible acceder a sus artículos.

Abel Mejía, un emboscado

Por Iñaki Urdanibia

«Bajo la historia, la memoria y el olvido. Bajo la memoria y el olvido, la vida. Mas escribir la vida es otra historia. Inconclusión»

Paul Ricoeur

Vayan por delante algunas precisiones: por una parte, una relacionada con el título que he elegido. He dudado ya que el adjetivo utilizado puede conducir a equívoco, llevando a pensar en la figura usada por Ernst Jünger, o al sentido, propio de los maquis y similares, que retirados al bosque se preparaban para atacar por sorpresa al enemigo o marchaban al bosque con el fin de alejarse y desmarcarse de los valores de la sociedad en la que vivían. En la presenta ocasión como veremos, y se ve desde que se abre el libro que recomiendo, el muchacho que huye al monte, entra y se oculta entre el ramaje, más en concreto en una cueva, escapando del horror que ha vivido como testigo, con once años de edad, que unos uniformados de azul y negro sembraron en su hogar. Franco, la muerte, cantaba Léo Ferré. Abel Mejía Romero no se fue por voluntad de aislarse de la sociedad, como lo hiciera, por ejemplo, el bueno de Henry David Thoreau, mas lo que sí acabó es viviendo, muchas veces en los bordes de la mera supervivencia, en vecindad con la enfermedad y la muerte, en soledad, con la compañía de la fauna y la flora del bosque y aguantando los caprichos de los fenómenos atmosféricos. Al fin y a la postre, quedó reducido a la condición de isolato, figura tan cara a Melville, mas no con la intención de buscar el aislamiento o el exilio que le desmarcase de la sociedad, sino forzado por las circunstancias, por el temor a que sobre él recayera la violencia de quienes habían acabado con la vida de su familia, en aquella cocina del horror, del espanto; condenado a vivir como un Robinson, de carne y hueso, y no como el personaje de ficción de Daniel Defoe.

Quisiera aclarar igualmente, que en la presente ocasión no se cumple ni en la contraportada, ni en la hoja promocional que acompaña al libro, el habitual olor a incienso que que usan habitualmente las editoriales, y aunque aparentemente éste asome, comparto, de principio a fin, y no me corto en decirlo ya que son la verdad pura amén, las opiniones que del libro hacen diferentes críticos y la recomendación de la Asociación de Libreros y la Red de Bibliotecas de CLM. ¡Y vamos allá!

Rafael Cabanillas Saldaña entrega en su «Quercus. En la raya del infinito», editado por la editorial toledana Cuarto Centenario, y que ya va por la segunda edición (¿o es la tercera?), un libro potente donde los haya, conmovedor en varios sentidos: por el escenario que sirve de desencadenante y de telón de fondo de las andanzas del protagonista, nombrado en el título de esta recesión, a causa de la brutalidad de la guerra y de los años de llamada paz, la de los cementerios, que siguieron.

Ya desde el inicio, otoñal, nos vemos envueltos por una prosa empapada de lirismo, y ligada, hasta la misma fusión, con la naturaleza y sus ciclos, prosa que contagia los sentimientos experimentados por el protagonista y las vicisitudes que ha de soportar; tal cuidado de la escritura no decaerá a lo largo de las trescientas cincuenta páginas, que añadiré que casa con la edición cuidada hasta el mimo por los editores, en lo que respecta al papel, a la enmaquetación, a la portada y contraportada en la que el relieve en la primera es digno de aplauso, más si en cuenta se tiene que la editorial no es de las consideradas de campanillas, sino que es una pequeña y humilde empresa. Como decía, el otoño sirve para situar al protagonista, Abel Mejía Romero, hijo de Abel Mejía Cornejo, el Jaro, comunista y militando en el sindicato agrario, el Sindicato Autónomo de Campesinos, y de Antolina Romero.

