Category: SIRI HUSTVEDT


Por Iñaki Urdanibia

Cualquiera que haya seguido la trayectoria de la escritora, de origen noruego, nacida en Minnesota en 1955, se habrá topado con un amplio abanico, de géneros y estilos, que supone que se pueda hablar de la mujer como una verdadera todoterreno. Desde los temas relacionados con el arte, tratados tanto en algunas de sus novelas como en sus ensayos estéticos, que invitan a pensar cómo se desarrolla la percepción de obras artísticas al igual que se presta a exponer sus lecturas y sus sagaces interpretaciones, narrativa en general, sus incursiones doctas en el terreno del estudio de la mente originadas por algunos desajustes, neurológicos, padecidos que le empujaron a penetrar en el estudio del funcionamiento del cerebro humano, no privándose de sincerarse en un ejercicio de auto-análisis, convirtiéndose en una destacada especialista, categoría confirmada por expertos en tales lides como Oliver Sack; por supuesto, sería injusto obviar su implicación feminista que empapa sus novelas, sus relatos y muchos de los ensayos mentados… por la senda de Lilith.

Ahora se presenta una recopilación de ensayos, fruto prácticamente todos ellos de conferencias pronunciadas en diferentes foros y de intervenciones en revistas varias. «Madres,padres y demás», editado en Seix Barral, volumen en el vemos a la mujer en plena forma con una cuidada escritura y con una apertura temática en la que, de uno u otro modo, aparecen algunos de los asuntos apuntados, marca de la casa.

Como consta en el título su familia ocupa un lugar esencial en el libro, en donde vemos una genealogía empezando por el primer artículo dedicado a su singular abuela paterna, Tillie, de la que da una descripción física y también de su comportamiento de rompe y rasga; el retrato amplías el foco a su marido, tíos y antepasados, algunos de ellos quedaron en su país natal, noreuropeo, padeciendo allá las embestidas del hambre y, más tarde, el dominio de la bestia parda. Ya de paso se ven las tensiones del hijo de la abuela, y padre de Siri, y los silencios acerca de tales relaciones; padre que por cierto dejó para la familia una historia sobre ella, sobre los Hustvedt. Las pérdidas del abuelo, Lars, debido a la gran recesión y a algunos diagnósticos, que luego resultaron falsos, que supusieron sacrificar todo el ganado que poseía en su granja, dando al traste con ella.

Como en la escritora es hábito se dan reflexiones que, como si nada, indican los modos de transmisión familiar por medio de conexiones un tanto casuales, pueden calificarse así ya que no se conoce el funcionamiento de estos enlazamientos, que hacen formarse idea de situaciones y acontecimientos no vividos; ocupa igualmente lugar los rasgos que definen la memoria, «que consiste no solo en los fragmentos de tiempo visibles para nosotros en imágenes que se han afianzado a fuerza de repetirse, sino también en los recuerdos que encarnamos y con comprendemos: el olor que lleva consigo algo perdido, el gesto o el tacto de una persona que nos recuerda a otra, o un sonido, lejano o cercano, que nos provoca un pavor desconocido», trayendo a colación la imagen de un diapasón como retrato de sí misma cuando era chiquilla que se quedaba con la copla de lo que a su alrededor se cocía a pesar de los silencios o las medidas palabras que no podía ocultar los sentimientos que flotaban en el ambiente y que ella detectaba con neta claridad. Las miradas a las relaciones familiares que se entremezclan en diferentes de los ensayos, no solamente en el nombrado de su abuela o el quemás tarde dedica a su madre, en un paseo…suponen una labor de deconstrucción, con perdón, de las relaciones familiares tradicionales como si solamente existiese un modelo familiar que todo dios, siempre que no sea un desmadrado de tomo y lomo, ha de seguir. Los habituales retratos tiernos de abuelas y abuelos amorosos de sus hijos y madres que se desviven por los demás no pensando para nada en sí misma está bien para los cuentos de hadas o similares, más no para el mundo real del que trata de dar cuenta Siri Hustvedt. Criterio crítico que dirige igualmente contra las visiones jerárquicas que se establecen con respecto a las clases, como signo de distinción y justificado privilegio, al sexo en la medida en que se considera al sexo masculino más capaz para las tareas de importancia y a los roles femeninos como más apropiados para la sumisión obediente, la ternura y otras sensibilidades pretendidamente propias de las mujeres, sin obviar lo aberrante de diferenciar a los humanos, en sus capacidades, por el color de la piel. Ella también es madre y de tal condición y las relaciones con su hija también habla, los temores acerca de su seguridad y la culpabilidad ante alguna falta a la hora de adoptar medidas de seguridad.

El mismo dispositivo que la ensayista pone en marcha en lo que hace a la contemplación artística que hace que se dé una especie de pasión o transferencia entre objeto y sujeto, por medio de la percepción que, a su vez, conlleva un bagaje, unos conocimientos y un modo de mirar que se va afilando con la educación o práctica de la mirada, sin descartar el estado de ánimo de quien contempla, pueden verse estas reflexiones, y otras, en Visita a San Francisco o en Algo vivo; como decía el mismo dispositivo que se aplica al arte, la mujer lo pone en acto en lo referente a los recuerdos de infancia y al paso del tiempo que conserva algunas imágenes o escenas, seleccionado más allá de la voluntad en el almacén de la memoria, del que hablasen Atkinson y Shiffrin, haciendo que con el paso del tiempo la visión se modifique o se altere, dando paso a interpretaciones diferentes de lo vivido o ver cosas que anteriormente habían pasado desapercibidas, cobrando relevancia a aspectos que anteriormente ni se percibían.

La literatura, tanto el oficio de escribir que toma pie en sí misma, sirviéndose de la mano de Simbad, como las lecturas que a las que se ha acercado, tanto en la escuela, como por gusto personal hacen ver quienes son sus madres literarias, dedicando algunas sabrosas páginas a Jane Austen, Emily Brontë, o a la escultora Louise Bourgeois. Cumbres borrascosas es mirada con detenimiento, atendiendo a las críticas que sobre ella se han vertido, manteniendo a pesar de ellas su admiración subrayando sus carácter hipnótico; también se exponen las críticas, y los méritos, recibidas por El gran Gatsby de Scott Fitzgerald sin privarse del correspondiente tirón de orejas a los autores del canon, no olvidándose de los problemas relacionados con la traducción, o de las lecturas que han alcanzado sonado éxito en los tiempos de pandemia, como La peste de Albert Camus, Pálido caballo, pálido jinete de Katherine Anne Porter, el Decamerón de Boccaccio, y algunas otras… Dando cabida a un par de alegatos finales contra la misoginia: ¿Qué quiere un hombre?, y El chivo expiatorio que son de toma pan y unta tanto en lo que hace a su certero tino y tono como en lo referente a su argumentación y documentación., no rehuyendo tampoco en otros artículos las referencias al trato padecido por ella misma por los envites de la masculinidad ambiente.

Un libro, que contiene una veintena de ensayos, en cierta medida puede ser tomado como la novela de formación de la escritora, que no se priva de mostrarse sincera extrayendo lecciones de índole general de sus experiencias particulares, a la vez que amplía la mirada a diversas cuestiones que he nombrado, y a algunas más, lo que convierten el volumen en un producto híbrido; no faltando el recurso a filósofos varios como Aristóteles, William James o John Dewey. Todo ello supone que el libro resulte francamente atractivo para los lectores asiduos de la escritora, entre los que me encuentro, como lo será para quienes no conozcan su obra, a quienes se les abrirá una excelente puerta para el conocimiento de su quehacer poliédrico.

Por Iñaki Urdanibia.

La escritora, madre de la cantante Sofia Auster, sigue mostrándose en forma: retratándose, retratando la ciudad y los cambios de época, y abriendo amplias sendas a la reflexión.

Sería desmedido decir que Nueva York ya tiene quien le escriba, pues ciertamente la ciudad de los rascacielos ha dado para mucho en el mundo de la narrativa, también de la poesía, tanto como telón de fondo como manteniendo como ciudad el protagonismo. Algo de esto podría decirse que se da en el último libro de Siri Hustvedt (Minnesota, 1955), «Recuerdos del futuro», editado por Seix Barral. La escritora persevera en su escritura que se alimenta de arte, siendo sus protagonistas gente relacionada con alguna o algunas de ellas, y con los desfases psíquicos, vividos algunos en primera persona, lo que le ha llevado a convertirse en una verdadera autoridad en los terrenos de la neurociencia y afines. Cualquiera que se haya acercado a los libros de la autora, y me refiero a los encuadrados bajo la etiqueta de narrativa, habrá comprobado que se da en ellos un cruce permanente entre novela y ensayo, con ciertos toques feministas y autobiográficos, lo que hace que – todo hay que decirlo y el que avisa no comete traición – su lectura exija atención constante, esfuerzo que se verá compensado por las historias narradas y, por qué no, por las reflexiones entregadas que abren caminos a derivar por los pagos del arte, de la memoria, del paso del tiempo, traducido en las personas y en las propias ciudades.

