Por Iñaki Urdanibia

Hay escritores que tienen indudable puntería mostrándola a la hora de elegir los temas de sus libros, al situarlos en asuntos de rabiosa (grrrrrr) actualidad; es el caso de Timur Vermes (Nuremberg, 1967). Si antes su Ha vuelto originó un amplio revuelo, alcanzando un enorme éxito que hizo que se publicase en más de cuarenta países y que fuese llevada a la gran pantalla, al presentar la vuelta del führer setenta años después de su desaparición y el desconsuelo que siente al ver que sus enseñanzas y rituales no gozan de la extensión que él deseaba y esperaba, mosqueándole más todavía que sea una mujer quien esté al frente del gobierno… Pues bien, si en aquella novela no dejaba títere con cabeza al señalar a la televisión, a la prensa en general, a los políticos y a la amnesia colectiva como responsables del ascenso de las posturas cerriles de la extrema derecha, ahora centra su objetivo en la cuestión de la inmigración en su «Los hambrientos y los saciados» (Seix Barral, 2019).

Sabido es como la fortaleza-Europa, con su vigilante y expeditivo frontex, se ha protegido tanto en sus costas como en las del continente del sur con la instalación de campos de internamiento en donde los allá recluidos, seres anónimos, esperan sin esperanza para saber cuál va a ser sus destino. Una presentadora de campanillas, de las que arrasan en cuotas de pantalla, Nadeche Hacbusch, alentada por su compañero Lionel, acude a ver in situ el campamento más grande en donde se amontonan nada menos que ciento cincuenta mil refugiados, es obvio que la dimensión de la tragedia va a atraer a televidentes como escarabilla; más todavía si en cuenta se tiene que desde allá se va a iniciar una marcha hacia el norte, hacia el Viejo Continente. Quienes miran las pantallas flipan al contrario de los políticos que, tras las restrictivas medidas adoptadas, se hacen los longuis siguiendo la política propia del avestruz. Ante la dificultad de la situación y más se esperan medidas que pongan freno o encaucen la marcha de los condenados de la tierra, más estridente es el silencio de los responsables de interior y mayor es la preocupación de los ciudadanos germanos que en su mente alterada no cesan de plantearse interrogantes acerca de qué se puede y se debe hacer.

Obviamente el tema no es propicio para bromear, mas la afilada piqueta del sarcasmo del escritor germano logra que su historia sacuda las conciencias lectoras hasta la llaga, al poner ante los ojos de quienes se acerquen al libro la dureza y crueldad de la abominable situación; para ello – como digo – recurre a un medido humor al tiempo que presta la palabra a algunas de las víctimas, protagonistas de la inmunda situación que llevando más de un año encerrados ven con pesimismo, más bien con gélido realismo, la falta de futuro ya que las medidas que en su momento adoptó Angela Merkel, ante la masiva y primera oleada, da por pensar que fue una excepción que no se va a repetir.

Está claro que el escritor posee una honda capacidad para incidir en el problema planteado, y su habilidad a la hora de ir dosificando las historias que se entrecruzan otorgando la visión total del panorámico cuadro en el que las políticas de la Unión Europea y los medios que las justifican y/o alaban quedan malparadas al ampliar el poder de sus cadenas, casi podría decirse de su territorio, por medio de la compra de países (Argelia, Túnez, Marruecos, Egipto y a la desmembrada Libia) que sirvan de freno ante el problema que se les avecina, desplazando el problema de la amplitud del mar a las tierras firmes de África… desplazando la línea de contención cada vez más bajo en la medida en que los países nombrados tratan de obtener mayores réditos de su colaboración.

La escena ofrecida, perlada de unos certeros diálogos en los que asoman con más fuerza los problemas visitados y las raíces en las que se sustentan, con el añadido de algunas noticias de prensa – presentadas con su propia grafía -, nos arrastra a plantearnos una cadena de los problemas que se entrelazan con respecto al peliagudo tema que tanto preocupa y que conduce a posturas ciertamente repugnantes que hacen temblar el principio de humanidad -aquellas proclamas ilustradas de Kant que consideraba a los seres humanos como fines en sí mismo – al provocar el florecimiento de la xenofobia, el racismo, y la elevación a la categoría de cabeza de turco a quiEnes se pinta como representantes y causantes de todas las amenazas y de todos los males.

Concluiré señalando que el escritor nos conduce a un inesperado, como no deseable, final, que la sacudida que ha ido provocándonos sea reforzada hasta un grado cercano al temor y temblor. ¡Así, Timur Vermes!