El compromiso del Jaro , le llevó a participar en la contienda, dejando a la familia. El reparto de la tierra en el camino de implantar una reforma agraria digna, y algunas acciones de lucha, un salvaje incendio provocado incluido, van a convertir la zona en objeto de la más salvaje de las represiones, además de que el enclave tenía valor importante de cara a unir el sur con el norte en la contienda. Quiso la suerte que detenido y conducido a la plaza de toros en que se organizaba, con un público enfervorizado, el siniestro paseíllo que llevaba al paseo definitivo, vía ametrallamiento o lidia como si de reses se tratase, banderillas incluidas; contra aquello que dijese una académico con tonos chusqueros de que todos fueron unos hijos de puta, todos sí, mas hay algunos que más que otros, más si en cuenta se tiene el régimen legítimo contra el que se alzaron y los años de gloriosa paz nacionalcatólica que impusieron los cruzados, sea dicho al pasar… digo que le acompañó la suerte a Abel Mejía padre, ya que le dieron por muerto, y cuando le llevaban apilado junto a los cadáveres, pudo escapar saltando del camión, sin una oreja que le fue arrancada de un tiro ¡Malditos esbirros con su mierda de tauromaquia!. La derrota le lleva a, volver a su casa; varias veces fue ésta molestada por las batidas de quienes buscaban venganza, pero que al tiempo querían mantener en vida a la mujer y los hijos del buscado, a modo de cebo para atraer al desaparecido. El caso es que volvió y que se encerró en el pozo que tenía la casa, como un topo, pero el tabaco que le había servido en las trincheras, fue el que le delató en una de las visitas de los buscadores de venganza, que no eran de los que la sirviesen fría, sino bestialmente caliente, los visitantes olieron la picadura, y captaron de dónde venía; la violencia, la crueldad y la muerte se adueñó de la casa, la madre muerta de un tiro, la hermana, Candela, violada y asesinada, Abel, el hijo de once años, atado y golpeado, y el padre descubierto, optó por morir combatiendo, alcanzando a alguno de los asaltantes y llegando a liberar a su hijo al que invitó a escapar, pasándole el testigo, recortes de periódicos extranjeros que narraban la magnitud de las tropelías cometidas por el fascio redentor, y algunas notas personales en que daba testimonio de lo sucedido.

El muchacho escapa de aquella cocina del horror, y va hacia el norte, a la montaña, y allá en medio del hambre, el frío y la soledad temerosa, halla una cueva en la que se instala, en aquella zona de siete valles, con sus correspondiente arroyos, y se convierte en un superviviente que acaba mimetizado con las criaturas del bosque y convirtiéndose en un avezado trampero que caza para comer, siempre con sumo cuidado de no ser descubierto, lo que hace que se resista a usar el fuego que podría delatarlo. Seguimos los pasos del joven que recurre a ir marcando el paso del tiempo con el trazado de rayas en las paredes de la cueva al tiempo que se guía por la luna, y que se acerca de noche como un fantasma a la silenciosa aldea, dormida a esas horas, para explorarla. La relación mimética que establece el muchacho con la naturaleza es presentada con una amplia enumeración de plantas y animales que son su única compañía; sus paseos van acompañados de los bautizos con que va nombrando los diferentes lugares, creando así un personal mapa mental… a los sonidos de los pájaros de costumbre vienen un día a sumarse unos sonidos extraños que es el producido por cuatro carboneros y una muchacha que avanzan hacia el lugar de su labor con sus monturas y un perro; Abel les vigila, en algunos momentos subido a un árbol como un varón rampante redivivo, y por las conversaciones escuchadas se entera de que la guerra ha terminado hace cuatro años ya, lo que le hace caer en la cuenta de que lleva más de cuatro años sin ver a humanos y que así pues tiene veinte años, por las palabras oídas se da cuenta de que de la guerra y lo que le rodea no se puede hablar si uno quiere vivir sin problemas, al igual que oye hablar del señorito del lugar don Casto; «se consumía a sí mismo, en un reconcome de la mente, sus miedos, su memoria y su porvenir, sus negros pensamientos con todas sus desdichas», y devenido «un exiliado de la especie humana», por los bordes de la misantropía, debatiéndose entre el olvido y los recuerdos, le resulta imposible convertirse en amnésico tras lo vivido, mas tampoco se puede vivir cayendo en la actitud mnemonista, ya que el exceso de recuerdos y memoria impide seguir viviendo al quedarse anclado en el pasado, resultando el exceso de memoria un gusano que va introduciéndose y envenenando el interior propio, impidiendo la existencia presente.