En la presente ocasión nos es presentada una mujer de veintitrés años que llega a Nueva York a finales de los años setenta, más concretamente en 1978, proviniendo del interior del país, mujer de origen noruego para más datos y coincidencias con la propia escritora, que flipa ante la inmensidad de la urbe y, en especial, ante los lamentos de su vecina, Lucy Brite, a la que oye a través de las finas paredes, llegando, en su obsesión, a usar un artilugio, un estetoscopio, para llegar a comprender cuál es el motivo que le hace lamentarse y discutir consigo misma. La mujer, cuyas iniciales son explícitas S.H., tiene la pretensión de convertirse en escritora y con tal propósito llega a la ciudad de los rascacielos y comienza a poner en acto su vocación al escribir lo que capta de las voces de su vecina al igual que la estupefacción que le provoca la gran ciudad.

La misma protagonista, cuarenta años después, siendo ya una escritora consagrada, halla, mientras pone orden en el apartamento de su madre, las anotaciones escritas en la anterior tesitura, lo que le sirve para recordar los tiempos pasados, las relaciones mantenidas y volcarse en un diálogo con ella misma y con los demás, en una especie de reconstrucción, o revisión, de la trayectoria que le ha hecho devenir lo que en la actualidad es. El yo construido como una haz de percepciones que diría David Hume, y en cambio y acumulación de nuevos pasos que van transformando y no definido de una vez por todas queda patente en las historias de la narradora, que aplica la misma concepción a la ciudad que como una trata de hojaldre (mediando la compleja exposición del espacio-tiempo de Minkowski) va asumiendo diferentes capas y cambios, desde la suciedad y agresividad inicial a los tiempos presentes… cosa que queda patente si en cuenta se tiene que los interminables paseos, visitas a librerías incluidas, de la flâneuse van acompañados de lápiz y papel, anotando todo lo que observa; somos llevados desde los aires de libertad de los sesenta y setenta a la ascensión de Reagan y a la irrupción del sida; tales anotaciones nombradas le, nos, van a servir precisamente para rememorar lo pasado. Desde la joven que, llegando a la gran ciudad, domiciliándose en Manhattan, se siente sola ante el mundo con sus desorbitadas pretensiones y con unas ganas por salir adelante en sus afanes de autora en busca de protagonista para su obra (bajo el patronazgo de don Quijote y la maltratada madame Bovary), a la asentada mujer que ya ha logrado, si es que alguna vez se logra, cumplir sus iniciales propósitos, el retrato de los pasos, los tanteos, los aparentes fracasos o los zigzagueos nos son entregados con certera finura.

En la evolución que nos es mostrada vemos que los cameos son de relieve: la escritora lee a Bergson o a Wittgenstein y la presencia de los Duchamp (en la sombra de su urinario, la aristócrata dadaísta Elsa von Freytag-Loringhoven) o Kandinsky también deja notarse, y las reflexiones y la invitación a penetrar en ellas en lo referente al arte, al paso del tiempo y la capacidad transformadora, y las interrelaciones presentes en la flecha del tiempo, entre pasado/presente y futuro, son los aspectos más brillantes y reseñables de las historias propuestas por Siri Hustvedt, historias que, en última instancia, no son más que el andamiaje sobre el que se erigen los pensamientos mentados.

Una novela en la que se entrecruzan diferentes niveles que van desde lo autobiográfico, por una vertiente de sagaz auto-análisis, a la tensión originada por ciertos aires de intriga que van a suponer ciertas averiguaciones que van desvelando los misterios que subyacen a las historias relatadas, con la impronta de una reivindicación no disimulada de protagonismo, muchas veces usurpado, de las mujeres, y los finos bordes que delimitan lo normal de lo patológico, la razón de la locura. Y, eso sí, como insinuaba al principio de estas líneas el paso del tiempo de Nueva York, los avatares en lo que hace a las variaciones políticas, los cambios de las costumbres, y la salvaje subida de los precios en general… nos son puestos ante nuestros ojos con dosificadas pinceladas.

Por Iñaki Urdanibia.

Acercamiento a la escritora noruego-norteamericana y a algunas de sus principales obras.

Los ojos y la mirada están presentes en la obra de la escritora instalada en Nueva York, desde el mismo título: así su primera obra, «Los ojos vendados» (1992 / 1994, la traducción en Circe) y su última: «La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres» (2016 / 2017, la traducción en Seix Barral), y no únicamente en el título, como veremos, en esta escritora que antes de iniciarse en la escritura, al menos en la publicada, ya se había convertido en protagonista de algunos libros de Paul Auster, a quien iba dedicado precisamente su primer libro nombrado, y publicado; en La ciudad de cristal, al comienzo de la «Trilogía de Nueva York», obra emblemática de Auster, se puede reconocer a la mujer en aquella «rubia grande y delgada, de una belleza deslumbrante», del mismo modo que, bajo el nombre de Iris, puede ser reconocida en Leviatán «un metro ochenta, un encantador rostro escandinavo y los ojos azules más alegres que se pueda encontrar entre el cielo y el infierno…»; precisamente el nombre de la protagonista de su primera novela, la de Hustvedt, será Iris. Como ya ha quedado indicado líneas más arriba su nombre va unido, mediando además matrimonio, con el del también escritor. Este último ya era un consagrado escritor cuando se conocieron en una lectura de poesía en Nueva York, a la cual también asistía, por cierto, Don DeLillo… el azar quiso pues que se conocieran y que se casaran al poco.

Esta unión, puede conducir a más de uno a considerar la obra de Siri Hustvedt como copia de la de su marido, o hasta tal vez obra de él mismo, más si se tiene en cuenta, además del consabido machismo que siempre coloca por encima a los hombres (dejando a las mujeres como detrás de ellos-ahí está el dicho de consolación: detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer), más todavía si en cuenta se tiene que la primera novela que publicó la escritora jugaba con el azar, dispositivo tan caro a Auster. A modo de anécdota diré – y hablo de memoria – como en una entrevista, preguntada al respecto, ella decía que no dejaba ver sus novelas o ensayos a nadie – incluido su marido – hasta después de haber acabado, mientras que a la inversa su marido sí que le dejaba leer al tiempo que iba elaborando sus historias, pidiéndole su opinión. No señalo esto con el fin de establecer una especie de competición, cosa que me parece fuera de lugar, además de que soy de la opinión de que en las relaciones entre parejas de creadores (ahí están los casos de Alberto Moravia y Elsa Morante, de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir o de Louis Aragon y Elsa Triolet), los componentes se influyen y se enriquecen mutuamente… sin darse una relación de confrontación ni de competición, reitero. Parejas aparte, Siri Hustvedt es una escritora de una lucidez extraordinaria, que deja ver / leer en todos los géneros en los que se expresa. Dice Hustvedt al respecto: «nuestro trabajo ha constituido un componente íntimo de nuestra relación amorosa y de nuestros veintitrés años de matrimonio, pero lo que leí no fue entonces, ni lo es ahora, lo que sé cuando estoy con él. Su obra proviene de ese lugar en su interior que nunca llegaré a conocer».

Volviendo a los ojos, si en su primera obra los catalogaba de vendados, es claro que en su caso no tienen venda alguna sino que brillan en su lucidez deslumbrante, observando escrutadoramente la realidad que le rodea, los objetos, las obras de arte (escritura, pintura, fotografía…), parece como si fuera la Iris que hace caso a las indicaciones del señor Morning de su primera novela cuando le dice: «Estúdielo. Descríbalo. Deje que hable», igual que hace con los autores – escritores, pintores, ensayistas – a los que se acerca con finura e indudable sagacidad; hasta diría más, su mirada también es introspectiva, ya que se mira a sí misma, con más énfasis desde que tuvo algún episodio de desorientado lapsus corporal en medio de una conferencia universitaria en homenaje a su padre, como ella misma relata en su «La mujer temblorosa o la historia de mis nervios», esto le empujó a adentrase en el estudio de las neurociencias, en algunas disciplinas de la galaxia psi, terreno en el que se convertiría con el paso del tiempo en una auténtica autoridad, como reconocerían algunas luminarias de dichas especialidades. [No me resisto a contar una anécdota relatada por la escritora: Paul Auster, su marido, cuando ella había ya finalizado el libro que acabo de nombrar, y viendo su preocupación creciente, y obsesiva, sobre el tema de la neurobiología, y los numerosos libros que iban invadiendo la casa, le prohibió a su esposa que comprase más libros sobre el tema, ni se hiciese con más por otros medios… queda claro que la escritora, afortunadamente, no le hizo caso como puede comprobarse con sus posteriores entregas: Vivir, pensar, mirar y su La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres.] La cosa, no obstante, venía de lejos, ya que las migrañas, los mareos y las alucinaciones le perseguían desde las infancia como explica con detalles biográficos en su texto de 2004: Extractos de una historia sobre el yo herido. No parece faltarle razón a Siri Hustvedt cuando se refiere a su miopía, sus migrañas y a otras alteraciones, y afirma que «tal vez me han hecho dudar de lo que veo con más frecuencia que las personas que nunca han padecido alteraciones visuales. La duda es un catalizador de atención intensa».

