Por Iñaki Urdanibia.

Dos textos entrecruzados, escritos por la escritora madrileña e ilustrados por el artista madrileño… pongamos que hablan de Madrid…

Las cosas no son muchas veces lo que parecen a primera vista y algunas situaciones hacen pensar en unos desarrollos que parecen cantados pero que, sin embargo, luego sorprenden por su fin. Si lo dicho puede ser cierto en la vida de todos los días, más si uno se acerca a la página de sucesos de los diarios y demás, el llevarlo a las páginas de literatura exige una pluma, o tecla, hábil, que tenga la capacidad de dosificar las historias, manteniendo cierta tensión, y que logre mostrar una conclusión inesperada que deje atónito al lector. Esto es lo que consigue la escritora madrileña en los dos cuentos, publicados por Páginas de Espuma, acompañados de sintonizadas ilustraciones de Fernando Vicente, que se presentan bajo el título de «Retablo».

Cualquiera que se acerque, o se haya acercado, a la narrativa en castellano se habrá topado con la escritora madrileña, del mismo modo que quienes conozcan algo de la ilustración y la pintura de la panorama actual conocerá al madrileño. Así pues, dos madrileños que, pongamos que, retratan Madrid, retrato, con los problemas y crujidos presentados, que bien puede trasladarse a otras ciudades.

Dos cuentos que se ubican en las vivencias de diferentes vecinas y vecindades. No le falta sorna, hasta los bordes del abuso, ni un afilado sentido crítico a la escritora que sitúa sus relatos en algunos barrios en los que asoman personajes discordantes con respecto a la marcha habitual de las cosas; haciendo que las dos narraciones confluyan . En el primero, Extraños en un tren (versión amarilla) – título rebotado del de Patricia Highsmith -, dos vecinas, de cuyas limitaciones se nos da cuenta por medio de la visita a sus respectivos frigoríficos y botiquines, se enfrentan a problemas de diferentes índole que les hace estar hasta el mismísimo moño: la una, Ana María, está cansada de tener en casa a un hijo holgazán que para colmo de desmanes es un gastaduros, al estar enganchado al juego, vamos que es un ludópata de tomo y lomo; la otra, Matilde ve como su querido perro de nombre regio, Felipe IV, resulta muerto por algún desalmado, lo que hace que sus deseos de venganza aniden en su mente y en su corazón. Tanto la policía como la mentalidad generalizada carga el sambenito de todas las culpas a los rumanos y los albanokosovares… que son muy bestias. A rey, que diga perro, muerto, perro puesto y bautizado como sucesor del anterior, Felipe V; dicha sustitución no es suficiente, no obstante, y el afán justiciero funciona, del mismo modo que la solidaridad entre vecinas. El segundo, Jaboncillos dos de mayo, nos conduce por una calle de barrio en la que todos se conocen y en la que las tiendas tradicionales surten a los vecinos que ante la llegada de intrusos que suponen, o al menos pueden suponer, el cambio de costumbres, la marginación de los comercios locales en beneficio de diferentes establecimientos que venden variopintas virguerías – por calificarlas de algún modo – absolutamente desconocidas y prescindibles para los habitantes del lugar, que son gente sencillas, que recurren a las tiendas de siempre que les sirven además de para abastecerse de lo que necesitan para comunicarse con los demás y tener conocimiento de las cuitas de los paisanos. La llegada de los hípsters y su cohorte de chorreces (centros de yoga y pilates, establecimientos de comida vegana, lo vintage, y alguna boutique de repostería, cuyos pasteles ofrecen una presencia en formas y colores absolutamente deleznables para la mirada tradicional de los vecinos del barrio). Las tensiones surgen desde el minuto cero, y el almibarado buenismo de algunos de los invasores no sirve para frenar la oposición organizada, a su presencia y la de sus troncos, por parte de los unidos y solidarios vecinos (un tabernero, una frutera y un anticuario) que no quieren que su barrio muera, y… a veces el azúcar es sustituido por la sal, el vinagre… cuando no por la sangre.

Dos cosas quedan claras: una, la habilidad de Marta Sanz, complementada por las ilustraciones de Fernando Vicente (diré a título personal, que en la medida en que leía las historias, en su continuo balanceo entre la tragedia y lo cómico, contemplaba las pinturas/dibujos, como hallando pistas más concretas, si cabe, a lo narrado. La pluma acompañada del pincel) para adentrarse, y adentrarnos, en pagos cercanos al género negro (negrísimo de luto y sangre), con una lucidez y humor destacables, y otra la descarada vena crítica contra la blandenguería ambiente, poniendo en la picota los procesos de invasión por parte de cadenas comerciales varias que ponen en peligro, es un decir, la supervivencia de las cercanas tiendas de toda la vida, al introducir coloridos y variados productos “ internacionales” a bajos precios… conllevando el desplazamiento y/o la marginación de los vecinos de siempre, con sus costumbres, que pasan a ser considerados como demodés, seres anclados en el pasado, out, especie en extinción… la gerintrificación con la subida de precios y desalojo del lugar para pasar a ser barrios de postín paragente guapa… me vienen a la mente – y me limito a algunos casos célebres y paradigmáticos que, en cierta medida, he vivido – los barrios de las cercanías de Les Halles en París, de El Carmen en Valencia, la Barceloneta en la Ciudad Condal, sin nombrar la madrileña Malasaña que sin ser nombrada es señalada con claridad en los cuentos de los que doy cuenta… y no paso lista.