Quiso el azar, que cuando ya se acercaba su aspecto y expresión a las propias del enfant de Avignon, salvando las debidas distancias, y pensaba en dejarse atrapar por la muerte, tras las nieves pasadas, siempre pensando y soñando en volver a ver a la muchacha, oyera unos gritos y hubo de socorrer precisamente a la chica que estaba en el agua a punto de ahogarse; tras hacerla revivir, duda entre llevarla al pueblo lo que le haría descubrirse, o llevarla a la cueva. Allá disfrutarán ambos, como fuera del tiempo, del gozo de sus cuerpos y se contarán sus respectivas vidas. Lucía, así se llamaba la chica que era conocida como la Loca, le cuenta sus encierros en casas de descanso y los tratamientos expeditivos sufridos, etc., etc., etc. La locura de la muchacha resulta de una lucidez deslumbrante cuando planea cómo han de hacer las cosas: él ha de cambiar de identidad y de nombre, Ezequiel, y habrá de decir que por una caída había olvidado todo acerca de sus pasado, la aceptación del plan por parte de Abel, no supone que obedezca en todo a la chica, ya que en vez de quemar los papeles legados por su progenitor como ella le proponía, los esconde en la cueva… Siguiendo tal plan se presentaron en el pueblo, Valdelaguna, atravesado por el río Guadamajud, siendo recibidos por los paisanos con aplausos y vítores, y acogido por el padre de la chica, Gabriel, que estaba pensando que había perdido a la hija, igual que años antes perdiese a su mujer; hasta el punto llegaba la alegría, que el alcalde, falangista de pro, organizase una fiesta de acogida en que cada cual tendría su patata y su ración de vino… Quedaba no obstante el trámite de ir a Navapuerca para hablar con el Jefe Comarcal del Movimiento para que las cosas quedasen en orden, ante el ayuntamiento Abel ve un escudo, el que había visto en la camisa del alcalde, y unas palabras pintadas que no sabe interpretar: FALANGE ESPAÑOLA TRADICIONALISTA y de las JONS. El jefe, Diógenes Acero, no respondía su nombre desde luego a ninguno de los diógenes célebres, ni el de Sínope, ni a Laercio, manco a causa de una granada que le estalló en la guerra… El retrato del falangista, sus modales de ex-combatiente, su vocabulario insultante, de macho victorioso, y sus gestos despectivos y agresivos, incluido el amenazante apretujón de huevos que le pegó al pobre Abel, presentado como Ezequiel Mejía Expósito, apretón que luego le produjeron fuertes dolores y preocupaciones, dan el tono de las ideas dominantes, al igual que sus edictos sobre la educación, etc. resultan francamente logrados, para cualquiera que haya conocido los tiempos cercanos al final de la guerra, o a personajes de tal jaez.

En fin, ya tenemos a Abel entrando en sociedad, conociendo cosas hasta entonces desconocidas tanto de la historia de la brutal represión tras la victoria del bando franquista, como visitando las fábricas, de hielo y de luz, la taberna, diferentes negocios y chanchullos, e irá adentrándose en los entresijos del tejido social y sus personajes clave, y viendo, y padeciendo, las abismales diferencias existentes entre los varillas del lugar, incluido el celoso y exigente párroco Liberio, poseedores de los recursos económicos y políticos y los consiguientes privilegios, y del otro lado, los trabajadores sometidos al miedo de las amenazas constantes, al hambre,etc., y el bueno de Ezequiel, impotente debiendo tragar carros y carretas ante las arbitrariedades y groserías ambientes…mas no seguiré destripando las historias, que bastante lo he hecho ya, y que el que quiera saber más, que se compre la novela y la lea, seguro que me dará la razón al comprobar que las páginas del libro dan mucho que pensar sobre la memoria, el olvido, la dignidad, la venganza, el amor, el odio, las ansias de poder, el hambre y la supervivencia, basándose en unas historias reales como la vida misma que le conducirán a sublevarse en más de una ocasión.