Es posible acercarse a su obra al modo de quien se aproxime a un archipiélago, en el que las diferentes islas están unidas por lo que las separa, y tal aproximación se expresa, si en cuenta se tiene como sus libros pueden clasificarse en tres esferas, que no son impermeables las unas de las otras: por una parte, las narrativas, por otra, las que reúnen críticas e interpretaciones literarias y artísticas, y por último, los ensayos volcados en las ciencias, neurológica y afines, que a la vez dejan ver algunas cuitas personales de la misma escritora; cosa que también, pueden verse en el otro tipo de obras señaladas. Se da, así pues, en sus obras pertenezcan al género que pertenezcan un continuo cruce entre las diferentes esferas o niveles señalados.

Ya desde su primera novela , que está formada por cuatro historias que se unifican al tener la misma protagonista, Lili. Ocupa un papel importante el juego de miradas, la contemplación detenida de diferentes objetos, la fotografía, algunos detallados análisis de algún lienzo, y unas ventanas que se abren al exterior y a los edificios de enfrente, convirtiendo a la observadora en vigía de lo que acontece. Tanto en la primera parte, como en la siguiente la mirada hacia diferentes objetos y el deber de detallarlos por medio de la escritura, hacen que se planteen algunas de las concepciones ampliamente señaladas por la escritora: el bagaje previo con que cada cual contempla los objetos o las obras de arte (en este caso, en la segunda parte, se trata de la fotografía) y los cambios de percepción que se producen con el paso del tiempo, que hacen que el mismo sujeto vea aspectos en los que anteriormente no había reparado, además de que por supuesto el bagaje habrá aumentado con lo que ya la mirada estará alimentada con nuevos datos, enfoques, etc., aportando cada cual su vida a la propia observación e interpretación, como si se comportasen al modo de las (kantianas) formas a priori de la sensibilidad; «el que contempla rellena las piezas que faltan…» [se dice refiriéndose a las fotografías que según se recorten, pueden provocar resultados perturbadores]. Con respecto a este carácter cambiante del sujeto, subraya la escritora cierto carácter lábil… «la palabra “yo” que siempre había designado el conjunto de mi vida interior, parecía haberse desplazado a otra parte, y durante un minuto dejé de caminar, vencida por la extrañeza que sentía hacia mí»… Esto último da cabida a otro aspecto que ha provocado sagaces reflexiones, y estudios de Hustvedt, relacionado con distorsiones neurológicas o profundas migrañas llevadas a los extremos del internamiento en hospitales especializados en los que la paciente / narradora se ve inmersa en un ambiente en el que pululan gentes con otros males más profundos que los propiamente relacionados con algún dolor… podría hablarse de seres dañados en el alma, asunto que es narrado en la tercera parte). Los cuatro presentan encuentros casuales e inquietantes, ya sea con un tal señor Morning que paga por las descripciones de objetos que habían pertenecido a una muerta, o con George quien con una única fotografía lleva los límites del desasosiego a la improvisada modelo , o el tiempo de ingreso hospitalario en el que una anciana, Mrs, O., que parece empeñada en atentar contra su propia vida, o un crítico, Paris, que se cruza en el camino de la protagonista, o el profesor Rose que hace traducir del alemán a Iris los fantasmas de un muchacho vicioso… relatos – como tal se presentan en los libros siguientes de la autora publicados por Circe – que reflejan las situaciones de malestar, y confusión, que acosan a veces a los humanos.

Si me he extendido en «Los ojos vendados» es debido, además de al interés que tiene la novela por sí misma, porque en ella – como si de un proyecto programático se tratara – aparecen algunos de los temas que van a constituir la materia prima con la que trabaja Siri Hudsvedt (las relaciones problemáticas, el arte, la literatura, la crítica, la ciencia… y algunos desajustes que en su persona le condujeron – reitero – a adentrarse en los estudios de la mente, del sistema nervioso, etc.), y tal vez – y como ella misma señala – a observar con mayor atención y detalle los objetos, las situaciones, etc.

Lectura de algunas de sus obras

«Todo cuanto amé» (2003)

«La novela más ambiciosa y más gratificante de Siri Hustvedt. Fascina, apasiona e inquieta. Hustvedt es una artista singular, una escritora dotada de considerable inteligencia, profunda sensualidad y una cualidad difícilmente definible para la cual se me ocurre una palabra: sabiduría»

(Salman Rushdie)

Al igual que su primera novela, en ésta, en mi opinión, la más lograda de ellas, su dedicatoria es a Paul Auster. Como otras dedicatorias de la escritora, las relaciones de familia parecen primar sobre otras consideraciones (y lo digo por la aparición repetida, en algunas de ellas, del apellido Hustvedt).

En esta ocasión se repiten algunas de las circunstancias que ya estaban presentes en su anterior novela y que, en cierta medida, perdurarán en las siguientes: la admiración de alguien con respecto a un pintor; en el caso de Lily Dahl se trataba de la protagonista que admiraba, inicialmente a escondidas desde su ventana, a un pintor con quien acabará teniendo una relación sentimental, de pareja, en el caso que nos ocupa es un crítico de arte y profesor, Leo Hertzberg, quien siente atracción por un pintor desconocido, que responde al nombre de Bill Wechsler, de quien se hará amigo. A lo dicho pueden añadirse algunas situaciones al límite, crispadas tensiones en el seno de alguna familia, descripciones de un no disimulado erotismo, sin que falten algunas historias inexplicadas o de sospechosa explicación. La maestría de la escritora hace que se combinen estos ingredientes con una suavidad narrativa muy conseguida.

La relación que acabo de indicar, entre los dos hombres, va a hacer que las relaciones entre las familias de ambos alcancen un carácter realmente estrecho e íntimo. Leo y su mujer, Erica, van a tener un hijo, Matthews, Matt, y van a estrechar los lazos de amistad con las parejas de Bill, Lucille con la que va a tener un hijo, Mark, y con la posterior pareja del artista Violet. En estos entrecruzamientos relacionales se van a desarrollar las historias que nos conducen a ver cómo las obras del profesor – por las mañanas – y pintor por la tarde, Bill, no son bien acogidas por la crítica, ni por los compradores; únicamente parece que la aceptación de su obra viene de coleccionistas europeos. Leo, sin embargo, sí que había contemplado con absorto deleite alguna obra del pintor titulada Autoretrato, hasta el punto de que la comprará, sintiéndose impulsado a conocer a su autor cosa que hará provocando unos lazos de amistad que hará que las dos parejas pasen las vacaciones juntas, y hasta harán que Bill compre un apartamento en el mismo edificio en el que vive el profesor Leo. Las vidas van desarrollándose en paralelo, tanto en lo que hace a los intereses, como a los avatares existenciales, que parecen entreverar el arte y otras esferas del saber con las propias vidas de los protagonistas, como si unas calasen en las otras.

Veinte años después, Leo rememora las situaciones que vivieron y que atravesaron, como flechas, a la unión de ambas familias en general y a cada uno de sus componentes y sus descendientes en particular. Con serios problemas en lo que hace a su visión, Leo va a recurrir a un conocido y colaborador para que le lea libros, ante la imposibilidad de hacerlo él. Recuerda los tiempos en que estando casado con Erica, estaba colgado no obstante de Violet, la segunda compañera de su amigo Bill, que en principio había servido de modelo a éste para sus composiciones pictóricas, y que después se convirtió en su mujer al divorciarse Bill de su mujer, Lucille, que era madre de Mark; la separación se dio cuando el chaval tenía cuatro años. Quiso el azar que al tiempo que Mark naciese, la otra pareja tuviese otro niño, Matt; ambos chicos se hicieron muy amigos. La desgracia cayó sobre Matt, y sobre sus padres obviamente, al morir en un accidente cuando estaba en un campamento de verano. La pareja quedó destrozada, y el vacío que este fallecimiento vino a suponer, hizo que Leo se esforzase por atender a Mark como si fuese su propio hijo, de manera más especial cuando el padre de éste, Bill, muriese a causa de un ataque al corazón. Mas esta relación de apoyo y confidencias con el muchacho se van a ir enturbiando de manera creciente ante las mentiras, los robos, las drogas y las amistades peligrosas que frecuenta éste, cada vez más, turbio muchacho; realmente se pasean por las páginas toda una fauna de seres sintomáticos (desde seres extraños y marginados, a algún anciano okupa, sin obviar algún crítico de arte alimentado de inquinas varias y de carácter provocador). Estas andanzas misteriosas, tras el velo de continuas mentiras que a continuación eran veladas con bellas palabras y signos de supuesto arrepentimiento, van a llevar a los bordes de la locura tanto a Leo como a Violet, mientras que la madre del joven, Lucille, que desde que se separó vive lejos muestra prácticamente un desinterés por la vida, turbia, de Mark… La oscuridad del comportamiento del muchacho que aparece y desaparece, miente y desmiente, roba dinero y objetos de valor tanto a Leo como a Violet, van a llevarle al borde de la muerte, provocado por una ingesta de drogas varias, y para más inri todavía, se va a ver implicado en un misterioso asesinato de un menor, cuyo responsabilidad se atribuye finalmente a un siniestro artista gore, cuya irreverencia se traduce en sangre, mutilaciones, niños destrozados… imágenes que van a pasar a la realidad, siendo condenado como responsable del asesinato del que hablo.