Y mientras tanto a la espera quedamos, ya se anuncian un par de libros más, Enjambre y Valhondo, que completarán el mundo que el autor ilumina en Quercus; en setiembre se editará en primero de ellos, Enjambre

Por Iñaki Urdanibia

«Bajo la historia, la memoria y el olvido. Bajo la memoria y el olvido, la vida. Mas escribir la vida es otra historia. Inconclusión»  Paul Ricoeur

Vayan por delante algunas precisiones: por una parte, una relacionada con el título que he elegido. He dudado ya que el adjetivo utilizado puede conducir a equívoco, llevando a pensar en la figura usada por Ernst Jünger, o al sentido, propio de los maquis y similares, que retirados al bosque se preparaban para atacar por sorpresa al enemigo o marchaban al bosque con el fin de alejarse y desmarcarse de los valores de la sociedad en la que vivían. En la presenta ocasión como veremos, y se ve desde que se abre el libro que recomiendo, el muchacho que huye al monte, entra y se oculta entre el ramaje, más en concreto en una cueva, escapando del horror que ha vivido como testigo, con once años de edad, que unos uniformados de azul y negro sembraron en su hogar. Franco, la muerte, cantaba Léo Ferré. Abel Mejía Romero no se fue por voluntad de aislarse de la sociedad, como lo hiciera, por ejemplo, el bueno de Henry David Thoreau, mas lo que sí acabó es viviendo, muchas veces en los bordes de la mera supervivencia, en vecindad con la enfermedad y la muerte, en soledad, con la compañía de la fauna y la flora del bosque y aguantando los caprichos de los fenómenos atmosféricos. Al fin y a la postre, quedó reducido a la condición de isolato, figura tan cara a Melville, mas no con la intención de buscar el aislamiento o el exilio que le desmarcase de la sociedad, sino forzado por las circunstancias, por el temor a que sobre él recayera la violencia de quienes habían acabado con la vida de su familia, en aquella cocina del horror, del espanto; condenado a vivir como un Robinson, de carne y hueso, y no como el personaje de ficción de Daniel Defoe.

Quisiera aclarar igualmente, que en la presente ocasión no se cumple ni en la contraportada, ni en la hoja promocional que acompaña al libro, el habitual olor a incienso que que usan habitualmente las editoriales, y aunque aparentemente éste asome, comparto, de principio a fin, y no me corto en decirlo ya que son la verdad pura amén, las opiniones que del libro hacen diferentes críticos y la recomendación de la Asociación de Libreros y la Red de Bibliotecas de CLM. ¡Y vamos allá!

Rafael Cabanillas Saldaña entrega en su «Quercus. En la raya del infinito», editado por la editorial toledana Cuarto Centenario, y que ya va por la segunda edición (¿o es la tercera?), un libro potente donde los haya, conmovedor en varios sentidos: por el escenario que sirve de desencadenante y de telón de fondo de las andanzas del protagonista, nombrado en el título de esta recesión, a causa de la brutalidad de la guerra y de los años de llamada paz, la de los cementerios, que siguieron.

Ya desde el inicio, otoñal, nos vemos envueltos por una prosa empapada de lirismo, y ligada, hasta la misma fusión, con la naturaleza y sus ciclos, prosa que contagia los sentimientos experimentados por el protagonista y las vicisitudes que ha de soportar; tal cuidado de la escritura no decaerá a lo largo de las trescientas cincuenta páginas, que añadiré que casa con la edición cuidada hasta el mimo por los editores, en lo que respecta al papel, a la enmaquetación, a la portada y contraportada en la que el relieve en la primera es digno de aplauso, más si en cuenta se tiene que la editorial no es de las consideradas de campanillas, sino que es una pequeña y humilde empresa. Como decía, el otoño sirve para situar al protagonista, Abel Mejía Romero, hijo de Abel Mejía Cornejo, el Jaro, comunista y militando en el sindicato agrario, el Sindicato Autónomo de Campesinos, y de Antolina Romero.

El compromiso, le llevó a participar en la contienda, dejando a la familia. El reparto de la tierra en el camino de implantar una reforma agraria digna, y algunas acciones de lucha, un salvaje incendio provocado incluido, van a convertir la zona en objeto de la más salvaje de las represiones, además de que el enclave tenía valor importante de cara a unir el sur con el norte en la contienda. Quiso la suerte que detenido y conducido a la plaza de toros en que se organizaba, con un público enfervorizado, el siniestro paseíllo que llevaba al paseo definitivo, vía ametrallamiento o lidia como si de reses se tratase, banderillas incluidas; contra aquello que dijese una académico con tonos chusqueros de que todos fueron unos hijos de puta, todos sí, mas hay algunos que más que otros, más si en cuenta se tiene el régimen legítimo contra el que se alzaron y los años de gloriosa paz nacionalcatólica que impusieron los cruzados, sea dicho al pasar… digo que le acompañó la suerte a Abel Mejía padre, ya que le dieron por muerto, y cuando le llevaban apilado junto a los cadáveres, pudo escapar saltando del camión, sin una oreja que le fue arrancada de un tiro ¡Malditos esbirros con su mierda de tauromaquia!. La derrota le lleva a, volver a su casa; varias veces fue ésta molestada por las batidas de quienes buscaban venganza, pero que al tiempo querían mantener en vida a la mujer y los hijos del buscado, a modo de cebo para atraer al desaparecido. El caso es que volvió y que se encerró en el pozo que tenía la casa, como un topo, pero el tabaco que le había servido en las trincheras, fue el que le delató en una de las visitas de los buscadores de venganza, que no eran de los que la sirviesen fría, sino bestialmente caliente, los visitantes olieron la picadura, y captaron de dónde venía; la violencia, la crueldad y la muerte se adueñó de la casa, la madre muerta de un tiro, la hermana, Candela, violada y asesinada, Abel, el hijo de once años, atado y golpeado, y el padre descubierto, optó por morir combatiendo, alcanzando a alguno de los asaltantes y llegando a liberar a su hijo al que invitó a escapar, pasándole el testigo, recortes de periódicos extranjeros que narraban la magnitud de las tropelías cometidas por el fascio redentor, y algunas notas personales en que daba testimonio de lo sucedido.

El muchacho escapa de aquella cocina del horror, y va hacia el norte, a la montaña, y allá en medio del hambre, el frío y la soledad temerosa, halla una cueva en la que se instala, en aquella zona de siete valles, con sus correspondiente arroyos, y se convierte en un superviviente que acaba mimetizado con las criaturas del bosque y convirtiéndose en un avezado trampero que caza para comer, siempre con sumo cuidado de no ser descubierto, lo que hace que se resista a usar el fuego que podría delatarlo. Seguimos los pasos del joven que recurre a ir marcando el paso del tiempo con el trazado de rayas en las paredes de la cueva al tiempo que se guía por la luna, y que se acerca de noche como un fantasma a la silenciosa aldea, dormida a esas horas, para explorarla. La relación mimética que establece el muchacho con la naturaleza es presentada con una amplia enumeración de plantas y animales que son su única compañía; sus paseos van acompañados de los bautizos con que va nombrando los diferentes lugares, creando así un personal mapa mental… a los sonidos de los pájaros de costumbre vienen un día a sumarse unos sonidos extraños que es el producido por cuatro carboneros y una muchacha que avanzan hacia el lugar de su labor con sus monturas y un perro; Abel les vigila, en algunos momentos subido a un árbol como un varón rampante redivivo, y por las conversaciones escuchadas se entera de que la guerra ha terminado hace cuatro años ya, lo que le hace caer en la cuenta de que lleva más de cuatro años sin ver a humanos y que así pues tiene veinte años, por las palabras oídas se da cuenta de que de la guerra y lo que le rodea no se puede hablar si uno quiere vivir sin problemas, al igual que oye hablar del señorito del lugar don Casto; «se consumía a sí mismo, en un reconcome de la mente, sus miedos, su memoria y su porvenir, sus negros pensamientos con todas sus desdichas», y devenido «un exiliado de la especie humana», por los bordes de la misantropía, debatiéndose entre el olvido y los recuerdos, le resulta imposible convertirse en amnésico tras lo vivido, mas tampoco se puede vivir cayendo en la actitud mnemonista, ya que el exceso de recuerdos y memoria impide seguir viviendo al quedarse anclado en el pasado, resultando el exceso de memoria un gusano que va introduciéndose y envenenando el interior propio, impidiendo la existencia presente.