Una novela potente en la que del plano del arte, con sus obras, sus corrientes, el mundo de las galerías y de la crítica especializada, centrada de manera especial en Nueva York, se va a pasar en relación de continuidad a un ambiente de investigación, de suspense, sobre los entresijos de algunos actos discordantes y unos personajes que se mueven por el lado oscuro, oscurísimo, de la vida. Ha de añadirse a lo dicho, como los intereses de varios de los protagonistas tienden hacia el estudio de la histeria, y otras enfermedades de la mente (bulimia, anorexia, comportamientos asociales), encardinado todo ello en la historia del arte y del pensamiento (Charcot, Freud, Winnicott, Luria…).

Mantenía la escritora, en algunos de sus ensayos y entrevistas, que el objeto de su obra es tratar de explicar qué es el ser humano; y la complejidad de ese extraño ser hace que lo sublime del arte se codee con el horror de ciertos comportamientos delirantes y brutales… humanos, demasiado humanos.

Verdaderas lecciones las que entrega la escritora de orígenes noruegos, que se extienden por los pagos del arte, de la psicología, las enfermedades del alma… con hincapié especial en el papel que desempeña la casualidad en el desencadenamiento de ciertos comportamientos humanos relacionados con la pérdida, la muerte, el duelo, la amistad, la culpa y la responsabilidad, la compasión y el perdón.

Bienvenidos a la América profunda

Siri Hustvedt

«El hechizo de Lily Dahl»

Circe, 1999.

Los orígenes noruegos de la protagonista, Lily Dahl, camarera en un café de Webster, Minessota, con pretensiones de convertirse en artista, nos hacen pensar de inmediato en la propia escritora, que sin recurrir a lo autobiográfico, sí que se inspira en no pocas ocasiones, por no decir en todas sus historias, en su propia experiencia. Lily es una joven que estudia para costearse sus estudios de literatura, que admira perdidamente a Marilyn Monroe, y que es consciente de su diferencia con respecto a los demás, ella se considera un ser singular, que se va a topar con situaciones inesperadas y realmente problemáticas en lo que hace a relaciones, que le empujan a rozar los bordes de la locura. La atmósfera del libro se va espesando en una pequeña ciudad de la América profunda.

Hablando de relaciones, a través de las historias pululan por las páginas una verdadera fauna humana: su amistad ambigua con respecto a un compañero de la niñez, Martin Petersen, tartamudo él y, en consecuencia, objeto del escarnio y burla de sus compañeros de estudios, igualmente unos gemelos paradigma de desaliño y suciedad, Un caballero con aires, y disfraz, de cow-boy que aterroriza de vez en vez a sus conciudadanos, a los que mantiene siempre en vilo; Dolores una alcohólica de tomo y lomo que recurre a prostituirse en ocasiones, papel importante ocupa también Ed Saphiro, un pintor que se dedica a retratar a sus paisanos y sus propios estados íntimos, artista al que la protagonista observa desde su ventana, o Mabel, una señora entrada en años que se ha retirado de su trabajo, de profesora, al lugar para acabar los días de su ya dilatada vida. El común denominador de todos ellos reside en que todos parecen guardar algún secreto y ante este ambiente y esos variopintos personajes, Lily no se achanta sino que trata de descubrir los motivos que hacen que la gente se comporte como se comporta. Su afición al teatro, se encarna en que va a asumir el papel de Hermia, de El sueño de una noche de verano, en el teatro, representación para la que también ensaya Martin… quien cada vez mira de manera más extraña y agobiante cuando va a desayunar al café, como los demás personajes de la historia. A Lily le hechizan varios objetos, en especial los zapatos, y algunos hombres, como ella hechiza a éstos, y tal estado no es echado a perder por los crecientes signos de locura que comienzan a aflorar en varios de sus conocidos, que ciertamente le inquietan.

El pintor nombrado van a convertirse en un abrir y cerrar de ojos en amante para lo que la joven Lily abandona a quien era su compañero, Hank Farmer, policía de la ciudad; ella va asistir a situaciones realmente extrañas que se acumulan a su alrededor, y con la ayuda de su amiga Mabel, va a tratar de desvelar el quid de las cuestiones que se le escapan y que florecen en aquella localidad, invadida por ciertos criterios morales, y los continuos rumores y chismes como banda sonora que ronronea, de manera permanente, en las mentes de los habitantes… que son retratados con indudable empatía hacia ellos y con abundantes dosis de piedad, además de con finura psicológica..

El embrollo y los enredos están servidos y la asfixiante atmósfera va en aumento en la medida en que avanza la lectura, y se contagian, en mi opinión, a los ojos lectores. Si al comienzo la cosa pinta bien y el ambiente inquietante que se respira en el café envuelve al lector, la cosa al desplegarse va tomando un cariz un tato diseminado que hace que el hilo sea difícil de mantener en la tela de araña que urde la escritora… sabido es que tales producciones arácnidas se pegan y resultan molestas, aun doliéndome decirlo, algo semejante juzgo que sucede en ésta, la segunda novela de la escritora.

Dicho lo anterior, no se puede negar, no obstante, que las historias presentadas tienen la marca de la casa y que los temas por los que ronda la escritora son los propios de su quehacer: la creación, las relaciones problemáticas que dejan ver rasgos de desquicies psíquicos y otros,… en una retrato de la comedia humana en sus recovecos más íntimos que se reflejan, en su singularidad, en unos personajes magníficamente pintados.

Un yo huidizo

+ Siri Hustvedt

«La mujer temblorosa o la historia de mis nervios»

Anagrama, 2010.

235 págs. / 17,50 €.

Estamos ante un libro que se ha de leer y ello por distintos motivos: uno, ya que Siri Hustvedt escribe muy bien y si alguien no se ha enterado puede comprobarlo con sus novelas Todo cuanto amé o Elegía para un americano, mas no queda ahí la cosa ya que la faceta ensayística de la madre de Sophie Auster es brillante y cargada de sagaz originalidad, así sus reflexiones sobre arte plasmadas en Una súplica para Eros o Los misterios del rectángulo en los que nos conduce a enfrentarnos a las relaciones del arte con la mujer, o nos desvela su singular manera de mirar los cuadros, en distintas visitas temporales, añadiendo bagaje a la mirada espectadora y estableciendo una estrecha relación de transferencia entre sujeto y objeto; cuestión esta última que me llamó poderosamente la atención cuando la leí, me pareció observar que en las explicaciones de Siri Hustvedt había mucha miga, que sus afirmaciones guardaban un saber acumulado en el terreno del funcionamiento psicológico, neurológico, o… como quiera que se quiera nombrar.

Ahora con una cruda sinceridad que no se detiene para nada a la hora de hablar de sí misma – no para usar botafumeiro, conste – y, muy en concreto, de aspectos de los que por lo general no se suele hablar ya que están mal mirados, despreciados, y hasta resultan incómodos para el receptor del mensaje… que enseguida recurre a la defensiva ante alguien que tiene, y manifiesta, problemas psíquicos, o que le confiesa que va al psicólogo, nada digamos si dice que va al psiquiatra (sabido es que siempre queda el recurso de la sublimación anuladora de catalogar a uno de loco egregio, como si esto significase: sin dolor y con brillo). Pues bien, Siri Hustvedt no se corta ni un pelo y nos convierte en confidentes de sus temores y sus temblores, al poner ante nuestros ojos sus primeros síntomas de derrumbe total del cuerpo si se exceptúa el funcionamiento mental que seguía siendo absolutamente ágil y coherente (cosa que le sucedió cuando pronunciaba en la universidad, en público claro, un elogio a su fallecido padre). A partir de ahí la escritora comenzó a preocuparse del tema, y comenzó a informarse en paralelo que asistía a distintos especialistas en males cerebrales, mentales, neurológicos… esa dedicación, y estas relaciones, le llevó a convertirse en una verdadera experta (no digo en el conocimiento de sí misma que también) en los temas de los que se ocupa. En el recomendable libro del que hablo, a medio camino entre la narración personal y el ensayo (ensayela que diría el otro) la señora de Paul Auster (como le conocerán en oficinas varias) nos habla de sí misma, y expone distintos acercamientos a las disfunciones psíquicas, discutiendo con las posturas deudoras del dualismo, con el cognitivismo puro, con el mentalismo idealista, y tomando apoyo en ciertas ideas prestadas por el psicoanálisis y discutiendo con especialistas como Luria, Varela… (verdaderas lecciones magistrales las que nos son entregadas); nos planta ante reflexiones geniales sobre el modo de nombrar distintas patologías (yo TENGO… frente el yo SOY que se aplica a las enfermedades mentales como si formasen parte de la esencia personal, tema que en su momento abordó con acierto Erich Fromm), y no se guarda nada para ella sino que lo pone al servicio de quien pueda servirse de ello, como lo ha hecho en conferencias, en terapias literarias en psiquiátricos, etc..

Vistas así las cosas, después de leer estas aclaraciones (post partum… todo es más fácil) revisitando su obra, se puede ver como el problema de los yoes blandos, huidizos, y sus identidades esquivas, o la presencia como narrador de un psicoanalista, en su última novela, muestran algunas constantes que indican las preocupaciones vitales de la escritora, y confirman que ella sabe bien el terreno que pisa. «Siento que tengo un yo ¿pero por qué? ¿Se trata de todo lo que se encuentra en los límites de mi cuerpo? Ciertamente no. Cuando yo temblaba no tenía la impresión de que fuese yo. He ahí el problema. ¿Cuándo ha llegado esta ausencia de yo? No me acuerdo pero sé que el secreto juega un papel en este asunto».

Pausa de sororidad

+ Siri Hustvedt

El verano sin hombres

Anagrama, 2011.

221 págs. / €.

Sucede a menudo que en las parejas de escritores, artistas, filósofos, etc. uno de los componentes queda ensombrecido por el otro, generalmente son las otras quienes quedan reducidas al papel de seguidoras, secretarias, segundonas. La escritora de la que se ocupa este comentario podría ser tomada como ejemplo de ello: Siri Hustvedt es la madre de la cantante y actriz Sophie Auster, el padre de ésta es Paul Auster. Pues bien, si el autor de «Trilogía de Nueva York» suena a cualquier aficionado a la literatura, el nombre de Siri Hustvedt pasa como más inadvertido, a pesar de que méritos no le faltan para ser alzada al conjunto de las grandes escritoras, críticas de arte y literatura y ensayistas, pues a todo ello se dedica la señora y con indudable brillo y sagacidad.

Varias son las constantes en las obras de Siri Hustvedt: por una parte, su amor al arte, acercándose a tal con una hipersensibilidad en el que hace jugar un papel clave a la subjetividad cambiante que provoca que los cuadros o las lecturas sean vistos, leídos, o vueltos a ver o leer, con otra óptica más cargada de experiencias, sentimientos y conocimientos; esta sensibilidad singular se deja ver en sus análisis críticos al igual que en los personajes de sus obras narrativas, sin olvidar en su auto-análisis que nos entregó el año pasado sobre ciertas dolencias que padeció y que valió los elogios de neurocientíficos tan sonados como Oliver Sack. No sería completa la lista de constantes del quehacer de la autora si no señalásemos la importancia que otorga a su condición de mujer… por la senda de Lilith.

En la novela recién publicada se puede ver en acto todo lo que acabo de mencionar. En un matrimonio aparentemente bien avenido que ya va por la treintena de años, con una hija, Daisy, que comienza a despuntar como actriz; de pronto el marido Boris anuncia una pausa en la relación, a su mujer, Mia. Tal pausa se traduce en que en su trabajo hay una compañera de trabajo que le vuelve loquito. En tal tesitura a la mujer se le va la pinza por lo que es ingresada en una clínica de la que sale al poco ya que su enfermedad ha sido un reacción psicótica pasajera. En tal situación de perplejidad, Mia vuelve a la ciudad de su infancia y allá establece lazos con su octogenaria madre y con las marchosas amigas de ésta, los Cisnes. No quedan ahí sus relaciones pues trata con sus vecinos y pone en marcha un taller de escritura con unas jovencitas; entre mujeres, la sombra de los poderosos padre, padrone, padreterno ausente. Todo este entrelazamiento de circunstancias va a provocar en Mia una serie de reflexiones sobre su condición de fémina, plagadas de lúcidas referencias biológicas, etológicas, psicológicas y antropológicas…

Siri Hustvedt se nos presenta en plena forma y con un fino humor, que combina con un suave erotismo, nos hace avanzar por los vericuetos existenciales de Mia, quizá su, en cierta medida, alter ego; constatable resulta por otra parte que la escritora de Minnesota no se repite lo que anuncia que su imaginación fluye en inspiración libre.

Una novela que deslumbra

Siri Hustvedt

El mundo deslumbrante

Anagrama, 2014.

Creo que era Gabriel García Márquez – o si era otro da igual – que los grandes escritores siempre escribían sobre lo mismo. El caso de la escritora afincada en Brooklyn es paradigmático, sin que esto quiera decir – ¡cuidadito! – que se repita; su habilidad hace que aun cuando la temática siempre ande por los pagos del arte, las historias sean diferentes y su capacidad de combinar diferentes niveles narrativos haga que los desplazamientos no falten, como ya mostrase en su genial Todo cuanto amé, y como vuelve a hacerlo en esta, su última novela.

La sombra de Harriet Burden muestra su carácter alargado después de su fallecimiento; casi sería más justo decir que es tras su muerte cuando el resplandor adquiere presencia y tonalidades mayores. Figura enigmática del arte neoyorkino de los ochenta, desconocida en vida, va a ser objeto de una investigación por parte de una profesora de estética, I.V.Hess, una investigación que va a rastrear la pista de la artista entre las personas que más le trataron en vida. La investigación que adquiere tintes detectivescos va a dar pie a Hustvedt para penetrar en los temas habituales en sus obras, tanto narrativas como ensayísticas: los misterios de la creación y la complejidad del alma humana.

El propósito de la investigadora va a ser elaborar una antología que dé a conocer a la desconocida artista, recurriendo para ello además de a los conocidos de la desaparecida a sus diarios íntimos, a entrevistas y artículos. El trabajo llevará el mismo título que el último trabajo de Burden. Un mundo deslumbrante, que a su vez va a dar título al libro de Hustvedt. La obra, con esos juegos en que se combina la repetición y la diferencia, lo mismo y lo otro, va a arrastrar al lector a un espacio laberíntico, en el que los reflejos especulares entre realidad y ficción se mueven en una agitación permanente que hace que los límites entre ambos devengan borrosos. El cambio de máscaras y sus diferentes proyecciones, hacen que a la vez que se pasan las páginas, y en consecuencia las historias discurren, la comprensión se convierta en poliédrica, haciéndonos penetrar en los recovecos de la percepción humana y en los modos en que las distintas miradas van construyendo una comprensión más atinada del quehacer del artista estudiado, con las influencias ideológicas (culturales, religiosas y otras) ausentadas, o al menos mantenidas en suspenso.

La mujer estaba casada con un marchante de arte, Felix Lord, lo cual en vez de ayudarle en su carrera va a ser otra etiqueta – señora de – a añadir a las ya pesadas de mujer, blanca y artista… Limitaciones que ya suponían una catalogación y un encasillamiento para los especialistas en la cosa; la sombra de algunos casos históricos con sus disfraces (George Sand, Isabelle Eberhardt, Louise Bourgeois…) es alargada y la necesidad del despiste para poder publicar/ exponer es una constante en la historia del arte. La artista cuya obra no había sido valorada, pasando desapercibida, y que se codeaba, no obstante, con lo mejorcito del mundillo artístico debido a su marido, permanecía siempre fuera de los circuitos de exposición, para lo que hubo de recurrir a diferentes jóvenes promesas masculinas bajo cuyo nombres exponía; era la carga de ser esposa de, y madre de dos hijos. La conciencia de estos corsés, que castran su creatividad, no abandonan la mente de la señora, que hasta pensaba en su propio apellido como correspondiente a su condición (burden = fardo) condenada a soportar, haciendo que llegado el momento optase por liberarse, una vez fallecido su marido, pasando a integrar una comunidad de artistas entre los que se halla con sus pares. Harriet se convierte en Harry, y ese travestismo nominal , como queda ya mencionado, va a adoptar otros nombres (Anton Tish, Phineas Q. Eldridge, y el desquiciado Rune); tres nombres, tres exposiciones en tres galerías neoyorkinas… una estrategia enmascarada en la que desaparecía la identidad y su peso anulador, saltando las barreras impuestas por el sexismo del mundo del arte. Acción subversiva contra la habitual discriminación, en esta mujer que se convierte, en su ocultamiento, en la que maneja los hilos de sus jóvenes suplantadores… negándose de este modo a casar con los roles habituales asignados a las féminas: compañeras de, modelos o musas.

El éxito de las exposiciones, La historia del arte occidental presentada bajo la firma del primero de los nombrados, va a suponer elogios encendidos de los críticos que juzgan hallarse ante un artista prometedor (todos ven en su obra, la de un hombre de veinticuatro años con atributos masculinos). El segundo joven, Phineas Q. Eldridge, es mestizo y homosexual, y su obra va a ser interpretada como una embestida contra el racismo y la homofobia, considerándose así tal obra como una obra realmente subversiva. La última exposición enmascarada, debida a Rune… va a reflejar realmente la ruina.

La concepción previa acerca de lo que se va a ver y la presunta identidad de los artistas hace que la mirada se enturbie y suponga interpretaciones añadidas por el propio espectador que pone la carga de su mirada, preconcebida, en la obra contemplada.

La pluma de Hustvedt se presenta afilada al recomponer la ignorada vida de artista de esta mujer cuyo éxito solamente llegó, años después de muerta y máscaras interpuesta (quede constancia por si lo escrito provoca algún despiste, que la tal Harriet Burden es un personaje de ficción)… y la novela, que presenta la antología de la artista estudiada por el investigador, es una carga de profundidad contra el mundo de los marchantes, los críticos y otras yerbas, a las que la autora de la novela arranca las máscaras de la hipocresía, las ideas heredadas, los prejuicios y el desbordante sexismo.