Quiso el azar, que cuando ya se acercaba su aspecto y expresión a las propias del enfant de Avignon, salvando las debidas distancias, y pensaba en dejarse atrapar por la muerte, tras las nieves pasadas, siempre pensando y soñando en volver a ver a la muchacha, oyera unos gritos y hubo de socorrer precisamente a la chica que estaba en el agua a punto de ahogarse; tras hacerla revivir, duda entre llevarla al pueblo lo que le haría descubrirse, o llevarla a la cueva. Allá disfrutarán ambos, como fuera del tiempo, del gozo de sus cuerpos y se contarán sus respectivas vidas. Lucía, así se llamaba la chica que era conocida como la Loca, le cuenta sus encierros en casas de descanso y los tratamientos expeditivos sufridos, etc., etc., etc. La locura de la muchacha resulta de una lucidez deslumbrante cuando planea cómo han de hacer las cosas: él ha de cambiar de identidad y de nombre, Ezequiel, y habrá de decir que por una caída había olvidado todo acerca de sus pasado, la aceptación del plan por parte de Abel, no supone que obedezca en todo a la chica, ya que en vez de quemar los papeles legados por su progenitor como ella le proponía, los esconde en la cueva … Siguiendo tal plan se presentaron en el pueblo, Valdelaguna, atravesado por el río Guadamajud, siendo recibidos por los paisanos con aplausos y vítores, y acogido por el padre de la chica, Gabriel, que estaba pensando que había perdido a la hija, igual que años antes perdiese a su mujer; hasta el punto llegaba la alegría, que el alcalde, falangista de pro, organizase una fiesta de acogida en que cada cual tendría su patata y su ración de vino… Quedaba no obstante el trámite de ir a Navapuerca para hablar con el Jefe Comarcal del Movimiento para que las cosas quedasen en orden, ante el ayuntamiento Abel ve un escudo, el que había visto en la camisa del alcalde, y unas palabras pintadas que no sabe interpretar: FALANGE ESPAÑOLA TRADICIONALISTA y de las JONS. El jefe, Diógenes Acero, no respondía su nombre desde luego a ninguno de los diógenes célebres, ni el de Sínope, ni a Laercio, manco a causa de una granada que le estalló en la guerra… El retrato del falangista, sus modales de ex-combatiente, su vocabulario insultante, de macho victorioso, y sus gestos despectivos y agresivos, incluido el amenazante apretujón de huevos que le pegó al pobre Abel, presentado como Ezequiel Mejía Expósito, apretón que luego le produjeron fuertes dolores y preocupaciones, dan el tono de las ideas dominantes, al igual que sus edictos sobre la educación, etc. resultan francamente logrados, para cualquiera que haya conocido los tiempos cercanos al final de la guerra, o a personajes de tal jaez.

En fin, ya tenemos a Abel entrando en sociedad, conociendo cosas hasta entonces desconocidas tanto de la historia de la brutal represión tras la victoria del bando franquista, como visitando las fábricas, de hielo y de luz, la taberna, diferentes negocios y chanchullos, e irá adentrándose en los entresijos del tejido social y sus personajes clave, y viendo, y padeciendo, las abismales diferencias existentes entre los varillas del lugar, incluido el celoso y exigente párroco Liberio, poseedores de los recursos económicos y políticos y los consiguientes privilegios, y del otro lado, los trabajadores sometidos al miedo de las amenazas constantes, al hambre, etc., y el bueno de Ezequiel, impotente debiendo tragar carros y carretas ante las arbitrariedades y groserías ambientes… mas no seguiré destripando las historias, que bastante lo he hecho ya, y que el que quiera saber más, que se compre la novela y la lea, seguro que me dará la razón al comprobar que las páginas del libro dan mucho que pensar sobre la memoria, el olvido, la dignidad, la venganza, el amor, el odio, las ansias de poder, el hambre y la supervivencia, basándose en unas historias reales como la vida misma que le conducirán a sublevarse en más de una ocasión.

Y mientras tanto a la espera quedamos, ya se anuncian un par de libros más, Enjambre y Valhondo, que completarán el mundo que el autor ilumina en Quercus; en setiembre se editará en primero de ellos, Enjambre