Libros de la autora consultados

Los ojos vendados (Circe, 1994)

El hechizo de Lily Dahl (Circe, 1997)

En lontananza (Circe, 1999)

Todo cuanto amé (Circe, 2003)

Una súplica para Eros (Circe, 2006)

Los misterios del rectángulo (Circe, 2007)

La mujer temblorosa o la historia de mis nervios (Anagrama, 2010)

El verano sin hombres (Anagrama, 2011)

Vivir, pensar, mirar (Anagrama, 2013)

El mundo deslumbrante (Anagrama, 2014)

La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. Ensayos sobre feminismo, arte y ciencia (Seix Barral, 2017)

N.B.: ya anteriormente me había referido a esta brillante escritora en esta misma red :

http://kaosenlared.net/siri-hustveldt-feminismo-arte-y-ciencia/

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Algunas palabras de la autora

Añado estas citas tomadas de algunas de sus obras ya que juzgo que aclaran el modo de pensar y escribir de la escritora.

En algunas ocasiones me permito entrecortar, o insinuar algunas cuestiones para que la cosa no resulte excesivamente larga, que ya… es lo suficiente.

En busca de una definición (2009)

La ambigüedad no es exactamente ni lo uno ni lo otro. La ambigüedad se resiste a toda clasificación. No se puede encasillar, catalogar, encuadrar, ni tipificar en una enciclopedia… La ambigüedad plantea: ¿Dónde está el límite entre esto y aquello?

La ambigüedad no responde a lógica alguna… La ambigüedad es intrínsecamente contradictoria e insoluble (verdadero / falso // una cosa u otra/ nunca ambas… a eso juegan los filósofos).

Esa sensación de cercanía al fantasma informe, a la Ambigüedad, es lo que más anhelo, lo que quiero reflejar en mis libros, lo que quiero que sienta el lector. Y como eso es algo y nada al mismo tiempo, el lector tendrá que encontrarlo no sólo en aquello que he escrito, sino también en lo que no he escrito.

[duda es lo que provoca lecturas e interpretaciones productivas y enriquecedoras… Quedan huecos, vacíos de sentido a rellenar… el lector ha de activarse en la tarea de completar]

En lontananza (1998)

En lontananza se encuentra entre aquí y allá. Llegas al árbol que está en lontananza, el lugar se convierte en aquí, y se retrae para siempre hacia ese horizonte imaginario. Me atraen las palabras que oscilan. El hecho de que aquí y allá se deslicen y resbalen dependiendo del lugar que ocupo me resulta en cierto modo emocionante, pues revela tanto la tenue relación que existe entre las palabras y las cosas como la milagrosa flexibilidad del lenguaje.

Lo cierto es que lo que me fascina no es tanto el hecho de estar en un lugar como el hecho de no estar en él: el modo en que los sitios perviven en tu mente cuando ya los has abandonado, la manera en que son imaginados antes de tu llegada, y su aparente capacidad de surgir de la nada para ilustrar un pensamiento o una historia como la de mi árbol en lontananza. Esos espacios mentales cartografían nuestra vida interior con más precisión que cualquier mapa “real”

En mi vida: Minnesota / Noruega y Nueva York

De niña (se da en ella un baile de lenguas, entre el inglés y el noruego, con olvidos y recuperaciones… lo mismo sucede con las costumbres y los valores)

El lenguaje constituye el rasgo más profundo de cualquier lugar, cabe la posibilidad de que los olvidos y recuerdos de mi niñez representen en miniatura la dialéctica de cualquier experiencia de inmigración: aquí y allá se encuentran en una relación de perpetua tensión determinada en primer lugar por la memoria… (padre / madre / abuelos) Espacios maternos y paternos, y de los abuelos de uno y otro…

En las alturas de las montañas que dominan el pueblo de Voss, al oeste de Noruega, yace la granja de la que procede mi nombre: Hustveit. En algún momento, el tveit se transformó en tvedt, una ortografía diferente para una misma palabra, que significa “calvero” o “claro” (inmigración) Guerra

A diferencia de la complejidad del mundo físico, los sentimientos son por lo general más crudos que el lenguaje: la culpa, la vergüenza, el daño causado por otra persona, producen una sensación notablemente parecida en el cuerpo… mis primeras experiencias en aquel colegio fueron una mezcla de dolor, placer y aburrimiento… vuelta: tristeza

Muchos años después… en Columbia, entre 1978 y 1986 como estudiante, ya había conocido a Auster… muchos años después, volví al lugar con Auster, felicidad ante la biblioteca (su madre había sido empleada en una y su padre acudía con frecuencia a algunas de ellas con el fin de elaborar sus trabajos)

Cuando lees, ves. Las imágenes no se fabrican con el esfuerzo. Sencillamente, aparecen ante nosotros por medio de las experiencias del texto y rara vez se cuestionan- Las imágenes conjuradas bastan para impulsarnos hacia adelante, y son en gran medida como mi propia imagen de la palabra lontananza.

El lugar de lectura es una especie de mundo en lontananza, un sitio que no está ni aquí ni allí, sino que se compone de retazos de experiencia en todos los sentidos, tanto reales como ficticios, dos categorías que resultan más difíciles de separar cuanto más pensamos en ellas.

Cada uno poseía su propio lenguaje para ver, y éste creaba su visión. Todos heredamos la visión al igual que ellos

Después del nacimiento de Sophie…

El ansia de coherencia y orden es algo humano. Lo absurdo y lo caótico destrozan a las personas con la misma contundencia con que lo haría una salvaje paliza. Y lo absurdo y lo caótico se hallan por doquier. El yo existe en el tiempo y en el espacio: la narrativa del yo en la memoria y la continuidad del lugar en el “hogar”…

Los niños – especialmente – anhelan compleción, unidad, quizá porque se encuentran más próximos a ese estado temprano y fragmentado anterior a la formación del “yo”, o acaso porque en realidad no son dueños de sus destinos.

los buenos libros revelan lo suficiente acerca del lugar en el que se desarrollan, pero no demasiado. Lo suficiente puede ser más o menso, pero son los malos libros los que cumplen las expectativas del lector acerca de lo que son o dónde están una novela, una historia o un poema. Los malos libros tienen algo de reconfortante, y ello se debe que la gente los lea.

El buen lector (cualidad en absoluto determinada por el grado de sofisticación de sus lecturas) desea espacios que ir rellenando. Todo lector escribe el libro que lee, aportando lo que falta, y esa invención creativa se convierte en obra.

Joubert: «Aquellos para los que el mundo no basta : poetas, filósofos y todos los amantes de los libros»

Ignoro por qué me siento más viva cuando escribo, pero así es. Quizá me imagino que si rasco el papel con la suficiente intensidad, perduraré. Quizá no basta con el mundo, o quizá la diferencia entre el mundo y la ficción se compone de las cosas del mundo, y entre ellas se incluyen los sueños, las fantasías y la memoria…

La ficción es como una fantasmagoría hermana gemela de la memoria, desplazándose a través de los miles de ciudades, paisajes, casas y habitaciones de la mente.

Extractos de una historia sobre el yo herido (2004)

Mi madre aterrada de perder a la que era su primera hija: yo. Desde que recuerdo siempre herida / pared que se desmorona…

No soy epiléptica, pero alguna visión de un caso… debió contagiar el temblor en mí…

elevamiento en mi interior… como una proximidad a Dios y la naturaleza… como una forma de magia privada , una fe secreta en mi propio poder que me diferenciaba de los demás y me haría llegar muy lejos.

Cuando miro atrás, no puedo recordar un solo momento que no me acompañara la sensación de estar herida. La sensación varía de muy leve a muy aguda, pero el dolor en el pecho, débil o fuerte, ha seguido siendo una constante en mi vida.

La pared que se desmorona sigue siendo una metáfora efectiva de mi herida oscura pero omnipresente, y del miedo que a menudo la acompaña. Tengo miedo de que los umbrales o límites no aguanten, que todo se derrumbe.

Todos somos fruto de nuestros padres, física y emocionalmente, y lo que llamamos “carácter” participa tanto de los datos genéticos como de los misteriosos vericuetos de una historia psíquica particular.

Yo tenía una predisposición neurológica y emocional a estos curiosos transportes de espíritu. De niña tenía dolores de cabeza… a los once años oía voces interiores autoritarias y ritmos que me aterrorizaban con su insistencia. Siempre llegaban cuando estaba sola, y parecían querer imponer su voluntad sobre mí, obligar a mi cuerpo a ponerse en marcha. El peligro de la locura entonces me parecía muy real y tuve suerte de que desapareciera. A los veinte años sufrí mi primer ataque de migraña

Por morbosa que sea mi sensibilidad, es indisociable a la historia de mí misma, y leer sobre estas peculiaridades a lo largo del tiempo ha sido decisivo para determinar quién era y quién soy.

De adulta me digo que tratar a los colegiales como presidiarios es una mala pedagogía, y que la media mentira tal vez me ahorró una bronca o algo peor, pero el interés de la anécdota [una petición de ir a hacer pis manteniendo que era una emergencia cuando de hecho no lo era] está en mi pelea con la semántica y la resonancia moral de interpretar el significado de una palabra… Las palabras pueden destrozar, del mismo modo que tienen el poder para curar.

Necesitamos pensar en el yo como algo continuo, una historia constante en el tiempo. La mente siempre anda buscando similitudes, asociaciones, repeticiones, porque crean significado… Tanto si una persona sufre un desequilibrio químico como si se deja llevar por el pánico o se sume en una depresión a raíz de una pérdida desgarradora, sus contradicciones también forman parte de su yo. Es la sensación o la impresión de extrañeza lo que nos hace querer rechazar las interrupciones, estallidos, lapsos y contradicciones…

Los misterios de la personalidad no son fáciles de analizar, pero es cierto que los seres humanos cubren todo el espectro, desde los más empáticos a los totalmente fríos. El secreto está en nuestro cuerpo y en nuestro contacto con los demás, en los oscuros matices de las repeticiones y las interrupciones.

Los libros me hacen sentir viva, como si las historias que contaban estuvieran más cerca de mí que cualquier otra cosa… Cuando leía de los sufrimientos y humillaciones, la pena que sentía por ellos era una especie de traducción segura, una reinvención de mi vida emocional

Dostoievski, santa Teresa (padecían desajustes…) Mi marido ha dicho a menudo: “escribir es una enfermedad”… ¿Es posible que mi necesidad de escribir esté relacionada con mi sensibilidad neurológica? Tal vez, pero no lo que escribo. Del contenido pocos neurólogos hablan. También tengo miedo a escribir porque cuando lo hago siempre estoy desplazándome hacia el lugar inarticulado y peligroso donde las paredes no aguantan. No sé qué hay allí pero me siento atraída hacia ello ¿El yo herido es el yo escribiente o el yo escribiente es una respuesta al yo herido?. Tal vez lo segundo sea más exacto. La herida es estática, un dato conocido. El yo escribiente es múltiple y elástico, y rodea la herida.

Reconozco que las migrañas pueden ser causadas por cualquier clase de emoción, ya sea alegría, miedo o congoja. Me he resignado a tener un cuerpo tintineante, espasmódico y nervioso que debe funcionar para encontrar calma, paz y descanso.

(SE. p. 249 et ss. Extractos de una historia sobre el yo herido)

Todo cuadro es siempre dos cuadros: el que vemos y el que recordamos, lo que equivale a decir que todo cuadro que merezca la pena sigue revelándose a lo largo del tiempo y desarrolla su propia historia en el espectador. E.L., p. 63

Crear arte siempre ha sido para mí soñar despierto. El material para escribir una historia no proviene de lo que sé sino de lo que no sé, de impulsos e imágenes que a menudo parecen ocurrir sin mis directrices, un proceso totalmente extraño que se pone en marcha cuando en mi trabajo me convierto en otra persona […] el acto de escribir no consiste más que en cubrir un folio de palabras para que otros las lean. Al final las palabras lo son todo y, en sentido estricto, carecen de sexo. Eros, p. 128

Como lectora, estoy convencida de que las palabras tienen un poder casi mágico para generar no sólo más palabras sino también imágenes efímeras, emociones y recuerdos. Algunas novelas y poemas han tenido el poder de descubrirme partes crudas y desconocidas de mí misma, han sido como espejos de cuya existencia no sabía. En cada libro está ausente el cuerpo del escritor, y esa ausencia convierte la página en un lugar donde somos verdaderamente libres de escuchar al hombre o a la mujer que habla. Cuando escribo un libro yo también estoy escuchando. Oigo hablar a los personajes como si estuvieran fuera de mí en lugar de en mi interior. En un libro oí a una joven que jugaba a ser hombre; en otro, oí a un hombre. En mis sueños me encuentro dividida entre los dos sexos, preguntándome de cuál soy. No saberlo me preocupa, pero mientras escribo, esa misma ambivalencia se convierte en mi liberación, y soy libre de habitar tanto a hombres como a mujeres y contar sus historias. Eros, p. 135

Una novela es un camaleón, en ello radica su gloria como género. Puede convertirse en un monstruo enorme y torpe o en un duendecillo esbelto y veloz (p., 53)

A veces, mientras escribo, me asaltan pensamientos en estado salvaje. Revolotean delante de mí y tengo que correr tras ellos para comprender lo que sucede… Estoy segura de que todo lo que he aprendido del psicoanálisis a lo largo de los años ha conformado mi obra porque ha alterado mis ideas, tanto las desbocadas como las amaestradas. Pero también lo han hecho la filosofía, la lingüística, la neurología, la pintura, la poesía y otras novelas, eso sin hablar de mis experiencias vitales, tanto las que recuerdo, como las que he olvidado. Como bien sabía Winnicott, mucho antes de que existiera el psicoanálisis estaba el juego (Vivir, pensar…p. 56)

Hay innumerables teorías sobre cómo funciona la lectura, ninguna de las cuales es completa puesto que no se conoce lo suficiente acerca de la neurofisiología de la interpretación de los signos, pero lo que sí se puede decir es que leer es una experiencia humana particular en la que una persona colabora con las palabras de otra, el escritor, y que los libros cobran literalmente gracias a la gente que los le, pues el leer es un acto de plasmación. El texto de Madame Bovary puede perdurar en francés para siempre, pero el texto está muerto y carece de sentido hasta que es leído por un ser humano que vive y respira.

Si leo con espíritu crítico, entonces intervendrán mis propias palabras. Preguntaré, dudaré e inquiriré, pero no puedo ocupar ambos puestos al mismo tiempo. Una de dos, leo el libro o me detengo para reflexionar sobre él. La lectura es intersubjetiva: el escritor está ausente, pero sus palabras se vuelven parte de mi diálogo interior. ( Ver,…153).

Si bien es cierto que los elementos de un cuadro no cambian ni son secuenciales, mi experiencia personal con un cuadro no logra reflejar esa simultaneidad. Mi relación con un lienzo tiene lugar en el tiempo, y casi nunca he sido capaz de asimilar todos los distintos aspectos de una imagen al mismo tiempo… las mejores obras de arte escapan continuamente a toda definición… Percibimos el “ahí fuera” a través del lenguaje y de todo el nivel simbólico de la experiencia humana que lleva aparejado…

Miopía, migrañas y otras alteraciones… tal vez me han hecho dudar de lo que veo con más frecuencia que las personas que nunca han padecido alteraciones visuales. La duda es un catalizador de atención intensa.

El arte visual existe sólo para ser contemplado. Es el encuentro silencioso entre el observador, el “yo”, y el objeto, el “ello”. Sin embargo, este “ello” es el rastro material de otras conciencias humanas… El cuadro lleva dentro de sí los restos de un “yo” o un “tú”. En el arte, el encuentro entre observador y objeto implica intersubjetividad (depende de quiénes somos, nuestro carácter…)

…todos participamos mentalmente de lo masculino y lo femenino, entonces la movilidad sexual que tenemos cuando miramos un cuadro o leemos un libro es más liberadora que restrictiva.

Cuando miramos un lienzo, ocupamos la posición que mantuvo el pintor, ahora desaparecido: ese cuerpo oculto o esa presencia fantasmal que hay detrás de cada lienzo….

Nunca me ha fascinado un cuadro que entiendo del todo. Necesito tener la sensación de que se me escapa algo para profesarle mi amor.

En una cultura inundada por imágenes simplistas que se suceden a toda velocidad por una pantalla, que nos miran furtivamente desde las revistas o se alzan sobre nosotros por las calles de una ciudad, imágenes tan cifradas, tan fáciles de interpretar que no requieren de nosotros más que dinero, mirar prolongada y detenidamente un cuadro puede permitirnos adentrarnos en el enigma de la contemplación, porque debemos esforzarnos por dar sentido a la imagen que tenemos ante nosotros… evocar a Tiziano, Vermer, Rafael y la trascendencia representada por estas imágenes empieza a parecer bastante subversivo.

Por Iñaki Urdanibia.

La escritora de Minnesota da muestra , una vez más, de su afilada y sagaz mirada sobre el arte y sobre algunos aspectos de la ciencia…con absoluta solvencia.

La verdad es que desde la aparición de los primeros libros traducidos, y publicados por Circe, de la madre de la cantante Sophie Auster, hija del escritor de tal apellido, le cogí afición a su prosa y desde entonces no he dejado de seguir su obra en sus diferentes pasos, con sumo interés (http://apia-virtual.com/2015/01/01/mujer-y-arte-contemporaneo/). La trayectoria comenzó con algunas novelas y recopilaciones de cuentos y ensayos; prácticamente en todos ellos la presencia del arte era un constante. Más adelante, y que se me permita decirlo así – no hay bien que por mal no venga – llegó sus rigurosos rastreos por la ciencia neurológica, enfoque provocado por los constantes dolores de cabeza que padecía desde joven, a lo que vino a sumarse un vacío que le asaltó cuando estaba a punto de presentar una conferencia en homenaje a su padre en un centro universitario; este lapsus que le hizo trastabillar en su exposición y hallarse al borde de perder el propio equilibrio le hizo interesarse por los misterios del cerebro y del campo de la neurología, como ella misma relataba con detalle en su «La mujer temblorosa o la historia de mis nervios» (Anagrama, 2010).

Así, la escritora ha entregado logradas novelas, una verdadera fenomenología de la percepción acerca de cómo se observan las obras de arte, de cómo cuando se vuelve a ellas después de algún tiempo se ven detalles, imaginarios o reales, en los que anteriormente no se había reparado, ya que la mirada está pertrechada de más bagaje que el que anteriormente se poseía, lo que supone que el sujeto añade al objeto diferentes enfoques y perspectivas, significando eso que la contemplación de las obras artísticas – lo mismo que sucede con las lecturas – siempre es un campo abierto a nuevas visiones e interpretaciones. A lo anterior se ha venido a añadir, como he adelantado, su incursión por los pagos de la ciencia (neurología, psicoanálisis y psicología), paso forzado por las circunstancias que le condujeron a romper las tajantes fronteras que separaban las dos culturas (ciencias y humanidades)de las que hablase C.P Snow: – posicionándose éste de manera inequívoca del lado de la mayor importancia de la ciencia -; postura igualmente propugnada por la nueva alianza de Isabelle Stengers e Ilya Prigogine. La maestría de la escritora / ensayista le ha convertido en una ejemplar maestra a la hora de surcar el dificultoso paso del Noroeste del que hablase Michel Serres para metaforizar esa hibridación de la que hablo (el paso del Noroeste comunica el océano Atlántico y el Pacífico, por los parajes fríos del Gran Norte canadiense. Se abre, se cierra, se tuerce, a través del inmenso archipiélago ártico fractal, a lo largo de un dédalo locamente complicado de golfos y canales, de calas y estrechos, y bahías, entre el territorio de Baffin y la tierra de Banks. Distribución aleatoria e imposiciones regulares y fuertes, el desorden y las leyes…El laberinto global del recorrido se reproduce, cada mañana, bajo la proa del navío… ). Siri Hustvedt ha demostrado a lo largo de sus variadas obras que es una navegante consumada y de altura. No está de más añadir que todos estas ramificaciones de su quehacer, que se entrecruzan sin crujidos, son las propias de una mirada femenina, aspecto en el que la autora pone especial énfasis en subrayarlo y no es de extrañar ya que para que una mujer sea valorada y considerada en el mundos de los saberes ha de demostrar sobradamente su valía, frente a la más fácil aceptación y ascensión de los hombres (masculinos), cuestión diferenciadora que en su caso personal ha tenido que padecer constantemente al tener que enfrentarse a la automática asociación de su nombre con el de su marido (Paul Auster), como si él fuese el que, poco menos que, escribiese sus obras , cuestiones a las que ha debido enfrentarse en cantidad de entrevistas ante tales preguntas, acompañadas de sonrisas maliciosas (situación con la que nunca, cosas de la vida, ha tropezado su esposo).

Si lo que vengo diciendo es así, su última obra lo cumple con creces, y es que la escritora se sale en su poliédrica exploración: «La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres. Ensayos sobre feminismo, arte y ciencia» ( Seix Barral, 2017). No es fácil dar cuenta de la cantidad de temas que la ensayista visita, y del gran número de obras de arte que cita y en las que se define con sagaz mirada; del mismo modo que no sería realista – pidamos lo imposible – que el libro tuviese un índice onomástico y algunas ilustraciones que reprodujesen algunos de los cuadros y esculturas comentados, ya que a pesar de que resultaría de interés, haría que el volumen adquiriese un tamaño excesivo -.

Los ensayos reunidos comienzan por una aproximación al modo en que algunos artistas representan a las mujeres, titulando el capítulo con el título que encabeza la obra: Picasso y Beckam en especial, destacando cómo las mujeres que tomaron como modelo – muy en concreto el primero de los nombrados – fueron algunas de las mujeres con las que vivió. Pasa a posteriormente a incidir en la estrecha relación que se da en las obras de Jeff Koons entre al arte y la publicidad, sin poderse obviar que el artista procede de se medio, lo que conduce a que en su quehacer se constate aquello de que el arte es el mercado. Su admiración con respecto a Louise Bourgeois no la disimula la autora que relaciona la obra de la artista con su vida y yendo más allá con la suya propia lo que hace que hable de Mi Louise Bourgeois, pues la influencia que ésta tuvo sobre ella es – según subraya – destacada. Aprovecha el repaso para ir aclarando las relaciones que se establecen entre la inversión, el sentimiento la interacción que se establecen en la contemplación de la sobras de arte, del mismo modo que deja ver cómo en no pocas ocasiones la mujer es valorada por su cuerpo, mostrándose en este orden de cosas el dominio que los hombres, masculinos, tienen el mundo del arte, del galerismo y de los valores estéticos y mercantiles dominantes; igualmente se detiene en señalar los estereotipos acerca de los valores femeninos (sentimientos, ternura, blandura y otras -uras) y los masculinos (racionalidad, fuerza, eficacia…). Tampoco escapa a su escrutadora mirada el tema de las cotizaciones de las obras: saliendo, por lo general, peor paradas las obras de mujeres que las de los hombres. Continua el repaso con el análisis de las oscuras pinturas de Anselm Kieffer, del que señala cómo se presta, y se ha prestado, a las dispares interpretaciones, a una fuerte ambigüedad que da lugar a algunas broncas debido a los temas tratados por el artista: el proyecto de aniquilación de los judíos en Alemania y las relaciones que en sus cuadros se establece con Martin Heidegger y con Paul Celan – quien entre ellos también existió una chocante relación de cercanía / distancia -. Sea como sea todo da por pensar que Kieffer se tomó en serio la admonición de Adorno y… ya que la poesía después de Auschwitz no era posible… opta por la representación por otros medios, cuyas producciones resultan de indudable carácter inquietante. La relación que establece entre la mirada del fotógrafo Mapplethorpe y Almodóvar le lleva a la conclusión de que ambos se ven emparentados por el modo de mirar: ambos son consumados voyeurs y enfocan con sus cámaras «a personas y objetos, pero lo que muestra su arte es una realidad imaginaria, producto no sólo de lo que está delante de ellos sino de sus sueños. Aquí es donde se superponen los dos artistas, en el drama de ver». La travesía avanza con algunas reflexiones sobre algunas formas pre-lingüísticas como la danza, tomando apoyo para ello en la danza de Pina Baush y su recreación por Wim Wenders, para a continuación detenerse en algunas rumias sobre la caracterización de los pornográfico – tomando pie en un texto de Susan Sontag y otras ramificaciones. No me privo de destacar la fusión que Hustvedt establece entre sus experiencias personales y la generalización de algunos aspectos, trasladándonos de los particular a lo general sin ruptura alguna, con un modo de exposición narrativa realmente ejemplar: así cómo comenzando con el pelo de su hija y el de una sobrina pequeña que acariciaba embelesada el pelo de su madre, desplaza el objetivo a el pelo y sus peinados, o colores, como forma de definirse en diferentes situaciones, como protesta, como diferencia, como muestra de solidaridad, en unos casos, y de ambigüedad en otros. Igualmente resulta encomiable la entrada «No es competencia» en donde su experiencia como mujer de (Paul Auster) le ha hecho aguantar cantidad de alusiones sobre el dominio, y hasta la autoría, sobre sus obras de la mano del marido… hasta expone el caso de cómo algunos llegaron a aventurar que quien le explicaba las complejidades neurológicas y científicas a la dama era su marido… cuando a él la verdades que ese tipo de problemática se la refanfinfla, etc., etc., etc.

Si lo que antecede es lo que sustancialmente ocupa la primera parte del libro, la segunda que lleva por título ¿Qué somos? está más centrada en aspectos acerca de la constitución cerebral y neurológica de nuestros yoes. Ahí la propia escritora lo señala «el terreno es quizá más abrupto y las vistas brumosas», al tiempo que, también es verdad como ella misma también apunta, quizá por ello esto tenga la gratificación de que se nos abran nuevos campos generalmente menos transitados. Prácticamente los ensayos reunidos so conferencias que la escritora ofreció en diferentes foros: así nos hallamos ante situaciones de sinestesia, de los indefinidos y cambiantes recursos a la primera segunda y tercera persona, …o la importancia de la filosofía en el desarrollo de los cerebros…a lo que siguen algunas certeras reflexiones sobre el suicidio, la histeria, la memoria… y una visita a la heteronomía y la afilada ironía del filósofo danés Kiekegaard; escrito curiosamente escrito en primera persona siguiendo los consejos del propio filósofo.

No creo necesario decir nada más con respecto a esta obra, sino reiterar que estamos ante una mujer todoterreno que escribe maravillosamente bien y que nos sirve de avezada guía para penetrar en terrenos del arte y en otros más ignotos, para el común de los mortales lectores, como el del cerebro y la mente. Un verdadero cúmulo de lecciones, brillantes y clarificadoras. ¡ Así , Siri Hustvedt!